La zona pélvica: un tabú
La zona pélvica es una fuente de sufrimiento para la mujer a lo largo de toda su vida que empieza, a menudo, con las primeras reglas. Pero incluso en la infancia, la niña puede sufrir estreñimiento o, al contrario, diarrea, y pueden darse también trastornos de enuresis (hacerse pipí en la cama). Todo ello crea una tensión hacia esta área del cuerpo oculta, secreta y todavía cargada de connotaciones emocionales contradictorias. Así pues, se origina una carga psicológica que la niña debe sobrellevar desde el nacimiento a partir de su educación y de su propio aprendizaje familiar y social.
Después, desde la primera menstruación, cualquier irregularidad puede afectar a su confianza, pues supone una presión doble, por una parte en lo íntimo en cuanto a su percepción de esta zona y, por otra, en los planos social y emocional: las primeras reglas conllevan una cierta inquietud, un miedo y a veces también dolor. A lo largo de su ciclo natural, es decir durante una media de treinta años, o cuatrocientos ciclos, la mujer puede sufrir física y emocionalmente: reglas dolorosas, pérdidas más o menos importantes de sangre o de flujo, manchas en la ropa, transformaciones corporales, así como dolores en la espalda, en los pechos o en la zona del bajo vientre. Y no debemos olvidar todo lo relacionado con los trastornos de la ovulación: cambios hormonales y emocionales, retención de líquidos, etcétera.
Estamos, pues, ante una zona del cuerpo que durante años ha permanecido oculta y misteriosa, de la que se han hecho bromas o burlas y que hasta hace relativamente poco ha constituido una herramienta para avergonzar a la mujer. Una zona tabú.
Además de los ciclos, la mujer tiene un metabolismo más complejo y sofisticado que el hombre. Es ella la que se queda embarazada y eso aumenta todavía más los cambios y las modificaciones. Tras el embarazo y el parto llega una nueva serie de posibles transformaciones en el cuerpo de la mujer: dolores pélvicos, pérdidas de orina, cambios en cómo experimenta la sexualidad o afecciones del suelo pélvico, por nombrar solo aquellas más conocidas.
Al final del ciclo menstrual, durante la perimenopausia y menopausia, pueden darse aún nuevos síntomas, como sofocos, aumentos de peso o insomnio. Y todo ello sin tener en cuenta potenciales intervenciones quirúrgicas o trastornos psicosexuales.
Centrándonos únicamente en la zona pélvica y el aparato reproductor, podemos constatar el hecho de que, a lo largo de sus distintas etapas vitales, la mayoría de las mujeres van a ser susceptibles de requerir tratamiento y medicación en algún momento y, quizá, para algunas de ellas, esta sea una necesidad continuada, sin pausa y sin respiro.
La zona pélvica, en la que se centra este libro, tiene un peso emocional muy importante. Es una zona cargada de connotaciones negativas que ha sido maltratada y mal tratada desde el principio de la historia. Pero, además, se trata de un área muy compleja desde el punto de vista de la anatomía, puesto que en ella confluyen la función de eliminación (el ano), la función de procreación (el útero y los ovarios), la función de placer sexual (la vagina y el clítoris) y la función digestiva (el recto y los intestinos). A estas hay que sumar también la función que regula el equilibrio de la parte inferior del cuerpo, es decir, las articulaciones que conectan las piernas con las caderas, la pelvis y, finalmente, con la columna vertebral. Por eso, cualquier problema que surja en las piernas puede afectar a la zona pélvica, y viceversa, de igual manera que sucede en el cuerpo del hombre.
Lógicamente, cuanto más sofisticada es una zona, más complejas serán las disfunciones que se puedan dar en ella y, por ende, los tratamientos que requiera cada una. ¡Estamos explorando el territorio más complejo del cuerpo de la mujer!
Hoy en día, en esta era que consideramos científica y que es también cientificista (la perspectiva que rechaza todo enfoque que no sea el científico y que afirma que solo los métodos empíricos pueden describir el mundo como es en sí mismo, eliminando de esta descripción cualquier dimensión psicológica de la experiencia), estos trastornos específicos de la mujer son tratados mediante medicación o cirugía, excepto en algunos casos en los que se puede aplicar la fisioterapia mediante terapias de prevención, reeducación, etcétera.
Como profesional médico, mi filosofía es buscar siempre la manera de aplicar los tratamientos menos nocivos posibles, y empezar por los métodos menos invasivos. Creo firmemente que debemos acompañar al cuerpo, ayudándolo a que él mismo encuentre el camino de regreso a la salud, y hacerlo de una manera individual y específica, sin imponer nada que no sea necesario, ya sean medicamentos, intervenciones, etcétera.
Algunos tratamientos alopáticos o quirúrgicos son invasivos para el metabolismo y no buscan la causa (la etiología) del problema y no ayudan al cuerpo a encontrar la fuente del trastorno o de la disfunción. En osteopatía hablamos de disfunción de un tejido para describir una modificación de la textura, de la movilidad, de la viscoelasticidad o de la motilidad natural que altera los parámetros de su buen funcionamiento. Las técnicas invasivas a menudo provocan nuevos desequilibrios de la salud. En este contexto, la medicina osteopática puede ayudar a la mujer. La osteopatía acompaña al cuerpo a reencontrarse con la salud, pero para ello hay un margen de actuación: cuando llegamos demasiado tarde, la medicina clásica puede hacerlo muy bien.
Hipócrates creía que la fuerza natural que hay dentro de cada uno de nosotros es el mejor médico de todos. Es decir, que tenemos en nuestro interior al mayor sanador que existe.
Afortunadamente, hoy en día más que nunca, se habla de la igualdad y de la liberación de la mujer, y también se ponen cada vez más de manifiesto casos de maltrato y de agresión. Este trabajo de medicina manual –la palabra medicina se deriva de medicus («médico»), palabra que a su vez se deriva de mederi («cuidar, curar, tratar»), y la palabra manual, que deriva del latín manualis («que se puede tomar con la mano»), derivado de manus («mano»), es decir, el arte de curar con las manos– tiene toda su importancia y su lugar en el universo médico, en la panoplia de tratamientos empleados para curar las disfunciones pélvicas. Podríamos decir que tiene un lugar especial en la «caja de herramientas» de los ginecólogos y también de los médicos de cabecera. Y es un abanico de herramientas que está totalmente al servicio de estos médicos. La osteopatía es una medicina feminista, en tanto que respeta el cuerpo de la mujer como tal, con su ciclo y sus transformaciones, dentro de la estructura de nuestra sociedad.
Es muy importante entender que el conocimiento de nuestro trabajo como osteópatas debería estar al alcance de los médicos, puesto que son ellos quienes, en la mayoría de los casos, reciben en primera consulta a las mujeres que sufren dolencias en la zona pélvica. Si el médico de primer contacto tiene esta información a su alcance, podrá orientar a la mujer hacia la cirugía, el tratamiento médico o la osteopatía. Siempre que sea posible, lo mejor será empezar por el procedimiento menos invasivo.
En mis veinte años de trabajo como osteópata, he tratado a muchísimas mujeres que han sufrido complicaciones serias a causa del tratamiento alopático. Algunas de ellas han padecido un verdadero maltrato físico o emocional por parte de algunos médicos, y han sufrido secuelas a causa de una medicación errónea, de una exploración demasiado agresiva o de haber recibido un diagnóstico con cierta falta de sensibilidad y empatía.
Por ejemplo, muchas pacientes llegan a mi consulta en un estado muy avanzado de gestación, muy angustiadas porque el ginecólogo les ha dicho que su bebé era muy grande. Esto puede tener un gran impacto en su cuerpo y en el del bebé. Luego ocurre que, en la mayoría de los casos, el bebé nace con un peso completamente normal. ¿Por qué ocurre esto? Muy sencillo: porque el crecimiento intrauterino no es lineal y el feto puede aumentar rápidamente de tamaño en los primeros meses para luego rebajar ese ritmo de crecimiento; o, al revés: puede empezar a crecer más despacio y aumentar la velocidad de crecimiento hacia el final del embarazo. Por eso creo que, si no hay un motivo de alarma, es mejor no decir nada, pues podemos terminar provocando una ansiedad innecesaria, ya que tanto la madre como el médico pueden hacer muy poco por alterar ese ritmo de crecimiento. Después de tantos años de experiencia, estoy convencido de que muchas cesáreas se podrían evitar si no existiera ese temor por dar a luz un bebé demasiado grande.
En el entorno de la medicina centrada en la zona pélvica, un osteópata cualificado y profesional viene a llenar una carencia tanto en el tratamiento de las disfunciones específicamente femeninas como también (¡por supuesto!) las masculinas. Tengo la suerte de conocer y trabajar con ginecólogos y médicos que son personas respetuosas y abiertas que han entendido los beneficios que la osteopatía puede aportar a sus pacientes. Y debo decir que para mí supone un inmenso placer trabajar en equipo por el bienestar de todos aquellos que sufren estas dolencias.
Pero queda mucho trabajo por delante para que nuestra profesión alcance su debido reconocimiento en el entorno de la medicina. Con demasiada frecuencia, la mujer llega a sufrir maltrato a manos de un concepto todavía muy patriarcal de la medicina y de la sociedad. Debería quedar muy lejos en nuestro retrovisor el tiempo en que ideas como las del médico norteamericano Edward Hammond Clarke (expresadas en su libro Sex in Education; or, A Fair Chance for the Girls, publicado en 1873) eran las que regían en las esferas del conocimiento. Él sostenía que la mujer no podía ejercer actividades de índole intelectual en la misma medida que un hombre, ya que la sangre que perdía a lo largo de sus periodos debilitaba su inteligencia, puesto que no llegaba al cerebro. Según él, someter a la mujer a la misma presión académica que a un hombre podría derivar en complicaciones serias como la esterilidad o la neurastenia. En esos años, opiniones como la de Clarke eran ampliamente aceptadas tanto por gran parte de la profesión médica como por la sociedad. Huelga decir que hemos avanzado desde entonces, pero de algún modo todavía sobrevive en el entorno médico esa visión de la mujer como sujeto pasivo, incapaz de comprender sus propias disfunciones y de tomar parte activa en su recuperación.
Por otro lado, considero importante advertir que quienes acuden a un osteópata también pueden correr el peligro de caer en manos de un pseudoprofesional, alguien con una formación deficiente o sin titulación reconocida. Esto supone un grave riesgo para los pacientes, y no digamos para quien sufre de malestar en la zona pélvica, que es tan compleja, delicada y, para la mayoría, tan desconocida, y que debe ser tratada con el máximo respeto y la mayor profesionalidad posible. Quizás estén capacitados para aliviar un dolor de espalda, pero, definitivamente, no se puede improvisar una respuesta eficaz a problemas como el dolor durante las relaciones sexuales, por ejemplo.
La osteopatía
¿Qué es la osteopatía? La osteopatía es una medicina manual que entiende y trata el cuerpo humano en su globalidad. Permite prevenir, diagnosticar y tratar, de forma manual, las disfunciones de movilidad (la libertad de moverse en el espacio) y de motilidad (la capacidad de un tejido o de un órgano de moverse o contraerse de forma intrínseca) de los tejidos, a fin de que el cuerpo del paciente recupere su estado natural, que es el de la salud.
¿Y cómo se define la «salud»? Según la OMS, «la salud es un estado de bienestar físico, mental y social. La salud no es una ausencia de patologías o enfermedades». Como medicina holística, la osteopatía no solamente busca eliminar una patología, sino proporcionar ese bienestar físico, mental y social, ayudando al cuerpo a regresar al camino de la salud.
La primera medicina es tocar. Antes de que se escuchara por primera vez la palabra osteópata, la medicina manual (es decir, el acto en el que un individuo cura a otro mediante el empleo de sus manos) ya existía. El uso de las manos para aliviar el dolor es un reflejo humano muy primordial. Cuando nos damos un golpe, el primer gesto que tenemos, o que quien nos quiere tiene hacia nosotros, es poner la mano ahí donde nos duele. El contacto siempre ha existido, es instintivo, también cuando queremos expresar cariño o consolar a alguien que sufre: el tacto es ayuda, es empatía.
A lo largo de los siglos y en diferentes partes del mundo, el ser humano ha desarrollado técnicas manuales para buscar formas de devolver la salud al cuerpo. Los documentos más antiguos al respecto datan de casi el año 4000 a. C. El Papiro de Edwin Smith, encontrado en Egipto y fechado aproximadamente en 1600 a. C., hace referencia a heridas de guerra y distintas técnicas de sanación e incluye nociones de anatomía. También hay documentos que describen técnicas de manipulación del cuerpo hacia el año 1250 a. C., en la época de Ramsés II. En China ya se practicaban manipulaciones corporales, tal como lo demuestran documentos que datan de 3.500 años a. C.
Más cerca en el tiempo y en el espacio, el médico griego Hipócrates de Cos (460-370 a. C.), conocido como el padre de la medicina, escribió un tratado de manipulación de la columna vertebral y las articulaciones.
Durante la Edad Media, en pueblos y ciudades había hueseros que conocían técnicas y manipulaban a los enfermos que sufrían de heridas, dislocaciones y dolor articular.
Y así llegamos a finales del siglo XIX, cuando el norteamericano Andrew Taylor Still (1828-1917) acuñó el concepto osteopatía para dar nombre a la serie de métodos que ideó. Still era médico y trabajó intensamente como cirujan...