La función social de la universidad en el posacuerdo
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La función social de la universidad en el posacuerdo

Una mirada al conflicto, la diferencia y el diálogo a través de la obra de Estanislao Zuleta

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La función social de la universidad en el posacuerdo

Una mirada al conflicto, la diferencia y el diálogo a través de la obra de Estanislao Zuleta

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Atendiendo a las consecuencias históricas y a la realidad social de posacuerdo en Colombia, se consideran en este trabajo postulados teleológicos, para la universidad soportadosen la obra del filósofo colombiano Estanislao Zuleta y sus aportes teóricos sobre tres conceptos nucleares: el conflicto, la diferencia y el diálogo. Así, se vincula a la universidad en la búsqueday promoción del respeto, como valor ético mínimo de consenso y garantía del ejercicio público de la razón, la ampliación de la conciencia individual y colectiva, la escisión entre la desigualdad y la diferencia y la activación de la dimensión política de los educandos, a través de la solidaridad.

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Edición
1
Categoría
Education

ALGUNOS ASPECTOS SOCIOHUMANOS VINCULADOS AL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA

En este apartado se pretende identificar algunas aristas problemáticas de la realidad social colombiana y señalar su relación con la guerra, para que sirvan de base referencial a las elucubraciones posteriores en torno a la función social de la universidad en un horizonte de posacuerdo. No puede uno desvincularse del carácter histórico —que recarga de sentido y consecuencia el análisis— a la hora de aludir a cuestiones que se desenvuelven en el seno de una comunidad o de entender fenómenos que las rasgan distintivamente. Así mismo, se hará un esfuerzo por asentar un terreno en el que las fuentes dialoguen en una clave histórica y sirvan de soporte argumentado y crítico a la contribución que procura este trabajo.
Los aspectos que se consideran a nivel social y humano se enmarcan en la problemática del conflicto armado, el cual, a pesar de las iniciativas gubernamentales por superarlo —bien sea buscando soluciones negociadas con el amplio espectro de grupos insurgentes a lo largo de este período, implementando programas de asistencia social o aumentando el pie de fuerza y el aparato militar para combatir por la vía armada su operación—, mantiene desequilibrada la realidad nacional y con una deuda latente, que “no se refiere solo a los perjuicios que resultan del conflicto, sino a problemas no resueltos desde hace cerca de un siglo” (López, 2016, p. 117).
Los orígenes de la lucha armada en el país, así como los niveles de violencia generalizada, el desamparo pasmoso de un grupo significativo de colombianos y la indiferencia frente a estas realidades, no son fruto de la generación espontánea ni de “las características biológicas genéticas de la población: sería, pues, la expresión de una fatalidad ineluctable” (Ospina, 1999, p. 7). Todos estos asuntos que nos agobian como sociedad y que nos tienen sumidos en un atraso pantanoso, obedecen a dinámicas complejas en las que intervienen la política, la educación, la geografía y el peso de la historia que hemos vivido. En los siguientes párrafos se alude a diversos escorzos que se conjuntan en las esferas señaladas, que guardan relación con el conflicto armado, y que justificarán la intención de este libro: esbozar el aporte que desde la universidad se puede hacer en estos asuntos.
No es el objetivo per se del escrito estudiar las causas que justifican el surgimiento de la violencia y el conflicto armado en Colombia. Para eso hay vasta literatura1 que aborda ese tema desde una perspectiva más amplia que la que se le podría dar aquí, y que considera aspectos al detalle tras estos largos años de historia violenta, que se remontan incluso a épocas anteriores a la aparición de las guerrillas. Algunas de estas fuentes bibliográficas han sido revisadas para la elaboración de esta reflexión y, de manera recurrente, se reconoce que una de las principales causas que favoreció la diseminación de la confrontación armada en Colombia, directa o indirectamente, ha sido la mala praxis de la clase dirigente que ha gobernado desde los tiempos de la independencia.
“Una delicada dictadura del buen gusto, las buenas maneras y las buenas familias”
La manera de gobernar de la clase dirigente es la que ha educado al país en el odio, la desconfianza, la discriminación de los humildes y el desamparo de los débiles.
(Ospina, 2013, p. 150)
La crítica que erige Ospina (2013) a la realidad social de Colombia, su conflicto interno, los niveles de desigualdad fuera de toda proporción y la ausencia de interés frente a los asuntos públicos de los colombianos, obedece a cierto desprecio inspirado por las élites rancias de la aristocracia sobre lo que se puede catalogar como propio en lo cultural y biodiverso. El remonte histórico del autor, en su estilo literario y ensayístico, hace notar que, desde los primeros visos de autonomía para gobernar a Colombia, se ha venido cuajando en el ideario social un desprecio generalizado por las raíces mestizas y africanas heredadas de la Colonia, “que son el origen irrenunciable de la mayoría de la población” (p. 24).
La clase que ha ostentado el poder en Colombia, hasta hace incluso relativamente poco, rendía honores con nostalgia a la ralea española y conmemoraba la hispanidad con la fundación, en 1951, del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica de Bogotá. Este era una adscripción al Instituto de Cultura Hispánico de Madrid —creado en 1940 durante el régimen franquista—, el cual se valía de los vínculos comunes de lengua y religión para influir ideológicamente y concretar aliados en América Latina, en beneficio de su política exterior. Es así como Laureano Gómez se sumaba a los festejos del quinto centenario del nacimiento de Isabel la Católica y se reforzaban, en nombre de este credo, ideas asociadas a la “existencia zoológica” de las tribus precolombinas, o que la Conquista y el suplicio indígena hizo parte de un operativo de la providencia para salvaguardar la justicia divina (Tirado, 2014, pp. 187-200).
Con motivo de estas arraigadas añoranzas y el anhelo de perpetuar una concepción foránea de Colombia —al querer concebirla como una provincia de Europa, guardando veneración absoluta por el gusto, las maneras y las familias de otras tierras, con otras historias y otras culturas—, una buena parte de la clase política del siglo pasado y de la historia independiente del país se autoproclamó como la descendencia perdida del viejo continente, “entregada a la imitación y carente de todo orgullo local” (Ospina, 2013, p. 133), repelente y despectiva con todo cuanto se podía apreciar en abundante diversidad en su territorio. Las manifestaciones de esta conducta, sostiene Ospina, repercuten en el orden económico y político del presente. En cuanto a los efectos referidos a la esfera pública, el autor sostiene que tales sentimientos de rechazo para con las manifestaciones de lo autóctono y el peso de la tradición étnica ineluctable que padecía la clase gobernante desembocaron en la consolidación de miradas desdeñosas por parte de estos sobre el colectivo, que “no es merecedor de los esfuerzos que implica una lucha por los problemas del país” (p. 30).
Este germen de odio en el imaginario de los ejecutores del poder los llevó a centrar sus administraciones en atender con notable mediocridad las dolencias de la sociedad y a dejar bajo los efectos fortuitos de programas políticos mal diseñados o copiados de su referente internacional predilecto al grueso de la población, sumergido en la ignorancia, la pobreza y el abandono, cuando no es que enfrentado en peleas a muerte por defender los colores de uno u otro partido que, en sus más altas esferas directivas, se mostraron indiferentes ante esa tragedia. Para lo que sí fueron operantes y tuvieron notable habilidad fue para acrecentar sus arcas y sus capitales, sacando provecho de la influencia y las posibilidades que les brindó la administración de los recursos de una sociedad que no se termina de educar para el ejercicio de la democracia. No en vano, sigue vigente la apreciación de Ospina respecto al electorado colombiano, que confirma la tradición antipopular de su régimen: “a la hora de los sufrimientos y las derrotas, era (es) el pueblo el que tenía (tiene) que ponerlo todo; a la hora de los triunfos, la casta dominante recogía (recoge) las ganancias” (p. 150).
Las manifestaciones de desprecio por lo que nos cabe en suerte y la incapacidad para reconocernos con legitimidad y dignidad a nosotros mismos se intentaron replicar sobre la población mediante la administración educativa y académica a cargo del gobierno. Desde mediados del siglo pasado y durante un periodo considerable, la ideología hispanista se expresó no solo en cabezas visibles del ejecutivo y en la creación del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica —que dependía del Ministerio de Educación—, sino que también influyó en la Academia Colombiana de Historia y la Academia Colombiana de la Lengua (Tirado, 2014). Adicionalmente, como se lee en Ospina (2013), el modelo escolar se diseñó de modo que inspirara en los educandos admiración por las metrópolis, referentes de imitación; devoción por la cosmogonía católica y sus principios, debido en gran parte a la concesión que le hizo el Estado a esta comunidad religiosa para que liderara la educación en el país; convicción en el matrimonio católico como única fuente de legitimación social; creencia en el origen europeo de nuestras raíces y la pureza de la lengua castiza; aceptación de una democracia que únicamente demanda respeto absoluto por las autoridades, sometimiento total a la ley, obediencia al Estado y a sus fuerzas armadas. En otras palabras, el sistema educativo que imperó en Colombia durante muchos años fue un dispositivo que “perpetuó el discurso colonial”, además de las conductas de la élite dominante que heredó la república (p. 26).
Una impostura de desprecio por nosotros mismos tratada de masificar por vías institucionalizadas ha desencadenado efectos serios que nos alcanzan hasta el presente. Ya en este punto es fácil notar cómo la complejización del fenómeno social en Colombia obedece a efectos que se convierten en causas de otros efectos, o bien a efectos que refuerzan y agudizan las causas que lo producen: ciclos realimentados de causalidad.
Aparte de las secuelas políticas, a las que ya se ha aludido, no se puede pasar por alto la poca compaginación entre la realidad y la estructura del aparato legal y del derecho, que genera reticencia por parte de los sujetos a acatar la ley. Este es un aspecto que revela la poca legitimidad con que cuenta el Estado, por las razones que se vienen discutiendo en este apartado, y que mantienen a la comunidad en tensión permanente con la legalidad. Para la incorporación a esta, no basta el pie de fuerza, sino que se hace necesario “algo más profundo y sutil: que la comunidad sienta que la ley procede de ella, expresa su voluntad y garantiza sus derechos” (p. 14). Mientras se mantenga en el imaginario político colectivo el tufillo de inferioridad que imprimen las valoraciones negativas acerca de lo que somos, los roces de la sociedad civil con la autoridad que se ejerce mediante la configuración legislativa difícilmente desaparecerán, por más que se incrementen las medidas policivas o se insista, como es nuestro caso, en la promulgación de cada vez más complicados entramados de leyes, regulaciones, resoluciones, actos administrativos, etc.2: “todo exceso de normas solo delata la falta absoluta de costumbres y tradiciones, y ante todo propicia la cultura de la transgresión” (p. 175).
En la historia política del país, la manifestación de la ausencia de carácter de la clase dirigente y el sentido perdido sobre nuestra propia realidad se vincula con el conflicto armado, tratado en el presente apartado, mediante la consolidación del Frente Nacional. El bipartidismo colombiano, que ensangrentó los campos del país azuzando el odio entre las gentes humildes del campo y de las ciudades a mediados del siglo XX, refrendó, en una alianza política antidemocrática, los postulados de desprecio por la población y el desinterés por hacer frente a las talanqueras que sumían a la Colombia de entonces en un mar de odio, miedo y zozobra.
So pretexto de apaciguar los ánimos exacerbados de la Década de la Violencia, quedó en evidencia la falta de rectitud moral de los partidos y la postiza diferenciación ideológica. El objetivo de los gobernantes —de clara tradición nepotista—, con el reparto programático del poder durante dieciséis años, se enfilaba “posiblemente contra la conformación de una alternativa distinta, que pusiera en peligro el poder tradicional”. De ahí que iniciativas como la Alianza Nacional Popular (Anapo), las luchas estudiantiles por reformar la educación y el Frente Unido de Camilo Torres fueran hostilizadas y perseguidas con afán por la “elegante dictadura de los partidos” y nunca fueran reconocidas como interlocutores (p. 148). La visión de Zuleta frente a la despolitización producida3 por el Frente Nacional es menos conspirativa que la de Ospina, sin embargo, reconoce que el gobierno compartido y la participación paritaria en las corporaciones y cuerpos colegiados enmascararon su función de canalizar por la vía de la legalidad los inconformismos evidentes de la sociedad y traducirlos en planes de gobierno. El costo de aminorar la violencia bipartidista previa, que tenía al borde del colapso la precaria institucionalidad democrática, fue una pérdida generalizada del “sentido propiamente político” que condenó cualquier brote de disidencia fuera de ese pacto bicéfalo y aniquiló el conflicto positivo que debe mantener viva la democracia (Zuleta, 1998, pp. 42, 43, 180, 210).
El cierre en el panorama de la expresividad política que impuso el Frente Nacional terminó abonando el terreno para el surgimiento de la disidencia armada en Colombia, a la que suele asociarse el conflicto armado desde entonces. Después de más de medio siglo de muertes y embates a la estabilidad y al progreso, no se consigue reunir suficiente voluntad política para crear consenso frente a salidas negociadas —una redundancia de nuestra propia desgracia—, con el agravante de incentivar la tipología nefasta del clientelismo para el ejercicio electoral, plenamente vigente en la actualidad.
No había menos que esperar que la “feudalización de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Resumen
  6. Introducción
  7. Algunos aspectos sociohumanos vinculados al conflicto armado en Colombia
  8. Conflicto, diálogo y respeto por la diferencia en la obra de Estanislao Zuleta
  9. La función social de la universidad en el ámbito del posacuerdo
  10. Referencias
  11. Notas al pie
  12. Contracubierta