La Educación para la Participación en la escuela puede materializarse de múltiples formas, desde una pequeña actividad hasta un proyecto complejo, pasando por la acción cotidiana que se puede llevar a cabo dentro del aula, al compás y al paso del propio proceso de enseñanza-aprendizaje.
Como hemos venido apuntando, la clave fundamental de la Educación para la Participación no será tanto QUÉ hacemos, qué nuevas actividades llevamos a cabo, sino CÓMO impregnamos de participación aquellas actividades educativas que realizamos habitualmente.
Nuestra propuesta, en todo caso, es que las iniciativas de Educación para la Participación se planteen, siempre que sea posible, como parte de un proceso (de un “itinerario”, nos gusta decir, por aquello del camino que se hace al andar), que prime la continuidad y la coherencia de las acciones. Con esta ambición, al menos en la intención, proponemos ahora algunas pistas prácticas que puedan servir para concretar y llevar a cabo la iniciativa.
Diagnóstico inicial
Antes de emprender cualquier iniciativa de Educación para la Participación en la escuela, es necesario realizar un diagnóstico inicial del contexto y las condiciones para llevar a cabo cualquier propuesta.
El propósito fundamental es que la puesta en marcha de los procesos pase por el reconocimiento de la propia realidad y de los límites a los que nos enfrentamos, intentando así trabajar con realismo y evitando futuras frustraciones. O sea, trabajar desde la realidad para transformarla.
En este sentido, es importante definir el punto de partida, tanto para decidir qué tipo de actuación es la más conveniente en cada caso, como para tener claro cuáles son las condiciones iniciales y así poder realizar una evaluación que permita objetivar los posibles avances.
No es lo mismo iniciar un proyecto y proceso de Educación para la Participación en un centro con larga trayectoria en estas materias que en aquellos que están iniciándose, de la misma forma que no es igual contar con el apoyo e impulso de las Asociaciones de Madres y Padres del Alumnado (AMPAS), que carecer de estructuras sólidas de articulación de la participación de madres y padres. Para ello, proponemos, como paso previo, una revisión de cuatro planos que, combinados entre sí, permiten valorar cada realidad:
1. Contextos, características y posibilidades de participación
Nos referimos a “re-conocer” las formas, protagonismo y experiencia que tiene el alumnado en materia de participación, tanto en el aula, el centro educativo como en su propia comunidad. También hace referencia a las cualidades y niveles de participación, así como el carácter vinculante (o no) de la misma.
2. Redes del centro educativo
Hace referencia a la identificación de las conexiones, apoyos y redes existentes en el centro educativo, el nivel de respaldo interno (profesorado, equipo directivo, AMPA, etc.) y externo (asociaciones, servicios municipales, etc.).
3. Experiencia de las personas dinamizadoras
Supone analizar en qué medida las personas que vayan a dinamizar el proceso, ya sean miembros del profesorado, del AMPA o de otras entidades sociales colaboradoras, cuentan con experiencia suficiente para abordar con garantía el conjunto de tareas.
4. Recursos
Revisar y hacer consciente con qué tipo de recursos se cuenta y si son suficientes y adecuados para la puesta en marcha de un proyecto de Educación para la Participación en el contexto concreto de ese centro educativo.
A la hora de planear propuestas de Educación para la Participación, y de realizar una traducción concreta a cada realidad, junto a estos cuatro planos, también debemos tener en cuenta:
■ La especificidad de cada realidad: Ningún manual está diseñado para responder a la realidad de nuestro centro. En cada territorio y situación se producen circunstancias específicas que es necesario tener presentes en nuestra tarea. También son determinantes los lugares físicos, su organización, la distribución de recursos, etc. Debemos imaginar nuestras propuestas en una localización determinada.
■ Los ámbitos educativos: La Educación para la Participación en la escuela pasa por utilizar propuestas de la educación no formal en el contexto formal. Es importante tener esto en cuenta, pues supone un cambio de dinámica a la que las personas participantes y educadoras deben habituarse. Antes de iniciar el proceso esto debe quedar claro para el conjunto de la comunidad educativa.
■ El protagonismo del grupo: Es importante contar con un cierto grado de conocimiento de las personas destinatarias, o al menos darnos el tiempo necesario para conseguirlo. Pensaremos en ellos y ellas cuando repasemos diferentes propuestas didácticas. Es importante probar distintas posibilidades, adaptar aquello que consideremos necesario e incorporar sus visiones y valoraciones.
■ Tener siempre presentes los objetivos de aprendizaje para la participación: Con el desarrollo de una propuesta de Educación para la Participación queremos conseguir un aumento de las competencias del alumnado en habilidades para el trabajo con otras personas y en sus capacidades para transformar el entorno más cercano.
■ Establecer las reglas de funcionamiento del grupo: Antes de iniciar cualquier intervención o, en ocasiones, al comienzo de la misma, recomendamos que se establezcan colectivamente las reglas de juego de forma consensuada con el grupo (como respetar los turnos de palabra, pedir la palabra antes de intervenir, escuchar al resto, cumplir los compromisos adoptados colectivamente, etc.).
Las iniciativas de Educación para la Participación en la escuela se concretan deseablemente en itinerarios, entendiendo por ello un conjunto de actividades y proyectos, metodológicamente coherentes entre sí, que forman una secuencia lógica con el objeto de incorporar las competencias necesarias para la acción colectiva del alumnado.
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