El despertar de la maternidad
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El despertar de la maternidad

Un recorrido íntimo

  1. 106 páginas
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El despertar de la maternidad

Un recorrido íntimo

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Información del libro

El despertar de la maternidad es un ensayo que deja entrever qué sucede cuando se empieza a hablar de maternidad de manera franca, rozando el sincericidio y dejando atrás la versión "rosa" de maternar.Un libro que recorre el embarazo, el renacer como madre, el caos que se suscita con la llegada del bebé, la búsqueda desesperada de volver al equilibrio y el despertar de una nueva versión de una misma; lugares de dolor, angustia, desesperación y felicidad sin igual. Describe cómo nos deshacemos, para volver a construirnos como madres desde las cenizas. Tomando consciencia sobre los procesos, los mandatos sociales y la soledad que usualmente pulula en toda esa etapa.Elianne Elbaum narra en primera persona su experiencia sobre la maternidad, dejándonos una obra que, seguramente, aportará nuevas perspectivas en esta sociedad, como así también en las venideras.

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Información

Año
2020
ISBN
9789878346366

Capítulo 1
Renacer

El parto

Dícese del proceso por el cual nacieron mi hija y mi hijo y a través del cual renací yo. Me parí como madre, como pude. Por momentos sentí que estaba dando un examen, escuchaba una voz interna que me decía: “A ver como pare, alumna Elbaum…, no vaya a parir mal, mire que si no se saca doce no se la vamos a perdonar…”. Por momentos sentí que, entre los controles constantes y abrumadores del embarazo y mi yo interior lleno de dudas, exigencias y mensajes subliminales hechos de mandatos sociales, estaba dando una prueba en la que todos esperaban ciertos resultados.
Existe una idea colectiva que circula bastante en la sociedad, en el mundo de las ideas y en el mundo de las no-ideas, que es que cada mujer puede elegir el parto que “quiere”. Como si mágicamente pudiéramos decidir cuándo parimos, cómo y sentenciar el futuro nuestro y el de nuestros hijos. Y la verdad es que esto es erróneo conceptualmente ya que, si bien algunas privilegiadas podemos elegir en las condiciones que queremos parir, todas queremos hacerlo de modo humanizado, algunas quieren partos en sus casas, otras en hospitales, otras hacer trabajo de parto en su casa y luego ir al hospital, etc., pero no podemos elegir cómo nuestro hijo saldrá de nuestro cuerpo, ni cuándo. Esto sucede de una manera que supera nuestra volición.
No podemos elegir el parto, nos toca lo que nos toca. Lo otro importante por destacar es que no hay parir bien o parir mal. No se dejen engañar. Todos los partos a través de los cuales se logra sacar al bebé para afuera del útero, logrando que tanto la mamá como el bebé gocen de buena salud, son buenos partos. No le crean a nadie que a través del poder de la atracción pueden atraer el parto que deseen con su mente. No pasa así. No se dejen humillar por haber parido por cesárea o por haber parido de una manera que no es la que “deberían” haber parido.
En el parto no hay “debes” en el parto está la brutal realidad en la que se deben asegurar tanto la salud del bebé como la de la mamá y por ello, a pesar de que queramos controlar, el control lo tendrán el destino (¿o Dios?), el bebé y el médico/partera tratante. Nuestros bebés deciden por sí mismos cómo quieren salir y cuándo quieren hacerlo: esas son las primeras decisiones que toman en sus vidas, de ahí en adelante empieza la aventura.
Lo impresionante es que existen mandatos sociales hasta sobre cómo debemos parir. ¿Se dan cuenta? La sociedad quiere dictarnos eso también. Algunas parirán como la normas sociales de su clase demanden y otras no. Las que no, les dará tristeza no haber podido parir de acuerdo a los estándares. Aquí de las primeras “tristezas” que tenemos como madres primerizas: si aprobamos o no la prueba del parto.
Cuando estaba embarazada iba a una clase de pilates/parto que predicaba ayudarnos a empoderarnos para parir. La clase estaba buena, hacíamos pilates, hablábamos con otras mujeres embarazadas, pero se difundía un mensaje dañino que era que todas las mujeres tenían que parir naturalmente, porque somos “hembras” y las hembras saben parir naturalmente. He aquí el famoso mandato. Pare natural o no “aprobaras”. No solo naturalmente, sino sin analgesia, porque era necesario sentir el dolor para haber parido realmente, para vivir el momento único. Sin parto natural y sin dolor era casi como si no hubieras parido.
Resulta que esto no solo es mentira, sino que es además un mensaje peligroso. Gracias al avance de la ciencia y la medicina logramos disminuir la mortalidad infantil y maternal casi a cero. En el año 2019 en el Pereira Rossell en el Uruguay, hubo cero mortalidad maternal. Cero. Esto es impresionante. Para ello, obviamente, en los casos en que los partos naturales no son posibles (por miles de razones) hay que realizar procedimientos médicos que permitan asegurar que el bienestar, tanto de la mamá como del bebé, esté asegurado. Si bien hay mamás que eligen parir por cesárea, y esto también deberíamos respetarlo, la mayoría de las cesáreas se realizan como procedimientos para asegurar que no le pase nada malo ni al bebé, ni a la mamá.
En la cesárea te cortan al medio. Y en cuanto se te pasa la anestesia hay una expectativa de que inmediatamente te pares y cuides de tu bebé. Esto no es de débil, de no haber “sabido” parir, esto es fortaleza pura. Haber parido por cesárea es parir. No caigamos en la trampa. Haber parido por cesárea no quiere decir que no estés en contacto con tu “niña” interior, ni que haya nada malo contigo, ni por dentro ni por fuera. La cesárea duele. Durante y después, por meses y meses. Ahí tenés el dolor que tanto predicaban que teníamos que sentir para empoderarnos.
Es cierto que debemos empoderarnos y que no debemos dejar que nos infantilicen ni los médicos, ni las sociedades médicas, ni las enfermeras, ni las profesoras de pilates, ni nadie. El parto es un momento de vulnerabilidad absoluta: la desnudez, el descontrol, el dolor, la incertidumbre y, sobre todo, el miedo a que todo salga mal, que nos nubla y nos provoca gran confusión. Pero por eso aclaro aquí que parir es parir, como sea, como puedas, con las intervenciones necesarias para que todo salga bien. Y no sientas culpa por eso. Si podemos derribar este primer mandato, ya estamos un paso adelante.

Nadie Te Dice

Desde que fui mamá mi vida cambió por completo: de ser una persona independiente y soltera, pasé a ser una mujer con pareja y una hija. El cambio fue muy repentino y me tomó por sorpresa. No soy de esas personas que le teme al cambio, de hecho toda mi vida disfruté mucho de cambiar de hogar, de ciudad, de amigos, de disciplina, de trabajo y de todo lo que se podía cambiar. Lo que era permanente en mí era el cambio.
Pero este cambio no fue igual a los otros. Fue lo más intenso que hice en mi vida y entré en él con una ingenuidad de la que me arrepentiría por años. “Nadie te dice” lo que vas a perder por ser madre. Todos te dicen lo que vas a ganar. Y esto de la maternidad tiene de uno y de otro, tiene tanto de dolor y culpa como de amor eterno. Tiene de sabor amargo como del sabor más dulce. Tiene eso de estar conscientes y “desvelados” (en el sentido Marxista de la palabra), yo lo llamo “la revolución de las madres”. Un renacer.
Cual ave fénix, sentí que renacía como ser humano, con características que hasta el momento desconocía sobre mí misma. Tanto lo bueno como lo malo emergió desde lo más profundo de mi ser al alejarme cada vez más de mi zona de confort. Este cambio además es irreversible, eso es impactante. Nada más de lo que hacemos normalmente en la vida es tan irreversible como esto. Créanme, intenté devolverlos un par de veces y, aun sin suerte, no tienen devolución ni cambio. Si concebimos la libertad como la ausencia de obligaciones, entonces la transición a la paternidad es un shock vertiginoso. Son la última obligación vinculante en una cultura que casi no exige ningún otro compromiso permanente.
En mi caso, me toca maternar sin mi madre ni mis abuelas. Mi abuela materna falleció cuando mi mamá tenía dieciocho años y mi abuela paterna cuando yo tenía catorce. Mi mamá falleció cuando yo tenía veinticuatro años. Lejos estaba de pensar en ser madre, recién me estaba reconciliando con el hecho de ser hija de esa gran mujer. Ella me pudo pasar mucha sabiduría sobre la importancia de la inteligencia emocional, elemento que tomo como el más fundamental para llevar adelante mi vida.
Especialmente una vida en la que, desde siempre, mis padres me insistieron en seguir mandatos, seguir normas y ser obediente. Tal vez por eso siento que a veces soy muy débil en mi voluntad de permitirme ser diferente y permitirme romper con lo socialmente obligatorio. Pero gracias a esa caja de herramientas emocional que me dejó mi madre es que, pocas, pero algunas veces, lo logro. Me dejó además las ganas de disfrute. El disfrutar de la vida. Este punto es fundamental y creo que es lo medular que tengo para transmitirles en este libro. Darse el permiso para disfrutar del parto, del puerperio, de la maternidad; con todo lo ambiguo que sentimos, mismo en el medio de la tristeza y la angustia.
Desde que fui madre, la extraño cada día más. Pienso muy seguido en cómo es ser madre teniendo aún a alguien que te materne y te arrulle.
Mis referentes fueron mi tía y mi prima hermana con quienes he compartido cada instante de mi maternidad. De todos modos, creo vehementemente que mi sentimiento de soledad tiene mucho que ver con la ausencia de estas figuras femeninas claves. Siempre me imaginé una cadena de mamás que arrullaban a la siguiente: una acunando a otra, que acuna a otra, que acuna a otra y así sucesivamente en una suerte de cadena de madres-eslabones que sostiene, acuna y arrulla.
Más allá de mi historia personal, creo que muchas sentimos esa soledad aunque estemos acompañadas por nuestras parejas y familias. La soledad viene de la mano del peso de sentirse la única responsable por el bienestar del niño. Asimismo, en el puerperio, cuando aún no empezamos a trabajar, durante la licencia maternal, estamos todo el día con el bebé solas. Con un bebé que no comprendemos ni conocemos y esto es un peligro para la frágil y hormonal psiquis de la que recién parió.
La maternidad nunca fue pensada para vivirla sola, sin apoyo de una comunidad o tribu. Sin embargo, en la sociedad actual, es lo que nos toca a la mayoría. Algunas la tienen peor, la soledad no es solo un sentir, sino también la fealdad de cada día: hombres que se van al instante en que se enteran de que la mujer está embarazada, otros que desaparecen si la cosa se pone complicada. Y nadie, absolutamente nadie, pregunta dónde está el papá.
Recuerdo hace poco una historia tristísima de una madre prostituta que tenía cuatro hijos, la más pequeña de tres o cuatro meses y la dejó a cargo de su hija mayor de trece para salir a trabajar, para obviamente mantener a sus hijos. Durante esas horas, la beba falleció de muerte súbita. Adivinen qué hizo la opinión pública. Crucificar a la mujer que acababa de perder a una hija y que había salido a trabajar porque estaba sola. Adivinen si alguien preguntó porqué el padre no estaba allí o si crucificó al maldito por ni siquiera existir.
Si hay algo que les pido a través de este libro es que seamos compañeras. Que dejemos de crucificarnos entre nosotras, de pensarnos como enemigas o competidoras y que entendamos que estamos todas remándola. Algunas la llevan mejor, algunas que tienen más dinero pueden hasta tercerizar su rol, pero de todos modos la culpa y la responsabilidad siempre recae sobre las madres y, por eso, unámonos para entendernos, para entender que todas estamos librando batallas y que de nada sirve culparnos entre nosotras por lo que la sociedad patriarcal y sus mandatos nos quiere responsabilizar y que si la criatura se hizo de a dos, la responsabilidad debería responder a eso.
Estamos todos llenos de crítica, de estigmatizaciones, listos para juzgar y prejuzgar a los dos segundos. Esto ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Sobre este libro
  5. Sobre Elianne Elbaum
  6. Índice
  7. Dedicatoria
  8. Prefacio
  9. El retoño en las entrañas
  10. Capítulo 1. Renacer
  11. Capítulo 2. Caos
  12. Capítulo 3. Equilibrio
  13. Bibliografía