Obras completas de Luis Chiozza Tomo XIII
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Obras completas de Luis Chiozza Tomo XIII

Afectos y afecciones 4

Luis Chiozza

  1. 282 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Obras completas de Luis Chiozza Tomo XIII

Afectos y afecciones 4

Luis Chiozza

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Información del libro

El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro.Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés.En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen.Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

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Información

Año
2020
ISBN
9789875992498
Categoría
Psychologie
Categoría
Psychoanalyse
Prólogo de enfermedades y afectos
(2001)
Referencia bibliográfica
CHIOZZA, Luis (2001l) “Prólogo de Enfermedades y afectos”.
Primera edición en castellano
Con el título “Prólogo” en:
L. Chiozza, Enfermedades y afectos, Alianza Editorial, Buenos Aires, 2001, págs. 9-17.
Enfermedades y afectos reúne en sus páginas los resultados de las recientes investigaciones sobre el lupus eritematoso sistémico, la enfermedad de Parkinson, el síndrome gripal y las micosis. Además, en el primer capítulo, reeditamos un trabajo acerca de las cardiopatías isquémicas (Chiozza y colab., 1983h [1982]), publicado por primera vez en Psicoanálisis, presente y futuro (Chiozza, 1983a), hoy agotado.
Hace ya muchos años que dedicamos nuestros esfuerzos a la tarea de investigar las fantasías inconcientes específicas de distintos trastornos somáticos o, en otros términos, el guión biográfico que corresponde, de manera igualmente específica, a cada una de las diferentes enfermedades que alteran los órganos.
Realizamos la primera de esas investigaciones, dedicada a los trastornos hepáticos (Chiozza, 1963a), en 1963, y continuamos, desde entonces, en esa tarea. Tal como ocurre con la ubicación correcta de las piezas de un rompecabezas, el resultado de cada una de nuestras investigaciones fue revelándonos porciones cada vez más inteligibles del “paisaje de fondo” que vincula, en una trama significativa, cada una de las fantasías específicas que constituyen enfermedades distintas.
No podía ser de otro modo, porque así como la indagación fisiopatológica y el ejercicio de la clínica médica, cuando identifican alteraciones cardiorrespiratorias o vásculo-parenquimatosas, nos llevan desde la enfermedad hacia el enfermo, la clínica psicoanalítica y los estudios patobiográficos nos permitieron comprender, cada vez mejor, los distintos “mosaicos” que la combinación de distintas fantasías específicas “dibuja” en el cuerpo de cada paciente.
Ese proceso no sólo nos ayudó a comprender, desde las fantasías específicas de los diferentes órganos, la individualidad particular de cada enfermo, nos permitió también identificar significados de un mayor grado de generalidad, como los que corresponden a los procesos exudativos o a los esclerosos, que nos ayudaron a bosquejar una teoría de conjunto acerca de los significados inconcientes de las enfermedades del cuerpo.
Cada descubrimiento de una fantasía específica trajo lo suyo, y enriqueció de este modo la teoría con la cual abordamos, inicialmente, nuestras investigaciones. Uno de los jalones más importantes, en ese camino, fue el haber comprendido la relación existente entre la aparición de una enfermedad que la conciencia registra como alteración somática y la “sofocación” de un afecto que, deformado en su clave de inervación, se descarga como una afección cuyo significado psíquico primordial permanece inconciente.
Entre las últimas cuatro investigaciones, que publicamos por primera vez en este libro, el trabajo sobre el síndrome gripal y el que realizamos acerca de las micosis (Chiozza y colab., 2001o y 2001m) nos aportaron, como “cierre” de investigaciones realizadas largos años atrás, un inesperado “regalo” que merece ser descripto en este prólogo, relatando brevemente una historia que puede ser dividida en cuatro partes.
Antes de relatar esa historia debemos al lector una aclaración que evitará malentendidos. Suele pensarse habitualmente que tanto en la escala zoológica como en el desarrollo individual de un ser humano, es decir en las evoluciones filogenética y ontogenética, el cuerpo aparece primero y la psiquis se le agrega después. En la escala zoológica, tal vez cuando se alcanza el estadio de vertebrado mamífero cerebrado; en la evolución individual del ser humano, después del nacimiento.
Dejando de lado el hecho de que, luego de las exploraciones ecográficas de las mujeres embarazadas, ya nadie discute encarnizadamente en contra del reconocimiento de una vida psíquica en el feto, capaz de sentir y conservar “recuerdos” inconcientes, sostendremos aquí, a partir de lo que Freud (1940a [1938]*) consideraba la segunda hipótesis fundamental del psicoanálisis, que lo que caracteriza al psiquismo no es la conciencia, sino la significación, y que la finalidad de una función orgánica (teleología) y su significación inconciente (meta pulsional) son una y la misma cosa vista desde dos ángulos diferentes del conocimiento conciente: la fisiología y el psicoanálisis.
Lo diremos quizás más claramente con las palabras del poeta William Blake (1790-1793): el hombre no posee un cuerpo distinto de su alma, porque lo que llamamos cuerpo es el pedazo del alma que se percibe con los cinco sentidos. Podríamos agregar ahora que llamamos alma al conjunto entero de las finalidades o propósitos que “animan” al cuerpo.
Acabamos de afirmar que, de acuerdo con Freud, la verdadera característica del psiquismo es el significado, y que el fenómeno de la conciencia, considerado habitualmente como la cualidad esencial de los fenómenos que estudia la psicología, muy pocas veces se agrega a estos significados, genuinamente psíquicos, que permanecen inconcientes. Pero no debemos confundirnos en esto. Nuestra afirmación no lleva implícito que un ser vivo, animado por procesos psíquicos inconcientes, puede carecer absolutamente de conciencia. Tampoco afirmamos que la conciencia humana es la única forma posible de conciencia viviente. Nada de esto puede ser probado, ya que ni siquiera es posible probar, tal como lo señalara Freud, la existencia de la conciencia en un otro, humano, que solemos llamar semejante. Pero cuando un perro emite un quejido no dudamos de que siente concientemente su dolor.
Volvamos ahora a la historia prometida. La primera parte ocurrió hace casi cuarenta años, cuando nuestra investigación sobre los trastornos hepáticos nos llevó a varias conclusiones. Sostuvimos desde entonces que:
1) Así como la función de mamar en el recién nacido, es tan importante como para teñir toda la vida mental del bebé, que llamamos lactante porque se encuentra, según decimos en nuestra jerga, en primacía oral, durante una parte, por lo menos, de la vida intrauterina, el feto se encuentra en una primacía hepática.
2) El hígado se adjudica la representación predominante de los procesos mediante los cuales se adquieren de la placenta los alimentos “materiales” y se los usa para materializar las formas que el embrión hereda y que lo conducen a evolucionar desde una sola célula hasta la configuración de un bebé.
3) La función de las vías biliares, y especialmente la de la vesícula biliar, se adjudica predominantemente la representación de los sentimientos de envidia que, cuando permanecen inconcientes y coartados en su fin, suelen descargarse como un trastorno biliar. De allí que, así como la vergüenza se asocia con el rojo a través del rubor, la envidia queda vinculada, en los usos del lenguaje, y en varios idiomas, con el amarillo y el verde.
4) Fenómenos y síntomas como la náusea, la somnolencia, el aburrimiento, el hastío, el fastidio, la “mufa”, el “vacío” existencial, el mareo, la descompostura, lo siniestro, el humor negro, la drogadicción y la anorexia demostraron estar relacionados entre sí y con el fracaso de la acción digestivo-envidiosa sobre los objetos del entorno, acción que se vuelve, entonces, sobre el propio organismo. En un trabajo sobre el opio (Chiozza y colab., 1969c), que publicamos en 1969, seis años antes del descubrimiento de las endorfinas, vinculábamos estos estados con la particular condición que en el lenguaje popular se denomina “opiarse”.
La segunda parte de la historia proviene de la experiencia clínica realizada, desde el año 1972 hasta la fecha, con los estudios patobiográficos, un método encaminado hacia el descubrimiento de la crisis “biográfica” que, en cada vida particular, se oculta detrás de la enfermedad que en ese momento la aqueja. Descubrimos entonces que:
1) Las personas casi siempre viven “para” otras personas, y que detrás de esas otras personas siempre predomina una. A veces es la madre, a veces el padre, pueden ser los dos, pero siempre predomina uno. Esta función de “persona para la cual se vive” se puede transferir sobre una o sobre varias personas, que pasan entonces a representarla. Puede ser un abuelo, el cónyuge, un hijo o, también, un amigo. Puede ser un conjunto, tal como ocurre a veces con “la gente del club”. Dedicamos a los ojos de esas personas las fotos que sacamos durante un viaje, la corbata que nos ponemos con especial cuidado o el automóvil que acabamos de comprar. Muchos de los deseos que experimentamos como propios son sus deseos, o deseos contrarios a los deseos de ellos, y lo mismo ocurre con las cosas que nos parecen bien o nos parecen mal. De ahí que podamos decir que, habitualmente, “nos llenan la vida”, y que sin ellas sentimos que nuestra vida “se vacía” de significado, como si perdiera de pronto su norte.
2) Estamos en permanente diálogo con la persona para quien vivimos. Ese diálogo no se interrumpe porque esa persona haya muerto o se encuentre físicamente distante, se interrumpe cuando carecemos de las palabras adecuadas para proseguir el diálogo. Todas las formas del sufrimiento humano pueden ser contemplad...

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