Después de la utopía. El declive de la fe política
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Después de la utopía. El declive de la fe política

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Después de la utopía. El declive de la fe política

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Después de la utopía estudia el desarrollo de la filosofía política a partir de la Ilustración y hasta las manifestaciones más relevantes del liberalismo conservador y la socialdemocracia. Shklar considera que la distancia entre la realidad y las teorías, el totalitarismo y el fatalismo han terminado con el radicalismo y la utopía, sin la cual parece imposible alcanzar un cambio político profundo. Su estudio se apoya en el análisis de los autores clásicos y su conclusión le conduce a proyectar el perfil de un liberalismo que poco tiene que ver ya con el tradicional, una filosofía política que, desde el punto de vista de los ciudadanos, atienda al poder y la justicia.

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Información

Año
2020
ISBN
9788491143376
Categoría
Philosophy
IV

El romanticismo de la derrota. La conciencia infeliz

Es muy probable que el romanticismo puro ya no exista. Sin embargo, la conciencia infeliz florece como nunca antes lo había hecho. El relato hegeliano del alma alienada encaja mucho mejor con nuestros contemporáneos que con sus propias amistades románticas. Sin duda, el romanticismo no se expresa en explosiones espontáneas de sentimientos. De hecho, se ha convertido en algo bastante reflexivo. Pero este cambio de tono no lo ha acercado ni un solo paso más a la filosofía tradicional. Lo que ha ocurrido es que la conciencia infeliz se ha hecho extremadamente consciente de sí misma como tal. Se reconoce como expresión de que Dios ha muerto y analiza su condición con un desapego desconocido para los primeros románticos. El efecto de esta nueva conciencia propia, sin embargo, no ha hecho más que intensificar el predicamento romántico. La distancia entre el ser único y el mundo circundante se ha incrementado, la conciencia infeliz admite abiertamente su sensación de falta de sentido. Ahora, ya está preparada para negar que podamos entendernos, unos a otros, sociedad, historia o naturaleza –y mucho menos, controlarnos o mejorar–. La imaginación creativa ha fracasado en su batalla contra un mundo obtuso. El idealismo estético solo sobrevive en su forma negativa, como base para la crítica social. De nuevo, la visión dramática de la vida como lucha permanece, pero ahora es una historia de derrota. Nos han dejado un romanticismo privado de todas sus aspiraciones positivas, revolcándose en su propia vacuidad.
La conciencia infeliz sabe que el espíritu está alienado de sí mismo y del mundo porque Dios está ausente, la muerte de Dios significa mucho más que el mero declive de la fe religiosa. Esto supone el final de los más altos valores y la desintegración del mundo como un todo coherente1. Con ello, surgen todo tipo de aterradoras posibilidades. ¿Ha muerto el hombre?2 ¿Podemos seguir pensando en el futuro después de todo? ¿Cómo podemos enfrentarnos a nuestro absoluto aislamiento en el cosmos? Todo ello está muy lejos de recibir respuesta. La mente se encuentra a las orillas del abismo3.
Para algunos pensadores, estas miserias parecen el destino permanente del hombre; para otros, es un problema de nuestra situación histórica. Por ejemplo, la escuela existencialista francesa y los diversos poetas del «absurdo» consideran que toda conciencia es una conciencia infeliz4. Heidegger contempla nuestro «desamparo» como un asunto tanto de alienación social como de metafísica, siendo esta última el desastre de toda la era postmedieval. Nos hemos excluido del «ser» y hemos hecho del mundo «un cuadro», «un objeto» para ser observado por «sujetos»5. Jaspers habla de forma aún más explícita de una tragedia dual. Hay una tragedia universal en el hecho de que la realidad esté dividida y que la verdad tenga que permanecer siempre fuera de nuestro alcance, pero también hay una tragedia histórica inmediata que ha agravado la situación humana. La tecnología ha interrumpido la historia y la vida colectiva nos ha privado de individualidad. Intelectualmente, «perdemos sustancia y ganamos conocimiento»6. Esta es también la visión de Gabriel Marcel. A la naturaleza trágica de la existencia hemos añadido una vida social que no nos deja elección entre «la colonia de termitas y el Cuerpo Místico». Nos hemos separado del pasado y no hemos dejado ningún futuro, salvo el del más vulgar epicureísmo7. Finalmente, están aquellos para quienes la alienación es exclusivamente un problema social. Sufren mayormente por «la muerte de Marx», que, sin embargo, forma parte del final de toda certidumbre. Es una época de revolucionarios desanimados, escribe el poeta anarquista Alex Comfort8. Su contrapartida francesa, Albert Camus, ha construido toda una teoría alrededor del nuevo «sentimiento de hostilidad del rebelde hacia la revolución» y todas las grandiosas utopías. Pero estas diferentes concepciones de la alienación solo son aspectos de la «conciencia infeliz» como conjunto. Una de las discípulas de Jaspers habla de esta mentalidad cuando anuncia: «hoy consideramos que tanto la historia como la naturaleza se han alejado de la esencia del hombre, ya nadie ofrece el todo total en el que podemos sentirnos espiritualmente en casa». Aunque ahora tengamos que construir nuestra propia naturaleza e historia sin ayuda de ninguna verdad eterna, nuestros fracasos y éxitos no son nada ante una naturaleza indiferente y un Dios muerto. Ya triunfemos o fracasemos, actuamos «en la amarga comprensión de que no hay nada que se nos haya prometido, ninguna época mesiánica, ninguna sociedad sin clases, ningún paraíso tras la muerte»9.
La gran diferencia entre el romanticismo del último siglo y el del presente es que, para el primero, la defensa de Zeus significa el triunfo de Prometeo, mientras que para el segundo, la muerte de Dios significa también la derrota del hombre. Ahora se acepta que el gran pecado del hombre es su incapacidad para hacerse divino10. Lo prometeico se ha dado la vuelta, ya no se celebra al hombre como maestro de la creación, se le llora como víctima de todo lo que no ha creado. Cualquier vestigio de desesperanza que quede, en el verdadero sentido romántico, solo se invierte en el valor de la actividad creativa, sobre todo del arte. Pero esto queda muy lejos de la seguridad artística de Schiller o Shelley. Ni siquiera aquellos poetas que se sentían más cerca de los románticos pueden creer todavía que la poesía sea capaz de salvar a la civilización11. La mayoría estarán de acuerdo con Auden en que el artista no es una figura heroica, tampoco adorarán a un «Dios-Arte». «La época de la ansiedad» evoca otras respuestas. Incluso aquellos que no huyen de la tradición y la ortodoxia, como Auden, lo saben tan bien como él: «es poco probable que nos tiente la soledad en la piedad prometeica; es mucho más probable que nos convirtamos en cobardes frente al tirano que nos obliga a mentir al servicio de la Falsa Ciudad. No es una locura que necesitemos el miedo, tampoco la prostitución»12.
La traición a uno mismo, la desesperación y la frustración frente a un mundo externo todopoderoso –tales son las condiciones de toda existencia, o al menos de la vida actual–. En un mundo sin Dios, estamos condenados a la «autocreación», nuestra tarea ya no nos produce el más leve placer. De hecho, el hombre siempre es víctima de alguna situación externa. La historia y la naturaleza nos dejan poca elección. Pues, aunque todo el romanticismo tiende a ser una forma de desesperación cultural, ahora se ha intentado investir de una importancia universal. El victimismo se ha convertido en una categoría metafísica, por todos lados vemos a la muerte cerniéndose sobre nuestras cabezas, lista para dejarnos sin sentido. Nadie cree en la posibilidad de conquistar realmente a la muerte, com...

Índice

  1. Índice
  2. Nota del editor
  3. Prefacio
  4. I. El declive de la Ilustración
  5. II. La mente romántica. Antecedentes: Rousseau, Godwin y Kant
  6. III. La conciencia infeliz en la sociedad. La vacuidad del progreso
  7. IV. El romanticismo de la derrota. La conciencia infeliz
  8. V. El fatalismo cristiano. Teología y alienación social
  9. VI. El fin del radicalismo
  10. Conclusión. El estancamiento del pensamiento político
  11. Bibliografía