Diario de la grieta
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Diario de la grieta

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Diario de la grieta

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Información del libro

El Diario de la grieta abarca un año crucial de la Argentina. Por sus páginas desfilan la campaña presidencial de 2019, la designación de Alberto Fernández como candidato, la conmoción de las PASO, la asunción del nuevo gobierno. Juan Villegas no se siente militante de ningún partido, pero sí fiel a algunas ideas: la libertad, la tolerancia, la Constitución. Por eso, elige conversar y discutir con quienes habitan al otro lado de la grieta y el resultado es tan fascinante como liberador: un libro que logra sostener las propias convicciones y conocer los argumentos de quien no las comparte; debatir con fuerza sin desear aplastar al otro; mostrar la realidad, no mediante grandes discursos totalizadores, sino desde la honesta y lúcida intimidad.

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Información

Año
2020
ISBN
9789505567898

2019

Martes 2 de abril

David Perlov fue un cineasta israelí de origen brasileño. A principios de 1973 compró una cámara de 16mm y empezó a filmar su vida cotidiana. También dio cuenta a través de su cámara de lo que sucedía en Israel en esos años, pero siempre desde una mirada personal e íntima. Filmó ese diario hasta 1983. El Diario de Perlov es una película extraordinaria. Fue uno de los primeros cineastas en descubrir que el registro documental de la vida cotidiana también podía ser un punto de partida fascinante para hacer cine. Y también se dio cuenta de que la mirada sobre la actualidad política desde lo íntimo y doméstico podía ser muy potente narrativamente. Cerca del comienzo de la película hay un momento crucial. Perlov filma a una de sus hijas sentada a una mesa. Frente a ella hay dos tazas de sopa y una silla vacía. La segunda taza, obviamente, está esperando que alguien la tome. La hija de Perlov hace señas a la cámara, invitando a su padre a que se siente con ella. Perlov dice: “La sopa se ve muy tentadora. Pero a partir de ahora debo elegir: tomar la sopa o filmar la sopa”. El plano dura unos segundos más. Perlov sigue filmando. Corte. La sopa sigue ahí.

Miércoles 3 de abril

Voy a la apertura del Bafici en el Gaumont. Dan Claudia, la película de Sebastián De Caro. Tengo ganas de verla. También tengo ganas de estar en el mismo lugar y en la misma situación en los que había estado el año pasado, cuando mi película Las Vegas era la que abría el Festival. Lo pienso como un experimento psicológico: revivir una situación pero observarla desde afuera.
Llego temprano y me pongo a hacer la cola en la vereda. Frente al cine, sobre la calle, igual que el año pasado, un grupo de más o menos cien personas manifiestan contra la política del INCAA y los supuestos recortes al cine independiente. El año pasado, cuando se daba Las Vegas por primera vez, la marcha fue aún más numerosa. Me acuerdo de que en ese momento me opuse al tono, la forma y el lugar de esos reclamos que planteaban una situación apocalíptica y aseguraban que el plan del INCAA era hundir al cine argentino definitivamente. El discurso predominante sostenía que las denuncias de corrupción eran una pantalla para plantear la desfinanciación del cine argentino. Creo que fue en esos días en los que me hicieron una entrevista para hablar de estos temas. Y dije que las políticas de esta gestión en relación al cine independiente no eran peores que las de las gestiones del INCAA durante el kirchnerismo, por lo que me llamaba la atención la virulencia de los reclamos, cuando antes siempre hubo tanto silencio. En la entrevista decía que lo que estaba implícito era un prejuicio ideológico muy fuerte. También criticaba a la gente de cine porque se negaba a aceptar que había corrupción en el INCAA, incluyendo prácticas de los productores que avalaban esa corrupción. Obviamente, me criticaron mucho por eso.
El día previo al inicio del festival me había llamado Hernán Rosselli, director de cine e integrante del Colectivo de Cineastas, una agrupación de directores, productores y técnicos de cine, de una generación más joven que la mía, y todos claramente alineados en contra del macrismo y con posturas políticas afines a la izquierda o al kirchnerismo. A Hernán lo conozco bastante y nos llevamos muy bien. Me gustan mucho sus películas. me gusta él como persona, siento afinidad con su sentido del humor y sus ideas, con lo que escribe y lo que piensa sobre el cine. Por un lado, quiso aclararme que obviamente el acto no era contra mí ni contra mi película. Yo estaba bastante enojado, aunque lo disimulaba. Le dije que me parecía un error marchar ese día y en ese lugar. Le expliqué que el BAFICI, más allá del partido de los que gobiernan la Ciudad y conducen el festival, sigue siendo un lugar de resistencia y pertenencia para el cine independiente. Rosselli me dijo que precisamente por eso hacían la marcha, que querían llamar la atención sobre las dificultades que estábamos sufriendo todos los que hacíamos cine independiente. Pero recién al final de la charla entendí que, además de alertarme sobre la marcha, me llamaba por otra cosa. Me preguntó si estaba interesado en leer en el acto de apertura el texto de protesta que habían preparado. Le dije que me lo mande, aun ya sabiendo que no pensaba hacerlo. Antes de despedirse me dijo que él obviamente iba a estar en la marcha, pero que no pensaba perderse la película. Tenía ganas de ver Las Vegas.
La noche del estreno, hace ya un año, fue una de las más felices de mi vida. Subí al escenario y presenté la película. Hablé de mi familia, de mi relación con el BAFICI y de lo orgulloso que me sentía por estar ahí. En la sala estaban todas las personas que quería que estén. Y la película gustó. No hice ninguna mención a la marcha que sucedía afuera ni reclamé nada al INCAA. Era mi fiesta. Nada la iba a arruinar.
Pasó un año y estoy en el mismo lugar, pero soy solo un extra en una fiesta ajena. De hecho, la cola no avanza y la entrada al cine se demora bastante. En eso pasa un tipo de mi edad, muy flaco, pelado y con barba, con una mochila grande en la espalda. Me reconoce: “Juan, ¿cómo andás”. Es Cobi, un director de fotografía que conocí hace más de veinte años. Cobi era el más talentoso y creativo de todos en aquellos años de fin de siglo en los que nuestra generación empezaba a filmar. Era un genio autodidacta capaz de inventar artefactos técnicos para operar las cámaras o para postproducción, además de tener un ojo muy particular para mirar la realidad y entender el cine. Pero tenía fama de carácter difícil; se decía que era medio loco, alguien impredecible. Eso decían, porque conmigo siempre se llevó muy bien y nunca hizo ninguna locura. En realidad, nunca trabajó para mí. Quiero decir: nunca fue mi camarógrafo ni mi director de fotografía. Al contrario, yo fui su asistente de cámara en alguna publicidad. Y con él aprendí mucho. Fue el director de fotografía de Mundo Grúa y La Libertad, tal vez las dos películas más importantes de la renovación del cine argentino de esos años. Después hizo alguna película más y desapareció. Se decía que se había ido a vivir a España, que solo quería hacer plata, que se había cansado del mundo del cine. Se terminó convirtiendo en una especie de leyenda. La semana pasada me encontré con Andrés Tambornino, director de cine y montajista de nuestra generación. Me contó que lo había visto a Cobi, que andaba de vuelta por acá y que estaba por reunirse con él por un proyecto. Le pedí especialmente que le mande saludos, que me alegraba que esté de vuelta.
Pero no llego a decirle a Cobi de mi encuentro con Tambornino. Todo pasa muy rápido: nos saludamos y me pregunta si yo sé cómo hacerlo entrar. Justo en ese momento, aparece un asistente de producción del Festival. Me reconoce y me hace una seña para que pase por el costado, para no tener que esperar a los que están adelante mío en la cola. Yo me acerco a la entrada, pero le pido que lo deje entrar a Cobi. “¿Sabés quién es? El director de fotografía de Mundo Grúa. ¿Cómo no lo vas a dejar entrar?” Pasamos los dos. Cuando ya estamos en el hall del Gaumont, veo que de su mochila sobresale un caño, que enseguida reconozco como parte de un steady cam. Le pregunto si viene de un rodaje y me dice que sí, que está filmando “unas cosas”.
El comienzo de la ceremonia se demora casi una hora más. Saludo al pasar al director de la película, al director del festival, a los programadores, a otros conocidos y a viejos amigos y amigas.
La apertura está a cargo de Avogadro, el ministro de cultura de la ciudad y de Porta Fouz, el director del festival. Son discursos cortos y correctos, pero desde afuera, lo que el año pasado yo sentía como emocionante y muy intenso, ahora lo siento desangelado y como de compromiso. No son ellos, soy yo. Los discursos son más o menos similares. De pronto, veo a Cobi grabando con su steady y su cámara, arriba del escenario, a unos pocos metros de Porta Fouz y Avogadro, pero claramente de incógnito.

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Viernes 5 de abril

Me llega un mensaje de Tambornino, el director que se iba a encontrar con Cobi: “Me pidió Cobi que te lo pase, porque fuiste el que lo hizo pasar”. Es un link de youtube de un video de casi media hora con este título: “Apertura Bafici 2019. No al vaciamiento del cine y la cultura”. Sin voz en off ni ninguna otra intervención de un narrador, Cobi desarrolla un montaje paralelo entre la ceremonia de apertura (adentro del cine) y la manifestación (en la calle). Sin embargo, sutilmente, su mirada se muestra crítica con lo que pasa adentro y acompaña cariñosamente lo que pasa afuera.
Al final, haberlo ayudado a entrar sirvió para que muestre algo con lo que no estoy de acuerdo ideológicamente. No me molesta. Además, el video está bien filmado, tiene buen gusto y la crítica es elegante. Cobi es un cineasta.

Domingo 7 de abril

Estoy yendo a Panamá, acompañando las proyecciones de Las Vegas en un festival de cine. A las 11:55 sale el vuelo de Copa. Son solo siete horas, pero las aprovecho bastante bien. Termino de leer Usos del pasado, de Claudia Hilb. El libro de Hilb es extraordinario. Quería leerlo desde hace mucho tiempo. Me había cruzado con alguna entrevista que le hicieron y sentía que lo que decía acerca de los setenta podía aclararme algunas ideas. En realidad, no aclararlas sino ordenarlas y ayudarme a saber cómo enunciarlas. La discusión sobre los setenta nos pone a los argentinos en una situación difícil, salvo a los que ya tomaron una posición fácil y cómoda. Pero si tenés un poco de honestidad intelectual es imposible no asumir que frente a este tema (que incluye la responsabilidad de la lucha armada en la tragedia de la dictadura, el lugar de la memoria, la verdad y la justicia y la mirada sobre ese pasado desde el presente) no puede haber una posición fácil y cómoda. Precisamente, lo que hace Hilb es desactivar todo el pensamiento fosilizado del progresismo, pero lo hace desde adentro del propio progresismo. Lo notable de sus artículos es que reflejan pasión y un compromiso personal muy fuerte con lo que se está analizando (la propia Hilb pertenece a la generación de los militantes que participaron de la guerrilla y que fueron exterminados por la dictadura), pero su método es el de una científica: sin apurarse, metódicamente, a través de un proceso de pensamiento minucioso que no quiere dejar afuera ninguna variable respecto a cada cuestión, va desactivando todos los lugares comunes. En algunos casos, como cuando se refiere a la toma del cuartel de La Tablada en 1989 por el MTP, su proceder es casi el de un detective en una novela policial. Empieza por ofrecer los hechos, lo más objetivamente posible, da la versión oficial de los atacantes, expone todas las pruebas y coartadas y luego nos dice lo que ella cree que realmente sucedió. Pero este rigor científico no impide el placer que genera la lectura de su prosa elegante y precisa. Y tampoco deja afuera la capacidad de emocionar. En realidad, posiblemente sea ese rigor el que genera, precisamente, el placer y la emoción. Es admirable su capacidad para el razonamiento preciso e intelectualmente honesto, que se anima a la incomodidad que generan ciertos temas. Hilb muestra en cada página una gran valentía para exponerse a las críticas y acusaciones de traición de sus pares. Su mundo intelectual es el del progresismo académico; su generación es la que participó en las organizaciones armadas o en la militancia juvenil de esos años y la que perdió a sus compañeros por la represión militar y los crímenes de la dictadura. Como me pasa cuando me apasiono con un libro, pienso enseguida en convertirlo en una película. Hoy me vuelve a pasar.

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Martes 9 de abril

Todavía estoy en Panamá. Por venir acá me estoy perdiendo el Bafici. Me estoy perdiendo las películas y el encuentro con la gente, pero lo sigo por las redes. Me entero de una novedad de esta edición, algo que se llama Maratón Bafici. Se trata de una serie de eventos sobre la calle Juramento, relacionados con el cine, pero sin ningún vínculo con el criterio de programación del Festival. Mando este tweet: “Me gusta la idea de sacar el Bafici a la calle, pero todo lo que vi ayer (actores disfrazados de personajes del mainstream americano, la proyección de Footloose, los stands para maquillarse como una estrella de cine, etc) me pareció completamente fuera de lugar”. Es lo que pienso y no debería generarme ningún conflicto interno haber escrito eso. Sin embargo, me pregunto por qué mando este tweet. Uno piensa muchas cosas y no las dice todas. Y menos las dice públicamente. Lo escribí porque me pareció que estaba bueno llamar la atención sobre algo que me importa y porque está relacionado a un espacio y un evento con el que me siento comprometido. Siento que pertenezco al BAFICI, pero sobre todo que el BAFICI me pertenece a mí. Creo que una crítica de alguien como yo, que siempre defendió al BAFICI, aun cuando muchos lo dejaban de apoyar, puede tener más valor que la de alguien que siempre está criticando. Y también confieso que en mi postura hay algo del deseo de confundir, de romper el esquematismo perverso con el que se manejan las redes, en las cuales cualquier crítica a los que están de tu lado se lee como una claudicación o una forma de hacerles el juego a los adversarios, como si criticar a los propios fuera una forma de darles herramientas a los que piensan o votan distinto a uno. Pero también hay una razón más cobarde. Cada tanto me siento obligado a criticar alguna acción o política de los gobiernos de Cambiemos. Se trata de demostrar honestidad intelectual, pero también de algo casi inconfesable: no quiero quedar tan mal con la gente que me sigue en las redes y odia cualquier cosa relacionada con el macrismo. Es una forma de decirles: “yo sigo estando del lado de ustedes; aunque no parezca, estoy en el bando correcto”.

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Martes 16 de abril

Hay asamblea del PCI. Es una asociación de directores de cine de la que formo parte desde sus comienzos, en 1999. Soy uno de los miembros fundadores. Posiblemente, ahora que lo pienso, tal vez sea casi el único de los miembros fundadores que todavía sigue participando con cierta actividad en la asociación. Los demás se fueron alejando, por sentir que la asociación ya no los representaba, pero sobre todo, desde el 2008 para acá, por cuestiones partidarias. La mayor parte de los directores de cine y la gente del medio son kirchneristas o filo-kirchneristas. Incluyo entre estos últimos a los que están más alineados con la izquierda pero que desde que Macri es presidente armaron un frente común con los claramente kirchneristas. Pero antes de que la grieta existiera pasaron muchas cosas. Por ejemplo, yo llegué a ser Vicepresidente del PCI, y luego Presidente. Ya perdí la cuenta y no se en qué año fue todo esto. Supongo que habrá sido entre 2005 y 2010 más o menos. Tengo el recuerdo de épocas de mucha intensidad política, participando de eternas discusiones acerca de política cinematográfica, acuerdos o desacuerdos con otras asociaciones, la necesidad de tomar decisiones en representación de mucha otra gente, defender y atacar posiciones, negociar puestos políticos en los organismos del INCAA en los que tienen representación las asociaciones. En esos años descubrí que la política es algo tan apasionante, un juego tan intenso y atractivo, sobre todo en los momentos de tensión y hasta de angustia, que a veces se pierde el eje acerca de cuáles son los fines por los que uno ha decidido participar. Desde entonces, me ha costado más juzgar las acciones de los políticos y hasta aprendí a admirarlos.
Luego me fui alejando. Solo seguí participando desde un lugar secundario, de acompañamiento. Hasta que un día tuve una discusión fuerte con el que entonces era presidente. Yo formaba parte de la Comisión Directiva, como vocal, creo. Y me enteré por casualidad de que el PCI había emitido un comunicado, sin consultar a los demás, que claramente implicaba un apoyo al gobierno de Cristina. El comunicado partía de algún asunto relacionado con la política cinematográfica, pero lo trascendía y tomaba una postura partidaria. Decidí renunciar a la Comisión Directiva. Estuve a punto de renunciar al PCI pero aguanté. Y por muchos años estuve bastante alejado. Sin embargo, desde hace tres años mi mujer es vicepresidenta. Esto me obligó a estar más al tanto de todo lo que pasa en el PCI, aunque siempre desde el costado, sin participar mucho.

Martes 23 de abril

Me encuentro con Marcelo. Es uno de mis mejores amigos de la madurez. Es decir, sin contar a los que conozco desde la infancia o la adolescencia. Lo conocí hace unos diez años. Era el novio excéntrico de una compañera de budismo de mi mujer, de la que se había hecho amiga. Marcelo es más grande que yo, debe tener 55. Es peronista, muy peronista, lector voraz, autodidacta, amante de Borges, Saer y Aira, seguidor de Spinoza y varios otros filósofos, escritor y cineasta vocacional, totalmente amateur. Siempre tiene la piel tostada por el sol, sea verano o invierno. Usa el pelo largo y tiene más el aspecto de un profesor de educación física que de un porteño con afinidades intelectuales. Usa musculosas y ojotas, incluso en situaciones sociales formales, siempre que el clima lo permita. Es un gran conversador, el mejor conversador que yo haya conocido. Hablar con él puede ser un viaje que te lleve de Foucault a Messi, de Gabriela Sabatini a Perón, de la magdalena de Proust al cine de Lucrecia Martel, de la idea de verdad en la política al concepto de realismo en la literatura. De todo esto puede hablar y de mucho más, y siempre dice cosas interesantes y originales. Y lo mejor es que es ese tipo de conversadores que mejora los argumentos de sus interlocutores. O eso me hace sentir a mí, al menos. Tiene ideas y opiniones bastante excéntricas. Por ejemplo, un día me dijo que no le gustaba la música, que no le interesaba. Conozco mucha ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Legales
  3. Diario de la grieta