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SICILIA COMO METÁFORA POLÍTICA
El nacimiento de una nación
¡Tierra de dioses y de héroes! ¡Pobre Sicilia! ¿Qué ha sido de tus brillantes quimeras?
Alexis DE TOCQUEVILLE, Viaje a Sicilia.
La Revolución francesa y la Revolución norteamericana favorecieron que las libertades democráticas se incardinasen en la tierra, se institucionalizasen, lo que supuso tanto para Francia como para los Estados Unidos de América, y más tarde también para el resto de las naciones del mundo, la derrota tendencial del Antiguo Régimen, la transición hacia sociedades de semejantes, hacia sociedades modernas. En Europa, el proceso de ruptura de las viejas sociedades estamentales, hegemonizadas por las llamadas clases ociosas, predominantemente la nobleza cortesana y el alto clero, se produjo de forma diversificada en distintos momentos en los diferentes países. Aún más, se podría decir que en algunos territorios de la Europa del sur la nobleza gobernante encontró en los jerarcas de la Iglesia católica un potente aliado para la resistencia al vendaval democrático, de modo que en estos Estados la formación de la unidad nacional bajo la hegemonía de la burguesía constitucionalista resultó problemática. El peso retardatario que ejercieron diferentes colectivos sociales del Antiguo Régimen en algunas naciones presenta analogías con el conservadurismo siciliano que Leonardo Sciascia, en una conversación con su colega también siciliano, el escritor Andrea Camilleri, explicaba así: Lo que realmente impidió a Sicilia avanzar es no creer que el mundo puede ser distinto de lo que es. Leonardo Sciascia fue quien acuñó la expresión de Sicilia como metáfora política, expresión que algunos estudiosos de la literatura desarrollaron mas tarde (Alessio GIANNANTI, 2014).
Se podría avanzar la hipótesis de que la oposición a cambios sociales democráticos, en el interior de los Estados, generó importantes efectos sociales y políticos que llegan hasta el presente, y entre ellos esa aparente incapacidad de los países latinos, predominantemente católicos —tales como los países del sur de Europa y de América Latina—, para avanzar con resolución hacia la formación política de democracias consolidadas. Correlativamente en estos mismos países se ha puesto de manifiesto a lo largo de la historia una mayor proclividad para que surja el caudillismo.
Son numerosos los sociólogos e historiadores que han estudiado la formación de los Estados modernos y que han abordado la llamada cuestión nacional a partir de materiales históricos que les han permitido producir valiosos trabajos, pero con frecuencia también han olvidado, o minusvalorado, la posibilidad de adentrarse en el imaginario social colectivo a través de determinadas producciones literarias.
En este primer capítulo pretendo recurrir, siguiendo la senda marcada por Leonardo Sciascia, a las producciones literarias, partir del análisis de algunas novelas emblemáticas, en su mayor parte vinculadas a la Sicilia del último tercio del siglo XIX y primera mitad del siglo veinte, con el fin de tratar de proyectar, a partir de estas obras, alguna luz sobre la formación un tanto agónica de los estados nacionales en los países del sur. Para este análisis he recurrido también a novelas que aparentemente tienen poco que ver con Sicilia, como La Regenta de Leopoldo Alas “Clarín”, publicada en dos tomos en los años 1884 y 1885, o Los pazos de Ulloa, de doña Emilia Pardo Bazán, publicada por vez primera en 1886, pero me he detenido en novelas sicilianas como Los virreyes, del escritor Federico De Roberto, obra que vio la luz en 1894, y siguiendo esta senda, en la novela Viejos y jóvenes, de Luigi Pirandello, una novela que el gran escritor de Agrigento comenzó en 1899 y que se publicó por vez primera en 1913. Como complemento y contrapunto a la vez he trabajado la gran novela que Émile Zola publicó en 1896, Roma. En fin, he asignado un valor especial a El Gatopardo de Lampedusa.
La mayor parte de estas obras, centradas en Sicilia y en Roma, están focalizadas en una especie de microcosmos social, entendido como laboratorio social. A partir de él he tratado de objetivar factores, marcar tendencias, establecer líneas de fuerza, así como poner de manifiesto efectos de agregación y alianzas que nos ayuden a desenterrar las raíces de los procesos que hicieron problemática la unidad nacional, tanto en Italia como en España y América Latina, convirtiendo a estos países en Estados frágiles, sometidos a una continua erosión del poder central. A través de estas novelas la vieja Sicilia se convierte para nosotros en una metáfora política de otros Estados del sur, una metáfora política que permite objetivar las raíces de procesos conflictivos de unidad nacional.
El punto de partida de este pequeño estudio sobre la formación de un mundo burgués fue la idea, surgida durante el transcurso de la relectura de El Gatopardo, de que existe una estrecha afinidad electiva entre la posición ideológica de Lampedusa en su novela y la sostenida por otro siciliano ilustre, el politólogo y científico social Gaetano Mosca. Ambos se movieron en lo que podríamos denominar un conservadurismo reformista tintado por una impronta aristocrática, pero a la vez ambos estaban comprometidos con el buen gobierno. Tanto Mosca como Lampedusa desconfiaban de las rupturas históricas, de los tiempos convulsos, de las crisis violentas, por considerar, coincidiendo en parte con el sociólogo alemán Norbert Elias, que el proceso de civilización avanza como un proceso de maduración que se apoya sobre innovaciones cimentadas en el respeto al pasado, es decir, en la historia.
La clase política y la rotación de las élites
Gaetano Mosca nació en Palermo, al igual que Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Hijo de una familia modesta de origen piamontés estudio en la Facultad de Derecho de la Universidad de Palermo. Ettore A. Albertoni, uno de los mejores conocedores de su vida y de su obra, nos lo presenta como un hombre que quiere descubrir, más allá de las apariencias ideales, ideológicas y metafísicas, la verdad de las cosas (Ettore A. ALBERTONI, 1987, págs. 29-30). Mosca fue por tanto un profesor de ciencias sociales que aspiraba a desencantar un mundo encantado por las religiones y las pasiones políticas.
Todo el pensamiento político de Gaetano Mosca encuentra como base la experiencia de la revolución que se inició en Sicilia en mayo de 1860 en pro de la unificación de Italia, una experiencia que conmovió los cimientos de la vieja sociedad rural siciliana en la que la nobleza y el clero se habían unido en una especie de secular santa alianza para eternizarse en el poder como clase dirigente. Mosca veía con simpatía la revolución liberal piamontesa, pero a la vez temía el empuje de los populismos y del socialismo al amparo de la nueva fórmula política democrática.
En 1884 Gaetano Mosca publicó en Turín el libro titulado Sulla teorica dei governi e sul governo parlamentare. Studi storici e sociale, un libro en el que introduce el concepto de clase política, entendida esta como una minoría activa que asume directamente las tareas de gobierno con el apoyo del resto de la clase dirigente (Gaetano MOSCA, 1984, pág. 106). Albertoni, siguiendo a varios comentaristas de la obra de Mosca, señala que la clase dirigente engloba a todas las minorías que ejercen el poder —ya sean estas políticas, económicas, sociales, religiosas, intelectuales, tecnológicas, militares, burocráticas u otras—, de modo que la clase política debería ser considerada como una subespecie de la clase dirigente. Mosca, que escribe con posterioridad al proceso de la unificación italiana, y por tanto cuando en Sicilia la burguesía tendía a desplazar de sus posiciones hegemónicas a la vieja nobleza, subraya sin embargo que todas las clases políticas tienen la tendencia a volverse hereditarias, si no de derecho, al menos de hecho. Y aunque con el acceso de la burguesía al poder las oposiciones y concursos públicos abrieron sus puertas a los cargos públicos, en realidad las redes familiares, los hábitos adquiridos en el seno de las familias, el capital económico, cultural y social heredados resultaron fundamentales para que los efectos de herencia se perpetuasen y con ellos las desigualdades. El propio Mosca, que fue letrado en el Parlamento italiano en Roma, subrayó que en Inglaterra y Francia, dos países presentados como modelos de democracia, vemos con frecuencia hijos, hermanos, sobrinos y yernos de diputados y exdiputados (Gaetano MOSCA, 1984, págs. 120-121). Con anterioridad a la publicación de Los herederos, de los sociólogos franceses Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, el sociólogo italiano Gaetano Mosca denunció la formación, en el interior de los sistemas pretendidamente democráticos, de una casta hereditaria que monopoliza el poder político. Cuando las castas hereditarias se consolidan en un determinado Estado, el acceso al gobierno queda restringido a un número reducido de familias, de modo que el nacimiento, la pertenencia a un círculo cerrado de familias, el capital social heredado, es el principal criterio que permite el acceso a puestos y presupuestos.
En 1902 Gaetano Mosca publicó en el Anuario de la Universidad de Turín un artículo que se titulaba “El principio aristocrático y el democrático en el pasado y en el porvenir”. Este texto distingue el principio autocrático —que rige por ejemplo en los gobiernos aristocráticos, en los que el poder viene de Dios—, del principio democrático legitimado por la voluntad popular. En el primero, el poder se transmite de arriba hacia abajo. En el segundo, de abajo hacia arriba. Toda clase política trata de justificar su poder mediante símbolos, racionalizaciones y representaciones ideológicas que Mosca denomina la fórmula política. Norberto Bobbio, en la introducción al libro de Mosca, define la fórmula política como el conjunto de creencias aceptadas que le otorga a una clase política un fundamento de legitimidad y que hace —y aquí empleo un término no mosquiano— de un poder de hecho un poder legítimo, esto es, de un poder que puede haber tenido origen únicamente en la fuerza, un poder que será obedecido no por el solo temor, sino también por íntimo respeto (citado en Gaetano MOSCA, 1984, pág. 23).
Mientras que la fórmula política en los sistemas democráticos encuentra su fundamento en un principio racional, en último término en la voluntad popular, en los sistemas aristocráticos encuentra fundamento en las creencias sobrenaturales, pues el poder del soberano viene de Dios. La sustitución del principio aristocrático por el principio democrático implica por tanto un proceso de secularización de la fórmula política, es decir, el paso de un orden social que gira en torno a la voluntad divina a un orden natural secularizado o, si se prefiere, el paso de una clase política aristocrática, mediada por valores religiosos sustentados por una casta sacerdotal, a una clase política relativamente secularizada y sustentada en lo que se podría denominar en sentido figurado la religión democrática.
En el capítulo III de La clase política, Mosca señala que en una sociedad fuertemente embebida en el espíritu cristiano la clase política gobierna por voluntad del soberano elegido por Dios y, de modo semejante, en las sociedades mahometanas el califa es el vicario del Profeta de Alá. En los países mahometanos, escribe, es donde la religión y la política se hallan más estrechamente unidas. En los sistemas democráticos, cuando los gobernantes gobiernan en nombre de la voluntad popular, la fórmula política deja de estar basada en los valores religiosos.
Mosca señala que el sentimiento nacional se asienta sobre una larga tradición de autonomía, sobre la memoria histórica común, [...] en suma, sobre algo que le sea específico. El estado moderno requiere para su formación la dependencia, o al menos el control, de todas las soberanías intermedias, fruto de los Estados feudales fundados en la organización parroquial, para asentarse en algo así como un culto nacional secular. Sin duda el catolicismo es una religión con aspiración universal, pero la Iglesia está gestionada casi exclusivamente por eclesiásticos y órdenes religiosas que de hecho hacen valer, junto con las doctrinas, un espíritu local que mina las bases de una legitimidad legal-racional del Estado central. Tanto Mosca como Lampedusa, alineados en torno a un liberalismo conservador y laico, distaban de preconizar cualquier tipo de retorno a los sistemas teocráticos, regidos predominantemente por varones integrados en la casta sacerdotal que se presentan a sí mismos como especiales interpretes de la voluntad divina. Ambos, ciudadanos sicilianos, defendían una democracia representativa moderada, pues, a su juicio, era preciso atemperar el radicalismo socialista, impulsado por las clases más bajas de la sociedad mediante los valores heroicos propios de una aristocracia lúcida, consciente de los riesgos que amenazan de muerte a la civilización occidental si se impone la guerra social entre las clases.
Horizontes de grandeza
El Gatopardo, la famosa novela de Giuseppede Lampedusa, se desarrolla en Sicilia y en ella se trata de poner de manifiesto un proceso de aceleración de la historia: el producido por la formación de la unidad italiana en la época de Garibaldi. La historia está narrada a lo largo de ocho capítulos perfectamente secuenciados (Giuseppe de LAMPEDUSA, 2013). El capítulo primero se abre con el...