1
Entre política y filosofía
«El arrepentimiento no es una virtud».
«No esperéis ni negación ni arrepentimiento. […] Ha llegado el momento de aceptarme tal como fui: filósofo y nazi tanto como queráis, pero filósofo».
1.1. Un asunto mediático
No había sucedido nunca que un filósofo diera tanto que hablar post mortem. Desde que se destapó, ya en 1945, el «caso Heidegger» —el affaire, como dicen los franceses— se ha impuesto a la opinión pública, por fases alternas pero con una repercusión que, lejos de decaer, se ha intensificado en los últimos tiempos. La noticia de las recientes revelaciones ha saltado a la prensa y a los medios de todo el mundo. Y se ha hecho un hueco incluso en el New York Times.
El pensamiento más elevado avenido al horror más insondable. No es difícil comprender el escándalo. La grandeza del filósofo y la mezquindad del nazi constituyen una antinomia extravagante, una paradoja inaceptable. Heidegger es como un Jano bifronte que, de manera inquietante, muestra sus dos rostros, el encomiable y el innoble. Para sustraerse a esta visión disgregadora y angustiosa, la alternativa —a la que urge también la presión mediática— parece clara y neta: si ha sido un gran filósofo, entonces no fue un nazi; si fue un nazi, entonces no ha sido un gran filósofo.
Pero son los propios medios los que reabren una y otra vez el caso, exigiendo una respuesta sumaria y definitiva, su conclusión, y lo convierten en sensacional por el poder que tienen de publicar lo que permanecía oculto e ignorado. Así, con el paso de los años, el caso filosófico se ha convertido en un asunto mediático. Heidegger, atento al complejo asunto del periodismo, reflexionó sobre el tema de la «repercusión». Cuanto más se oculta la información tras la aparente objetividad, cuanto más aquélla simplifica, eliminando dificultades y problemas, y cuanto más innecesaria e inocua vuelve la pregunta, tanto más aumenta la necesidad de la experiencia vivida, el deseo espasmódico de acceder a aquello que, adivinándose misterioso, agita, emociona, embriaga y causa sensación. Y así como este deseo no conoce empacho ni pudor, tampoco conoce límites el dispositivo que posibilita dicho acceso, en un vértigo sin fin. Heidegger percibía que su pensamiento estaba amenazado por esa incapacidad de salvaguardar la pregunta. En una carta a Hannah Arendt del 12 de abril de 1950, escribía:
Tal vez sea el periodismo planetario la primera convulsión de esa futura devastación de todos los principios y de su tradición. ¿Y entonces, qué? ¿Pesimismo, pues? ¿Desesperación, pues? ¡No! Sino un pensamiento que se para a pensar hasta qué punto la historia acontecida sólo representada históricamente no determina de forma necesaria el ser esencial del ser humano, y que la duración y su extensión no es medida para lo esenciante; que medio instante de subitaneidad puede ser más «esente»; que el ser humano debe prepararse para este «Ser» y aprender otra memoria; que con todo esto le espera algo supremo; que el destino de los judíos y los alemanes tiene desde luego su propia verdad que nuestro cálculo histórico no alcanza.
Ciertamente, el periodismo no representaba para Heidegger una amenaza. En varias ocasiones alabó a la prensa por saber «ponerse a la escucha» de lo que va más allá de la mera actualidad. ¿Acaso no confió a Der Spiegel su última entrevista, casi un testamento filosófico? Intuía, más bien, que el suyo acabaría convertido en un caso de «periodismo planetario», y temía que la urgencia mediática precipitaría su conclusión, arrumbando la urgencia del pensamiento, borrando cualquier nueva pregunta.
1.2. Nazi por casualidad…
Pese a la sucesión de nuevas revelaciones, al descubrimiento de cartas y documentos; pese a la lenta aparición, entre el legado de Heidegger, de textos inéditos y cursos universitarios; pese al trabajo precursor de Hugo Ott y a los libros provocadores de Victor Farías en 1987 y de Emmanuel Faye en 2005, a lo largo del tiempo se ha mantenido una versión oficial que sólo ocasionalmente ha sufrido algún retoque. Vale la pena resumirla brevemente.
En una vida sin biografía, como debería ser la de todo filósofo —según la fórmula ideal «nació, trabajó y murió» con la que nuestro autor selló en 1924 la vida ejemplar de Aristóteles—, la innegable adhesión de Heidegger al nacionalsocialismo no fue sino un «intermedio político». Empujado por las circunstancias más que por u...