La ruta de su evasión
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La ruta de su evasión

  1. 200 páginas
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La ruta de su evasión

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Una novela de ruptura en todos los sentidos. La ruta de su evasión superó el realismo social que predominaba en su época para adentrarse en el universo interior de los personajes, empleando técnicas narrativas como el monólogo interior, el flujo de conciencia y la fragmentación del tiempo. Bajo el influjo de Proust, Faulkner y Joyce, Oreamuno teje un minucioso entramado de estereotipos –la mujer sumisa, el padre déspota, la esposa abnegada, el hijo acomplejado– que estallan desde adentro, desde las emociones, en tanto que la trama pone en conflicto el deseo y la identidad verdadera de cada uno de ellos con los modelos obtusos que la novela cuestiona; roles impuestos por una sociedad acartonada y profundamente patriarcal. La invitación del prólogo de Natalia García Freire no podría ser más adecuada: "Por favor, no se ponga cómodo, levántese y empiece a andar "La ruta de su evasión"".

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Información

IX

–¿Qué lees?
Como ya nadie aquí le habla, por estar habituados a su silencio, Gabriel la mira con la sorpresa de quien ha sido despertado en lo profundo del sueño. La sorpresa tiene grados. ¿O son causas? Sorpresa de ser interrogado por una persona a quien nunca ha visto. Grados de la sorpresa, como en las quemaduras, “quemadura de tercer grado”. La de tercero, es porque ella no lo conoce, ni él la conoce a ella.
Va vestida como una estudiante de universidad. ¿Hay una forma especial del traje para identificar por esta a las estudiantes de universidad? Todas son iguales: llevan los mismos zapatos de tacón bajo, la misma falda de lana, el mismo suéter largo hasta las caderas que disimula la cintura y hace saltar los pechos agresivos. Llevan el cabello suelto, ella también; y descuidado, ella también; tienen las bocas frescas, ella también; y las narices alerta, ella también; y tienen los ojos serios, ella… Ella no. No tiene ojos de estudiante de universidad; tiene ojos atrevidos, insolentes; de una insolencia tal que parecen agredir. Hay ojos atrevidos, pero risueñamente atrevidos; estos son atrevidos, pero fríamente atrevidos. La boca también tiene algo más que cualquier boca grande. Tiene labios fuertes, no planos con la dulzura de los labios carnosos, sino esponjados, sin las líneas descendentes de las bocas buenas, más bien con las líneas curvas de las bocas sensuales. La carne prieta, quemada por el sol, tostada, endurecida por la excesiva exposición al aire. El pelo rubio y pesado, pero de tono disparejo también por el sol. Manos huesudas y largas. Resalta más en ella todo lo de angular que tiene: el corte egipcio del pelo, geométrico, casi rectangular, en flequillo sobre la frente; angulares también los pómulos salientes, los hombros altos, los pechos separados.
Gabriel, aún sin dar respuesta, piensa mientras la observa fijamente: “Debo tener cara de bobo. No he contestado. ¿No sería ya tiempo de contestar? Habló de tú como si me conociera, y está esperando. Nunca nadie me ha esperado; que espere ella si quiere que le conteste. Yo también puedo ponerme insolente como sus ojos. Es recia por dentro, porque no tiene miedo de esperar y de ser mirada. Quisiera saber quién se rendirá primero. Tan descaradamente como ella me habló, yo seguiré mirándola”.
Entre aquel diálogo mudo la vida se detuvo en reto. Frente a ellos, el patio cuadrado y enorme lleno de estudiantes, las muchachas coqueteando, los grupos de charla, los profesores seriamente detenidos en grave plática. Los rapados… Primer curso. ¿Cuánto tiempo hace que a Gabriel también lo pelaron? ¡Cómo se resistió! Y entonces, para hacer más indecorosa la pelada, dibujaron con las tijeras sobre su cabeza una cruz que comenzaba en la frente, abría sus brazos en las sienes, y moría en la nuca sobre el cuello de la camisa. Tuvieron que cogerlo entre muchos. Gabriel se debatía. Después, en la tarde, fue al barbero para que le quitara la cruz y lo dejara sencillamente rapado como todos los demás del primer año. Ahora se dejan pelar sin resabios. Tienen menos voluntad; la diversión que proporcionaba la resistencia de los novatos terminó, porque ya saben que van a ser pelados; no derrochan sus energías y algunos hasta llegan a matricularse después de haber ido al barbero. ¡Ya no tiene gracia! ¡Con qué coraje se defendían! Como si de esa defensa dependiera la felicidad o fuera posible escapar a la trasquilada. Aunque a las mujeres no las pelan, les pintan con tinta las piernas, los brazos y la cara. Para Gabriel fue muy penoso el trámite del noviciado; en el fondo era muy tímido; el sentirse así incluido de súbito en la muchachada le sorprendió rudamente.
Ahora han pasado tres años, tres cursos “me sorprendió, sorpresa, estoy mirando todavía, está, sí, está todavía mirándome con sus ojos insolentes y con una sonrisa más insolente todavía. Es bonita, muy bonita; es atractiva, demasiado atractiva; parece estar reclamando, en uso de la multitud de legítimos derechos, la atención de los hombres y su rendición. Debe ser de segundo curso, porque las mujeres nunca pasan del segundo curso, a menos que sean muy feas; esta ha de ser de primero, de las de piernas azules; no, si son morenas, pero… ¡Qué estúpido! Estamos mediando el año, hace tiempo habría podido lavárselas… ¡cómo si pudiera tenerlas azules todavía! Pero es de segundo curso; parece lo bastante inteligente para llegar a segundo; aunque sean inteligentes no pasan de ahí, les da miedo. En medicina, porque el profesor de anatomía hace preguntas ofensivas; en economía, porque se les complican las leyes económicas en la cabeza, …seguro con la economía doméstica; en leyes, porque no quieren comenzar por los prolegómenos sino por los trámites finales, y se cansan de esperar; en odontología, porque los hombres con las bocas abiertas son muy feos, y las mujeres ¡claro! lo son más, y se van definitivamente cuando en clase las hacen abrir su propia boca para enseñar las muelas; en artes se quedan hasta que consiguen un amante, después ya no importa, aprenden allí a perder el poco pudor que les queda y se gradúan de mujer en cuanto ven el primer modelo desnudo; en ingeniería no ingresan por las matemáticas, y las que ingresan ya llevan anteojos, usan faldas largas y no miran a los hombres, esas siempre llegan al último año: hay que ser muy feo para saber números. Esta debe ser de segundo curso… ¿de artes? …ya tendría amante y, puede ser… pero no… sí, no… ¿Segundo curso de leyes?, es demasiado agresiva para los prolegómenos; ¿de medicina?, sí, de medicina; es capaz de aguantar las insolentes preguntas de los profesores, preguntas eliminatorias, como las bocas abiertas de odontología, y también es capaz de soportar las insolentes miradas de sus compañeros. Ellos han de tolerarlas menos que ella, como tolera la mía… Sigue mirando, sigue mirando, yo debo hablar, todavía la estoy mirando; pero no va a hablar, ya conozco esa insolencia pasiva… Si insiste en su pregunta, sería rendirse ante mi impertinencia, no sabría preguntar venciendo, las mujeres no saben hacerlo; repetiría, ¿qué lees? como si yo no hubiera oído su pregunta…”
–¿Me miraste ya lo bastante para que estés en disposición de contestar a lo que te pregunté antes?
–¿Qué me preguntó?
–“Qué me preguntaste” –corrigió ella–. No necesito repetirte la pregunta porque la oíste muy bien. Hay gente que siempre se hace repetir las cosas como si no escuchara; y sí escucha. Si tú eres de esos…, ¡déjalo! Es defecto de mujeres.
–Oí, pero no recuerdo.
–Voy a repetirte la pregunta: ¿qué lees?
–Estudio.
–¿Qué estudias?
–¿Te interesa?
–Me da curiosidad. Hace mucho tiempo que tú me das curiosidad. No te había hablado antes por temor de hacer descubrimientos aburridos.
–¿Eres siempre tan agresiva?
–Sí.
–¿Dejarás por lo menos que ahora te pregunte yo?
–Pregunta.
–¿Qué estudias?
–Medicina. Y para poner fin a este interrogatorio como de juez y condenado, te voy a contestar todas las preguntas que probablemente intentas hacerme: estudio medicina; estoy en el cuarto curso; no me dieron miedo en el primero las preguntas de los profesores ni las bromas de los compañeros, les di yo miedo a ellos. Soy muy buena estudiante. Voy a ser un pésimo médico, porque para ser estudiante notable se necesita solo memoria y atrevimiento, y para ser buen médico es menester tener paciencia, que yo no tengo, y observación (yo no tengo esta en grado lo bastante alto para compensar mi impaciencia), y se necesita bondad que tampoco tengo, y síntesis producida por análisis (yo tengo síntesis por explosión). A mi primer enfermo lo voy a matar, de ello puedes estar seguro. Y seguiré matando muchos por largo tiempo. Seré un buen cirujano. Mira mis manos. Son musculosas y fuertes, delgadas y capaces de muchas cosas. Además, con el enfermo dormido se pueden gastar bromas, especular, pensar cuanto uno quiere, y no estar pendiente de sus reacciones psicológicas porque basta con las fisiológicas. Por falta de paciencia para aguantar la estupidez de la gente enferma tendré enfermos dormidos, y como te dije, seré cirujano. Las otras preguntas que me harías también voy a contestarlas: me llamo Elena, Elena Viales. Sí, de los mismos Viales en que estás pensando; el viejo es mi padre; y… también estás pensando que soy muy rica o seré muy rica cuando él se muera. También estás pensando que esto te hará dar la vuelta corriendo, pero yo no te voy a dejar, así que no te preocupes y espérame. La siguiente pregunta: que por qué soy tan insolente… Te diré… El dinero, los estudios de medicina, arruinadora de mitos, y la educación de un padre empeñado en enseñarme a buscar mis placeres y conseguirlos, a reconocer mis pecados alegremente y a volver sobre mis errores sin miedo, han hecho de mí una persona insolente. Lo que falta agrégalo tú. Y ahora dos cosas; la primera: voy a respirar hondo para descansar de este largo discurso –respiró ruidosamente dilatando la nariz y poniéndose la mano en el pecho–. La segunda: vamos a ser amigos.
–¿Para qué deseas que yo sea tu amigo?
–Para satisfacer mi curiosidad.
–¿Y en qué consiste tu curiosidad?
–Te diré… y vas a tener que aguantar otro discurso.
–Lo aguantaré. ¡Soy tan paciente!
–Sin embargo, antes quiero que me contestes esto: ¿soy bonita?
–Mira… Eres… Eres bonita, pero… hasta la cara la tienes insolente.
–¿Te gusto?
–Vas muy de prisa. No sé.
–No importa. Lo sabrás pronto. Conmigo no hay dudas, o te gusto luego, o no te gusto. Y aquí está mi asunto. No puedo soportar que hombre alguno tenga frente a mí una actitud indiferente. Primero deben declararse de mi partido o en contra; a los que son de mi partido, es decir, a quienes les gusto, los selecciono: unos sirven para que me adoren, otros para que me acompañen, otros para que me admiren, otros simplemente para que me vean. De los que no son de mi partido, hago mis amigos. Y así los tengo a todos. Pero tú estás fuera de los unos y de los otros. Voy a confesarte, he hecho sobre ti averiguaciones de policía. Sé cómo te llamas; que estudias medicina porque estás en el mismo curso que yo, aunque no en el mismo grupo; sé también que eres un muchacho raro, sin amigos, que siempre está solo; sé que eres orgulloso, inteligente, muy inteligente; y sé que lo sabes. Después de todo eso, y de gastar tanto tiempo en ti, no me iba a importar que me miraras un cuarto de hora sin contestar mi pregunta, pregunta que, por otra parte, no tenía ninguna importancia y que solo hice para entablar conversación. Te pregunté ¿qué lees? como podría haberte preguntado si llueve; ese libro lo estudio yo también, conozco su color, su forro, su contenido, y con una mirada habría podido reconocerlo. Perdona esa mentira inicial. Mi curiosidad consiste en descubrir el motivo de tu abstracción, o de tu aparente ausencia de todo. Mi curiosidad es inagotable. Quiero llegar a la causa de eso con tanta certeza como he llegado al descubrimiento de tu vida, de la cual sé más de lo que te he dicho y de lo que estoy dispuesta a decirte. Y para terminar mi anunciado discurso, creo haberte causado la sorpresa que me proponía para conseguir que te definas con respecto a mí. ¿No es cierto que si hubiera llegado a ti con una espontaneidad fácil, o con timidez, me hubieras dejado con la palabra en la boca? Solo te podía tomar por sorpresa, y lo conseguí, porque ya estás dispuesto, al menos, a escucharme. Ahora puedo aflojar los músculos mentales, que tanto esfuerzo me ha costado conservar tensos para no salir yo también corriendo asustada de mí misma, y puedo descansar en la seguridad de que seremos amigos. ¿No es así?
–¿Entonces me catalogas entre aquellos a quienes no les gustas y que por tanto pueden ser tus amigos?
–Ni tanto… porque confieso que haré cuanto esté en mi mano para llegar a gustarte, pero sin que dejes de ser mi amigo. Prefiero tu amistad. Vas a darme mucho trabajo, ya lo sé. Y en vista de eso, es necesario que te rindas un poco y aceptes. ¿Quieres?
–Sí.
–Entonces para sellar esta amistad te hago una invitación...

Índice

  1. escribir: dos revés, tres derecho
  2. I. Cuando Roberto le llamó
  3. II. Si en verdad al morir toda nuestra vida regresa
  4. III. No había algo deliberadamente agresivo
  5. IV. Ella lo oía todo
  6. V. Roberto nunca tuvo conflictos
  7. VI. ¿Otra vez en la agonía?
  8. VII. Entra
  9. VIII. Gabriel la mira con miedo
  10. IX. ¿Qué lees?
  11. X. Después de que Aurora fue despedida
  12. XI. No es raro verlas juntas
  13. XII. Gabriel
  14. XIII. Cristina sale de casa
  15. XIV. Empacó meticulosamente su ropa
  16. XV. Quedaba bien poco
  17. XVI. Muy tarde
  18. XVII. Amanece rectangulada la luz de la ventana
  19. XVIII. Ahora que Gabriel se ha ido a trabajar
  20. XIX. No se puede hablar de un invierno definido
  21. XX. Había agonizado ya tantas veces
  22. XXI. Los días habían llegado
  23. XXII. Judas Iscariote no traicionó a Jesús
  24. XXIII. Al entrar se cercioró rápidamente; no había nada qué hacer
  25. Aviso legal