El ecofeminismo en Vandana Shiva
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El ecofeminismo en Vandana Shiva

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El ecofeminismo en Vandana Shiva

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La humanidad se ha acostumbrado a habitar al borde de un precipicio llamado sexta extinción. La propagación de políticas neoliberales, la consolidación de nuevas formas de colonialismo, la exaltación del consumo ilimitado, la equiparación de violencia y progreso cuestionan la posibilidad misma de sobrevivir. Vandana Shiva, destacada representante del "ecofeminismo", nos alerta: todo ello es fruto de la alianza entre patriarcado y capitalismo.Su obra profundiza en un aspecto esencial de este sistema: el daño contra la naturaleza corre parejo al daño contra las mujeres, especialmente contra aquellas que viven en comunidades campesinas del llamado Tercer Mundo. Y nos invita a preguntarnos: ¿sobre qué bases toleramos nuestro bienestar y abundancia? ¿Durante cuánto tiempo será posible y con qué costes?La necesidad de una alternativa es urgente en términos económicos, políticos, ecológicos y de género. Recuperar el principio femenino, repensar la democracia representativa, activar las economías locales, cuidar la Tierra. Lo que Shiva denomina el regreso a lo real: estar bien, vivir bien, cultivando la compasión, la responsabilidad, la solidaridad. Puro pensamiento para la acción.

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Información

Editorial
Dos Bigotes
Año
2020
ISBN
9788412261707

1

El problema

El patriarcado capitalista

«¿Por qué hemos de ver la ciencia moderna como un gran adelanto para la humanidad cuando se logró solo a costa del deterioro de la condición social de la mayoría de la humanidad, de las mujeres y de las culturas no occidentales?»
Vandana Shiva (1995: 67)
Cada sistema político, social y económico promueve, legitima y defiende un modelo de conocimiento que fortalezca su poder. Con otras palabras, existe un vínculo incuestionable entre el mantenimiento de un sistema de poder y que prevalezcan determinados relatos sobre qué es la ciencia, el conocimiento, el tipo de expertos a quienes se legitima y las verdades que se pretenden irrefutables. Siguiendo con esta argumentación, llegamos a una de las tesis que atraviesan la obra de Vandana Shiva: el patriarcado capitalista alienta y se apoya en lo que se ha venido a denominar la ciencia moderna y el concepto de desarrollo que ensalza. Si bien se pretende que este último sea entendido como universal, objetivo y neutral al género, este modelo de desarrollo se desvela como un proyecto que sirve a los intereses masculinos y occidentales. O, dicho de otro modo, es un proyecto cuyo éxito se levanta sobre la subyugación de las mujeres y los pueblos no occidentales8. Y, dirá Shiva, de la propia Madre Tierra. Este desarrollo es, en realidad, un «mal desarrollo» (1995: 33), porque es violento y genera violencia. Se emplea la violencia porque, al hacerlo, se obtiene una sensación de control, de dominio, explica. De poder. Sin embargo, la violencia no otorga el control, «más bien muestra que el sistema se está volviendo incontrolable» (1995: 211). Además, deja un rastro: población desposeída de sus tierras, aumento no solo de los casos de violencia contra las mujeres, sino también de su brutalidad, campesinado endeudado, tierras yermas, extinción de especies, daños irreversibles para la salud.
¿Por qué se considera preferible una agricultura basada en el uso de productos químicos que otra que emplea conocimiento tradicional atesorado durante milenios? ¿Por qué se entiende como superior el conocimiento de un experto que trabaja en un centro de investigación que el de las mujeres del rural que han recogido y transmitido durante generaciones el saber de la agricultura y la ganadería? ¿Por qué tiende a defenderse que hay que dominar la naturaleza e intervenir constantemente sobre ella (geoingeniería, ingeniería genética, biotecnología) en vez de apostar por una alianza con la naturaleza, cooperando con sus ciclos y ritmos? ¿Por qué predomina un relato que sitúa al ser humano por encima de la naturaleza, y no como parte de ella? En suma, ¿por qué se alienta un sistema económico depredador cuya única aspiración es el crecimiento y el lucro, a la vez que se desprecian modelos económicos (y ecológicos) orientados a sostener la vida, el bienestar y los vínculos comunitarios? Tengamos estas preguntas presentes, pues serán las que exploremos en este capítulo.
El patriarcado capitalista occidental se asienta sobre unas nociones de ciencia y desarrollo que se presentan como neutrales e indiscutibles: se construye el relato de que no tienen una alternativa viable. Sin embargo, analizando su origen y las consecuencias que de ambos conceptos se derivan, se pueden rastrear daños específicos que afectan diferencialmente a las mujeres, al campesinado, a las comunidades rurales, a la calidad de nuestros alimentos, a los territorios no occidentales y al medio ambiente. Es decir, son nociones que contienen sesgos que promueven la discriminación de género, la destrucción de la agricultura y la ganadería tradicionales, el neoliberalismo, el neocolonialismo y el caos climático9.

Quién teme a Paracelso

El análisis del paradigma científico dominante en una sociedad, así como de sus ideas sobre lo que es conocimiento o progreso, ilumina también «las visiones de la naturaleza, del poder y de las relaciones de género» protagonistas en esa sociedad (1995: 52). Al mismo tiempo, observar qué ideas sobre la ciencia y el conocimiento ganan predominancia —y cuáles otras se menosprecian— nos ayuda a evaluar el tipo de sociedad que se quiere promover. En la obra de Vandana Shiva, existe un interés en llegar a las raíces que sostienen un modelo de ciencia, desarrollo y progreso que atiende las necesidades de un modelo patriarcal capitalista que está destruyendo las fuentes de vida para una mayoría, en aras del beneficio, crecimiento y lucro de una minoría (2019). En este sentido, el argumento de Shiva es poderoso: cuando evaluamos lo que en una sociedad se defiende como el modelo de conocimiento y desarrollo deseable, no estamos hablando meramente de ciencia, sino de política. «La ciencia moderna era a sabiendas una actividad patriarcal y de género», que servía al «proyecto de una clase determinada», afirma (1995: 49). ¿Cuándo se consolida ese paradigma científico? Shiva propone un viaje en el tiempo que nos lleva a la Europa que transita entre los siglos XV y XVII: entramos en el corazón de la denominada revolución científica, motor de la Modernidad.
Paracelso, también llamado Teofrasto Paracelso (1493-1541), fue uno de los hombres de ciencia más reputados del Renacimiento centroeuropeo. Era, sobre todo, un médico notable, estudioso de los procesos de enfermedad y sanación del cuerpo, y para ello se servía de la que es quizá una de las ciencias más antiguas: la alquimia. Paracelso desdeñaba el tratamiento de esta disciplina desde un enfoque mágico o meramente espiritual: ¿tratar los minerales para transformarlos en oro? ¿Para purificar el alma? No. Nuestro autor estaba interesado en analizar cómo el uso de ciertos minerales podía (re) equilibrar el cuerpo humano y, en última instancia, devolver la salud perdida. Sus hallazgos en el campo de la mineralogía, la toxicología y la medicina son aún a día de hoy respetados y estudiados como formulaciones pioneras en esas áreas de conocimiento. No obstante, más allá de las aportaciones de su trabajo, nuestro interés se dirige a su entendimiento mismo de la ciencia. Como nos recuerda Shiva, Paracelso perteneció a la tradición hermética, uno de cuyos rasgos principales es la negación del binarismo jerárquico masculino-femenino. Para el autor suizo, el «mundo es una criatura viva, totalmente masculina y femenina a la vez», y para conocerlo es necesario participar de él, convivir con él (cit. en Shiva 1995: 52). Dicho de otro modo, se aspira a participar de los procesos naturales —no dominarlos— para conocer el mundo alrededor. Para Paracelso y sus seguidores no existe interés en controlar la naturaleza, en iniciar una guerra de conquista contra ella de la que salir victorioso. Esa es más bien la visión que sostiene Francis Bacon y los autores que con él y tras él defendieron y defienden la llamada «ciencia moderna».
Francis Bacon (1561-1626) fue un intelectual y político inglés, considerado como el padre del método científico y, en general, del pensamiento científico moderno. Para este autor, la ciencia debía caracterizarse por la neutralidad y la objetividad de sus conclusiones, que se obtenían bajo las condiciones controladas del experimento de laboratorio10. Sin embargo, tal como analiza la obra de Shiva, a la luz de las autoras que nutren las epistemologías feministas11, esta presunción de neutralidad está cargada de sesgos de género y clase: «Se oculta la ideología tras protestas de objetividad, neutralidad y progreso» (1995: 53). Y es que el incipiente modelo de patriarcado capitalista precisaba un aval: necesitaba legitimidad científica, argumenta Shiva. De ahí la defensa del método científico que Bacon, entre otros, promovía, y el paulatino arrinconamiento de los postulados de la visión que Paracelso y la escuela hermética postulaban.
Siguiendo la exposición de nuestra autora, la visión científica que Bacon y la escuela mecanicista formulan se basa en la idea de dominio, en dos vertientes principales: dominio sobre la naturaleza y dominio sobre la mujer. O, dicho de otro modo, es un modelo de ciencia basado en el diseño de estrategias que aspiran a doblegar a la naturaleza y a las mujeres: el hombre de ciencia es un hombre de guerra en una expedición de conquista.
Así, en primer lugar, se traza una jerarquía en la que el hombre es superior a la naturaleza y, por tanto, queda erigido su poder de manipularla y expoliarla con «técnicas científicas». La naturaleza
«pasa de ser una madre viva que proporciona alimento a convertirse en materia manipulable, inerte y muerta, [lo que da lugar] a la explotación imperativa del capitalismo creciente» (2017: 171).
La naturaleza comienza a representarse como aquella a la que hay que domar, vencer; se caracteriza como una entidad femenina, pasiva y que necesita de la intervención del hombre para producir, rendir, dar fruto tal como debe. Se configura un relato propicio para un entendimiento de la ciencia como una «empresa masculina»: «Ciencia y masculinidad se asociaron para dominar la naturaleza y la feminidad» (1995: 49). Así lo sintetizaba Joseph Glanvill (1636-1680) al afirmar que el «objetivo viril» de la ciencia era encontrar métodos para «cautivar y doblegar a la Naturaleza» y así conseguir el «Imperio del Hombre sobre la Naturaleza» (2017: 170). La institucionalización de este paradigma científico tuvo lugar con la creación de la Royal Society en Londres12 (1660), cuyo objetivo explícito era «construir una filosofía masculina» (1995: 50).
En síntesis, «la nueva relación de dominio y superioridad del hombre sobre la naturaleza se asoció también con los nuevos patrones de dominio y superioridad sobre la mujer» (1995: 23), patrones que, a partir de los planteamientos de la revolución científica y su concepto de desarrollo, «adoptaron nuevas y más violentas formas» (1995: 32).
No obstante, el afán de dominación del patriarcado capitalista no termina aquí. Este paradigma científico atiende asimismo a un proyecto de clase: está orientado a servir a los intereses del «empresario europeo de clase media» (1995: 47), consolidando así la idea de que la versión normalizada del ser humano es el «varón burgués» (2017: 174); he aquí el arquetipo que da medida de lo humano. En efecto, la pugna entre los paradigmas científicos que Bacon y Paracelso ejemplificaban mostraba también el choque entre los intereses de dos estratos sociales diferenciados: mientras el primer autor defendía los intereses de la burguesía urbana y de las instituciones del Estado, el segundo siempre se mostró cercano a la lucha por la justicia social de mineros y campesinado (1995: 52). Es decir, los intereses de clase orientaban modelos opuestos de relación con la naturaleza y con la producción de conocimiento. Una vez más, no es solo ciencia, es también política: qué modelos de distribución de poder se defienden en el plano social y económico.
Del mismo modo, el ataque hacia las concepciones de la naturaleza y de las formas de conocimiento de los pueblos nativos de América, que fueron severamente combatidas cuando no ridiculizadas. Tildar su saber tradicional como inferior legitimaba la imposición de la ciencia occidental y, aún más, de un proyecto político de dominio: el colonialismo. Una afirmación como la del cacique Seattle…
«nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Todas las cosas están conectadas (…) el hombre no debe tejer la tela de la vida; es solamente un hilo en ella. Todo lo que le haga a la tela se lo hace a sí mismo» (cit. en 1995: 51).
…era vista como una forma atrasada de pensamiento. Extravagante, hilarante. No solo eso. Esta forma de pensamiento, conocimiento y comportamiento, en armonía con la naturaleza, colisionaba con el postulado esencial de la ciencia mecanicista: la superioridad del hombre sobre la naturaleza, y la necesidad de aquel de sentirse victorioso sobre esta. Así lo expresa Robert Boyle (1627-1691), miembro fundador de la Royal Society, cuando afirma: «Esta veneración de la que están imbuidos los hombres por lo que llaman naturaleza ha sido un desalentador impedimento para el imperio del hombre sobre las criaturas que son inferiores» (1995: 51; 2017: 170).
El descrédito de las formas de conocimiento y de interacción con el medio de los pueblos originarios de América y de otros lugares del globo, el menosprecio de su visión de la Tierra como madre nutricia y, en definitiva, su representación como pueblos atrasados e inferiores, que no saben aprovechar los beneficios de la explotación del planeta, legitiman paralelamente el proyecto colonizador. Se estimula un relato en el que se considera que es necesario exportar el modelo de desarrollo, conocimiento y ciencia, tal y como ha sido entendido por las potencias occidentales. Dicho de otro modo, se estima que el modelo de desarrollo occidental es deseable y posible para el resto del mundo. Y como tal ha de imponerse.
Como señala Vandana Shiva, citando a Rosa Luxemburg, «el naciente desarrollo industrial de Europa occidental necesitaba que las potencias coloniales ocuparan las colonias permanentemente y destruyeran la “economía natural” local» (1995: 29). La explotación económica y la destrucción de otras culturas era parte del proyecto de la revolución científica occidental: el desarrollo capitalista solo se sostiene con la acumulación incesante de materias primas, también de terceros países, en los que se deja un reguero de desposesión, expolio y destrucción de la biodiversidad, la economía y la cultura propias. Para occidente, el desarrollo era el camino hacia el crecimiento; para los pueblos colonizados, el desarrollo era el problema a combatir, puesto que «la violencia se “naturalizaba” como progreso» (2019: 151). En efecto, la idea sesgada de progreso, tal como la diseñan las potencias occidentales, asola recursos locales y formas de vida: «Destruye unos estilos de vida saludables y sostenibles, y crea en su lugar verdadera pobreza material o miseria (…) la demanda de recursos de la economía de mercado [occidental] (…) está erosionando progresivamente la base de recursos para la supervivencia» (2015: 145). Esta pauta visible en el colonialismo europeo de la Edad Moderna se reproduce en las nuevas formas de colonialismo que presenciamos en la actualidad y que debatiremos en el capítulo siguiente.
Por todo lo anterior, nuestra autora defiende, más bien, el uso de la noción de «mal desarrollo»:
«El mal desarrollo conspira contra esa igualdad en la diversidad, y superpone la categoría de hombre tecnológico occidental —construida ideológicamente— como una medida uniforme del valor de las clases, las culturas y los géneros» (1995: 34).
Los valores que promueve la ciencia mecanicista se consolidan en la segunda parte del siglo XVIII con la Ilustración europea, y las ideas de razón y progreso que la acompañan: el relato de la separación entre naturaleza y cultura culmina con la necesidad de que el progreso científico pueda imponerse sobre el reino natural (1995: 19)13. Y despegan definitivamente con el comienzo, pocas décadas después, de la Revolución Industrial en Inglaterra, en la que se asientan los pilares de nuestro tiempo. Vandana Shiva señala:
«La revolución industrial convirtió la economía (…) en un proceso de producción de bienes para hacer el máximo de ganancias (…) creó un apetito de explotación de recursos, y la ciencia moderna proporcionó la licencia ética y cognoscitiva para que dicha explotación fuera posible, aceptable y deseable» (1995: 23).
Abi Andrews, en su libro Naturaleza es nombre de mujer, lo expresa gráficamente al notar cómo a partir del siglo XVIII, «se vería una metamorfosis: ciudades que crecen como moratones, tierras fértiles que se vuelven desérticas, basura espacial que se acumula poco a poco y orbita formando una constelación metálica y sin brillo» (2020: 15).
En efecto, el paradigma científico que se consolida con la modernidad enaltece las nociones de objetividad y neutralidad, pero, como vemos, se desvelan sesgos de género, de clase y etnocéntricos. Además, las nociones de progreso, desarrollo y crecimien...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. Sobre la autora
  5. Contenido
  6. El Manifiesto de LAS Imprescindibles
  7. Introducción
  8. 1. El problema
  9. 2. El resultado
  10. 3. La alternativa
  11. Y a ti, ¿qué te inspira todo esto?
  12. Bibliografía comentada
  13. Notas
  14. Agradecimientos
  15. Tus ideas