Ceremonias de lo invisible
eBook - ePub

Ceremonias de lo invisible

Apuntes sobre el cine y la guerra

  1. 100 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Ceremonias de lo invisible

Apuntes sobre el cine y la guerra

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

¿Cómo aprehender lo que no se puede ver con un artefacto que solo captura el movimiento evidente de las cosas?, se pregunta de manera desafiante David Oubiña. Ceremonias de lo invisible propone al lector pensar al cine ya no como un dispositivo de representación, sino como una máquina capaz de percibir los límites de la experiencia, en donde las imágenes cinematográficas pierden su carácter de transparencia para adentrarse en los dilemas y las tensiones de lo real.En este libro, la muerte será pensada como aniquilación de masas o como un accidente, individual y fortuito. Ambas figuras, invertidas y complementarias, son revisadas por el autor en dos ensayos breves que transitan a través de los filmes Shoah (Claude Lanzmann, 1985) y Ugetsu, cuentos de la luna pálida después de la lluvia (Kenji Mizoguchi, 1953). La muerte y la guerra son dos tópicos reunidos para desplegar reflexiones sobre el fracaso de la representación, sobre imágenes que muestran poco, casi nada, pero que sin embargo se abren a la posibilidad de seguir exponiendo, allí donde lo real no se deja atrapar.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Ceremonias de lo invisible de David Oubiña en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Medios de comunicación y artes escénicas y Películas y vídeos. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Una muerte insignificante
(Ugetsu, Kenji Mizoguchi y la moral de la cámara)
I
La mujer se llama Miyagi y carga a su pequeño hijo sobre la espalda. Está escondida en una de las chozas que han quedado vacías luego del ataque de los soldados. Los habitantes de la aldea han escapado hacia los bosques, aunque todavía se escuchan algunas corridas aisladas, los saqueos, el grito de alguien que pide ayuda con desesperación, los pasos presurosos de los invasores y el cascabeleo de sus armaduras cuando irrumpen en las casas, hambrientos, en busca de comida.
Una anciana se acerca y le entrega a Miyagi un poco de arroz. Le indica un camino seguro para salir de allí. Poco después, la vemos avanzar temerosa por un sendero. El niño está a horcajadas sobre la espalda de su madre, con sus brazos alrededor del cuello y sus piernas en torno a la cintura. De pronto, un soldado intercepta a la mujer y le pide comida. Casi como implorándole. Dice que se está muriendo de hambre. Renguea y se tambalea. Tiembla. No parece temible: está famélico y desarrapado. O, quizás, es justamente su desesperación la que lo vuelve más peligroso. Hay una violenta continuidad entre la demanda y la acción: sin esperar respuesta, con impaciencia, empieza a hurgar entre las ropas de la mujer, como si quisiera desvestirla. Otro hombre surge de la espesura. La acecha. Por momentos se mueve en cuatro patas, acuclillado como un simio, dando saltitos cortos. Entre los dos la rodean, la envuelven con sus movimientos, se le tiran encima y le arrancan la bolsa que lleva colgada mientras ella intenta avanzar. Encuentran el arroz que le dio la anciana pero, en el forcejeo, se les cae al suelo. Los tres se arrojan sobre el pequeño montoncito tratando de rescatar algo. La escena posee la brutalidad de una vejación. Miyagi suplica: «Esa comida es para mi hijo». Pero los hombres no la escuchan. La hacen a un lado. Ella cae sobre un costado del sendero.
El niño, un koala adherido a la espalda de su madre, empieza a llorar. Es un llanto desconsolado y desgarrador que continuará hasta el final de la escena. Ahora un tercer hombre aparece de la nada y se acerca al grupo. Trae una lanza. Se apoya en ella para ayudarse a caminar. Mareado por el hambre o la fatiga, igual que los anteriores, no puede mantenerse en pie. Se bambolea y tropieza. Los otros dos –porque le temen o porque ya han conseguido lo que buscaban– se alejan hacia abajo, por una bifurcación del camino. El recién llegado se arroja al suelo, intentando hacerse de una parte del botín. Pero es tarde. Ya no hay nada allí. La mujer se levanta: dominada por un reflejo inútil o un instinto indoblegable, parece decidida a ir tras los ladrones. El soldado también se para con dificultad y se dispone a perseguir a sus compañeros. Da dos pasos en esa dirección, pero de pronto gira enfrentando a la mujer. Con un movimiento rápido y corto, clava la lanza en el abdomen de Miyagi. El puntazo es certero como si, por un segundo, el hombre recordara que es un soldado; sin embargo, no podría decirse que lo anime una intención lúcida. Quizás se está desquitando con la mujer porque no ha conseguido nada de arroz; aunque no hay premeditación ni furia en su embestida. Solo repite un ademán que ha visto hacer a otros. Actúa porque algo le indica que tiene que hacerlo y él obedece mecánicamente, con cierto hastío. Sin entender por qué, sin pensar que es su brazo el que asesta el golpe. Como un médium –su mano poseída por una ley marcial que le impidiera dejarla con vida–, le clava la lanza casi sin darse cuenta, sin saber por qué lo hace. La mata de oficio.
En realidad, todo esto no lo vemos, porque Miyagi está de espaldas a cámara y su cuerpo tapa la visión de la lanza. Aun así podemos intuir el movimiento del soldado, la violencia del tajo, la expresión de perplejidad en el rostro de la mujer. Es solo un segundo. El hombre retoma la continuidad de sus movimientos, como si nunca hubiese practicado esa finta letal y jamás hubiese dejado de perseguir a los otros dos. Al perder el sostén de la lanza, la mujer cae hacia atrás, sobre el niño; pero enseguida voltea sobre su vientre y se arrastra hasta alcanzar una rama que le servirá de bastón. La cámara panea para seguir sus movimientos. Miyagi avanza por el sendero de arriba y el soldado por el de abajo, en paralelo, cada uno ajeno al destino del otro. Por un momento, sus siluetas se superponen involuntariamente y se reflejan como en un espejo: los dos trastabillan, recostándose sobre sus endebles cayados, impulsándose hacia delante. Luego vuelven a desfasarse. La mujer se desploma hacia acá, cerca de la cámara. Ya casi no puede levantarse. Más atrás, el soldado de la lanza disputa con uno de sus compañeros por un puñado de arroz. Podrían ser dos chicos que riñen para quedarse con un juguete, o dos borrachos que no saben si abrazarse o empujarse. Cuando se dejan caer aparatosamente, sacudiendo las piernas al cielo, parecen grotescos personajes de circo. En primer plano, los esfuerzos torpes de la mujer, que se levanta y se cae, replican esa escena de una manera trágica y patética a la vez. En todo este tiempo el niño no ha dejado de llorar. Y sus gritos se han vuelto intolerables.
II
La escena pertenece a Ugetsu (1953), del cineasta japonés Kenji Mizoguchi. El film narra los destinos paralelos de dos familias de campesinos a finales del siglo XVI: la del alfarero Genjuro (que quiere enriquecerse con sus vasijas) y la de su cuñado Tobei (que ambiciona la gloria militar). Ambos viven en una pequeña aldea al norte del lago Biwa con sus prudentes esposas, Miyagi y Ohama, que intentan persuadir a los hombres de abandonar cualquier proyecto ambicioso. Genjuro sostiene: «El dinero es todo. Sin él la vida es dura y la esperanza se muere». Y Tobei: «¿Cuán alto puede llegar un hombre sin grandes sueños? No tiene que haber límites para la ambición, igual que el océano». Cuando los soldados de Shibata atacan la aldea, las dos familias deben huir y deciden viajar hasta la ciudad al otro lado del lago para vender las vasijas que Genjuro ha logrado rescatar de su horno. Como la travesía en bote está plagada de peligros, el alfarero hace que Miyagi y el pequeño hijo de ambos regresen a la casa; en cambio, como Ohama sabe remar, se embarca con los hombres.
En la ciudad, las vasijas de Genjuro se venden muy bien. Pero al ver a unos samuráis, Tobei escapa con su dinero en busca de una armadura. Ohama lo persigue para evitar que cometa una locura; sin embargo, pronto lo pierde entre el gentío. Así, la mujer llega hasta las afueras de la ciudad donde es atacada por cinco soldados que la violan. Antes de retirarse, los hombres le arrojan unas monedas («Aquí está tu paga») y ese solo gesto revela una crueldad infinita. Mientras tanto, una misteriosa mujer, la princesa Wakasa, compra algunas vasijas a Genjuro y le pide que las lleve hasta su casa, la mansión Kutsuki. Fascinado por su belleza, el alfarero sigue a la mujer. Al llegar al lugar, ella le ofrece sake y lo sirve en sus propias cerámicas primorosamente arregladas. «Mis vasijas nunca se habían visto tan hermosas», dice el humilde alfarero sin salir de su asombro: «Son afortunadas por haber capturado la mirada de una dama tan distinguida. El valor de las personas y de las cosas realmente depende del entorno. Mi vajilla debe estar aturdida al saberse en tan noble mansión». Wakasa lo seduce. Le pide que la ame, que la despose, que se quede con ella para siempre. Genjuro se siente en el paraíso y experimenta placeres que nunca había imaginado. En la pequeña aldea más allá del lago, las batallas y los saqueos ya han arrasado con todo: es en este momento cuando Miyagi huye con su hijo hacia el bosque y es atacada por los soldados que la hieren y la abandonan, moribunda, a la vera del camino.
Mientras tanto, Tobei roba la cabeza del general Fuwa que acaba de ser sacrificado luego de la derrota. Con ella se presenta ante el gran señor Niwa y, a manera de recompensa, es nombrado capitán de su ejército. Montado en su caballo y rodeado de sus soldados, Tobei luce su gloria por las calles de la ciudad y ansía volver junto a su esposa para mostrarle en qué se ha convertido. Sus vasallos le piden entrar a una casa de geishas y el capitán accede: ignora que allí se encontrará con Ohama que ha terminado sus días convertida en prostituta. La mujer ultrajada maldice a su marido con furia: «Finalmente te convertiste en el samurái de tus sueños. Mientras vos alcanzabas la gloria, yo también me hice de un nombre. Tengo cosméticos y kimonos elegantes, bebo buen sake, duermo con un hombre distinto cada noche. Todo un logro para una mujer. Debes estar contento. Esto es lo que siempre quisiste. El éxito siempre se cobra su precio en sufrimiento». La mujer intenta suicidarse pero Tobei, avergonzado y afligido, promete abandonar la vida de guerrero, regresar al campo y trabajar duro para reparar la deshonra.
Un comerciante huye espantado cuando Genjuro comenta al pasar que vive en la mansión Kutsuki y un sacerdote le advierte que está en peligro y le aconseja que regrese al hogar. Ya junto a Wakasa, Genjuro entiende que ha sido presa de un hechizo: la bella dama es en realidad un espíritu errante que ha vuelto a la tierra para gozar los desconocidos placeres del amor. Gracias a los exorcismos del sacerdote, el hombre logra escapar y cruza el lago de regreso a casa. En la aldea, Miyagi lo recibe sin reproches, feliz de volver ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. El cine y el mal (sobre Shoah, de Claude Lanzmann)
  7. Una muerte insignificante (Ugetsu, Kenji Mizoguchi y la moral de la cámara)
  8. Bibliografía
  9. Films citados
  10. Agradecimientos