Missak
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Missak

  1. 238 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Índice
Citas

Información del libro

La resistencia francesa contra la ocupación nazi convocó a partisanos de diversos grupos, predominando socialistas, comunistas, judíos e inmigrantes antifascistas de distintas nacionalidades. Esta novela relata la historia de uno de ellos: Missak Manouchian y la red de resistentes que dirigía.

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Información

Editorial
LOM Ediciones
Año
2020
ISBN
9789560012593

Capítulo 1

Willy fue a estacionar su motoneta cerca de la orilla, frente a la fachada del Floréal. El frío entumecía la punta de sus dedos, a pesar de los guantes de aviador encontrados en una tienda de ropa americana en el portal Saint-Ouen. Se cruzó de brazos y deslizó sus manos bajo sus axilas, mientras Louis Dragère, el periodista con el que estaba haciendo equipo y que acababa de hacerle una seña a través del vidrio empañado, se tomaba su café. El joven salió, sujetó los resortes del sillín para poder sentarse en el portaequipaje con las piernas separadas por las alforjas llenas con el equipamiento de Willy, y tembló al entrar en contacto con el metal congelado. Hizo un nuevo esfuerzo al inclinarse hacia el casco de cuero que recubría la cabeza del conductor.
–Hola, Willy... Pensaba que iban a estar ahí, pero hubo un cambio de planes... nos esperan en les Folies, en Belleville bajo, al lado del cine. ¿Ubicas dónde es?
–Sí, tomo la calle Julien Lacroix. Ya estoy empezando a conocer el barrio.
Willy enganchó la primera velocidad. Los temblores del motor hicieron vibrar la patente, que tenía forma de cresta de hurón y se encontraba en el guardabarros delantero. Él mantenía la máquina treintañera con cuidado, sin lograr rellenar los agujeros de aire que frenaban la aceleración apenas la temperatura se volvía negativa. Tenía los medios para adquirir una de esas nuevas serie Z que hacían milagros en el Bol d’Or, pero no se decidía a separarse de su antigua compañera. La moto era lo único que le quedaba del taller de su padre, una tienda de fotógrafo del boulevard Rochechouart que tuvo que rematar a pérdida algunos meses antes del Frente Popular, cuando su enfermedad había empezado. Abandonando las fotos de matrimonio, Willy había preferido meterse en los cortejos, igual de alegres y determinados, que se habían tomado las calles de París. En algunos meses se había especializado en los reportajes de las uniones más importantes que se publicitaban en lo que quedaba de Europa libre e incluso en América. Antes del joven periodista, varias decenas de amigos se habían ido sobre el portaequipaje, en salidas a los bosques a la orilla del Marne. Luego, la tormenta se desató y las fuerzas de la naturaleza quedaron sueltas. Se acordaba, con una punzada en el corazón, de aquellos a los que solo podía unirse con su recuerdo: la resplandeciente Gerda Taro, aplastada por un tanque en la batalla de Brunete, en España... Endre Ernô Friedmann, su amado, a quien ella le inventó el seudónimo de Robert Capa, y que acababa de ser despedazado, hace seis meses, por una mina, en Tonkin...
Willy cerró rápidamente los ojos para poder alejar a sus fantasmas. Disminuyó la velocidad para girar a la derecha a través de la calle de Belleville, evitando andar en zonas muy brillantes donde llegaban a reflejarse las luces amarillas del alumbrado. Los transeúntes, embutidos en abrigos abultados, se amontonaban alrededor de los puestos antes de desaparecer en los pasillos y los corredores de los edificios. Otros iban a apoyar los codos en la barra de un café para aprovechar el calor que les hacía falta en su departamento. Tres jóvenes escuálidos hacían circular un cigarrillo poniéndose a cubierto del viento detrás de un afiche publicitario que anunciaba la proyección de Pane, amore e fantasia. El más esbelto se separó del grupo apenas vio la moto. Se acercó a la calzada poniendo la punta de sus zapatos hacia adelante. El resto del cuerpo la siguió como atravesado por una onda, las piernas se desplegaban una al lado de la otra, las caderas se soltaban y la espalda contoneaba, dándole aspecto de felino. Levantó la mano al reconocer a Dragère, y dirigió al equipo hacia un pórtico. Un pasaje estrecho conducía a un vasto patio interior sumergido en la oscuridad. Estallidos de voces y fragmentos de juegos radiofónicos flotaban en el aire húmedo que olía a sopa y fritura. El periodista bajó primero. Esperó a que Willy pusiera la pata de la moto para presentar a Georges Malewski, gracias a quien había negociado el encuentro con la banda de los Fauch’man.
–Es Jojo, del que te hablé...
El fotógrafo se sacó sus guantes, pausadamente, para darle la mano.
–¿Usted es el que trabaja como torneador en Givet, en la plaza Voltaire?
–Sí. Mi padre también trabaja ahí, pero él trabaja en el corte...
–Por lo que creí entender, deberíamos poder hacer un reportaje en la fábrica... ¿Están todavía de acuerdo?
Esbozó una mueca mientras pasaba sus dedos separados por su densa melena.
–No había problemas la semana pasada, aunque desde hoy día se ha vuelto un poco más complicado. Para la grifería, habíamos quedado en doscientas piezas por hora, y de repente, sin avisar, nos hacen pasar a doscientos veinte... estamos peleando, y el jefe que antes teníamos en la palma de nuestra mano va a estar obligado a volver a abrir los ojos... hay que esperar...
–Bueno, ustedes vean...
Los otros jóvenes los habían alcanzado. Se dirigieron juntos hacia el fondo del patio, donde estaban apilados los basureros de los edificios que los rodeaban dibujando un rectángulo alargado en el cielo huérfano de estrellas. Unos gatos interrumpidos en su comida se alejaron maullando, acompañados por un ruido de tapas cayendo. Habiendo llegado cerca del muro, Malewski, ayudado por uno de sus compañeros, movió una placa de lata que escondía una especie de tragaluz por el cual un hombre de corpulencia media podía pasar.
–Es la única forma de entrar a nuestro escondite. Tienen buen perfil. Voy a pasar primero para abrir el camino. Los otros ya llegaron; nos están esperando.
El periodista se adentró siguiéndolo, poniendo sus suelas, tanteando, sobre las barras invisibles de una escalera cuya madera crujía al menor movimiento. Un olor a hollín y tierra mojada subía desde el suelo. Tendió el brazo hacia la apertura para recibir las cámaras fotográficas de Willy y lo guio gradualmente sosteniéndole el tobillo. Se dispusieron en un pasillo en fila india, a lo largo de ciertos metros, antes de que Jojo empujara una puerta armada con planchas mal ajustadas. La gran ampolleta que se balanceaba en un extremo de su cable hacía nacer sombras fugitivas en los rostros de unos veinte jóvenes niños sentados alrededor de una mesa de cantina. Georges Malewski se levantó sobre las puntas de sus pies para deslizarse hacia el sillón de cuero dañado, destinado al jefe. Carraspeó su garganta varias veces para captar la atención.
–Como les había explicado en nuestra última reunión, el diario L’Humanité está interesado en nuestras actividades. Debería publicar toda una serie de reportajes sobre las pandillas de jóvenes que se organizan en París y su región. Los Peignotins del XV, los Cols Roulés de Montmartre, los que quedan de los Floréal...
Jojo saboreó los silbidos que recibieron la evocación de la pandilla rival. Hizo durar el placer antes de retomar.
–Los Floréal, estuvimos juntos durante seis meses, pero terminaron creyendo que, como vivían en las alturas, éramos sus inferiores... La única diferencia es que aquí tenemos menos dinero en los bolsillos. ¡Es por eso que nos bautizamos los Fauch’man, los «sin un peso»! El compañero periodista que vino hoy se llama Louis Dragère, y normalmente escribe sobre varios hechos... está acompañado...
Dirigió su mirada al fotógrafo, al que trató de usted.
–Disculpe, no conozco su nombre...
–Willy Ronis. Haga como si yo no estuviera aquí.
Louis Dragère tomó la dirección de las operaciones, pidiendo a todos los jóvenes reunidos en torno a la mesa que se presentaran. Anotaba incluso el menor detalle en su libreta, los apellidos y los sobrenombres, las direcciones de sus trabajos, las calificaciones, las señas distintivas. Yves Maingam, fletero en Guillaumet; Serge Crescente, llamado Tic-Tac, aprendiz de relojero (con pecas); Victor Rombaut, llamado Gavroche, pintor de construcción; Jacques Richard, llamado Haut et Bas, eléctrico en Roux y Combaluzier (bigote delgado al estilo de Errol Flynn); Léon Herment, alias 40 de fièvre, aprendiz de matarife en la Villette...
Un cuarto de hora más tarde era como si el periodista hiciera parte de la pandilla desde su creación. Ya no era necesario hacer la menor pregunta, una confianza llevaba a otra, y cuando el silencio amenazaba, las risas servían de transición.
–¿Se reúnen a menudo en esta guarida?
–Dos veces...
–¿Dos veces? Dos veces al mes, dos veces a la semana....
–Dos veces a la semana, pero si dependiera de nosotros sería dos veces al día. Pareciera que sólo aquí se vive realmente.
–¿Y qué quiere decir eso, «vivir realmente»?
Las miradas se dirigieron hacia un extremo de la mesa desde donde presidía Malewski. Willy se subió a un banco para ponerlo en el centro de la escena, aunque sabía, tirando el flash, que la luz, demasiado violenta, quitaría to...

Índice

  1. Capítulo 1
  2. Capítulo 2
  3. Capítulo 3
  4. Capítulo 4
  5. Capítulo 5
  6. Capítulo 6
  7. Capítulo 7
  8. Capítulo 8
  9. Capítulo 9
  10. Capítulo 10
  11. Capítulo 11
  12. Capítulo 12
  13. Capítulo 13
  14. Capítulo 14
  15. Capítulo 15
  16. Capítulo 16
  17. Capítulo 17
  18. Capítulo 18
  19. Capítulo 19
  20. Capítulo 20
  21. Capítulo 21
  22. Capítulo 22
  23. Capítulo 23
  24. Capítulo 24
  25. Bibliografía
  26. Agradecimientos