Física cuántica para hippies
La experiencia más hermosa que podemos tener es el misterio. Es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia.
ALBERT EINSTEIN
Mientras caminaba por el carrer de París en Barcelona, no tenía ni la menor idea de que iba camino de una audiencia con la muerte.
¡Qué hermoso día! Miro con curiosidad por las ventanas de los cafés y restaurantes al pasar. Sin ningún plan y con dinero suficiente para sobrevivir casi un mes. Acabo de regresar de una semana de yoga y meditación en los Pirineos. Había ganado algo de dinero como anfitrión de un par de sesiones de tantra. Había participado asimismo en unos talleres de sanación. Estoy tratando de resolver mis condicionamientos destructivos y la verdad es que tengo una buena colección.
Dicen que nuestras creencias negativas acerca de nosotros mismos están codificadas físicamente en nuestro cerebro. Como pequeños circuitos. Si quieres deshacerte de ellas, no te basta con adoptar nuevas creencias positivas. Las nuevas creencias compiten con las viejas y drenan tu energía. Y, tarde o temprano, la vida encontrará un modo de activar de nuevo esos viejos circuitos. Lo único inteligente que puedes hacer es borrarlas directamente. Esto se conoce también como «trabajo en la sombra». En la sombra, porque los viejos circuitos están escondidos detrás de una cortina. Sientes las emociones que provocan, pero no sabes por qué. Sientes ira o temor y acabas saboteando tus relaciones porque acusas a tu pareja de esos sentimientos. Para mí, el trabajo en la sombra es lo más efectivo que puede hacer un ser humano para mejorar su vida. Y el tantra, al usar la intimidad para activar nuestras creencias más profundas acerca de nosotros mismos y nuestras relaciones, es una manera de exponer y sobrescribir esos viejos circuitos. Por eso lo practico. Y por el sexo.
Los Pirineos son un hermoso lugar para una escapada. Cada vez que voy, regreso a la ciudad como nuevo. Pero en esta ocasión no hago más que darle vueltas a un incidente singular. Fue esa sesión de tantra con Samantha, una sanadora cuántica. He de admitir que me dejó muy confundido. Aunque no nos tocamos, se corrió. Solo con mirarme a los ojos. Tras despertar de su desmayo, me ofreció su versión de lo ocurrido. «Nos entrelazamos», me dijo. «¿Has oído hablar de la física cuántica y del gato de Schrödinger?»
Ni la menor idea. ¿Por qué demonios habría de interesarme el gato de alguien que no conocía de nada? En fin, la verdad es que debería haberlo escuchado.
Camino despacio. Me encanta andar despacio. No entiendo a la gente que parece ir corriendo a todas partes. Me gusta tomarme mi tiempo para mirar a los ojos a cada mujer que pasa. La mayoría de ellas me ignoran. Algunas me devuelven la mirada. Muy pocas sonríen. Ninguna se detiene.
Algo llama mi atención y me congelo, descubriéndome ante el ventanal de un café. Recién dibujado en la ventana hay un símbolo que había visto hace unos días. Un yin y yang con calaveras en vez de puntos. Mantén el equilibrio o muere. Al otro lado de la ventana hay una joven sentada con una sonrisa ausente en el rostro. Aunque estoy justamente en su campo visual, no se percata de mi existencia. Es uno de esos pequeños cafés con solo cuatro mesas, repleto de libros y cuadros apretujados en las paredes. La mujer parece disfrutar de su ensoñación, mientras toma alguna bebida caliente pese a las altas temperaturas del verano barcelonés.
Vacilo. Hay algo inusual en ella, pero tiene la mirada de alguien que acaba de pasarse horas meditando. Por alguna oscura razón se me antoja aterradora. Supongo que yo también debo de tener ese aspecto de vez en cuando. Intento dedicar media hora diaria a la meditación. Lo hago en parte para cultivar mi autoconciencia. Pero me queda mucho camino por recorrer.
Hagamos un experimento. Llévate la mano a la espalda y haz un signo de la paz con los dedos. ¿Cómo sabes que tus dedos han hecho lo que les has indicado? Sencillamente lo sabes, ¿verdad? Esto se debe a tu conciencia corporal. Sabes lo que están haciendo las distintas partes de tu cuerpo sin necesidad de verlas. Necesitas constantemente tu conciencia corporal, incluso para realizar acciones simples como andar, agarrar algo o sentarte. La conciencia corporal permite a las personas saludables hacer cosas asombrosas, como tocar un instrumento, bailar, hacer acrobacias o practicar el yoga. Sin embargo, hay personas cuya conciencia corporal se halla fuertemente deteriorada. No saben qué están haciendo las distintas partes de su cuerpo cuando no las ven. Existen casos de individuos así que se despiertan por la noche y se tocan a sí mismos sin querer. Al no saber qué están haciendo las partes de su cuerpo, se confunden a sí mismos con otra persona y empiezan a defenderse de un agresor inexistente, golpeándose.
Algo semejante ocurre con nuestra mente. No tenemos conciencia de lo que esta está haciendo, así que nos golpeamos mentalmente a nosotros mismos. Por eso medito yo, para cobrar conciencia de lo que hace mi mente. Para dejar de golpearme a mí mismo. La vida puede ser mucho mejor con un poco más de conciencia y menos palizas autoinfligidas. Así liberas tiempo y energía para tu familia, tus amigos y las actividades que te reportan felicidad. Y ese es solo el comienzo. Creo que la adquisición de una conciencia plena de la mente es el siguiente paso en la evolución humana.
Siguiendo un impulso espontáneo, entro en el café y me siento a la mesa de la joven, justo enfrente de ella. La miro a los ojos. Una pequeña parte de mí espera hacerla llegar instantáneamente al orgasmo. Tiene los ojos brillantes y cubiertos por unas cejas muy oscuras, y lleva un jersey que probablemente sea una de las mil labores creativas de su abuela muerta hace mucho tiempo. Tiene el pelo teñido de un tono rojizo, que parece contribuir significativamente a la luminosidad de la cafetería.
La joven me devuelve la mirada. No parece sorprendida ni molesta. Agarra lentamente unas gafas enormes de la mesa, mientras mantiene el contacto visual como si le fuera la vida en ello. Con un movimiento cuidadoso, las coloca donde corresponde. A juzgar por el grosor de las lentes, supongo que tiene aproximadamente el mismo nivel de visión que el banquero corporativo medio. Las gafas cubren la mitad de su cara, pero no pueden ocultar la expresión de diversión que aflora cuando me percibe.
—Al principio pensé que se había sentado enfrente de mí un simio gigante con un gusto dudoso en peluquería. ¡Menuda decepción al ver que no eres más que un maldito hippie!
Reprimo un ligero sentimiento de haber sido atrapado. Supongo que parezco en efecto un hippie. Pero no me veo a mí mismo como el estereotípico hippie que se pasa el día holgazaneando, que fuma marihuana y nunca se lava. Valoro la autenticidad, la conexión, el amor y la paz. Puede que sea hippie de corazón y, al parecer, también de aspecto. Pero eso es todo. Nada más.
¿Por qué me estoy justificando? Lo dejo estar. Me siento orgulloso porque funciona. Esta joven inspecciona mi pelo negro y mi barba recortada y oscura. Sé que parezco salvaje y arreglado al mismo tiempo, aunque pueda sonar contradictorio. Es algo deliberado. Pero no se lo digas a nadie.
—Guarda tu decepción para cuando el hippie no te invite a salir. —Actúo como si estuviera ofendido, al tiempo que le hago saber con una sonrisita que soy un tipo genial.
—Por mí está bien. Aunque los simios son más mi tipo. —Disimula una sonrisa—. Pero ese problema se resuelve fácilmente. —Vuelve a quitarse las gafas—. ¡Ahora invítame a salir, simio!
No puedo evitar reírme.
—Estás completamente loca. ¿Cómo te llamas?
—Alice.
—Bob.
—Nos estrechamos la mano como si se tratase de una reunión de trabajo formal.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Soñando con la paz mundial? —Trato de bromear.
—¿La paz mundial? ¡Atente a tu papel, simio! La paz mundial es lo que sueñan los hippies. Tú sueñas con los plátanos. Yo, como una nerd por definición, sueño con la física cuántica.
Alice dice que eso debería resultarle evidente a cualquiera. Menuda puta arrogante, pienso. —Eso es realmente interesante —digo.
En efecto, una parte de mí lo encuentra ciertamente interesante. Es la segunda vez en una semana que la vida me enfrenta a la física cuántica. ¿Se tratará de una señal?
Quizás Alice pueda contarme algo sobre ese asunto del entrelazamiento y sobre ese misterioso gato con el que todo el mundo está tan obsesionado. Tal vez averigüe cómo repetir mi experiencia con Samantha. A una parte de mí le agrada la idea de ser capaz de inducir orgasmos allá donde mire.
—Interesante sí, pero, una vez que entras en la madriguera del conejo de la física cuántica, ya no hay retorno. Jamás. Puede llegar a ser el mejor o el peor día de tu vida.
Su voz suena demasiado profunda para su aspecto. Además, hay algo frío en ella. Pese al calor del verano barcelonés, me estremezco.
—¿...