1. El cuerpo en la histeria y en la obsesión
El cuerpo histérico
Freud percibe muy pronto que ese saber nuevo que acaba de descubrir, y al que llama Inconsciente, es un saber que afecta al cuerpo, fundamentalmente, a través de los síntomas. Los síntomas de conversión de las primeras histéricas que fueron a verlo, eran síntomas de cuerpos «enfermos de una verdad inaceptable para el sujeto relativa a la sexualidad». La tos de Dora, los dolores en las piernas de Isabel de R, las parálisis, las cegueras, las esterilidades histéricas, todas ellas son trastornos del funcionamiento del cuerpo que no tienen una causa orgánica que pueda explicarlos. Los médicos estaban desconcertados al no concebir otro tipo de causa que la orgánica. Este desconcierto sigue vigente aún hoy cada vez que un médico vuelve a encontrase con síntomas de conversión.
La palabra de la «enferma» deviene la vía imprescindible para acceder a otra causa. Fue así como Freud plantea un nuevo estatuto de la causalidad: la causalidad psíquica en el origen de los síntomas de conversión. Tal y como desarrolla Lacan en su escrito La ciencia y la verdad, la causalidad freudiana evoca la causalidad formal y la causalidad material aristotélicas.
Esta causa relacionada con una verdad del sujeto es inconsciente, el sujeto no sabe cuál es la verdad que está en el origen de su síntoma, ha sido reprimida. Cuando se introduce la idea de que el cuerpo puede enfermar a causa de una verdad inconsciente, estamos ante algo que es completamente novedoso en ese momento.
Freud, al investigar sobre los mecanismos de la formación de los síntomas, llega a la conclusión de que el síntoma de conversión es el producto de un conflicto psíquico entre dos fuerzas, por un lado, un deseo y una exigencia pulsional inadmisible para el sujeto, por otro, los ideales que entran en conflicto con ese deseo y se convierten en una defensa contra él. De este conflicto resulta una formación de compromiso a la que llama síntoma. Los representantes de la pulsión se reprimen, quedan olvidados, mientras que la pulsión encuentra una vía de satisfacción sustitutiva en el síntoma.
De este modo, el síntoma se pone al servicio de un deseo reprimido de un modo desplazado. Como resultado, la función de un órgano queda afectada sin que el órgano esté enfermo, sólo que la función se puso a servir a otro amo.
Para que esto suceda hay que admitir una plasticidad del cuerpo, a la que Freud llamó «complacencia somática» en la histeria, y a la que Lacan bautizará con un término opuesto al de Freud: «rechazo histérico del cuerpo».
Ambas afirmaciones son verdaderas: Por una parte, el cuerpo histérico rechaza, dice que No a dejarse gobernar por el significante amo. Rechaza funcionar a la orden del amo. Por otra, y al mismo tiempo, el cuerpo histérico dice que Sí, se presta, es complaciente, para expresar el deseo inconsciente en el síntoma. En el síntoma de conversión convergen tanto el rechazo como la complacencia del cuerpo histérico.
El cuerpo comprometido en el síntoma de conversión no es el cuerpo del que habla la fisiología sino el cuerpo del que se habla en el discurso corriente. En el síntoma de conversión el cuerpo queda afectado según las representaciones del cuerpo que circulan en el discurso común, en el discurso de la época, lo que permite que la representación inconciliable para el yo encuentre el camino de las representaciones corporales de órgano. Por ejemplo, en el caso de Isabel de R, su síntoma de parálisis en las piernas, su no poder dar un paso, se relacionaba con el significante stehen (estar de pie), alleinstehen (soledad) que remitía tanto a su dificultad para dar un paso en la dirección de su deseo, como a las dificultades en las que se encontraba su familia y su propio padre.
El discurso histérico
Lacan trasciende la dimensión patológica del síntoma histérico al reconocer en esta estructura clínica la creación de un discurso: el «discurso histérico». El analizante que comienza un análisis ha de pasar por el discurso histérico antes de poder situarse en el discurso analítico. La histérica fabrica con el discurso histérico un hombre que está animado por el deseo de saber, dice Lacan en el Reverso del psicoanálisis. ¿Qué es lo que se trata de saber?: «Lo que la histérica quiere que se sepa es que el lenguaje no alcanza a dar la amplitud de lo que ella, como mujer, puede desplegar con respecto al goce. Pero lo que le importa es que el hombre sepa en qué objeto precioso se convierte ella en este contexto de discurso».
Lo que muestra el discurso histérico es que el verdadero interés en la histeria está en el saber que en tanto discurso produce, un saber que el sujeto histérico hará producir al Otro, al amo, al médico o a Freud. La histeria como discurso pone al Otro a producir un saber, que en el caso de Freud era un saber sobre sus síntomas y sobre su goce.
Este saber, una vez conseguido, no obtendrá su beneplácito por dos razones que son de estructura; una, porque en el mismo discurso histérico es imposible conectar el saber situado en el lugar de la producción en el discurso: con el goce situado en el lugar de la verdad, entre ambos lugares hay una imposibilidad discursiva que impide pasar de uno a otro; la otra, porque es necesario que no obtenga su beneplácito para que el deseo pueda seguir siendo insatisfecho, que es la modalidad histérica del deseo.
Lacan reconoce la relación que hay entre el discurso histérico y el de la ciencia: «Entre la histeria y la ciencia hay un lazo histórico, incluso la histeria está en el origen de la ciencia», nos dice en Televisión, en 1970, pues, por paradójico que parezca, la ciencia toma su impulso de la histeria, lo que podemos entender como que el deseo de la ciencia forma parte del deseo de la histeria.
Lacan recurre a Sócrates para decir que la producción de la episteme griega, que era la ambición del amo, fue la respuesta del amo antiguo a la conminación de Sócrates, perfecto histérico. La episteme griega resurge en la ciencia newtoniana y supone un cambio en la naturaleza del saber, al producir un nuevo tipo de saber, un saber matematizable, distinto del saber mítico o del saber hacer del esclavo.
Las características de su discurso también hicieron posible la invención del psicoanálisis, surgido del encuentro de las primeras histéricas con Freud; ellas aportaron sus síntomas y su interrogación, él produjo el saber para descifrarlos, lo que no impidió que siguieran insatisfechas.
«Ser sujeto del deseo pero no ser objeto de goce», éste es el lema de la histeria. La famosa sustracción, o huelga histérica, es precisamente el rechazo del sujeto, en acto, a poner el cuerpo al servicio del goce. Hay sujetos histéricos que encuentran en la sustracción un placer tan irresistible que no están en nada si no es para poder sustraerse en algún momento.
El deseo de encarnar la falta del Otro es la fuente de una insaciable reivindicación que no siempre se juega en el terreno sexual, aunque sea éste su campo electivo. En ocasiones, la huelga histérica se produce incluso poniendo el cuerpo en el acto sexual: hay otras maneras de sustraerse, por ejemplo, imaginarse ser otra.
Lo que nos enseña Lacan al final de su enseñanza, en la Conferen...