La monarquía de los Habsburgo (1618-1815)
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La monarquía de los Habsburgo (1618-1815)

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La monarquía de los Habsburgo (1618-1815)

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La diversidad geográfica y lingüística de la monarquía de los Habsburgo, en 1789, había sentado las bases de un sistema de gobierno europeo único, capaz de trascender su singular patrimonio cultural e histórico. Desafiando la noción convencional de una sociedad atrasada, el autor presenta el dominio de esta dinastía como una potencia militar y cultural de enorme influencia, y se detiene a analizar los factores sociales, políticos y económicos que la configuraron.Este volumen, firmemente establecido como el texto de referencia en su ámbito, incorpora las investigaciones más recientes y sugiere vínculos entre esa época compleja y a menudo desconocida y numerosos problemas de nuestra Europa contemporánea.

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Información

Año
2020
ISBN
9788432153006
Edición
1
Categoría
History
Categoría
World History
1.
La peculiaridad de la historia austriaca
EL 9 DE JUNIO DE 1815, los representantes de las grandes potencias europeas se reunieron en el palacio imperial de Hofburg, perteneciente a los Habsburgo, para firmar el acuerdo de paz que ponía fin a las guerras napoleónicas. El acto final del Congreso de Viena no estuvo acompañado de fanfarria o celebración alguna. No obstante, cuando el último de los príncipes europeos y los otros cien mil visitantes que se habían congregado en la ciudad partieron de vuelta a sus países, no quedó duda alguna de la importancia de un tratado que contribuiría a definir el sistema europeo de Estados y a preservarlo de otra gran guerra durante los siguientes cien años.
Aunque los representantes de Gran Bretaña, Prusia y Rusia —e incluso la derrotada Francia— habían desempeñado un papel esencial en las negociaciones de paz, nadie había contribuido más a dar forma al curso de las negociaciones que los anfitriones austriacos. Y por buenos motivos. Aunque siempre ha estado de moda atribuirle a Wellington el mérito de haber derrotado a Napoleón en Waterloo, su destino había quedado sellado dos años antes, cuando Austria entró en la guerra. Fue el imperio austriaco el que aportó el mayor contingente al ejército aliado y su comandante en jefe a la primera conquista de Francia desde tiempos de los francos. Y fueron los objetivos de guerra del ministro de Asuntos Exteriores del emperador, Clemens von Metternich, los que establecieron las bases para el acuerdo final de paz. De hecho, el llamado Sistema Metternich que este dirigió desde Viena estaba destinado a dominar las políticas interiores y exteriores del continente hasta 1848.
Es a partir de este Congreso de Viena y la posterior Era de Metternich cuando comienzan los conocimientos sobre la historia de Austria de muchos estudiantes e historiadores. En general, asocian el éxito de Austria a su gran primer ministro, al tiempo que ven al imperio como un poder en decadencia destinado a la disolución en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, los historiadores que otorgan crédito (o critican) a Metternich por el sistema que ayudó a crear olvidan que él mismo se consideró un simple timonel que se limitaba a seguir los dictados de su soberano de la casa de Habsburgo. En realidad, Metternich se adhirió a muchos de los mismos principios que habían inspirado la política austriaca durante los últimos tres siglos. Además, nuestra toma de conciencia sobre el declive del imperio austriaco en el siglo XIX suele llegar al precio de nuestra ignorancia sobre su emergencia en el siglo XVII como una fuerza poderosa y por momentos innovadora que a menudo tuvo un papel preponderante en los asuntos internacionales y en la diplomacia de la coalición.
Pero la monarquía de los Habsburgo también era diferente de los otros grandes Estados y sociedades de Europa. Y lo era a causa del modo peculiar que tenía de conducir sus asuntos domésticos y exteriores, un modo que ha inducido a los historiadores occidentales a visualizarla como una especie de remanso europeo, una anomalía política cuya inmadurez estructural la condenó a un constante estado de crisis y decadencia desde los mismos comienzos de su historia. Solo si comprendemos la peculiaridad de la monarquía podremos entender cómo se ocupó con éxito de los problemas que estuvieron presentes desde sus albores y cómo no solo sobrevivió, sino que creció constantemente en tamaño, riqueza y fuerza hasta el punto de contar con el poder militar y la estabilidad doméstica necesarios para resistir y en último término vencer a la Francia revolucionaria.
Podemos identificar al menos cinco factores interdependientes que influyeron en la determinación del curso distintivo de la historia austriaca después de 1815, pero que ya eran evidentes al menos dos siglos antes: el impacto de la diplomacia geopolítica y de equilibrio entre las potencias; la diversidad e individualidad de los dominios de los Habsburgo; la estrecha identificación de la dinastía con Alemania; la medida en que dependía de lograr un consenso entre las élites nacionales y los aliados extranjeros; el papel clave de los propios monarcas para proporcionar continuidad y seguridad a su Estado.
LA DIPLOMACIA Y LA FORMACIÓN DE LA MONARQUÍA
Al considerar la historia temprana de la monarquía y su surgimiento como una gran potencia, es apropiado recordar la famosa observación del publicista del siglo XIX, František Palacký, quien dijo que, si la monarquía de los Habsburgo no hubiese existido, habría habido que crearla. De hecho, la monarquía se creó a principios de la era moderna y continuó creciendo en gran medida porque su desarrollo era consistente con las necesidades de la comunidad internacional. Es difícil subestimar el papel central que desempeñó la diplomacia dinástica en la peculiar evolución de la monarquía. La mayoría de los países como Inglaterra, Francia o España pueden vincular su aparición como Estados nación a una continuidad geográfica que promovió un grado sustancial de homogeneidad económica, política, cultural y lingüística. En gran medida, sus gobernantes y élites al mando se limitaban a cumplir funciones que habían sido predeterminadas en gran medida por esta realidad estructural subyacente. En cambio, los Habsburgo emplearon la política dinástica para aglutinar un conglomerado de dominios dispares, sobre los que luego superpondrían políticas interiores destinadas a proporcionar la continuidad de la que carecían esos territorios. No obstante, los Habsburgo también fueron impulsados por fuerzas geopolíticas que facilitaron en gran medida su éxito en el escenario internacional. Desde el principio hasta el final, el destino de su monarquía se vio afectado por la práctica europea de la diplomacia del equilibrio de poder, especialmente por la asistencia de los gobernantes y los Estados vecinos, que percibieron que era lo suficientemente fuerte como para ayudarles a resistir a los enemigos más poderosos, al tiempo que lo suficientemente débil como para no representar una seria amenaza a su propia seguridad.
Fue esta doble ecuación la que condujo a la elección del primer Habsburgo para la corona imperial alemana. Los príncipes alemanes que eligieron a Rodolfo I (1273-1291) lo hicieron en parte porque, siendo el señor relativamente oscuro de varios territorios de tamaño modesto del suroeste, se lo consideraba insuficientemente preponderante como para desafiar la posición del resto en el imperio. También valoraron su disposición para ayudarlos a repeler la amenaza que representaban los vecinos del sudeste de Alemania, Bohemia y Hungría. Cuando los ejércitos de Rodolfo mataron al rey bohemio en la batalla de Marchfeld (1278), aquel adquirió las tierras del sudeste alemán de su enemigo, incluido el ducado de Austria. A mediados del siglo siguiente, sus descendientes ya se habían elevado al rango de «archiduque» (ayudándose de un documento falsificado) y habían establecido su identidad como la Casa de Austria.
Pero la dinastía adquirió algo más que su identidad austriaca en la batalla de Marchfeld. Asumió entonces la posesión del flanco sudoriental del imperio, que estaba expuesto no solo a Hungría y Bohemia, sino a la creciente amenaza de los turcos otomanos. La posición estratégica de los territorios austriacos realzó la importancia de los Habsburgo como defensores de las fronteras de Alemania y ayudó a asegurar la elección de una serie de emperadores de los Habsburgo, comenzando con la sucesión del emperador Alberto II (1438–1440). Aunque el poder competidor de los otros príncipes alemanes debilitó en gran medida la administración imperial, la dinastía lo utilizó de manera efectiva para mejorar su prestigio y su perfil europeo. En un memorable acto de grandeza, el emperador Federico III (1440-1493) adoptó incluso el acrónimo de todas las vocales AEIOU para representar su presuntuoso, aunque profético lema: Austria Est Imperare Orbi Universo (Austria está destinada a gobernar sobre el mundo entero). Junto con la adquisición de las tierras austriacas, el control de los Habsburgo sobre la corona imperial también puso en juego un segundo factor geopolítico que ayudaría a determinar el curso de la historia de Austria hasta el final de la monarquía: una ubicación estratégica en Europa central que la expuso a enemigos potenciales y atrajo a un número aún mayor de solícitos aliados.
Ambos factores —la posición estratégica de los Habsburgo y su utilidad para lograr un balance de poder entre los vecinos— desempeñaron un papel decisivo en la repentina emergencia de la dinastía en la escena europea a finales del siglo XV. Hay que otorgar la mayoría del crédito individual al sobresaliente hijo de Federico III, el emperador Maximiliano (1493-1519), responsable de tres alianzas matrimoniales enormemente convenientes durante el medio siglo que fue de 1477 a 1526. Fue la primera de estas uniones en 1477, entre el por entonces joven príncipe Habsburgo y María, hija y heredera del duque de Borgoña, la que inspiró el famoso refrán:
Deja que los fuertes peleen las guerras.
Tú, Austria dichosa, cásate en cambio.
¡Lo que a otros Marte otorga,
a ti Venus te lo entrega!
Su autor, Matías Corvino, rey de Hungría y Croacia (1458-1490), estaba en situación de apreciar la buena fortuna de su rival Habsburgo. Había conquistado la mayoría de los territorios austriacos de los Habsburgo arrebatándoselos al padre de Maximiliano, y había llegado a hacer de Viena su capital en 1485. La brecha entre las pretensiones dinásticas de los Habsburgo y su impotencia marcial llevó a los vieneses a burlarse de Federico III con su propia versión de AEIOU: Aller Erst Ist Österreich Verloren (Austria ya lo ha perdido todo). Sin embargo, cinco años después, el imperio de Matías se vino abajo cuando murió sin hijos. Por el contrario, la progenie de Maximiliano y María heredó finalmente los territorios de los Habsburgo en el sur de Alemania y las propiedades de Borgoña en los Países Bajos, un área comercialmente rica. Esta doble herencia hizo que los Habsburgo pasasen de ser príncipes territoriales alemanes a convertirse en una dinastía europea de primer rango.
El segundo partido decisivo los transformó en una potencia mundial. Cuando Fernando de Aragón e Isabel de Castilla acordaron en 1946 casar a su hija Juana con el hijo de Maximiliano, Felipe «el Hermoso», no contaban con que los Habsburgo heredarían pronto el nuevo imperio español a cuya creación tanto habían contribuido ellos. Dos hermanos mayores y, finalmente, tres sobrinos iban por delante de Juana en la sucesión. Pero la muerte prematura de los cinco herederos hizo que le correspondiese a ella. Por lo tanto, sucedió que cuatro monarquías se concentraron en las manos de Carlos de Gante, el hijo mayor de Juana y su esposo Habsburgo, Felipe: Castilla y Aragón a través de la madre de Carlos; Borgoña (incluyendo los Países Bajos) y los territorios alemanes de la dinastía a través de su padre. Su elección en 1519 para suceder a su abuelo Maximiliano como el emperador alemán Carlos V (1519-1556) completó una fenomenal toma de poder dinástica que fue más allá de las amargas expectativas de Matías Corvino.
Los matrimonios borgoñón y español establecieron un conglomerado principalmente en Europa occidental que incluía no solo a España y los Países Bajos, sino también las extensas posesiones italianas de Aragón y el emergente imperio del Nuevo Mundo de Castilla. No pasó mucho tiempo antes de que Carlos V reconociese la orientación atlántica de su monarquía y situase a Castilla como su centro neurálgico. Dada la relativa lejanía de sus territorios austriacos, Carlos se los cedió a su hermano menor, Fernando, en 1521. Fue en este punto cuando las consecuencias de un tercer acuerdo matrimonial verdaderamente extraño en el que estaba implicado Fernando llevaron directamente a la creación de un segundo gran Estado de los Habsburgo arraigado en el centro-este de Europa. En 1506, el abuelo de los dos muchachos, Maximiliano, y el rey Vladislao Jagellón de Hungría y Bohemia llegaron a un acuerdo altamente especulativo que auguraba un matrimonio doble de Fernando con la hija de Vladislao, Ana, y de la hermana pequeña de Fernando, María, con el aún no nacido (pero, deseablemente, varón) hijo de la esposa embarazada de Vladislao. El posterior nacimiento del hijo y sucesor de Vladislao, Luis, permitió que se celebrasen ambas bodas, tras la conclusión de un pacto matrimonial más definitivo en 1515. Cuando el rey sin hijos Luis II murió luchando contra los turcos en Mohács en 1526, su viuda de Habsburgo María y su cuñado Fernando pudieron asegurarse de que este último sería elegido rey de Hungría y Bohemia.
Es fácil atribuir estas tres uniones increíblemente fortuitas al frenesí casamentero de Maximiliano I, quien en realidad planeó y concluyó muchas otras alianzas matrimoniales menos fructíferas durante su vida. Sin embargo, surgieron porque los socios dinásticos de Maximiliano compartían una preocupación mutua por la creciente amenaza que representaban las potencias rivales para el equilibrio de poder en la región. Al seleccionar a Maximiliano para su hija, el duque de Borgoña buscaba ayuda contra su enemigo acérrimo, el rey de Francia, que murió a manos de sus aliados suizos tres meses antes de la boda. La unión con España surgió del deseo de Fernando de Aragón de proteger las propias posesiones de su dinastía en Italia ante la sensacional conquista de la península por los franceses en 1494. Aunque no produjesen herederos varones, dos alianzas matrimoniales anglo-españolas posteriores también fueron motivadas por la histórica rivalidad de Inglaterra con Francia. Si Borgoña, España e Inglaterra contemplaban a los franceses como una amenaza para el equilibrio de poder en Europa occidental, los reyes Jagellón de Hungría y Bohemia —y las Dietas nobles que posteriormente eligieron a Fernando para sucederle como rey— actuaron por la necesidad de contar con la asistencia de los Habsburgo contra la implacable marcha de los turcos otomanos a través de los Balcanes. Una urgencia que quedó plasmada en la muerte del desafortunado Luis II; literalmente, Fernando tuvo que sacar la corona húngara del pantano en el que su rey la había sumergido mientras huía de los turcos en Mohács.
Surge la cuestión de por qué todos estos países pensaron que los Habsburgo eran unos socios tan deseables con quienes enfrentar estas variadas amenazas extranjeras. Una vez más, fue la ubicación central de los territorios austriacos y el Sacro Imperio Romano la que hizo que Maximiliano y sus sucesores fueran sensibles a la aparición de Estados agresivos a lo largo de los márgenes de Alemania, ya fuese al oeste, en Francia, al sur, en Italia o al este, en los Balcanes. Además, a medida que todos esos matrimonios daban sus frutos y se agregaban al patrimonio de los Habsburgo, se expandía constantemente el alcance de sus intereses geopolíticos y las necesidades de dotar a la dinastía de cierta seguridad, impulsando a esta en más direcciones hasta abarcar la mayor parte del continente. Por otra parte, aunque ahora eran la dinastía alemana predominante y aunque fuesen invariablemente elegidos para poseer la corona imperial, los Habsburgo austriacos nunca fueron considerados por los contemporáneos de Maximiliano como una gran amenaza para el equilibrio regional de poder como lo fueron los franceses o los turcos. Por lo tanto, eran aliados ideales, de acuerdo con el famoso dictum de Maquiavelo de que hay que aliarse siempre con las potencias más débiles contra las más fuertes. Los Habsburgo austriacos ya no volverían a obtener ganancias territoriales importantes de los matrimonios dinásticos. Pero las razones que habían convertido a Maximiliano en un socio tan dispuesto y deseable (la ubicación estratégica y central de las tierras austriacas y la utilidad de los Habsburgo austriacos como contrapeso benigno en la política de equilibrio de poder) permanecieron más o menos constantes en la política europea hasta el final de la monarquía en 1918.
EL PROBLEMA DE LA DIVERSIDAD
Obtener un imperio por herencia no era, en todo caso, algo que careciese de inconvenientes. Uno de los desafortunados legados de las alianzas dinásticas de Maximiliano fue la diversidad y la individualidad de los dominios que logró reunir. Como puede suceder en cualquier matrimonio de conveniencia, los sujetos de estas uniones a veces eran incompatibles, o al menos no estaban dispuestos a entregar sus derechos individuales y su independencia a la pareja dominante. De hecho, antes de que pudieran recibir el homenaje de sus nuevos súbditos, los Habsburgo siempre tenían que jurar respetar sus privilegios y autonomía, una delicadeza constitucional que habría sido innecesaria si los hubieran adquirido por conquista. Por lo tanto, los Habsburgo españoles y austriacos reunieron un patrón de dominios en mosaico en el que las propiedades de sus territorios componentes conservaban una identidad separada, así como un control sustancial sobre la elaboración y la aplicación local de la ley. Condiciones como estas contribuyeron a perpetuar el sentido de independencia de cada país de la corona a expensas de una identidad común y de la lealtad a la monarquía en su conjunto. Al final, estos resultarían ser defectos fatales que c...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. DEDICATORIA
  5. ÍNDICE
  6. PREFACIO
  7. 1. La peculiaridad de la historia austriaca
  8. 2. La guerra de los Treinta Años (1618-1648)
  9. 3. Mirando al este: Hungría y los turcos (1648-1699)
  10. 4. Mirando al oeste: el Segundo Imperio de los Habsburgo (1700-1740)
  11. 5. El desafío prusiano: guerra y reforma del gobierno (1740-1763)
  12. 6. Descubriendo al pueblo: el triunfo del cameralismo y el despotismo ilustrado (1765-1792)
  13. 7. La era de la revolución (1789-1815)
  14. 8. ¿Declive o desmembramiento?
  15. BIBLIOGRAFÍA
  16. AUTOR