Los nombres secretos de Walter Benjamin
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Los nombres secretos de Walter Benjamin

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Los nombres secretos de Walter Benjamin

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Una gran parte de lo que se sabe de Walter Benjamin se debe a Gershom Scholem. Ambos fueron amigos de juventud, y entre 1915 y 1923, año en que Scholem emigró a Palestina, mantuvieron un trato casi diario. Después, hasta la muerte de Benjamin en 1940, intercambiaron una copiosa y rica correspondencia. Scholem, el más significativo investigador de la mística judía, dedicó muchos esfuerzos, en calidad de editor y comentador, pero sobre todo de historiador, a la interpretación del pensamiento de Benjamin, al que sitúa en la vecindad de Kafka y Freud, también escritores "judeo-alemanes", según Scholem, y "hombres de una tierra extranjera".Los tres textos que forman el presente volumen no solo ofrecen una semblanza del hombre y del pensador Walter Benjamin ("el caso puro del metafísico"), además de constituir un recorrido crítico y atento por su obra. Más allá de esto, penetran en el corazón cifrado del mundo benjaminiano, cruce de experiencia personal y mesianismo, de dialéctica y mística, de vivencia cotidiana e historia. Ello queda de manifiesto en la lectura que hace Scholem de las dos versiones de "Agesilaus Santander", apunte de naturaleza autobiográfica escrito por Benjamin en Ibiza en agosto de 1933, donde trata de su lucha con el ángel y de sus nombres secretos.- "El éxito póstumo de Benjamin nunca hubiera sido posible si Scholem no hubiera salvaguardado su legado intelectual como un preciadísimo tesoro, pese a que intelectualmente les separara un abismo real, ya que marxismo y sionismo eran agua y aceite". (ABC)

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Información

Editorial
Trotta
Año
2020
ISBN
9788498799972
Edición
2

WALTER BENJAMIN Y SU ÁNGEL*

*Se trata originalmente de una conferencia dada en 1972 en un acto organizado por la editorial Suhrkamp en Fráncfort del Meno.
A la memoria de Peter Szondi,
en cuyo seminario estas asociaciones
fueron expuestas por primera vez
.

I

Entre las peculiaridades de la prosa filosófica de Benjamin —la prosa crítica y metafísica, en la cual el elemento marxista constituye algo como una inversión de lo teológico-metafísico— está su enorme aptitud para la canonización, diría casi para ser citada como una especie de Sagrada Escritura. En esto tiene una ventaja sobre los textos canónicos de Marx, Engels o Lenin, tan amados por los marxistas: su conexión profunda con la teología, cuya inspiración continuó siendo para Benjamin tenazmente vital hasta el fin, determina esa forma especial que reviste muchas de las frases importantes de Benjamin (y, vaya por Dios, también muchas que no lo son) con el aura de lo ex cathedra. Desde muy temprano, sus enemigos hablaron de la «ontología constatativa» en sus escritos. En efecto, no soy el único que ha observado cómo los jóvenes marxistas «citan a Benjamin como a la Sagrada Escritura»1. Sus frases tienen con frecuencia el porte autoritario de las palabras reveladas, como en no poca medida las consideraba durante el período metafísico de juventud. «Es una verdad metafísica que …» era la frase favorita de Walter Benjamin en los años en que lo conocí, y a la cual seguía un aserto profundamente entretejido de teología, a menudo extraordinariamente sorprendente. En esto apenas hay diferencias entre la «Metafísica de la juventud» de 1913 y las «Tesis de filosofía de la historia» de 1940, abstracción hecha de todos los contrastes en el contenido. Básicamente hubiera aceptado con beneplácito, aunque con dialéctica reserva, ser declarado padre de la Iglesia o rabino marxista, como a muchos les gusta decir ahora. El gesto de escritor esotérico que Adorno y yo percibimos en él era el del productor de frases autoritativas, y esto muy ciertamente significa también de frases destinadas, de antemano y por su misma esencia, a ser citadas e interpretadas. Ya lo dijo el propio Benjamin, hablando de Brecht: «La aspiración suprema que se adjudica a la escritura es su citabilidad» (II, 666). Lo que es iluminador en las frases de Benjamin se mezcla con lo enteramente enigmático, como en ninguno de los otros autores que hoy, con fundada razón por cierto, son a menudo citados junto con él (desde Bloch o incluso Lukács hasta Brecht y Adorno). Son las frases de la Sagrada Escritura de un neófito, escasa y ligeramente disimuladas, racionales y místicas a la vez, como conviene a frases de ese tipo.
En Benjamin se encuentran, intercaladas a trechos, impresiones originales, intuiciones o experiencias traspuestas o comunicadas por medio de un lenguaje directo, ajustadas a la reflexión marxista, o al menos presentadas en términos tales. Una lectora juiciosa como Marianne Kesting dijo de su propósito de «tender un puente entre la conceptualización marxista y los procedimientos estéticos» que Benjamin mantenía de manera asociativa dicho propósito, especialmente en los últimos escritos alrededor de su trabajo sobre los pasajes parisinos, y que esto dio mucho fruto. Ciertamente «sus asociaciones son las de un genio y llevan muy lejos, pero ya no son marxistas»2. Este es el hecho que los lectores marxistas de Benjamin difícilmente terminan de comprender o del cual no toman conocimiento.
Todo el mundo sabe que los escritos marxistas de Benjamin apuntan en una dirección determinada, aun cuando no se prevea un fin a las discusiones acerca de la determinación de esa dirección. Difícilmente puede dudarse de la resolución de Benjamin en su intento de usar la materia y la terminología de la lucha de clases como contenido no solo de la historia del mundo, sino también de la filosofía. Y, sin embargo, las dudas se imponen al lector cuidadoso de ese «macizo» de pensamientos que, como él mismo expresó en una carta de mayo de 1935 a Werner Kraft3, fue necesario transformar en tal dirección. Inmutadas, ofreciendo de hecho una resistencia tenaz a la anunciada transformación —a veces consumada o forzada de modo puramente retórico-verbal; a veces ni siquiera esto, sino desplegándose en su propio vocabulario, sin dejarse quebrar por el medio marxista—, muchas de las notas y borradores conectados con el trabajo de los Pasajes dan abierto y franco refugio a la tradición mística y confiesan su continuidad con ella. El hecho de que destruyan la leyenda de una línea unívoca de desarrollo en la productividad de Benjamin ha llevado con frecuencia, como se señaló más arriba, a que trabajos tales como aquellos sobre Leskov, Kafka y otros, sean suprimidos en las mentes de sus comentaristas marxistas de la Nueva Izquierda. Esto es bastante comprensible, aunque no va en beneficio de una verdadera comprensión del ingenio de Benjamin. Embebidas en una vecindad marxista (y muy sonora), representan verdaderas pièces de résistance para la recepción de Benjamin que hoy está de moda.
Es, por tanto, apropiado referirse a los aspectos de la personalidad y el pensamiento de Benjamin que son desatendidos o dejados vergonzantemente de lado por sus actuales intérpretes. Entre estos se cuentan, y quizás ante todo, sus lazos con la tradición mística y con una experiencia mística que, no obstante, estaba a gran distancia de la experiencia de Dios, proclamada por tantas mentes simplificadoras como la única experiencia que merece el nombre de mística. Benjamin sabía que la experiencia mística tiene muchos niveles, y esta estratificación jugaba precisamente en su pensamiento y en su producción un papel muy grande. Si me es permitido hablar de mi propia experiencia, el rasgo más asombroso de Benjamin era la asociación de una pronunciada clarividencia con el don para la sutileza dialéctica, por un lado, pero también, por otro, la inclinación a asociar tal clarividencia con teorías fantásticas que en los primeros tiempos abandonaba ligeramente si lo contradecían, para luego intentar penetrar más profundamente en el mismo asunto, mientras que en un período posterior solía conservarlas obstinadamente con el pretexto de un puro proceder heurístico. El íntimo entrelazamiento de visiones cósmico-místicas y marxistas, que se interpenetran o aparecen unas junto a otras, es visible por primera vez en su pequeño libro Calle de dirección única, sobre cuya sección final, «Hacia el planetario», un crítico dijo con mucha razón: «Aquí habla un entusiasmo de mística fijación, hasta que cierto artificio lo reduce a dialéctica racional y moralmente distanciada»4. A esta doble vía del pensamiento de Benjamin, en el que la intuición mística y la visión racional están con frecuencia solo aparentemente articuladas por la dialéctica, me he referido con insistencia en mi [precedente] ensayo sobre Benjamin y en lo que sigue presentaré un ejemplo contundente al respecto.
Detrás de muchos de los escritos de Benjamin hay experiencias personales, muy personales, que desaparecieron al proyectarse en sus objetos de trabajo o fueron totalmente cifradas, de modo tal que el profano no pueda reconocerlas o ni siquiera pueda sospechar su presencia. Tal es el caso, por ejemplo, en El origen del drama barroco alemán, de la teoría de la melancolía, por medio de la cual describe su propia constitución. Así es como también, cincuenta años después de la redacción de su famoso trabajo sobre Las afinidades electivas de Goethe, que representa uno de los puntos más altos de la literatura sobre estética, es lícito divulgar la verdad simple pero oculta de que esta obra —«absolutamente incomparable», como la llamó Hofmannsthal— y sus análisis fueron posibles solo porque Benjamin la escribió en una situación humana que se correspondía en todos sus pelos y señales con la de la novela. El «mutismo vegetal» y la belleza de aquella «Ottilie» que entró entonces en su vida (y con tantas consecuencias) fueron, después de todo, la fuente de sus intuiciones sobre el significado de la belleza y sobre la profundidad luciferina de la «apariencia» en la que la belleza se oculta y se manifiesta. En esta línea se inscribe el pequeño apunte de naturaleza autobiográfica, acerca de sí mismo y de su ángel, sobre el que quiero llamar aquí la atención. Constituye un testimonio —seguramente inquietante— de Benjamin sobre sí mismo, tan importante para él que en dos días consecutivos redactó dos versiones. En cuanto tal me parece iluminador y precioso, por más que demanda ciertamente comentario.

II

Esta nota, con el título verdaderamente enigmático «Agesilaus Santander», se encuentra en un cuaderno descubierto entre los escritos póstumos de Benjamin en Fráncfort del Meno (tras la muerte de Theodor W. Adorno, el legado de Benjamin está al cuidado de una entidad constituida para administrarlo). Este cuaderno de notas contiene apuntes que van de 1931 a 1933, entre los cuales se hallan entremezcladas observaciones de lo más diversas, marxistas y absolutamente incompatibles con el marxismo. Así contiene (pp. 15-16) sus «Reflexiones para la radio» (cf. II, pp. 1506 s.) y (pp. 25-27), bajo el acápite «Arte para el pueblo — Arte para el conocedor», el resumen de una discusión sostenida en el otoño de 1931 con W. Haas, editor de Literarische Welt, en la cual Benjamin defiende abiertamente en términos marxistas la tesis de que el arte está destinado a los conocedores. En las páginas 31-35 sigue un borrador, «Doctrina de lo semejante» (cf. II, pp. 204-210), escrito durante la primavera de 1933 en la isla de Ibiza, luego de la huida apresurada de Berlín (marzo de 1933), que contiene una teoría de los fenómenos ocultos, de la que me envió una versión abreviada (omitiendo cuestiones esenciales) que solo llegó a ser incluida en la edición de sus Escritos mucho más tarde5. Más adelante se encuentran, en las páginas 37-39, «Agesilaus Santander» en formato corto (p. 39), fechado en Ibiza el 12 de agosto de 1933, y luego la versión final, algo más larga (pp. 37-38), fechada al día siguiente. De abril a octubre de 1933 Benjamin vivió en Ibiza (en San Antonio), donde ya había pasado una temporada entre mayo y julio de 1932, período del que las primeras páginas del cuadernillo «Apuntes sobre el Jugendstil »probablemente dan cuenta.
Las circunstancias bajo las cuales se originó el texto no son conocidas. Uno puede, de todos modos, suscitar la pregunta que sobre esta pieza me dirigió Peter Szondi en una discusión que tuve con él: si «Agesilaus Santander» no era tal vez el producto de una fantasía febril. Según Jean Selz6, Benjamin tuvo malaria en el verano de 1933. No da fechas precisas, solo que Benjamin dejó Ibiza en octubre. A esto se opone muy ciertamente la indicación de Benjamin mismo, que en una posterior solicitud a las autoridades francesas —obviamente en conexión con su propósito de conseguir la naturalización o el permiso de residencia en Francia— brindó las fechas y la duración de tal estadía. Poseemos una copia de esta solicitud, donde se dice que dejó Ibiza el 25 de septiembre de 1933. De allí salta al 6 de octubre y da para esa fecha una dirección parisina. Gracias a una carta que me envió el 16 de octubre de 1933 desde París, sabemos que llegó a París seriamente enfermo y que hacia el final de su permanencia en Ibiza no se sentía «por lo general muy saludable», y que el día de su partida de allí «coincidió con la primera manifestación de una serie de ataques de fiebre muy alta»7. Tras su llegada a París, le diagnosticaron malaria. ¿Pudo tal vez haber tenido malaria ya desde el 12 y el 13 de agosto, seis semanas antes de su partida? En una carta del 31 de julio de 1933, donde me informaba sobre la redacción de su importante texto «Logias», en Infancia en Berlín, decía que había estado enfermo alrededor de catorce días. Por otro lado, se encontraba en ella este pasaje: «El gran calor ha comenzado aquí. Los españoles, que conocen sus efectos, hablan de la ‘locura de agosto’ como de algo totalmente común. Me da mucho placer seguir su manifestación entre los extranjeros»8. Es obvio que él mismo no sentía aún sus síntomas. Sin embargo, no se puede descartar una posible conexión entre el origen del escrito y un primer, aunque relativamente suave, ataque de malaria, por más que esto deba permanecer como una hipótesis. En cualquier caso, Selz extrajo el dato, en sus recuerdos, de su posterior conocimiento del diagnóstico de la malaria de Benjamin, del cual se enteró solo en París después del regreso de Benjamin, y no ofrece ningún testimonio firme de que este último haya en realidad tenido malaria ya en agosto. Para la comprensión del texto, la pregunta misma tiene poco peso en mi opinión, ya que su estructura y su mundo de representaciones tienen una lógica inmanente, y la combinación de imágenes no difiere del uso que se hace de ellas en muchos otros escritos.
A continuación reproduzco el texto de «Agesilaus Santander» en las dos versiones:
[Primera versión]
Agesilaus Santander
Cuando nací, cruzó por la mente de mis padres la idea de que tal vez llegaría a ser escritor. Sería bueno entonces que nadie notara inmediatamente que yo era judío. De modo que añadieron a mi nombre otros dos muy inusuales. No quiero divulgarlos. Baste decir que hace cuarenta años los padres difícilmente podían ver más lejos. Aquello que tenían por una remota posibilidad acabó por cumplirse. Solo que sus precauciones, que hubieran querido conjurar el destino, fueron hechas ineficaces por aquel al que concernían. En vez de hacer públicos con sus escritos aquellos dos previsores nombres, los encerró en sí mismo. Los vigilaba como en otros tiempos los judíos lo hacían con el nombre secreto que habían dado a cada uno de sus hijos. Estos mismos no lo conocían antes del día de su entrada en la pubertad. Pero ya que es posible que esto tenga lugar más de una vez en la vida y que quizás no todos los nombres secretos permanezcan iguales a sí mismos e inmutados, podría ser que su transmutación se revelara con una nueva llegada a la edad varonil. No por ello deja de ser el nombre que contiene en sí todas las fuerzas vitales, por cuyo intermedio estas últimas son convocadas y protegidas de los no iniciados.
Pero este nombre en modo alguno comporta un enriquecimiento para el que lo lleva. Lo priva de mucho, pero sobre todo del don de aparecer enteramente como uno era. En la habitación que ocupaba últimamente, antes de salir del nombre viejo ya con todas sus armas, dejó fijada su imagen: Ángel Nuevo. Cuenta la Cábala que a cada instante Dios crea un inmenso número de ángeles nuevos cuyo único propósito es, antes de desvanecerse e...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. CONTENIDO
  5. Walter Benjamin
  6. Walter Benjamin y su ángel
  7. Los nombres secretos de Walter Benjamin