Santiago. Fragmentos y naufragios.
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Santiago. Fragmentos y naufragios.

Poesía chilena del desarraigo (1973-2010)

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Santiago. Fragmentos y naufragios.

Poesía chilena del desarraigo (1973-2010)

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El libro muestra una lectura personal, vertida como narración y comentario de las voces de Santiago hechas eco en la poesía. Experiencia urbana vivida para recordar o conocer.Los cambios de la ciudad, hoy segmentada, se van siguiendo aquí como huellas en el campo que ofrecen los textos. En esa tarea, aparecen como guías los testimonios de los expertos.Creemos que la tesis central del ensayo se caracteriza también en su concepto de desarraigo, un punto de interés para la historia política, social y cultural de Chile entre 1973 y 2010. De esta forma, encontramos los efectos del exilio y de sus regresos, o de la sitiada permanencia en la ciudad convertida en fragmentos. Los textos de poesía durante la dictadura hablan de ello. Luego, la dificultad en reconocer Santiago como propia, debido a los cambios urbanísticos y de sistemas, opera en los textos de los 90, haciendo que sus voces emulen las de náufragos.Finalmente, se incluyen textos de poetas más jóvenes vinculados a la música y a la oralidad con otras propuestas: las problemáticas de identidad de los mapuche nacidos en la urbe, o por causas más diversas, influidas también por los estímulos tecnológicos. Se hace presente, además, que los textos poéticos más nuevos empiezan a recoger las voces iracundas de las protestas callejeras.

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Información

Año
2020
ISBN
9789563242928
Categoría
Literature
Categoría
Poetry

La poesía chilena en el período de la dictadura

Un enfoque general

Han sido diversas las perspectivas de los estudiosos y críticos sobre este tema, entre ellas, las que instalan la mirada desde ángulos ya sea internos o externos al país; también, y a veces en relación con lo anterior, desde puntos de vista ideológicos más o menos explícitos. Se han dado también otras perspectivas de menor significación.
Sobre lo que no existe disparidad de apreciación, es en que nunca antes se había editado tal número de libros de poesía a partir de 1973, como lo señala explícitamente Javier Campos13. Según una revista mencionada por él, El espíritu del valle (1985), la cantidad sería, solo en ese año, de ciento veinte obras. Ahora bien, Campos, de acuerdo a lo que señala el título del ensayo, sustenta la tesis de que el Golpe apresuró la transformación “agónica y crítica”, sobre todo a través de las imágenes (indelebles para todos aquellos que las vivimos y que, espero, hayamos sido capaces de transmitir por diversos medios a nuestro alcance) y que en el arte, tanto literario como plástico, performativo y cinematográfico, han quedado como testimonios. Así, explica el impacto causado por las imágenes del 73 en La ciudad de Millán, la transformación en la visión de la muerte de Óscar Hann, las Huerfanías, de Jaime Quezada, por citar ejemplos.
Ya sea leyendo La ciudad o viendo documentales del bombardeo de La Moneda, la impresión que dicen experimentar los jóvenes es la misma.
Al hablar del considerable número de obras de poesía publicadas, hay que recordar que en el período de la Dictadura, dichas obras ven la luz tanto en el país como en el extranjero. La diáspora fue provocada por el exilio impuesto, y muchas veces marcado con una L en el pasaporte (prohibición de entrar) o bien por otro, buscado, por no poder soportar las nuevas condiciones de vida a que los chilenos se veían sometidos.
Las condiciones, en cambio, en los otros países, frente al exiliado, eran, en general, de acogida. Y cuando se trataba de artistas, países de larga tradición en el culto del arte, o bien en la investigación, se hacían, por supuesto, mayormente favorables, facilitando la producción artística y la publicación literaria. Claros ejemplos encontramos en cuanto a la poesía del propio Javier Campos en Estados Unidos y de Gonzalo Millán, en Canadá.
Con respecto a quienes permanecieron en Chile, en cambio, todo estaba en contra, al considerar no solo la inseguridad en cuanto a la persona misma de quien pensaba como opositor al gobierno de facto, sino también, en el caso de los productores de arte, a las restricciones a la libertad de expresión, sujetos a una autorización firmada y timbrada por organismos que se sucedían, por ejemplo, el Ministerio del Interior. Tal censura abierta, producía a la vez otra, la autocensura, disfrazando el texto con máscaras, metáforas, etc. En mi análisis surgen, patentes, tales elusiones.
Se vivía, consecuentemente con ello, la carencia de editoriales y medios a través de los cuales publicar.
Así también, la fragmentación del contexto país deja penetrar por intersticios la posible denuncia o testimonio textual, hecho que fue muy bien recogido por las mujeres en su primer congreso de literatura, casi clandestino, realizado en la Casa de Ejercicios San Francisco Javier, en la calle Crescente Errázuriz de la comuna de Ñuñoa, en 1987 (a poca distancia de una recordada casa de tortura). Las ponencias de dicho congreso están compiladas por seis de las organizadoras y editadas por Cuarto Propio en el libro Escribir en los bordes14.
Esas mismas circunstancias provocaron el nacimiento de publicaciones clandestinas de poemas en hojas sueltas, trípticos hechos en mimeógrafos y, en el mejor de los casos, de revistas igualmente clandestinas, por tanto, de circulación restringida.
Así lo observa Javier Bello en su Tesis de licenciatura15 : fue el estado de las cosas el que modificó la práctica de la poesía. Hubo escritores que intentaron romper el silencio, dando testimonio y algunos buscaron otra expresión, desbordando las barreras genéricas, volcándose a lo instantáneo, pero llamativo (llamativo en el buen sentido de atraer la atención, interesar), por ejemplo en las instalaciones del grupo Colectivo Acciones De Arte (CADA) en que participaban la artista visual Lotty Rosenfeld, la novelista Diamela Eltit y el poeta Raúl Zurita, entre los más conocidos. Tales intervenciones tenían también como objetivo cultivar la unión entre arte y vida. Por supuesto, acciones como estas requerían la mayor parte de las veces del espacio público que era necesario conquistar en Santiago de Chile.
Reflexionando sobre todas estas cosas, salta a la vista un mapa laberíntico que ofrece la ciudad de ese entonces, de vericuetos que es preciso sortear, en los ámbitos de las relaciones (familiares, económicas, sociales), que llegaron a alterarse a consecuencia del Golpe, ya que todos los modos del habitar fueron subvertidos.
En esta etapa ven la luz, al parecer por primera vez, textos escritos desde las prisiones, desde campos de confinamiento o de concentración –terrestres o marítimos– como las Cartas de prisionero (1984) de Floridor Pérez, recordadas por Soledad Bianchi en su estudio “Una suma necesaria” en Poesía chilena y cambio (1973-1990)16 , quien nos dice además que la democracia “permitirá enterarse de sectores ignorados de nuestro disperso pasado, habrá que realizar la suma necesaria del arte público, privado, semiprivado y clandestino, mostrado y reservado. Así se tendrá una imagen más o menos fiel de lo que fue el conjunto de la literatura 73-90.”
Estas expresiones cobran toda su fuerza al dar cuenta de la bipolaridad en que se daban los espacios, no menos que de la oscuridad en que se mantuvieron algunos, ignorados. A propósito de tales sectores ignorados, que se dieron en la poesía chilena de esos días, Manuel A. Jofré publicó una antología de poemas escritos en las poblaciones de Santiago17. Si bien no todos logran una categoría estética perdurable, vierten expresiones auténticas del habitar ciertos sectores marginales de este Santiago caracterizado siempre negativamente a través de su historia. Baste recordar cómo han contribuido a ello las políticas de vivienda y urbanismo, según lo señalado en la obra Santiago, dos ciudades18, que la convirtieron, primero, en una ciudad escindida y más adelante en una ciudad segmentada.
Muchos de los textos incluidos por Jofré eran leídos en veladas culturales en las comunas mismas. Se dio así como característica la cercanía entre el productor y su receptor (o consumidor). Acerca de los productores, se dice allí:
Estos poetas eran casi marginados de los procesos educativos institucionales, eran testigos y actores de un proceso de ebullición, crisis, y desastre social, político y económico (…) y atestiguaban al mismo tiempo de condiciones de aislamiento, amenaza, acosamiento, exclusión, marginación, pauperización, pasividad, etc.”19.
En esta selección de treinta y tres autores, de los cuales seis son mujeres, destaca una de las poetas cuyos textos se seleccionan aquí, Malú Urriola.
Ateniéndose a las diferencias que establece Soledad Bianchi20 sobre cómo los textos enfrentan la ciudad, podría decirse que, en el sentido de la intención comunicativa, en general los textos en un principio fueron testimoniales y denunciatorios. Así lo podemos constatar en los de Carmen Berenguer y en los de la llamada Generación NN, que incluye a Jorge Montealegre, José María Memet y Aristóteles España, entre otros. Algunos sufrieron directamente la detención y la tortura y sus textos dan cuenta de esos hechos. Respecto a cómo presentan la ciudad, hay mayor diversidad.
Para aludir a textos denunciatorios, mostramos una cita:
El río Mapocho que cruza
la ciudad de Santiago lleva brazos,
manos, rostros, bocas21
Se dan diferencias en los textos de este período en relación a cómo se construye la urbe en el texto, a juicio de Soledad Bianchi. Se erige, en el caso de La ciudad de Gonzalo Millán, o bien se rememora con nostalgia o sin ella; en ocasiones, se parodia desde dentro el país o desde el retorno frustrado. En el caso paródico destaca El Paseo Ahumada de Enrique Lihn, que a mi juicio también construye una ciudad representada en su calle símbolo del centro, la más transitada, heterogénea y decidora del fracaso en el objetivo que se propuso el dictador de emular la avenida Manhattan de Nueva York, o la calle Florida de Buenos Aires, con retazos de naturaleza dispar: avisos, letreros, recortes de prensa, etc., a la manera de un pastiche, o mejor dicho en términos de costura, como un patchwork asimétrico (ya que pastiche, en arte, representa un término peyorativo).
Las cartas olvidadas del astronauta, de Javier Campos, por su parte, expresan el desencanto de volver a una ciudad que ya no existe. Poemas de Rodrigo Lira, a su vez, iluminan el ámbito ecológico y además, a su herencia huidobriana, anexan asimismo una tendencia paródica más extrema que las de Parra y Lihn. Es de observar que los tres últimos poetas mencionados permanecieron en Chile durante la dictadura, y tal hecho puede abrir el espectro para reflexionar que pese al terror que regía, el país se podía también parodiar, en tal etapa de estrechez y mediocridad.

La cuidad fantoche: Carmen Berenguer

Carmen Berenguer, nacida en 1946, publica en 1983 Boby Sands desfallece en el muro. En 1986, Huellas de siglo, en ediciones Manieristas, que es la que citamos. Luego aparece A media asta, en 1998, y posteriormente Naciste Pintada, en 1999, además de La gran hablada, donde se incluyen obras anteriores. En paralelo a su labor como escritora, fue una de las gestoras y organizadoras del Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en 1987 realizado en Santiago. En 2008 recibe el Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda.
La primera parte del libro Huellas de siglo presenta “Santiago Punk”, en que la ciudad se ve siempre en contradicción irónica, como “Punk artesanal made in Chile”, la copia mal hecha de algo y no la copia feliz del Edén, como la califica nuestro himno.
La ironía, o más bien el sarcasmo, pone en solfa las promesas políticas del dictador, entre ellas la de que cada chileno tendría un auto, fruto del buscado progreso en el consumo:
Un autito por cabeza
Y una cabeza por autito
Los versos oponen los costos de los atropellos a los derechos humanos en pro de la instalación del sistema de mercado mediante un tratamiento de shock. La promesa se empequeñece con el diminutivo en términos cruzados como en un juego macabro. Se aprovecha bien la estrategia de la inversión tanto en el ámbito del lenguaje como en el sarcasmo de la economía del trueque.
La calle principal de la ciudad de Santiago sigue la misma suerte que muchos de sus habitantes: sufre el exilio, tal vez castigada después de las célebres palabras del fallecido presidente: “Se abrirán las anchas alamedas…”
La Alameda Bernardo O’Higgins en el exilio
En “Santiago Tango”, Berenguer escribe, con letra de tango:
Carente de decencia, marginal, fantoche
Patipelá, espingarda ciudad (p. 17)
En estos versos se mezclan el chilenismo y el lunfardo. De nuevo, la ciudad que aparenta lo que no es, “fantochea”, quiere mostrarse mejor de lo que es, lo que inveteradamente se nos ha reprochado a los chilenos y que ha sido bien aprovechado por los personajes de cómic: Juan Verdejo Larraín, con uno de los apellidos que tradicionalmente llevan en el país personajes de las finanzas y de la “alta sociedad”. De Verdejo se reían en las tiras cómicas otros personajes empingorotados, obesos y de puro humeante en la boca, diciéndole: “A pata pelá y con leva” (es decir, con chaqueta de cola, de etiqueta y sin zapatos). También aparecieron el reaccionario Perejil en “El Mercurio” y el más popular de todos, Condorito, que llevan la ropa parchada y ojotas. Así, Santiago, que alguna vez Darío calificó de “soberbia” por sus lujos, ahora es patipelá. Tal adjetivo lo usa Magda Sepúlveda en el título que da a su ponencia Santiago, patipelá y empielá: La feminización de la ciudad dictatorial22.
La profesora Sepúlveda, citando a Ana Pizarro, sostiene que la frontera impuesta tradicionalmente al acceso de la mujer al espacio público se mantiene:
“… se ve traspasada en Chile a contar de 1973, pues las mujeres desbordan el espacio doméstico, ya sea descontextualizand...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. PREFACIO
  5. UNA NECESARIA APROXIMACIÓN AL CONTEXTO HISTÓRICO
  6. LA POESÍA CHILENA EN EL PERÍODO DE LA DICTADURA
  7. POESÍA EN LA POSTDICTADURA
  8. ¿QUÉ SE PUEDE CONCLUIR HASTA AQUÍ?
  9. BIBLIOGRAFÍA
  10. NOTAS