Fidelidad precaria
eBook - ePub

Fidelidad precaria

Reflexiones sobre una experiencia común

  1. 128 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Fidelidad precaria

Reflexiones sobre una experiencia común

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Cada uno de nosotros vivió la fidelidad o no de muchas personas, aquí la vemos encarnada en distintos personajes de la Biblia. Es "precaria" porque encierra una fragilidad muy humana.Las reflexiones siguientes giran en torno a experiencias que hacemos con frecuencia. Son "comunes" en un doble sentido: porque somos muchos los que las compartimos, y porque pertenecen a la vida cotidiana, no tienen nada de raro o inusual. Una de estas experiencias es la de la fidelidad con todos los componentes que la acompañan.¿Por qué nos decidimos por este tema? Porque no es solamente un tema a tratar, sino que está referido a una experiencia de capital importancia en la vida de cada persona que el paso del tiempo permite calibrar cada vez mejor.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Fidelidad precaria de Horacio Lona en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Comentario bíblico. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9789877620719
Edición
1

VII. Pedro: la fidelidad y la decepción

1. Un tal Simón, hijo de Juan. Como en la historia de José de Nazaret, también con Simón se podría comenzar en forma muy convencional: “Había una vez un pescador en el lago de Galilea, Simón, hijo de Juan…” A diferencia de José, habría que decir que su historia sigue de un modo igualmente convencional hasta que se encuentra con un desconocido a orillas de lago. Y entonces las cosas cambian. Pero hasta ese momento pasan varios años. ¿Quién era este Simón?
Originariamente era de Betsaida (Jn 1, 44), una pequeña aldea de pescadores situada al noreste del lago de Galilea, junto a la desembocadura del río Jordán. Más tarde, su lugar de residencia fue Cafarnaúm, otra aldea de pescadores en la orilla noroeste del lago de Galilea, a pocos kilómetros de distancia de Betsaida.
Los dos poblados tienen que ver con su profesión, ya heredada de Juan, su padre (Mt 16, 17): era pescador (Mc 1, 16). Por su trabajo pertenecía a una clase media modesta. No era un jornalero que dependía cada día del trabajo que le podía ofrecer algún otro, sino que era independiente. Poseía un bote como instrumento de trabajo y, de este modo, estaba protegido del hambre y de la necesidad extrema. Junto con su hermano Andrés formaban una pequeña “sociedad familiar” que les aseguraba la subsistencia. Según Lc 5, 10 tenían a los dos hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, como “compañeros”.
Ambos habitaban en la misma casa en Cafarnaúm (Mc 1, 29). Simón había fundado una familia (Mc 1, 30). Sobre Andrés no tenemos ninguna información, pero, dadas las costumbres sociales, hay que suponer lo mismo. Más tarde, cuando Simón abandone su hogar para entregarse a la divulgación del mensaje de la fe en las vastas fronteras del imperio romano, su esposa le hará compañía (cfr. 1Cor 9, 5).
De acuerdo a lo que sabemos sobre Simón, no hay nada extraordinario en su vida que él no compartiera con los otros pescadores de las pequeñas aldeas existentes en las orillas del lago de Galilea. Estaba integrado en una sociedad de gente sencilla, sin el bagaje cultural y económico como para aspirar a cambios notables en su vida, que cumplía sus deberes religiosos como era la costumbre en un pueblo galileo.
Vivían en un horizonte estrecho, pero posiblemente estaban conformes con lo que tenían. La seguridad y el orden que les brindaba el contexto geográfico y social compensaban lo que podían sentir como limitación.
2. De Simón, hijo de Juan, a Cefas. No conocemos las circunstancias históricas concretas en las que Jesús llamó por primera vez Cefas a Simón, hijo de Juan. Cefas quiere decir “roca”, “piedra”. El vocablo original arameo es “Kephás”, y fue traducido al griego con “Pétros”, más tarde al latín con “Petrus”, y de aquí se deriva el castellano “Pedro”. Como se ve comparando Mt 16, 17-18, que es la versión más conocida, con Jn 1, 43, los datos son diferentes y no permiten ninguna reconstrucción. Lo único cierto es que Jesús alguna vez le dio a Simón un nuevo nombre. Pensar que esto es una historia inventada en alguna comunidad cristiana supone una reconstrucción de los hechos que exige demasiado de la fantasía creativa de los primeros cristianos. Después de que Simón negara tres veces ante una criada del sumo Sacerdote conocer a Jesús (Mc 14, 66-72), es muy improbable que los cristianos hayan inventado la escena con la imposición del nuevo nombre, y que este haya sido nada menos que “Cefas”.
Para la mentalidad semítica el nombre de una persona no es una designación puramente exterior como un rótulo o una etiqueta que se pueden cambiar según la conveniencia. El nombre tiene algo que ver con lo más íntimo de la persona que lo lleva, y un cambio va unido muchas veces a una nueva determinación en la historia del individuo. Como lo dice Gn 17, 5: No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido.
¿Qué pudo haber movido a Jesús a llamar “Cefas” al que hasta entonces había llevado el nombre Simón? No hay ningún otro ejemplo de alguien que haya sido llamado con ese nombre, pero a pesar de esta singularidad al traducir el término con “Pétros” se lo entendió como nombre propio.
Buscamos una respuesta en una simple constatación de orden sociológico. Cuando se forma un grupo que no tiene una estructura reglamentada, gradualmente va naciendo un cierto orden jerárquico en base a las aptitudes de los individuos que componen el grupo. A veces ocurre que una votación posterior confirma lo que ya se había estado viviendo al interno del grupo.
En varios textos de los evangelios aparece Simón Pedro tomando la palabra o contestando en nombre de los otros discípulos (Mc 8, 29.32; 9, 5; 10, 28; 14, 29). Creemos que este liderazgo natural de Simón Pedro fue confirmado por Jesús cuando lo tomó aparte en algunas ocasiones junto con Santiago y Juan (Mc 5, 37; 9, 2; 14, 33), distinguiéndolo así del resto de los discípulos.
Si este es el trasfondo del nombre dado por Jesús a Simón, no hay que ver en el hecho el anuncio de una función especial de Simón para el tiempo después de la muerte de Jesús. El nuevo nombre es el reconocimiento del papel directivo – nacido en la dinámica propia del grupo – que jugaba Simón en medio de los discípulos.
Diversos acontecimientos en el tiempo siguiente hicieron que la persona de Simón y el nombre que le diera Jesús adquirieran un perfil que nadie podía predecir en el comienzo de su encuentro con Jesús.
3. Simón Pedro y la confesión mesiánica. De acuerdo a Lc 3, 23, Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su actividad pública. El ambiente social que hemos descrito hablando de la persona de Simón, el hijo de Juan, corresponde al de los otros que Jesús llama para que lo sigan. Son doce hombres que representan a las doce tribus de Israel, es decir, son el “nuevo” Israel que se constituye en torno a la persona de Jesús para anunciar la llegada del Reino de Dios.
No es un grupo de jovencitos entusiastas, sino de hombres que tienen su oficio y su familia. Lo que dice Pedro no es exagerado: Lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Mc 10, 28). Mirado en sí mismo, no era mucho lo que habían dejado, pero para ellos era todo: el trabajo, la familia, la protección social que da el arraigo.
Si preguntamos por el motivo que impulsó a estos hombres a tomar una decisión de tanta envergadura, habrá que reconocer que las causas pudieron ser distintas de acuerdo a las historias personales de cada uno de ellos. Pero en un ambiente socialmente tan homogéneo como el que aquí postulamos tienen que haber también motivos comunes, válidos en una medida u otra para todos ellos. Destacamos dos:
1. La atracción fascinante de la persona de Jesús:
Es difícil explicar el fenómeno, pero es fácil constatarlo. Hay personas que ejercen una atracción sobre los que se encuentran con ellas a la que no es fácil substraerse. Es algo como un carisma personal lo que les da esta nota especial que hace que no olvidemos el tiempo pasado en común y vuelve imborrable su memoria si es que nos han dejado para siempre.
Esto no quiere decir que el fenómeno esté libre de ambigüedades. Es posible constatar la atracción que ejerce una persona, pero queda la pregunta sobre sus intenciones al ser consciente de la influencia que tiene sobre los que lo escuchan y siguen.
La cuestión gana en importancia cuando se forman grupos religiosos o políticos por la atracción de alguien que se vuelve el conductor del movimiento gracias a la fuerza de atracción personal que ejerce sobre los integrantes del grupo.
Los relatos de llamado y seguimiento transmitidos en los evangelios corresponden más a la intención de ser ilustrativos con respecto al significado de seguir a Jesús que a la de describir los hechos tal como se fueron dando. En la escena que describe Mc 1, 16-20 Jesús llama a los primeros discípulos. Primero a Simón y a su hermano Andrés, luego a Santiago y a su hermano Juan. A la orden: Vengan conmigo, todos ellos reaccionan como autómatas: dejan inmediatamente sus redes y siguen a Jesús.
Su respuesta no es verosímil. ¿Cómo iban a abandonar todo lo que tenían para seguir a un desconocido que los llamaba a seguirlo, sin saber ni siquiera el objetivo que perseguía al formar con ellos un grupo dispuesto a vivir como marginados sociales?
Se podrían agregar otras preguntas para hacer ver que la narración no tiene visos históricos, sino que quiere ser ejemplo del carácter incondicional y perentorio del llamado de Jesús, al que el creyente tiene que responder con su propia existencia.
Pero hay un núcleo histórico que no se puede negar: aunque los orígenes en la formación del grupo de discípulos haya sido diferente a lo que se narra en estos textos, lo cierto es que Simón y sus compañeros tomaron una decisión radical, aceptaron el llamado de Jesús, abandonaron lo que poseían y lo siguieron.
Junto a la atracción fascinante de la persona de Jesús hay otro factor unido estrechamente a ella que tiene mucho que ver con el clima político y religioso imperante en la Galilea de aquellos tiempos.
2. La expectativa mesiánica:
En el mundo antiguo, las esferas de lo político y de lo religioso estaban unidas por fuertes vínculos. Israel no era ninguna excepción al respecto. Lo dicho en el Cap. II (cfr. 1. Los inicios de la monarquía en Israel y el problema del poder) confirma la regla y no necesita ser repetido aquí.
En tiempos de Jesús, la expectativa mesiánica había cobrado gran vigor. Uno de sus contemporáneos es un tal Judas, apodado “el galileo” por su origen en la región norte de Palestina, a quien se le atribuye la iniciativa para la formación de un grupo que se autodenominaba “los celosos”, o “zelotas”, que perseguía una finalidad claramente nacionalista y religiosa: querían liberarse de la denominación romana basándose en el antiguo principio teocrático de que sólo Dios debe reinar sobre Israel.
El movimiento es restaurativo porque se orienta al ideal monárquico de que Dios reina sobre Israel representado por un rey, como lo hiciera en los tiempos de David y de sus sucesores. Esperaban que Dios enviara a su “Ungido”, es decir, al Mesías, pero estaban comprometidos en la lucha armada en contra de los romanos para crear las condiciones propicias para que Dios cumpliera su designio. El Mesías sería reconocido como tal por su empeño y su éxito en la tarea de convertir a Israel en un reino independiente.
No sólo el origen galileo, sino también el anuncio de la llegada del Reino de Dios en labios de Jesús favorecían que su movimiento pudiera ser mirada como un grupo cercano a los zelotas. Bastaba entender la categoría de “Reino de Dios” en forma literal para ver su concreción en una dimensión político-religiosa, que exigía la expulsión del poder romano de los límites geográficos de Palestina
Con esto no afirmamos que Jesús haya sido zelota, sino que el centro de su mensaje podía ser interpretado en clave zelota. Una prueba segura de esto la tenemos en el hecho de que uno de sus discípulos era Simón “el Cananeo” (Mc 3, 18) (9), que no quiere decir que había nacido en Caná de Galilea, sino que era un “kanean”, un “zelota” en arameo.
Los discípulos tuvieron que haber advertido que Jesús no perseguía un fin político con sus palabras y con sus obras. Si hubiera tenido una intención cercana a la de los zelotas, la opción más convincente era la de unir fuerzas con ellos y comenzar con acciones comunes. El que exige la renuncia a la violencia como actitud fundamental – al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra (Mt 5, 38) –, no puede embarcarse en un proyecto político que incluye necesariamente la confrontación armada con una potencia muy superior.
Pero de aquí no se debe deducir que la imagen que los discípulos se habían formado de Jesús estaba libre de los componentes de poder político que pertenecían a la esperanza mesiánica propia de la tradición judía. Educados en un ambiente social de poca envergadura, con los correspondientes elementos religiosos, no tenían posibilidades de superar las categorías y expectativas de sus contemporáneos. Y en ellas la imagen del Mesías victorioso estaba firmemente afincada como expresión de la propia fe y esperanza.
Una escena en la que Simón Pedro juega un papel importante es reveladora. Mc 8, 27 la sitúa en Cesarea de Filipo, en el norte de Galilea, junto a las fuentes del Jordán. Allí, Jesús pregunta a los discípulos sobre la opinión que tenía la gente sobre su persona. Después de escuchar las respuestas, los enfrenta con la pregunta decisiva: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Mc 8, 27). Simón Pedro toma la palabra en nombre de todo el grupo y confiesa: Tú eres el Cristo (Mc 8, 29).
La reacción de Jesús no deja en claro si es que acepta estas palabras, o las rechaza o las corrige. Sólo pide a los discípulos que no hablen sobre él.
La escena que sigue echa luz sobre las palabras dichas. Después de que Jesús anuncia el rechazo de su persona por parte de las autoridades judías, su sufrimiento y su muerte (Mc 8, 31), Simón Pedro se atreve a reprender al Maestro por sus afirmaciones (Mc 8, 32). Al atrevimiento del discípulo corresponde el rechazo inusitadamente violento en la respuesta de Jesús: Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres (Mc 8, 33).
Es obvio que Jesús no se refiere a la reprimenda que ha escuchado de Simón Pedro, sino a la confesión de que lo proclamaba como Cristo. Si con sus palabras el discípulo se comporta como un Satanás que no piensa como Dios, hay que concluir que su confesión contenía algo profundamente equivocado, que Jesús bajo ningún concepto estaba dispuesto a aceptar.
La reacción de Simón Pedro ante el anuncio de Jesús del fracaso y del rechazo de su misión brinda la clave para entender la escena. Lo que el discípulo considera inaceptable es la concepción de un mesías que no actúa de acuerdo a su poder y dignidad y se entrega en manos de sus enemigos. El anuncio de que Jesús iba a resucitar al tercer día de entre los muertos no era ningún consuelo ni podía convencerlos de que sus esperanzas se cumplirían en la persona de un mesías débil y derrotado.
En esta interpretación de la confesión de Simón Pedro no creemos que la escena descrita en Mc 8, 26-33 refleje fielmente la situación histórica. Lo que se puede salvar como núcleo histórico es la confesión del mesianismo de Jesús en labios del discípulo como representante del grupo, y la respuesta de Jesús. Cuando se escriben los evangelios, nadie hubiera tenido la audacia de poner en labios de Jesús la palabra “Satanás” para designar a Simón Pedro, cuando ya todos sabían de su muerte como testigo fiel en Roma. La escena se explica si es que ha quedado una reminiscencia histórica que tampoco se quiso ocultar, por más duras que sonaran las palabras.
Hay que contar con que la valoración que hizo Simón Pedro de la persona y misión de Jesús no era su opinión personal, sino también la de los otros discípulos. Esta es la base que permite comprenderlos al llegar la hora de la decepción.
4. La hora de la decepción. A excepción del evangelio de Juan, que narra ya en el segundo capítulo el primer viaje de Jesús a Jerusalén (Jn 2, 12-13), los evangelios sinópticos cuentan con una sola “subida” a Jerusalén en la vida pública de Jesús, y acentúan la actividad en Galilea (10).
Es mucho lo que ha sido propuesto como causa de este viaje, pero la explicación más convincente sigue siendo la que argumenta con la intención de Jesús proclamar la llegada del Reino también en la ciudad de David. Jerusalén es el lugar del conflicto y de la prueba de su mesianismo.
Para los discípulos que habían acompañado a Jesús en sus caminatas en las inmediaciones del lago de Galilea, pero que no habían estado antes junto con él en centros urbanos importantes, el viaje a Jerusalén tuvo que tener un significado particular. Así como otros galileos habían exigido de Jesús un signo legitimante y no lo habían recibido (cfr. Mc 8, 11-12; Mt 16, 1-4), del mismo modo los discípulos esperaban que Jesús manifestara abiertamente su investidura mesiánica. La llegada a Jerusalén confirmaba sus expectativas. Las exclamaciones de la multitud: ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! (Mc 11, 10), tenían un fuerte tono mesiánico.
Jesús era aclamado como el hijo de David, el Mesías esperado que había alimentado la esperanza de Israel durante siglos.
La expulsión de los vendedores del templo (Mc 11, 15-19) fue otra demostración de poder ante las autoridades judías representadas por...

Índice

  1. Portada
  2. Fidelidad Precaria
  3. Portadilla
  4. índice de contenido
  5. Lagales
  6. Introducción
  7. I. Abraham: La seguridad a cualquier precio
  8. II. David: El poder y el deseo
  9. III. Jeremías: la fidelidad puesta a prueba
  10. IV. Jonás: el profeta que no quería ser profeta
  11. V. José: la fidelidad en silencio
  12. VI. La samaritana: una mujer en búsqueda
  13. VII. Pedro: la fidelidad y la decepción
  14. VIII. “¡Sé fiel hasta la muerte!” (Ap 2, 10). Entre la fidelidad y el fanatismo