Construir puentes
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Construir puentes

La apologética cristiana eficaz

  1. 436 páginas
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Construir puentes

La apologética cristiana eficaz

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Índice
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Información del libro

Los cristianos participan en la apologética cuando construyen puentes hacia la fe. Esto, sostiene Alister McGrath, es tanto una ciencia como un arte. La apologética es una ciencia, porque está firmemente basada en el cristianismo, demostrando y defendiendo su veracidad. Sin embargo, y de igual manera, es un arte, el intento creativo de combinar la proclamación del evangelio con las necesidades y las inquietudes de personas de carne y hueso. Por consiguiente, la apologética es parte vital y necesaria del bagaje de todos los cristianos del mundo, sobre todo de aquellos involucrados en la predicación y la evangelización.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412243598
CAPÍTULO 1

El punto de contacto: Los fundamentos teológicos de la apologética eficaz

El título de este libro sugiere una imagen, que a su vez proporciona la clave para su método subyacente. “Construir puentes” supone la existencia de un vacío, un abismo situado entre los farallones de un cañón. A menos que el puente salve la distancia entre ambos, las dos paredes del cañón estarán aisladas para siempre. La apologética cristiana eficaz tiene como objetivo localizar los puntos en los que existe separación entre el evangelio y los individuos y comunidades de este mundo, e identificar los mejores lugares en los que construir un puente para que se pueda establecer contacto entre ambas partes. La naturaleza y la localización de esos abismos varían entre una cultura y un individuo y otro, como también difieren las ubicaciones y los tipos de puentes que hay que construir. Además, el apologista cristiano descubrirá alborozado que Dios ya ha echado los cimientos para esos puentes, tanto en el mundo como en el corazón humano; nosotros tenemos la responsabilidad de edificar sobre esos fundamentos, estableciendo los vínculos necesarios. El “punto de contacto” es uno de esos cimientos; este capítulo se centra en la exploración de los fundamentos teológicos de este concepto esencial de la apologética.
1. La apologética se basa en las doctrinas de la creación y de la redención
El primer concepto principal con el que se encuentra el lector de la Escritura es que Dios creó el mundo. Por lo tanto, ¿es de extrañar que esa creación dé testimonio de él? ¿O que la cumbre de su creación, los seres humanos, lleven consigo la huella reconocible de la naturaleza divina?1 ¿Y es ilógico que esa huella tenga un valor considerable como punto de partida de la apologética? Pablo creía apasionadamente en la verdad teológica y en la relevancia apologética de este concepto (Ro. 1–2).
No debería ser motivo de sorpresa que podamos discernir “in- dicaciones de trascendencia” (Peter Berger) en la vida humana. Si ya existe algún punto de contacto, la apologética no tendrá la necesidad de establecer los fundamentos del conocimiento cris- tiano de Dios; puede utilizar un punto de partida dado por él que se halla en la misma naturaleza del propio orden creado. El testimonio de Dios dentro de su Creación puede funcionar como un activador que estimule a las personas a formular preguntas sobre el sentido de la vida o la realidad de Dios. Estos puntos de contacto están ahí porque deben estar y Dios espera que los aprovechemos.
Por medio de la gracia de Dios, la Creación es capaz de señalar hacia su creador. Debido a la generosidad de Dios, se nos ha concedido un recuerdo latente de él, capaz de estimularnos para recordarle en toda su plenitud. Aunque existe una fractura entre lo ideal y lo empírico, entre los ámbitos de la creación caída y la redimida, el recuerdo de esa conexión sigue presente junto con la intimación de su restauración por medio de la redención. Su eco queda plasmado claramente en textos como el poema de Gerard Manley Hopkins titulado Primavera, que contiene poderosos indicadores del recuerdo del paraíso perdido:
¿Qué es esta abundancia y este gozo?
Un rastro de la dulce existencia del mundo en el principio, en el huerto del Edén.
Pero, ¿cómo podemos utilizar este concepto? ¿Qué ejemplos podemos adelantar de esos puntos de contacto, y cuál es su valor potencial para la apologética? Este capítulo pretende demostrar la importancia que tiene para el apologista cristiano la idea de los “puntos de contacto”.
Antes de seguir adelante, debemos señalar un grave malen- tendido sobre cuál es la naturaleza y la función de estos puntos de contacto. Por sí mismos, los puntos no son adecuados para introducir a las personas en el reino de Dios; son puntos de partida para alcanzar esa meta. Tampoco bastan por sí solos para conducir al mundo a la fe específicamente cristiana. Sí que pueden señalar hacia la existencia de un ser supremo creativo y benevolente, pero aún es necesario establecer la relación entre ese ser y “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (1 P. 1:3). Esta es una idea que expone con una claridad particular el conocido físico teórico John Polkinghorne. Después de dedicar varios capítulos a repasar algunos de los puntos de contacto para el evangelio, comenta:
Los tipos de consideraciones esbozadas en los capítulos precedentes me inclinarían, pienso yo, a adoptar una visión teísta del mundo. Por sí solos, me llevarían únicamente hasta ese punto. El motivo por el que me incluyo en la comunidad cristiana radica en determinados sucesos que tuvieron lugar en Palestina hace casi dos mil años.2
Los puntos de contacto contribuyen a fomentar la receptividad al teísmo, incluyendo el cristianismo, pero no pueden convertirse en un fin en sí mismos. El apologista debe demostrar que el evangelio cristiano es coherente con estos puntos de contacto; es capaz de explicarlos y más que eso: puede cumplir todo lo que prometen, convirtiendo los atisbos en realidades.
Un punto de contacto es un apoyadero que nos da Dios para revelarse a sí mismo. Es un catalizador de la revelación que hace Dios de su persona, no un sustituto. Viene a ser como la avanzadilla de un ejército, que prepara el terreno para la hueste principal que viene detrás. Es como la ruta principal del paso de un rayo, durante cuya formación se establece una vía conductiva entre la tierra y el cielo, de modo que la energía masiva del rayo pueda descargarse plenamente sobre la tierra que la recibe. Dios se manifiesta en el acto de la revelación; sin embargo, existe un sentido en el que él ha preparado el terreno para ese desvelamiento; no para sustituirlo, no para volverlo innecesario, sino simplemente para hacer que sea más eficaz cuando finalmente se produzca.
Pero, ¿cómo encaja en todo esto el pecado humano? La doctrina cristiana de la redención afirma que la naturaleza humana, según la vemos y la conocemos ahora, no es la naturaleza humana tal como Dios quiso que fuera. Esto nos obliga a trazar una divisoria radical entre la naturaleza humana prístina y la caída, entre lo ideal y lo real, el prototipo y lo existente. La imagen de Dios en nosotros está distorsionada, pero no destruida. Seguimos siendo las criaturas de Dios, a pesar de que somos, a pesar de todo, las criaturas caídas de Dios. Hemos sido creados para la presencia de Dios; sin embargo, debido a nuestro pecado, esa presencia no es más que un sueño. Lo que debió llenarse del conocimiento, la gloria y la presencia de Dios se encuentra vacío e incumplido, como un fuerte en ruinas.
Aquí radica la esencia de la dialéctica entre las doctrinas de la creación y de la redención, sobre las que se apoya la apologética cristiana eficaz: existe una relación fracturada con Dios y una receptividad insatisfecha hacia el Dios que llevamos dentro. La Creación establece un potencial que el pecado frustra, pero la herida y el dolor de esa frustración perduran en nuestra experiencia. Es precisamente esta sensación de estar incompletos la que, por sí misma, subyace en la idea de un punto de contacto.
La consciencia de esta sensación de vaciedad resuena por toda la cultura secular. Pensamos, por ejemplo, en Boris Becker, el famoso tenista, que estuvo a punto de quitarse la vida agobiado por esta sensación de desesperanza y de vaciedad. A pesar de sus éxitos resonantes, le faltaba algo.
Antes ya había obtenido dos títulos en Wimbledon, uno de ellos como el tenista más joven en conseguirlo. Era rico. Tenía todos los bienes materiales que necesitaba: dinero, coches, mujeres, todo… Sé que esto es un cliché; es la vieja historia de las estrellas de cine y del pop que se suicidan. Lo tienen todo, pero a pesar de ello son muy infelices… Yo carecía de paz interior. Era una marioneta sujeta a unos hilos.
También recordamos a Jack Higgins, un exitoso escritor de novelas de intriga que estaba en lo más alto de su carrera, habiendo escrito novelas tan superventas como Ha llegado el águila. Se dice que, en cierta ocasión, le preguntaron qué sabía en aquel momento que le hubiera gustado saber cuando era niño. Según cuentan, respondió: “Que cuando llegas a lo más alto, allí no hay nada”. Becker y Higgins son testigos excelentes de este punto de contacto, personas que proceden de la cultura secular. La mayoría de los individuos son conscientes de que en sus vidas falta algo, aunque sean incapaces de definir qué es. Quizá no logren hacer algo al respecto. Pero el evangelio cristiano puede interpretar esta sensación de anhelo, este sentimiento de estar incompletos, como una consciencia de la ausencia de Dios, preparando así el camino para su cumplimiento. Una vez nos damos cuenta de que estamos incompletos, de que nos falta algo, empezamos a preguntarnos si ese vacío espiritual se puede llenar.
Precisamente esta es la idea que subyace en las famosas palabras de Agustín: “Nos has creado para ti, y nuestros corazones no hallan reposo hasta que lo encuentran en ti”.3 Las doctrinas de la creación y de la redención se combinan para interpretar esta sensación de insatisfacción y de falta de plenitud como la pérdida de la comunión con Dios, que puede restaurarse. Proyectan una imagen de una naturaleza humana rota, que aún posee la capacidad de ser consciente de su pérdida y de tener la esperanza de que la restauren. Agustín captó perfectamente la idea cuando habló del “recuerdo amoroso”4 de Dios. Es un recuerdo de Dios en el sentido de que se encuentra construido sobre las doctrinas de la creación y de la redención, que afirman que, debido al pecado, hemos perdido algo parcialmente, y que por medio de la gracia de Dios este nos hace conscientes de esa pérdida. Es un recuerdo amoroso en el sentido de que se experimenta como la sensación de la nostalgia de Dios, de un anhelo espiritual. Existe la sed de tener algo más de aquello que ya tenemos solo en parte.
Es decir, que el punto de contacto es la consciencia o la percepción de la presencia pasada de Dios y del empobrecimiento actual de esa presencia, suficiente para incitarnos a recordarla en su tota...

Índice

  1. Comentarios
  2. Prólogo a la serie
  3. Introducción
  4. Primera Parte – Abrir Camino para la Fe
  5. CAPÍTULO 1
  6. CAPÍTULO 2
  7. CAPÍTULO 3
  8. Segunda Parte – Superar las barreras para la fe
  9. CAPÍTULO 4
  10. CAPÍTULO 5
  11. CAPÍTULO 6
  12. Conclusión
  13. Notas