Tramas de psicoanálisis
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Tramas de psicoanálisis

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Tramas de psicoanálisis

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Información del libro

Este libro es una selección de trabajos que Raúl Levin ha publicado a lo largo de su desempeño académico y ahora lo presenta a un grupo más amplio de lectores, y que refieren a distintos temas tratados desde el psicoanálisis, como la subjetividad y sus transformaciones, lo irrepresentable, la clínica en la persona real del analista y la transferencia, la contratransferencia y el malestar, los sueños y las pesadillas, Auschwitz y el psicoanálisis, el juego y el juguete, las mitologías de la metapsicología en relación a la pulsión, el mundo exterior y la niñez, y muchos otros temas que si bien pueden apreciarse por separado, pueden leerse como entrelazados en una trama, o más bien como ideas silenciosas y personales del autor que se suceden en cada uno de estos trabajos.

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Información

Año
2021
ISBN
9789878362212
Categoría
Psicologia
Categoría
Psicoterapia

Auschwitz y el psicoanálisis

Una vez que la muerte tuvo gran concurrencia te escondiste en mí1
Paul Celan

Introducción

¿Otro texto más sobre Auschwitz? Es inevitable. Y habrá muchos más. La inhabilidad de la palabra para dar cuenta de acciones aberrantes de victimarios humanos sobre sus propios semejantes, propicia un incesante intento, un impulso incoercible y a la vez fallido de llegar a alguna respuesta.
“No hay poesía después de Auschwitz” enunció en su momento Theodor Adorno.2 Auschwitz es frontera del alcance de la poesía, como lo es también del psicoanálisis. Porque ambos participan del desafío de tensar la palabra hasta sus últimos límites si con ello se llega a alguna revelación que dé cuenta de lo que en verdad pertenece a la esfera de lo indecible, en este caso la crueldad extrema que puede ser inherente al humano. Hay una profunda ética que inhibe tanto al poeta como al psicoanalista, de clausurar el intento de llevar la palabra más allá de su propia extenuación, si con ello puede develar aunque fuera un mínimo fragmento de lo que habita la mente de los ejecutores de los actos más crueles, a veces sustentados en principios o ideales tanto o más aberrantes que el acto en sí.
Creo que la célebre frase de Adorno expresa el estupor de quien entregado al ejercicio de la palabra para comprender lo humano, debe admitir que ésta puede ser arrasada sin miramientos si se trata de deponer la condición de semejante del otro, para desconocerlo en tanto tal y entonces ejercer actos de consecuencias siniestras, ejecutados por sujetos que sin embargo se arrogan para sí y sin interrogación la validación de la palabra que le fue sustraída a la víctima.
Si de la palabra se había supuesto su valor de dar legalidad a la condición de sujeto del humano, Auschwitz nos revela que también su uso puede ponerse al servicio del poder en manos de un grupo humano para eliminar a otro. Es doloroso que la palabra pueda ser oportunista, vicariante, acomodaticia al uso y propósito de quien la enuncia.
No se trata de la muerte de la poesía, sino de su límite. Puede ser que considerar la posibilidad de una frontera a la poesía pueda ser su muerte. Pero también su desafío, aún su definición. Dejar consignado en la poesía el “más allá” de su propia voz, podría ser su justificación y su ética.
El psicoanálisis está muy próximo al desafío literario. Se avala también en el lenguaje, pero a la vez debe reconocer su límite. Si se propone acceder a la comprensión de lo humano, debe dejar al juego de la palabra llegar a sus últimas consecuencias, es decir, a lo indecible de la palabra que dice.
Una de las lecciones que dejó Auschwitz es la del valor relativo de la palabra. Esto se ha constituido no solo para la poesía y el psicoanálisis, sino también para la filosofía, la política, las relaciones entre las personas, y las consideraciones acerca del presente y futuro de la humanidad.
Desde entonces se debe atender de la palabra no solo a su núcleo de significación, sino especialmente a su borde. Aquel desde el que al menos es posible asomar, atisbar lo abisal que escapa a nuestra comprensión, aunque fuera para cercarlo, para no desconocer su entidad y su eficacia. Adorno en su Terminología filosófica3 lo enuncia de la siguiente manera: “...A la famosa frase de Wittgenstein de que solo puede decirse lo que puede expresarse con claridad, y que sobre lo demás hay que callarse, podría oponérsele el siguiente concepto de la filosofía: la filosofía es el esfuerzo permanente y desesperado de decir lo que propiamente no puede decirse...” y luego, “...en esto consiste el que en la filosofía misma, si no quiere estancarse en esta paradoja, está inscrito el decir lo que propiamente no se puede decir, el momento de la contradicción en movimiento, progreso y desarrollo. Y esta contradicción radica en el impulso de querer alcanzar con el concepto lo no conceptual, con el lenguaje lo no decible mediante el lenguaje.”
Si nos admitimos como psicoanalistas en esta posibilidad de sustentarnos en el lenguaje para aproximarnos a lo que va más allá de él, de aproximarnos a los territorios que lo exceden, nos reconoceremos en una práctica que nos saca de cierto estancamiento y nos habilita a no dejar al margen de nuestras incumbencias nada de lo que atañe a lo humano, aún aquellas atrocidades que escapan a nuestra comprensión.
Pero esto implica un reconocimiento de cierta insuficiencia de nuestra clínica habitual. Donde no hay palabra, por ejemplo, quizás no haya lugar tampoco para la interpretación. Deberá a veces el analista quedar suspendido en una posición de espera. Una espera clínica, de la que puede suscitarse la producción del acto, del que pueda quizás llegarse al retorno de la palabra, la asociación libre, la escucha. Se trata de una clínica más amplia, que tolera lo indecible, lo reconoce, le confiere entidad y efecto aún en su imposibilidad de nombrarlo.
Ante el desafío al psicoanálisis que supone la comprensión de la crueldad extrema se suele argumentar que se trata de un tema que escapa a nuestro entender porque refiere a acciones que suelen ocurrir por fuera de la palabra y de nuestros consultorios. En ese caso, nosotros, los psicoanalistas, no podemos dejar de preguntarnos adonde quedamos entonces relegados en tanto humanos que nos debemos a una ética, al decirnos que tal o cual cuestión de la conducta humana no nos concierne porque no ha sido abarcada por el campo de la clínica que ejercemos.
Incluso cabe preguntarse hasta qué punto entonces el psicoanálisis como ejercicio de una práctica, no puede llegar a constituirse en un lamentable baluarte para justificar en su propio nombre el desinterés o aún la indiferencia ante aquello de lo humano, a lo que nosotros mismos no somos ajenos, y que sin embargo da lugar a las acciones más aberrantes.
En este trabajo me propongo reflexionar sobre algunas cuestiones concernientes al ámbito de la palabra, la imagen y la vida emocional, que necesariamente deben ser considerados, si suponemos que Auschwitz es un acontecimiento que no puede ser desconocido en su efecto ético de propiciar una reformulación acerca de lo que definimos humano.
Para quien no contemporiza con respuestas aplacatorias y tranquilizadoras, Auschwitz ha quedado inscripto como dato ineludible que nos impone no solo deponer ciertas representaciones benevolentes e idealizadas de la condición humana, sino también admitir que también en cada uno de nosotros existe un lado oscuro, impensable, de una potencial destructividad ilimitada e implacable.
Grave y a la vez ineludible desafío al psicoanálisis. Si bien de la historia del desarrollo de sus ideas no puede deducirse que se ha caracterizado por la indulgencia hacia los fantasmas más sombríos que dominan al sujeto, creo que nunca se planteó, salvo en términos muy especulativos, que el ser humano pueda llegar a esos extremos de destructividad que nos han sido revelados por Auschwitz, y a la vez, permanecer sin reconocer su propia atrocidad, sobreviviendo a sus acciones inmune a cualquier efecto resultado de la aberración.
Cuando Adorno dice que después de Auschwitz no puede haber poesía, es obvio que no se refiere a que la poesía desaparece, sino a que ya no puede ser la misma que lo que fue hasta entonces. Algo debe transformarse en la consideración del alcance y del efecto de la palabra.
No es lo mismo el antes que el después de Auschwitz. Y esta enunciación concierne también al psicoanálisis.

La demanda de relato para escamotear lo indecible

Las víctimas de los campos de concentración han atravesado vivencias inenarrables, ya que no hay palabras que puedan transmitir lo padecido. Si alguien se atribuyera la posibilidad de escucha, se estaría desnaturalizando la esencia de lo experimentado. Las palabras concederían a lo indecible un escenario verosímil pero falso.
La misma palabra “experimentado” no es adecuada para ubicar las vivencias a las que referimos. La partícula “ex” de la palabra mencionada remite a un algo que se reitera, cuando en realidad referimos a episodios inéditos, inesperados, inconcebidos. ¿Podríamos cancelar la partícula “ex”? Quedaríamos con otra palabra más, “perimentado”, un aparente neologismo, que se arrogaría de inmediato una significación plena, que la volvería nuevamente inhábil para referir precisamente a lo que no es decible.
Nunca podríamos inventar una palabra que conlleve una representación de las derivaciones de la destitución de condición de sujeto de la víctima.
Si alguien escucha como decible lo indecible de su sufrimiento, está escuchando otra cosa, con lo que la víctima –siempre y para siempre de esto un sobreviviente- será entonces aún menos inteligida por el entonces supuesto interlocutor.
Es tan insoportable la idea del sufrimiento de la víctima de un campo de exterminio, que al aislamiento de haber soportado la usurpación de la validez de su lenguaje, se le reclama un imposible testimonio en términos narrativos. Si esto se diera, ante la demanda de tranquilizar la necesidad de un interlocutor que no tolera lo más allá de la comprensión humana, la víctima quedaría aún más aislada, porque tendría que recurrir a una impostura de textualidad que deja aún más encubierto el sufrimiento impensable de lo que le ha ocurrido.
El protagonista de la novela Sin destino de Imre Kertész4, es un adolescente que ha sobrevivido a los campos de Auschwitz, Buchenwald y Zeitz . Ha pasado por situaciones extremas. Entre ellas, el haber sido rescatado por azar de entre un amontonamiento de cadáveres, en el que alguien descubre que aún está vivo. Al terminar la guerra vuelve a su ciudad de origen. Su casa está ocupada por extraños. Su padre muerto en otro campo. La segunda mujer de su padre, casada nuevamente con alguien que ha sido desleal a su marido. Su madre ajena a las problemáticas del hijo. Los otros familiares que encuentra, esos que fueron trama de su historia anterior, no pueden, no están condiciones de reconocer lo abisal de su pasaje por los campos de concentración. Hasta parecen desencantados y contrariados por no poder acceder a una representación tranquilizadora de lo que fue la vida de su joven pariente durante su reclusión. Su soledad es absoluta. La ciudad le es hostil. El personaje habla de “que ha pasado una ‘primera muerte’”. Vivirá una “segunda vida”, en la que se parecerá a los demás: será médico. Pero es notorio que de su pasado algo quedará encriptado.
En un pasaje, tiene un encuentro casual con una persona que le paga el viaje en tranvía. Entablan una conversación. El hombre se muestra muy interesado en que le cuente sus “experiencias” en el campo de concentración. “¿Contar qué?”. “El infierno de los campos”, le responde. El muchacho le dice que no podría contarle nada pues no conocía el infierno ni podía imaginarlo. Entonces el hombre, insistente, le dice: “Claro, no es más que una metáfora. ¿No es cierto? ¿Acaso no puede compararse un campo de concentración con el infierno?”. El muchacho replica que uno podría comparar cualquier cosa con lo que quisiera pero que para él un campo de concentración seguía siendo un campo de concentración, y que había conocido algunos, pero no había conocido el infierno. El hombre insiste. El diálogo sigue. Al concluir el encuentro, el hombre se tapa la cara y con un tono más apagado dice: “No, no y no, no se puede imaginar. Lo sabía, por eso lo llaman infierno”. Es interesante consignar que es aquí donde esta persona da a conocer su condición de periodista, con lo cual este personaje queda presentado como el representante de tener que transmitir “al mundo” lo ocurrido en los campos. Este mediador entre lo ocurrido en el campo y la versión que tiene que dar al público, da cuenta en la última frase de la imposibilidad: por un lado, la repetición del “no, no, y no, no se puede imaginar”. Por otro, su persistencia en aplicar a lo inimaginable, con inmediatez y con la misma insistencia del principio, una metáfora, o al menos de una representación que dé lugar a imaginar en términos de lenguaje lo ocurrido en el campo.
Porque debemos convenir que lo ocurrido en el campo, en tanto intolerable por el sufrimiento intransmisible por medio de palabras, no admite representaciones, símiles, metáforas u otras sustituciones. El Infierno, precisamente, es una representación a la que se ha apelado a lo largo de muchos siglos como metáfora del lugar del castigo. De esto dan cuenta tanto exquisitas descripciones de textos religiosos cristianos, como también los Libros Sagrados del judaísmo. No hace falta entrar en descripciones de las numerosas representaciones pictóricas del Infierno. Tampoco vamos a entrar en el otro tema quizás aludido en la frase del periodista, al relacionar a la víctima con una supuesta culpabilidad (Infierno), que justificaría entonces de una forma racional el castigo que le es infligido. Buscar como metáfora el Infierno sería darle alguna forma de comprensión, aunque sea en términos de una moral religiosa o cívica, a las atrocidades cometidas contra las víctimas del campo. Es buscar un atenuante, se esté o no de acuerdo, para dar alguna razonabilidad a lo inexplicable, una forma de comprensión que eluda lo intolerable de conductas que desbordan lo que se supone debiera corresponder a la naturaleza de lo humano.
La palabra “campo”, en este caso, no es metáfora ni tampoco es metaforizable. Alude a un espacio al que no podemos enfatizar con una sustitución, comparación o agregado que le sume algo a una significación, o un matiz lírico o expresivo. Porque en realidad es una palabra que refiere crípticamente a un escenario en el que transcurren fenómenos de la conducta humana cuya raíz desconocemos.
Tampoco una figura retórica como la catacresis, que consiste en nombrar con una palabra conocida algo que no tiene nombre (por ejemplo ojo de la cerradura, ala de un edificio) es aplicable, porque la palabra que contribuyera (en este caso “campo”) a designar algo a lo que no se le ha otorgado un lugar en la terminología, debe ser muy precisa en su significado, con pocas acepciones, para cumplir esa función5.
“Campo” es una palabra de una extensión semántica y de tan numerosas acepciones (en el Diccionario de la Real Academia6 constan veintidós, a las que se agregan numerosas “frases que resultan de la combinación del sustantivo, con otro sustantivo regido de preposición o con cualquier expresión calificativa”, según las “Advertencias para el uso de este diccionario” que figuran al comienzo en la páginas XXV y XXVI.
Es tal el alcance de esta palabra, que dicha en relación a lo que no sabemos, queda librada a una enorme ambigüedad. Por eso el muchacho no tiene ot...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Nota Preliminar
  4. De “Pinocho” (1881) a “Toy Story” (1996). Transformaciones de la subjetividad
  5. “Simiente de Lobo”
  6. Hacia un psicoanálisis de lo indecible
  7. Presentación de lo irrepresentable
  8. La clínica, entre la persona real del analista y la transferencia
  9. Malestar en la contratransferencia
  10. Alicia en el país de las pesadillas
  11. Auschwitz y el psicoanálisis
  12. El juguete
  13. Pulsión, mundo exterior y niñez: “mitologías” necesarias de la metapsicología
  14. La institución psicoanalítica. Pertinencia y paradojas
  15. El círculo de la niñez y la fragata misilística
  16. La participación de lo pulsional y lo inconciente en la dinámica de la institución psicoanalítica*
  17. Para una epistemología del psicoanálisis de niños
  18. Sobre este libro
  19. Sobre el autor
  20. Créditos