Pack Bernard Cornwell
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1356, CASACA ROJA y NECIOS Y MORTALES

  1. 1,300 páginas
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1356, CASACA ROJA y NECIOS Y MORTALES

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1356Thomas de Hookton, arquero inglés veterano de Crécy y otras batallas, es el líder de una compañía de mercenarios que saquea las tierras del sur de Francia.Eduardo, príncipe de Gales, que pasará a la Historia como el Príncipe Negro, está reuniendo un ejército para luchar contra los franceses una vez más. Pero antes de que Thomas y sus hombres puedan unirse, el conde de Northampton le ordena una misión urgente: encontrar la Malice antes de que lo hagan los franceses, una espada de poder mítico de la que se dice que conduce a la victoria a quien la posee, y que se halla en algún lugar cercano a Poitiers.Pero todos —el grupo de Thomas, sus enemigos y la Malice— serán engullidos por la extraordinaria confrontación que se prepara entre el poderoso ejército francés del rey Juan y el más reducido contingente inglés con sus temidos arqueros."Las mejores escenas de batallas que he leído nunca. Cornwell hace que la Historia cobre vida". George RR Martin"Sus novelas han vendido más de siete millones de ejemplares en Reino Unido en los quince últimos años""1356 ha vendido más de medio millón de copias solo entre Estados Unidos y Reino Unido hasta la fecha"."Cornwell vuelve a uno de sus escenarios predilectos: la Guerra de los Cien Años".CASACA ROJAOtoño de 1777.Un año después de la Declaración de Independencia americana, Filadelfia, la capital de las colonias rebeldes, que está a punto de ser ocupada por las tropas británicas del general Howe, es una ciudad en guerra: no solo entre los insurgentes americanos y el ejército británico, sino también entre sus propios habitantes; una guerra que divide y desgarra familias y que engendra todo tipo de traiciones.En primera línea de la batalla, entre las mortíferas armas del enemigo y las puñaladas de sus propios políticos, están los casacas rojas. Para un británico, estos valientes son el martillo que aplastará la incipiente rebelión yanqui. En cambio, para los patriotas americanos, los despreciados "espaldas sangrientas" son los ladrones de su libertad y los saqueadores de su patrimonio. Sam Gilpin es uno de ellos: ha visto morir a su hermano y ahora debe elegir entre el deber a un rey distante, el llamamiento de su propia conciencia y el verdadero significado de la lealtad.Ese invierno, no solo a través de los campos de hielo y fuego de Valley Forge, el olor a pólvora de Germantown y el tronar de los cañones sobre Fort Mifflin, sino también en los lujosos salones de Filadelfia, se reescribirá la Historia y cambiará la fortuna de rebeldes y patriotas para siempre.NECIOS Y MORTALESLondres, siglo XVI.En el corazón de la Inglaterra isabelina, el joven Richard Shakespeare sueña con una brillante carrera en los teatros londinenses, dominados por su hermano mayor, William. Aunque este le da trabajo en su compañía, los papeles son mínimos, y Richard está sin un céntimo y tiene que buscarse la vida para sobrevivir. La gratitud que siempre ha sentido hacia William comienza a resquebrajarse, y llega a plantearse robar los manuscritos de su hermano y venderlos a teatros rivales.Entonces desaparece un manuscrito de gran valor en la compañía de William, y todas las sospechas recaen sobre Richard, que se verá forzado a penetrar en los bajos fondos del Londres más pendenciero para recuperarlo. Súbitamente se ve enredado en un doble juego de apuestas y traiciones, del que solo podrá escapar aplicando todo lo que ha aprendido como actor en los mejores escenarios londinenses…"Una novela rompedora. Recrea de forma prodigiosa la atmósfera y las intrigas de un época apasionante". The Times

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Información

Año
2020
ISBN
9788418491269
Categoría
Literatura



1



El mensaje llegó a la ciudad pasada la medianoche y lo trajo un monje joven que había realizado el viaje desde Inglaterra. Había partido de Carlisle en agosto acompañado por otros dos hermanos. Los tres se dirigían a la casa cisterciense de Montpellier donde el hermano Michael, el más joven de todos, iba a aprender medicina y los demás estudiarían en la famosa Escuela de Teología. Habían recorrido toda Inglaterra a pie. Después zarparon de Southampton rumbo a Burdeos, desde donde caminaron tierra adentro. Como a todos los viajeros que emprenden un largo viaje, les habían confiado algunos mensajes. Había uno para el abad de Puys, donde el hermano Vincent había muerto de disentería. Después, Michael y su compañero continuaron hasta Toulouse, donde el hermano Peter cayó enfermo, lo habían enviado al hospital y, por lo que Michael sabía, aún seguía allí. Así pues, ahora el joven monje estaba solo y nada más le quedaba un mensaje por entregar; un pedazo de pergamino maltrecho. Le dijeron que si no viajaba aquella misma noche podría no encontrar al hombre al que iba dirigido.
Le Bâtard —le había explicado el abad de Paville— se mueve con rapidez. Estuvo aquí hace dos días, ahora está en Villon, pero mañana ¿quién sabe?
¿Le Bâtard?
—Así le llaman por aquí —repuso el abad, que hizo la señal de la cruz, lo cual sugería que el joven monje inglés tendría suerte si sobrevivía a su encuentro con el hombre al que llamaban de ese modo.
En aquellos momentos, después de un día de camino, el hermano Michael contemplaba el valle desde la ciudad de Villon. Le había resultado fácil encontrarla porque, al caer la noche, unas llamas iluminaron el cielo y le sirvieron de almenara. Los fugitivos con los que se cruzaba por el camino le dijeron que Villon estaba ardiendo, de modo que el hermano Michael se limitó a caminar hacia el intenso fuego para poder encontrar a le Bâtard y entregar así su mensaje.
Atravesó el valle con nerviosismo al ver que el fuego se retorcía por encima de los muros de la ciudad y llenaba la noche de una agitada humareda que se volvía rojiza allí donde las llamas se reflejaban. El joven monje pensó que el Cielo de Satanás debía de tener ese mismo aspecto.
Los fugitivos seguían abandonando la ciudad; le aconsejaron que diera media vuelta y huyera porque los demonios del Infierno andaban sueltos por Villon. Él estuvo tentado de hacerlo, muy tentado, pero otra parte de su joven alma tenía curiosidad; nunca había presenciado una batalla. Nunca había visto lo que hacían los hombres cuando daban rienda suelta a la violencia, de manera que siguió andando y depositó su fe en Dios y en el sólido bastón de peregrino que llevaba consigo desde Carlisle.
Los incendios se concentraban en torno a la puerta oeste y sus llamas iluminaban la mole del castillo que coronaba la colina del este. Era el castillo del señor de Villon, así se lo había contado el abad de Paville, y el señor de Villon estaba siendo asediado por un ejército dirigido por el obispo de Lavence y el conde de Labrouillade, que juntos habían contratado al grupo de mercenarios que dirigía le Bâtard.
—¿Cuál es el motivo de su disputa? —había preguntado al abad.
—Tienen dos motivos —respondió este, que hizo una pausa para dejar que un criado le sirviera vino—. El señor de Villon confiscó un carro de pieles que pertenecía al obispo. O al menos eso dice el obispo. —Hizo una mueca, pues el vino era nuevo y áspero—. La verdad es que Villon es un granuja impío y al prelado le gustaría tener otro vecino. —Se encogió de hombros, como si reconociera que la causa de la disputa era trivial.
—¿Y el segundo motivo?
El abad había hecho otra pausa.
—Villon se llevó a la esposa del conde de Labrouillade —admitió al fin.
—Ah. —El hermano Michael no sabía qué más decir.
—Los hombres son pendencieros —había dicho el superior—, pero las mujeres siempre los hacen peores. ¡Mira Troya! ¡Todos esos hombres muertos por una cara bonita! —Observó al joven monje inglés con expresión severa—. Las mujeres trajeron el pecado a este mundo, hermano, y nunca han dejado de hacerlo. Da gracias de que eres un monje y has jurado mantener el celibato.
—Demos gracias a Dios —había corroborado, aunque sin mucha convicción.
Y ahora la ciudad de Villon estaba llena de casas ardiendo y de gente muerta; todo por una mujer, su amante y una carreta llena de pieles.
El hermano Michael se aproximó a la ciudad por el camino del valle, cruzó un puente de piedra y llegó así a la entrada oeste de Villon, donde se detuvo porque las puertas habían sido arrancadas de la piedra del arco por una fuerza tan enorme que no podía imaginarse qué podría haber hecho algo semejante. Los goznes eran de hierro forjado y se habían acoplado a la puerta mediante unas escuadras más largas que el báculo de un obispo, más anchas que la mano de un hombre y gruesas como un pulgar. Sin embargo ahora las dos hojas de la puerta colgaban torcidas, la madera estaba quemada y astillada y los sólidos goznes arrancados y abarquillados de forma grotesca.
Era como si el mismísimo diablo hubiera hundido su puño monstruoso en el arco para abrirse paso hasta la ciudad. El hermano Michael se santiguó.
Cruzó poco a poco la entrada ennegrecida por el fuego y se detuvo otra vez porque, nada más atravesar el arco, había una casa ardiendo y, en la puerta de enfrente, el cuerpo de una joven yacía boca abajo, desnudo, con la piel pálida y vetas de sangre, que parecían negras a la luz del fuego. La miró y frunció un poco el ceño, preguntándose por qué la forma de la espalda de una mujer era tan excitante. Enseguida se avergonzó de haber pensado eso. Se santiguó otra vez. Aquella noche el diablo estaba por todas partes, pensó, pero sobre todo en aquella ciudad en llamas, bajo las nubes del Infierno que el fuego parecía rozar.
Dos hombres, uno con una cota de malla hecha jirones y el otro con un holgado jubón de cuero, ambos armados con cuchillos largos, se acercaron a la mujer muerta. Al ver al monje, se alarmaron y se dieron la vuelta con rapidez, con los ojos muy abiertos y listos para atacar, pero cuando reconocieron el mugriento hábito blanco y vieron la cruz de madera que colgaba de su cuello, salieron corriendo en busca de víctimas más ricas. Un tercer soldado vomitó en el arroyo. Una viga de la casa en llamas se derrumbó, arrojando una bocanada de aire caliente y chispas.
Siguió caminando calle arriba, manteniéndose a distancia de los cadáveres. Un hombre, sentado junto a una tina que recogía el agua de lluvia, intentaba cortar la hemorragia de una herida que tenía en el vientre. Él había sido ayudante en la enfermería de su monasterio y se acercó al soldado herido.
—Puedo vendároslo —le dijo, al tiempo que se arrodillaba, pero el hombre herido soltó un gruñido y arremetió contra él con un cuchillo que esquivó solo porque se hizo a un lado tirándose al suelo. Se puso de pie apresuradamente y retrocedió.
—Quítate el hábito —exclamó el herido, que intentó seguirle, pero él echó a correr cuesta arriba. El hombre se desplomó de nuevo escupiendo maldiciones—. ¡Vuelve aquí! —gritó—. ¡Vuelve!
Encima del jubón de cuero, el hombre llevaba un gambesón con un ave de presa dorado sobre un campo rojo. El hermano Michael que, aturdido, intentaba encontrar sentido al caos que veía en todas partes, cayó en la cuenta de que ese pájaro dorado era un esmerejón, el símbolo de los defensores de la ciudad, y que la intención del hombre herido era la de escapar utilizando su hábito de monje para disfrazarse. En cambio, lo atraparon dos soldados con los colores verde y blanco, que le cortaron el cuello.
Algunos hombres llevaban un distintivo que mostraba un báculo de obispo de color amarillo rodeado por cuatro cruces recrucetadas negras; supuso que eran los soldados del obispo, en tanto que las tropas que lucían el caballo verde sobre un campo blanco debían de servir al conde de Labrouillade. Sin embargo, casi todos los muertos llevaban el esmerejón dorado y se fijó en que muchos de esos cadáveres estaban ensartados por unas largas flechas inglesas que tenían unas plumas blancas manchadas de sangre.
La batalla había pasado por aquella parte de la ciudad dejándola en llamas. El fuego saltó de un tejado de juncos a otro, mientras que en los lugares donde aún este no había llegado, una horda de soldados borrachos e indisciplinados saqueaba y viol...

Índice

  1. Prólogo
  2. Primera parte
  3. 1
  4. 2
  5. 3
  6. Segunda parte
  7. 4
  8. 5
  9. 6
  10. 7
  11. 8
  12. 9
  13. Tercera parte
  14. 10
  15. 11
  16. 12
  17. 13
  18. Cuarta parte
  19. 14
  20. 15
  21. 16
  22. Nota histórica
  23. Primera parte
  24. 1
  25. 2
  26. 3
  27. 4
  28. 5
  29. 6
  30. 7
  31. 8
  32. 9
  33. 10
  34. 11
  35. 12
  36. 13
  37. 14
  38. 15
  39. Segunda parte
  40. 16
  41. 17
  42. 18
  43. 19
  44. 20
  45. 21
  46. 22
  47. 23
  48. 24
  49. 25
  50. 26
  51. 27
  52. 28
  53. Tercera parte
  54. 29
  55. 30
  56. 31
  57. 32
  58. 33
  59. 34
  60. 35
  61. 36
  62. 37
  63. 38
  64. 39
  65. 40
  66. 41
  67. 42
  68. 43
  69. Nota histórica
  70. Epígrafe
  71. Primera parte
  72. 1
  73. 2
  74. 3
  75. Segunda parte
  76. 4
  77. 5
  78. 6
  79. 7
  80. Tercera parte
  81. 8
  82. 9
  83. 10
  84. Cuarta parte
  85. 11
  86. 12
  87. Epílogo
  88. Nota histórica