Humanismo pedagógico de Pedro Poveda
  1. 120 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

En esta publicación se han reunido artículos de autores diferentes, referidos unos a la imagen de hombre y de mujer que subyace en la pedagogía povedana, otros a la concepción básica de la educación en este autor, a alguna dimensión especialmente significativa, o a la figura del maestro, todos los cuales responden a capítulos decisivos del pensamiento y la acción del Beato Pedro Poveda.

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Información

Año
2019
ISBN
9788427725379
Edición
1
Categoría
Education
PEDRO POVEDA, FORJADOR DE PUENTES
JOAQUÍN RUIZ-GIMÉNEZ CORTÉSs
Presidente del Comité Español del Fondo de las
Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)
Sé austero para ti, benigno para los demás;
que los hombres te vean mandar poco y hacer mucho.

(Pedro Poveda, abril 1935).
Méteme, Padre Eterno, en tu pecho
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.

(Miguel de Unamuno, Salmo III, in fine, 1906).
Ciertamente es extraño y cuestionable el emparejamiento de los textos que encabezan estas reflexiones. Si me atrevo a ello es por el convencimiento de que ambos —el admirable sacerdote mártir y el inolvidable Rector de mi vieja universidad de Salamanca—, tan distintos y tan distantes en múltiples aspectos de sus vidas, fueron, sin embargo, cristianos en hondura, cada uno a su modo, y bregaron sin descanso, hasta el fin de sus vidas en 1936, por lograr una España sin desgarramiento sangrante, una España dialogante y en paz. No trato ahora y aquí de prolongar y explicar esa comparación, sino simplemente evocar, como punto de partida, el dramático tramo de historia que a ellos, y a tantos otros hombres de su generación, les tocó vivir, como tam-bien, con no gran retraso, a quienes nacimos a comienzos de este siglo
Mi memoria no me ha conservado el recuerdo del posible contacto en directo con Pedro Poveda durante mi adolescencia y primera juventud (más o menos, desde 1928 a 1936), pero se mantiene viva en mi espíritu la resonancia del respeto y la estima que por él sintió mi padre, jiennense también, y cuya vocación básica fue, como la de Poveda, lograr una mejor calidad de la enseñanza y una educación más humana para todos los españoles, sin discriminación alguna.
El trágico vendaval de la «guerra civil» —del que la misericordia del Señor libró a mi padre—119, destruyó el archivo familiar y parte de la biblioteca, lo que me ha impedido recuperar datos sobre sus relaciones concretas con el Padre Poveda, aunque con apoyo en los documentos rescatados por la Institución Tere-siana, se podría, con más tiempo, reconstruir tal vez, ese capítulo biográfico, que intuyo sugestivo —cuajado de dolores y de alegrías—, pues fue el reflejo de un contacto de sincera amistad entre un sacerdote dialogante y creador, y un político activo y abierto, pero miembro nada menos que del partido liberal de don José Canalejas, con lo que esa militancia significaba en aquel tormentoso tiempo y primordialmente en el duro terreno de la «cuestión religiosa» y la reforma escolar.
Como retazos de ese capítulo, anoto simplemente que nacido Pedro Poveda en 1874, y cuando ya había coronado, hacia 1911, la etapa inicial de su obra maestra —las Academias de pensamiento y espíritu cristiano para la formación del magisterio—, yo todavía no había llegado al mundo, pues lo hice en agosto de 1913. Desde esa fecha hasta la noche cruel de 28 de julio de 1936, en que se consumó el sacrificio de aquel humanísimo evangelizado, en plena vorágine del choque fraticida de las «dos Españas», transcurrieron veintitrés años (los de mi infancia y mi adolescencia), y me duele no haber tenido la oportunidad de tratarle personalmente (lo que si logré después con la Srta. Josefa Segovia, su colaboradora esencial). Pero ese privilegio, repito, lo tuvo mi padre, antes y después de su breve ejercicio del cargo de Ministro de Institución Pública y Bellas Artes (entre junio y octubre de 1913); y, sobre todo, durante sus sucesivas actividades como Diputado a Cortes por Jaén y como Senador, centrados ambos en el intento de resolver pacíficamente, aunque desde perspectivas diferentes, los graves problemas de la educación en España.
Asumo, pues, con gozo el testimonio de mi padre, de sincera admiración y gratitud hacia Poveda y su obra, por su lucidez, su rectitud de intención y su talante sereno y constructivo; y apoyándome en la lectura de algunos de los excelentes estudios publicados con motivo de la conmemoración del medio siglo de martirio y, de su merecida beatificación y con apoyo en la riquísima herencia religiosa, cultural y operativa, que ha encarnado en sus distintas iniciativas, y, primordialmente en la Institución Teresiana —«por los frutos los conoceréis (Mt 7, 16)—, me atrevo a dar mi propio testimonio y calificar al Padre Poveda como providencial forjador de puentes, creador de diálogo y sembrador de esperanza y de paz.
En un país como el nuestro, donde pocos decenios antes de que él naciese, el desventurado Mariano José de Larra tuvo que redactar el estremecedor epitafio: «Aquí yace media España, murió de la otra media»; y donde, casi un siglo después, con el alma herida por el recuerdo de tres guerras civiles, entre liberales y carlistas, y presintiendo ya la nueva lucha fraticida, Antonio Machado hubo de orar a su modo: «¡Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas /ha de helarte el corazón!»; en un contorno como ese —insisto— era inexorable que un genuino seguidor de Cristo y, al mismo tiempo, cons-tante enamorado de España, empeñase su vida en acortar distancias entre «tirios y troyanos» —fueron palabras suyas—, crear ámbitos de diálogo y esparcir semillas de paz.
Las páginas de su diario, sus cartas, sus escritos coyunturales, revelan ese hermosísimo espíritu, y de algún modo se resumen en este postrer consejo a sus seguidores:
«Imitemos a los primeros cristianos que vivían en medio de una sociedad pagana; estaban, incluso, al servicio de los emperadores que perseguían a la Iglesia, y, sin embargo, no dejaban de ser santos»120.
Rasgos primordiales de ese espíritu conciliación sin mengua de la fortaleza de su fe, antes bien como auténtico fruto de ella, se revelan con las tres coordenadas o dimensiones de su acción: la socioeconómica, la cultural educativa y la eclesial.
Sobre el pilar sustantivo de su fe y de su amor a Dios y al prójimo, la primera dimensión terrena de la vida cívica de Pedro Poveda (desde el punto de vista cronológico y, en cierto modo, axiológico), fue la socioeconómica, en pugna contra las injusticias de su tiempo y de su contorno.
Se reveló tempranamente durante su juvenil contacto (18941905) con la pobreza crítica —como ahora se dice— del barrio de las Cuevas, en Guadix. Allí pudo palpar —y lo hizo con los ojos del cuerpo y del alma— que eran cruelmente reales las situaciones inhumanas de desigualdad y marginación, violentamente denunciadas por los movimientos obreros —socialistas y anarquistas— de finales del siglo XIX en que nació y de los albores del nuevo siglo en que se iniciaba su vida evangelizadora. Contra ellas también se había elevado la voz de la Iglesia, bajo el pontificado de León XIII, cuya gran Encíclica «Rerum Nova-rum» (1891) le había impresionado hondamente durante sus estudios en el Seminario de Jaén (1889-1894). Con fina intuición cristiana había logrado ser destinado a dicha «tierra de misión», en la entraña de la Andalucía rural y doliente, y el Señor le premió encendiendo en su sensible corazón una sed de justicia y un fuego de solidaridad que ya no se extinguió nunca. Puso entonces en juego lo que era —su persona ansiosa de remediar sufrimientos— y lo que tenía —su palabra, su presencia y su compañía junto a los cueveros, y sus modestos recursos materiales—. Además se desvivió sin tregua para lograr apoyos públicos y privados a fin de transformar en lo posible aquellas estructuras, mejorar viviendas y servicios, y sobre todo crear escuelas, con certeza y cada vez más lúcida visión de que el arma fundamental para romper aquellas formas de esclavitud —la esclavitud de la ignorancia, de la impotencia y de la rabia— era una enseñanza eficaz y profundamente humana. Con razón señala una de sus certeras biógrafas, que aquel joven presbítero entendió a fondo en qué consistía la «cuestión social», pero no se quedó en exhortaciones, sino que operó con todas sus fuerzas:
«Tendió un puente e intentó la integración de aquel mundo marginado. Empezó a trabajar con los hijos de los cueveros, gente de escasos recursos, jornaleros, muchos en paro o con trabajo esporádico, algunos gitanos, agricultores que habían hecho sus casas horadando en la tierra arcillosa... Busca pan y ropa para aquella gente y organiza las catequesis, pero pronto cae en la cuenta de que toda aquella miseria sólo se redime con educación. Los niños de aquellos cueveros deberían tener mejores oportunidades que sus padres. Mientras busca recursos materiales y para un comedor, construye escuelas para ellos. Son años de febril actividad, de idealismo, de no pararse en barras, de no medir. Y por no medir, aquello le costará muy caro»121.
Tan caro, por obtusas resistencias y penosas maquinaciones de ciertos sectores civiles e incluso de algunos eclesiásticos, temerosos del impulso liberador del joven apóstol, que hubo de emigrar (1905) a tierras del Norte de España, donde se lanzó a una segunda y fundamental singladura, junto a otra cueva de alta significación: la de Nuestra Señora de Covadonga.
Sin embargo, la vocación reformadora de Poveda en lo socioeconómico, desbrozando caminos y forjando puentes por encima de los enfrentamientos de las clases en lucha y de las ideologías extremas, de signos antagónicos, no concluyó con la dura experiencia y el fracaso aparente de Guadix, sino que perduró a lo largo de toda su vida, en su pensamiento, sus anhelos y sus actividades, hasta su ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Índice
  4. Prólogo, por Ángeles Galino
  5. Humano con el humanismo verdad, por Presentación Gallegos
  6. Antropología y solidaridad en Pedro Poveda, por José M.a Callejas
  7. La religación a Dios, dimensión constitutiva de lo humano, por Felisa Elizondo
  8. Las «encarnaciones» de Pedro Poveda, por Norberto Alcover
  9. Pedro Poveda: humanismo atrayente y magisterio teresiano, por Flavia Paz Velázquez
  10. La figura del maestro en el pensamiento pedagógico de Pedro Poveda, por María Dolores Peralta
  11. El valor del estudio en la propuesta educativa de Pedro Poveda, por Cira Morano
  12. Pedro Poveda, forjador de puentes, por Joaquín Ruiz-Giménez Cortés
  13. Página de créditos