La explicación del comportamiento social
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La explicación del comportamiento social

Más tuercas y tornillos para las ciencias sociales

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La explicación del comportamiento social

Más tuercas y tornillos para las ciencias sociales

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Información del libro

Este libro es una versión ampliada, revisada y autocrítica de Tuercas y tornillos: una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales, obra con la que Jon Elster conquistó la aclamación de la crítica.En veintiséis sucintos capítulos, el autor describe la naturaleza de la explicación en las ciencias sociales; analiza los estados mentales -creencias, deseos y emociones- que son precursores de la acción; hace una comparación sistemática de los modelos de comportamiento basados en la elección racional con explicaciones alternativas; examina las posibles enseñanzas que las ciencias sociales pueden extraer de la neurociencia y la biología evolutiva, y revisa los mecanismos de la interacción social, desde el comportamiento estratégico hasta la toma colectiva de decisiones. Nos ofrece un panorama general de los mecanismos explicativos claves de las ciencias sociales, sobre la base de numerosos ejemplos y el recurso a una amplia variedad de fuentes: psicología, economía comportamental, biología, ciencias políticas, escritos históricos, filosofía y ficción.En un lenguaje accesible y liberado de toda jerga, Elster aspira a la exactitud y la claridad, a la vez que elude los modelos formales. En una provocativa conclusión, defiende el carácter central de la ciencia social cualitativa en una guerra de dos frentes contra las formas blandas (literarias) y duras (matemáticas) de oscurantismo.

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Información

Año
2010
ISBN
9788416572595
Categoría
Sociología

Quinta parteInteracción

La interacción social puede adoptar muchas formas. (1) El resultado, para cada agente, depende de los resultados para otros. Esta interdependencia de los resultados puede manifestarse si el bienestar material o psíquico de otros afecta mi propio bienestar psíquico (Capítulo 5). (2) El resultado de cada uno puede depender de las acciones de todos. Esta interdependencia refleja una causalidad social general (Capítulo 18), ilustrada en fenómenos tales como el calentamiento global (provocado por el hombre). (3) La acción de cada uno depende de las acciones (previstas) de todos. Esta interdependencia es el tema específico de la teoría de los juegos (Capítulo 19 y Capítulo 20), que también integra a su marco los incisos 1) y 2). (4) Las creencias de cada uno dependen de las acciones de todos. Esta interdependencia puede surgir por una diversidad de mecanismos, como la «ignorancia pluralista» o las «cascadas informacionales» (Capítulo 23). (5) Las preferencias de cada uno dependen de las acciones de todos. Esta interdependencia es tal vez el aspecto peor entendido de la interacción social. Si bien abordo algunos aspectos de la cuestión en varios lugares, sobre todo en el Capítulo 22, no propongo una explicación generalizada.
Estas interdependencias pueden aparecer por medio de la acción descentralizada de individuos que no guardan una relación organizada entre sí (Capítulo 24). Sin embargo, gran parte de la vida social está más estructurada. Muchos resultados se producen en virtud de procedimientos de toma colectiva de decisiones, la discusión, la votación y la negociación, por medio de los cuales grupos de individuos llegan a decisiones que son vinculantes para todos ellos (Capítulo 25). Por último, las organizaciones actúan en función de reglas destinadas a armonizar los incentivos a los individuos y las metas del sistema (Capítulo 26).

Capítulo 18Consecuencias indeliberadas

Consecuencias indeliberadas del comportamiento individual

Las cosas no siempre resultan como pretendemos. Muchos sucesos ocurren de manera no intencional. A veces, las causas son triviales, como cuando apretamos el acelerador en lugar del freno o pulsamos por error la tecla de «suprimir». Algunos mecanismos, no obstante, son más sistemáticos. Si bien es muy difícil que haya una «teoría general de las consecuencias indeliberadas», podemos al menos empezar a compilar un catálogo. Considero casos en los cuales las consecuencias no sólo son indeliberadas, sino también imprevistas. Los «efectos secundarios previsibles de la acción» no se buscan por sí mismos, sobre todo si son negativos, pero no los incluiré entre las «consecuencias indeliberadas de la acción».
Esas consecuencias indeliberadas pueden surgir tanto del comportamiento individual como de la interacción social. Comenzando por el primero, podemos utilizar una simple ampliación del marco de los deseos y las oportunidades que hemos expuesto en el Capítulo 9 (véase la Figura 18.1).
Si bien las acciones son configuradas por los deseos (o las preferencias), también ellas pueden configurar estos últimos. Así, además de la consecuencia deliberada de una acción, a veces hay una consecuencia indeliberada: un cambio de deseo. La adicción es un buen ejemplo. Bajo la influencia de drogas adictivas, la gente comienza a descontar más ampliamente el futuro, y debilita de ese modo el efecto disuasivo del perjuicio provocado a largo plazo por la adicción. De haber sido previsto, este efecto podría haber impedido al agente internarse en el camino de la adicción, pero lo común es que no se prevea. Fenómenos similares se observan en situaciones más corrientes. Voy a la fiesta con la intención de tomar sólo dos tragos para poder conducir el auto de regreso a casa, pero luego de la segunda copa mi resolución se disuelve en el alcohol y bebo una tercera. De haberlo sabido, podría haber bebido una sola.
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FIGURA 18.1
Los deseos también pueden ser afectados por una preferencia inconsciente por la novedad o el cambio («la hierba es más verde del otro lado del cerco»). En el cuento de Hans Christian Andersen «Lo que hace el padre bien hecho está», el granjero va al mercado a la mañana a vender o intercambiar su caballo. Al principio se encuentra con un hombre que tiene una vaca, y ésta le gusta tanto que, para hacerla suya, entrega el caballo a cambio. En transacciones sucesivas, cambia la vaca por una oveja, la oveja por un ganso, el ganso por una gallina y, por último, la gallina por un saco de manzanas podridas. Su camino a la ruina está pavimentado de mejoras escalonadas. En cada ocasión el granjero cree quedar en mejor situación gracias al intercambio, pero el resultado neto de todos ellos es desastroso.1
El «efecto de dotación», una implicación de la aversión a la pérdida (Capítulo 12), también ilustra el cambio de preferencias inducido por la elección pero indeliberado.2 Muchos bienes adquieren para el propietario un valor subjetivo más grande que el que tenían antes de comprarlos, como lo muestra el hecho de que su precio mínimo de venta suele superar su precio máximo de compra por un factor que oscila entre dos y cuatro. Habida cuenta de que la mayoría de los bienes se evalúan como una pérdida cuando se renuncia a ellos y como una ganancia cuando se adquieren, y visto que las pérdidas cuentan más que las ganancias de la misma magnitud, eso es lo que la aversión a la pérdida pronostica. Además, los experimentos muestran que los compradores en perspectiva subestiman el precio mínimo de reventa que aceptarían, una demostración de que el cambio de preferencias es efectivamente imprevisto.3 Otro mecanismo que podría producir este «efecto de refuerzo», a saber, la tendencia a ver nuestras elecciones bajo una luz positiva una vez que las hemos hecho, es propuesto por la teoría de la disonancia cognitiva (Capítulo 1).
Para mostrar cómo puede la acción dar forma a las oportunidades de un modo indeliberado e imprevisto, consideremos el caso del pendenciero que es capaz de salirse con la suya en las transacciones con otros porque éstos, por lo común, prefieren ceder a hacerle frente. Tal vez, como consecuencia indeliberada de su conducta, los otros lo eviten, de modo que tendrá menos oportunidades de transacción con ellos. Cada encuentro es para él un éxito, pero cada vez tiene menos encuentros. Esta última consecuencia puede ser no sólo indeliberada e imprevista, sino también inadvertida. A juicio del pendenciero, el matonismo da resultado.4 Aunque advierta los efectos negativos de su comportamiento, quizá persevere en él si los efectos positivos son mayores. De ser así, las consecuencias negativas serán previstas pero no buscadas por sí mismas.
Con frecuencia, la elección de una opción hoy elimina ciertas opciones del conjunto factible mañana. Este efecto puede ser previsto: mi restricción presupuestaria tal vez me permita comprar un automóvil, pero no dos. En ocasiones, sin embargo, es posible que el agente no sepa que la elección tiene consecuencias irreversibles. Un campesino puede tener tierras en las que hay algunos árboles y algunos campos. Con el fin de tener más terrenos de cultivo y madera para quemar, tala los árboles. La deforestación genera erosión, y de resultas el campesino se queda con menos tierra para cultivo que al comienzo. En una serie de ejemplos que examinaré a la brevedad, la erosión puede ser producto de un comportamiento colectivo, en caso de ocurrir, digamos, en los terrenos del granjero si y sólo si tanto él como sus dos vecinos causan una deforestación. Pero también es posible y bastante corriente que un individuo socave por sí solo y sin saberlo sus oportunidades futuras de acción. La culpa recae en un déficit cognitivo: el agente no puede predecir las consecuencias futuras del comportamiento presente. En otros casos, la culpa recae en un déficit motivacional: el agente atribuye escaso peso a las consecuencias futuras (conocidas y seguras) en comparación con las ganancias inmediatas (Capítulo 6).

Externalidades

Querría ahora ocuparme de las consecuencias indeliberadas de la interacción, un tema que fue una de las ideas clave en los comienzos de las ciencias sociales. Según la memorable frase de Adam Ferguson, la historia es «el resultado de la acción humana, pero no la ejecución del designio humano». Su contemporáneo Adam Smith se refirió a una «mano invisible» que da forma a los asuntos humanos. Medio siglo después, Hegel invocó la «astucia de la razón» para explicar el progreso de la libertad en la historia. Más o menos en la misma época, Tocqueville planteó, de manera similar, la idea de que en el progreso de la democracia, «todos los hombres la han ayudado con su esfuerzo: los que tenían el proyecto de colaborar para su advenimiento y los que no pensaban servirla; los que combatían por ella, y aun aquellos que se declaraban sus enemigos». Unos años más adelante, Marx aludió a la «alienación» del pueblo con respecto a su propia acción, y afirmó que «esta plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de nuestros propios productos en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior».
Entre estos autores, sólo Adam Smith y Marx presentaron mecanismos específicos para la producción de consecuencias indeliberadas. En un lenguaje moderno, destacaron que las externalidades del comportamiento pueden agregarse para generar resultados no deliberados ni previstos por los agentes. En una forma estilizada, imaginemos que cada uno de muchos agentes idénticos emprende cierta acción para promover sus intereses. Como subproducto de esa acción, también impone un pequeño coste u otorga un pequeño beneficio (una externalidad negativa o positiva) a cada uno de los restantes (y a sí mismo). Cada agente, entonces, es el blanco de muchas de esas acciones. Mediante la adición de los efectos y, luego, la adición de la suma al beneficio privado del agente causado por su acción, llegamos al resultado final que los agentes generan por intermedio de sus acciones. Como suponemos que son idénticos, sus estados iniciales, los estados que cada uno de ellos pretende provocar y los estados que producen colectivamente pueden representarse por un único número, x, y y z, respectivamente.5
Supongamos en primer lugar que z > y > x, una externalidad positiva. Ése era el principal interés de Adam Smith: cuando un agente dirige su
industria de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su propia ganancia; pero en éste como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no forme parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, él promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios.
En la competencia en el mercado, el objetivo de cada empresa es obtener una ganancia gracias a producir más barato que sus rivales, pero al actuar de ese modo también se benefician los clientes. Éstos, en su carácter de trabajadores o administradores, podrían asimismo encontrarse en condiciones similares de beneficiar a otros a través de sus esfuerzos competitivos. El resultado ha sido un espectacular crecimiento secular. Previsto o imprevisto, es indudable que el efecto «no formaba parte» de sus intenciones.
Supongamos a continuación que y > z > x, una externalidad negativa débil. Los agentes están mejor como resultado de su esfuerzo, pero, debido a los costes que se imponen unos a otros, no tanto como esperaban. La gente que viaja a diario a su trabajo en auto quizás esté mejor de lo que lo estaría si utilizara el transporte público, en caso de que éste se encuentre en malas condiciones, pero los atascos y la contaminación le impiden beneficiarse en la medida esperada. Si la externalidad es un producto de los atascos, es muy difícil que quienes la padecen omitan advertirla. En cambio, si es un producto de la contaminación, podría pasar algún tiempo antes de que las personas entendieran que se perjudican unas a otras, en vez de ser víctimas de (pongamos por caso) la contaminación fabril.
Supongamos para terminar que y > x > z, una externalidad negativa fuerte. Todos los agentes están peor como resultado de que todo el mundo trata de estar mejor. Ésta fue una de las principales acusaciones de Marx contra la economía capitalista descentralizada. Su explicación fundamental de las crisis capitalistas, la «teoría de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia», tenía esa estructura general. Para mantener o incrementar las ganancias, sostenía Marx, cada capitalista tiene el incentivo del reemplazo de la mano de obra por maquinarias. Sin embargo, cuando todos los capitalistas llevan a cabo ese reemplazo de manera simultánea, serruchan colectivamente la rama en la que están sentados, dado que el origen último de la ganancia es la plusvalía generada por la mano de obra. El argumento es seductor, pero un análisis más detenido demuestra que es erróneo desde todo punto de vista. Más interesante es otra observación que Marx hizo de pasada y que luego se convirtió en una piedra angular de la teoría del desempleo elaborada por John Maynard Keynes. Cada capitalista, señalaba Marx, tiene una relación ambigua con los trabajadores. Por un lado, quiere que los trabajadores que él emplea tengan bajos salarios, pues esto contribuye a elevar las ganancias. Por otro, quiere que todos los demás trabajadores tengan salarios altos, dado que esto contribuye a elevar la demanda de sus propios productos. Aunque cualquier capitalista en particular tenga la posibilidad de satisfacer ambos deseos, es lógicamente imposible que todos los capitalistas puedan hacerlo al mismo tiempo. Ésta es una «contradicción del capitalismo» que Keynes expresó del siguiente modo. En una situación de caída de la ganancia, cada capitalista responde con el despido de obreros, y de esa manera ahorra en salarios. No obstante, como la demanda de los trabajadores es lo que directa o indirectamente sostiene las empresas, el efecto del despido simultáneo de obreros por parte de todos los capitalistas será una reducción adicional de las ganancias, que conducirá a más despidos o quiebras.
Hay muchos casos de este tipo general. La sobrepesca, la deforestación y el pastoreo excesivo («la tragedia de los pastos comunes«) pueden ser individualmente racionales, pero menos que óptimos y hasta desastrosos en el plano colectivo. Si cada familia de un país en vías de desarrollo tiene muchos hijos como seguro contra la pobreza en la vejez, la superpoblación generará más pobres. En una crisis de escasez de agua, cada individuo que la utiliza para finalidades no esenciales provoca un leve ascenso en la probabilidad de que las autoridades decidan cortar el suministro durante unas horas por día, con lo cual se afectarán también finalidades esenciales. Estas consecuencias pueden o no ser previstas. Un rasgo crucial de esta categoría de consecuencias indeliberadas es que, aun cuando se las prevea, el comportamiento será el mismo. Como explico en el próximo capítulo, se trata de una estrategia dominante: es racional escogerla con prescindencia de lo que hagan los demás.

Internalidades

Un argumento parcialmente similar es válido para las «internalidades», definidas como el beneficio o el perjuicio que la elección de una persona en un momento dado puede provocar sobre el bienestar que ella misma obtiene en virtud de elecciones posteriores. Metafóricamente hablando, las internalidades son externalidades que una persona impone a sus «selves ulteriores». En el examen de la custodia de los hijos resumido en la Figura 11.3, sostuve que el tiempo pasado con el niño genera una internalidad positiva en el progenitor. La adicción representa un ejemplo importante de internalidad negativa. Cuanto mayor haya sido en el pasado su consumo de una sustancia adictiva, menos placentero será para la persona el consumo presente. Este efecto de «tolerancia» también puede producirse con bienes no adictivos. Aunque nos encante el helado de pacana, es probable que nos hartemos si lo tomamos cinco veces por día. En la adicción, sin embargo, el consumo pasado tiene un efecto adicional. Si bien hace que el consumo actual sea menos placentero de lo que sería si el agente no hubiera consumido en el pasado, también aumenta la diferencia de bienestar entre el consumo y el no consumo presentes («retirada»). En la Figura 18.2 se verá una representación esquemática.
Así, independientemente de que se haya abstenido o haya consumido en el pasado, en el presente el agente está mejor si consume que si no consume. El consumo es una estrategia dominante. Al mismo tiempo, un consumo reiterado lo pone en todo momento (salvo unas pocas veces al comienzo) en peor situación que la abstención reiterada, del mismo modo que la estrategia dominante de tener muchos hijos puede empeorar la situación de todos. Hay, desde luego, diferencias evidentes entre las externalidades y las internalidades. Una es la asimetría temporal: en tanto que todos los individuos pueden perjudicarse unos a otros, los selves ulteriores no pueden perjudicar a los selves anteriores. Otra diferencia es el hecho de que los selves sucesivos sólo son en realidad fragmentos temporales de un único decisor, mientras que los diferentes individuos no son partes espacialmente distintas de un superorganismo. Una vez que la persona (la única) comprende que sus elecciones presentes ejercen un efecto negativo sobre el bienestar que puede obtener en virtud de elecciones posteriores, tiene un incentivo para modificar su comportamiento. Que el incentivo tenga la fuerza suficiente dependerá de la gravedad de ...

Índice

  1. Prefacio
  2. Introducción
  3. Primera parte: Explicación y mecanismos
  4. Segunda parte: La mente
  5. Tercera parte: Acción
  6. Cuarta parte: Lecciones de las ciencias naturales
  7. Quinta parte: Interacción
  8. Conclusión: ¿Es posible la ciencia social?
  9. Proverbios y máximas citados