Vampiros y zombies postmodernos
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Vampiros y zombies postmodernos

La revolución de los hijos de la muerte

  1. 149 páginas
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Vampiros y zombies postmodernos

La revolución de los hijos de la muerte

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Vampiros y zombies posmodernos ofrece la clave para conocer el origen y el significado cultural de la figura literaria y cinematográfica del no-muerto, y analiza las últimas mutaciones sufridas tanto por los descendientes del conde Drácula como por los muertos vivientes. El lector encontrará, en la primera parte, una breve explicación de la figura del no-muerto basada en los clásicos literarios que establecen su paradigma Frankenstein o el moderno Prometeo, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El retrato de Dorian Gray y Drácula. Estos siniestros personajes surgen en el romanticismo inglés en respuesta a las consecuencias más materialistas del cientificismo radical de la Ilustración. Y la popularidad de la que todavía gozan en el imaginario colectivo es debida a la continuada vigencia del desencantamiento del mundo, pues representan un modo mítico de afrontar el tan humano temor a la absurdidad de la existencia. La extraordinaria proliferación de novelas, series y películas realizadas en los últimos años testimonian el creciente interés por las criaturas de la oscuridad. Así, pese a proseguir su evolución literaria, los no-muertos encuentran su público mayoritario en las pantallas y resultan ser cada vez más ambivalentes, amigables o seductores. Por esta razón, la segunda parte del libro se centra plenamente en el mundo del cinematógrafo. Así, citando más de 150 horror movies y comentando muchos de ellos, se ilustran los profundos cambios a los que las películas tanto de zombis como de vampiros se han visto expuestas en las últimas décadas. En tal discusión se abordan, entre otras muchas cosas, fenómenos sociales como el de los adolescentes seguidores de la saga de Crepúsculo o el éxito de series como Sangre Fresca o Crónicas vampíricas, en los que los chupasangres han conquistado una libertad de la que nunca habían gozado, asemejándose cada vez más al modo en que el hombre actual se piensa a sí mismo.

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Información

Año
2010
ISBN
9788497846103


II
Reflexiones sobre nuestro cine de no-muertos

«Sólo vivo a medias, y esto me llena de un sentimiento de culpa innombrable»
Imre Kertész, Kaddish por un hijo no nacido

La condición posmoderna y los nuevos muertos vivientes

No vamos a volver con la moviola al debate sobre lo que es la posmodernidad y su relación con la modernidad. Vamos simplemente a limitarnos a trazar un mínimo esbozo de lo que creemos que la posmodernidad sea, con la única intención de tener un mínimo retrato robot y no una fotografía digital del fenómeno. Esto nos permitirá avanzar en la indagación acerca de los no-muertos actuales, que, como hemos comentado anteriormente, abundan en nuestras librerías y carteleras, sobre todo en su modalidad más vampírica.
Si rebuscamos entre la literatura de las últimas décadas tenemos múltiples ejemplos del gran éxito de las historias de chupa-sangres. Un selecto elenco serían: las Crónicas vampíricas de Anne Rice,1 una colección de novelas que empezaron a publicarse en 1976 y que están en continua reedición en multitud de lenguas; la conocida tetralogía de Crepúsculo, escrita por Stephanie Meyer,2 de amplio seguimiento en el mundo adolescente; la fantástica novela Déjame Entrar (2004), del escritor sueco John Ajvide Lindqvist; los Misterios de Vampiros Sureños, que engloban ya diez novelas escritas por Charlaine Harris3 durante este siglo XXI los Diarios Vampíricos, de otra autora americana, Lisa Jane Smith,4 que consta ya de seis novelas, pero cuyo número promete aumentarse rápidamente; la reciente novela Nocturna,5 co-escrita por Guillermo del Toro y Chuck Hogan, uno de los fabricantes de best-sellers norteamericanos actuales, que, cómo no, sólo es la primera entrega de la llamada Trilogía de la Oscuridad...6 Éstos no son más que algunos de los best-sellers más conocidos actualmente, pero la lista podría ser interminable.
Sin embargo, como vemos en el título de este capítulo, vamos a optar aquí por centrarnos en el cine, básicamente por la razón ya aducida anteriormente de que la capacidad difusiva del cinematógrafo en nuestros días es ostensiblemente mayor, y más en consonancia con la propia cultura, que la literatura. Prueba de ello es que todos los títulos de sagas vampíricas citados anteriormente son conocidos por el gran público debido a sus plasmaciones cinematográficas y televisivas. Anne Rice le debe parte de su fama a Entrevista con el vampiro y a La reina de los condenados (Michael Rymer, 2002). La niña-vampira sueca, justiciera del bullying en un barrio obrero de Estocolmo, hubiese sido mucho menos conocida sin la magnífica película que es Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008) o su remake internacionalizado^ Let me in (Matt Reeves, 2010). Lo mismo sucedería con el resto, que han entrado por la puerta grande de la popularidad por el hecho de tener su versión televisiva o de celuloide.
Si alberga algo de verdad el dicho de Baudrillard según el cual hemos asesinado a la realidad,7 si creemos al sacerdote situacionista Guy Debord cuando afirma que «esa realidad ahora ya no permanece frente a lo espectacular como algo que le fuese ajeno», sino que «el espectáculo se ha entremezclado con toda realidad, por efecto de irradiación»,8 entonces debemos otorgar a la narración audiovisual un papel cultural preponderante y fijarnos en ella, y en el espectáculo del que participa, para ahondar en qué sea nuestra realidad posmoderna.
Pero no nos vayamos de tema. La posmodernidad suele hacer alusión a un periodo de tiempo que se prolonga ya más de treinta años, que se iniciaría, por escoger una fecha, cuando ésta empieza a tomar conciencia de sí misma, a partir de la publicación de La condición postmoderna (1979), de Jean Frangois Lyotard.9 En dicho libro se proclama el final de los grandes relatos ideológicos y la soledad titánica del hombre frente al sinsentido de la historia. Las grandes explicaciones del progreso estatalistas y/o nacionalistas aportadas por la Ilustración y el Romanticismo, en un intento secularizado de darle al mundo un sentido utópico colectivo, han mostrado ya su falsedad, su incapacidad para cumplir sus propios sueños utópicos.
El hombre posmoderno es, así, un Sísifo dichoso, alguien que es consciente de la banalidad de la existencia y que debe ingeniárselas para sobrevivir, sobrellevando la tragedia lúdicamente. El existencialismo ha sido superado. La angustia individual se intenta combatir con libros de autoayuda, con la psico-farmacopea disponible en el mercado legal e ilegal, y con las múltiples y variadas actividades de reencantamiento de la vida. Necesitamos unas vacaciones, velocidad, experiencias nuevas, hobbies, diversiones, desconexiones, conexiones, dietas saludables, hábitos deportivos, remedios naturales, maría, prozac, unos tiritos, adrenalina...
Lo que sea la posmodernidad lo ha expresado muy claramente el sociólogo Zygmunt Bauman: «la nuestra es una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo.»10 La consecuencia de esto es que, como bien ha afirmado Charles Taylor, el miedo en nuestros días no es a la condenación, sino a la «pérdida de horizonte»,11 a la incapacidad de construir la propia narrativa dentro de la cual la multiplicidad azarosa resuene y signifique. Así, la primera tarea ahora es la de construirse a uno mismo, la de hacerse sin patrón que mimetizar, la de inventarse, poniendo en el mundo un modo de ser propio y auténtico, un relato exclusivo que nos haga aparecer en este mundo acelerado, espectacular y simulado en el que nos desenvolvemos. Como ha expresado claramente Lipovetsky, el que es uno de los ínclitos rapsodas todavía vivos de ese estado de ánimo posmoderno o hipermoderno:
El neoindividualismo no se reduce al hedonismo y al psicologismo, sino que implica cada vez más un trabajo de construcción de sí, de toma de posesión del propio cuerpo y la propia vida. Lo que caracteriza al neoindividualismo es el rechazo prometeico del destino y la invención de uno mismo sin vía social trazada de antemano. 12
Inevitablemente toda esta nueva manera de situarse en el mundo tiene su reflejo correspondiente en el campo artístico. La nueva estética parece buscar la objetividad de su significado en la puesta en sintonía de experiencias. El sujeto aislado y mostrenco deja paso a los flujos de conciencia proustianos, a la multiplicidad de las experiencias, de las cuales el self no es más que una mera característica: que son mías.13 El autor pone en juego algo descubierto en su más específica e irrepetible singularidad, y espera que aquello se expanda en las vivencias de otros. Ningún patrón ni paradigma puede aparecer en el proceso, ya que convertiría en falsa la comunicación. Por eso observamos cómo los géneros literarios son continuamente vulnerados y mezclados, la promiscuidad de estilos se multiplica metastáticamente. Existe una neurosis por ser auténtico y por ser reconocido como tal, ya que ésta es la única posibilidad de verificación de que lo que se está haciendo vale la pena.
En el cine sucede exactamente lo mismo. El séptimo arte, que en sí mismo ya es bastante posmoderno, pues, según Tarkovski, no es más que una escultura de la propia experiencia en el tiempo,14 ha experimentado también algunas transformaciones. A muy grandes rasgos, se ha dicho que los filmes posmodernos se caracterizan por «narrativas inconexas, una oscura perspectiva de la condición humana, imágenes de caos y violencia arbitraria, muerte del héroe, énfasis en la técnica más que en el contenido, y perspectivas distópicas de futuro.»15 Los nuevos rasgos del cinematógrafo son el producto de esa dimensión prometeico-narcisista que aparece cuando hacemos saltar por los aires los metarelatos y su sujeto, considerado el gran epicentro de los humanismos de la modernidad. Éste es el creador de las narraciones hegelianas, es el buscador de sentido institucional y totalitario, la máxima amenaza para la sacrosanta experiencia de la pluralidad y la diversidad, del collage. El más explícito a la hora de anunciar una disolución de ese presunto creador de síntesis o sentidos unificados es Foucault, que afirma:
Por extraño que parezca, el hombre -cuyo conocimiento es considerado por los ingenuos como la más vieja búsqueda desde Sócrates- es indudablemente sólo un desgarrón en el orden de las cosas, en todo caso una configuración trazada por la nueva disposición que ha tomado recientemente en el saber. De ahí nacen todas las quimeras de los nuevos humanismos, todas las facilidades de una «antropología», entendida como reflexión general, medio positiva, medio filosófica, sobre el hombre. Sin embargo, reconforta y tranquiliza el pensar que el hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva.16
Así, frente a las antropologías unitarias, contra los discursos unilaterales que se envisten de derechos a la hora de describir la realidad, se opta por ponerse del lado de las minorías étnicas, raciales, culturales, religiosas, sexuales, porque apoyarlas es abrir espacios y desahogar la claustrofóbica definición de la realidad de los discursos articulados por el poder.
Toda esta nueva y antitética Weltanschauung impregna el nuevo cine en diferentes frentes tanto formales como de contenido, y, por supuesto, aparece claramente en las nuevas películas de terror y, entre ellas, las de vampiros y zombis.
Un primer elemento a comentar aquí es el porqué de la selección natural que se ha producido en la evolución de los no-muertos. La posmodernidad parece privilegiar las cepas vampírica y zombi de esta amplia familia. Es verdad que han aparecido en los últimos años remakes de los padres de los muertos vivientes. Algunos ejemplos de ello son el intento de filmar el verdadero Frankenstein (Kenneth Branagh, 1994) de Mary Shelley, que aporta una mayor fidelidad al original, pero poco más; la intrascendente Mary Reilly (Stephen Frears, 1996), que retrata a una criada (Julia Roberts) que se enamora del doctor Jekyll y su contraparte (John Malkovich); y la igualmente prescindible Dorian Gray (Oliver Parker, 2009), que tampoco introduce ningún elemento nuevo de análisis a la hora de entender mejor nuestra cultura.
Se podría decir que los ancestros del no-muerto sí que encuentran representación en popurrís profundamente posmodernos. Ejemplo de ello es La liga de los hombres extraordinarios (Stephen Norrington, 2003), donde aparecen por lo menos el doctor Jekyll y mister Hyde, y Dorian Gray, junto a otros anti-héroes y héroes individualistas como una Mina Harker convertida en vampiro, el hombre invisible, Tom Sawyer, el Capitán Nemo y Allan Quatermain, que tienen que unir sus fuerzas para derrotar a la amenaza mundial que supone el plan del malísismo El Fantasma. Lo mismo parece suceder en Van Helsing (Stephen Sommers, 2004), donde podemos encontrar a Drácula y sus novias, a Frankenstein y monstruo, a Jekyll y a su Hyde, junto con algún hombre lobo. Siendo cierto que se trata de productos eclécticos, bastante específicos de nuestro tiempo y del tipo de cine que nos ocupa aquí, su interés se escapa bastante de la relación que estos personajes puedan tener con la figura del no-muerto. Se trata más bien de subproductos más relacionados con el puro cine de acción.
Pero, ¿por qué sobreviven mejor los vampiros y los zombis en la posmodernidad que el resto de los no-muertos? La razón inmediata que se nos ocurre al respecto es que sus mecanismos adaptativos son mejores, es decir, que su versatilidad es mayor que la de sus antepasados. Y además, algunos temas estrictamente posmodernos parecen irles como anillo al dedo. En el caso del zombi, por ejemplo, tenemos a una criatura idónea para la crítica a las sociedades de masas. Quizá un poco esperpéntica y demasiado esquemática o simple, ya que la alienación simbólica en un zombi no es más que un secreto a voces, pero al fin y al cabo válida para representar, de un modo extremadamente sencillo, esa amenaza cacotópica que se ha planteado en novelas como Fahrenheit 451 de Bradbury,17 o El país de las últimas cosas de Paul Auster,18 que tanto sobreabundan en nuestras pantallas últimamente. Ejemplo de ello son filmes que recrean futuros catastróficos o distópicos. Algunos de ellos son Doce monos (Terry Gilliam, 1995), Gattaca (Andrew Niccol, 1997), Battle Royale (Kinji Fukasaku, 2000), Avalon (Mamoru Oshii, 2001), El planeta de los simios (Tim Burton, 2001), Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002), Código 46 (Michael Winterbottom, 2003), Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006), La carretera (John Hillcoat, 2009) o El libro de Eli (Albert y Allen Hughes, 2010).
Si nos centramos en los vampiros, la cosa es todavía más evidente. Como nos planteábamos cuando hablábamos de Drácula en la primera parte de este libro: ¿Qué sucedería si al matar a Drácula sobreviviesen todas las criaturas que él ha engendrado a lo largo de los tiempos? La respuesta e...

Índice

  1. Prefacio
  2. I Los orígenes del no-muerto en los clásicos del Romanticismo
  3. II Reflexiones sobre nuestro cine de no-muertos
  4. III Epílogo
  5. Notas
  6. Bibliografía
  7. Películas, documentales y series citadas