La extraordinaria vida de la gente corriente
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La extraordinaria vida de la gente corriente

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La extraordinaria vida de la gente corriente

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No decidir qué quieres hacer en tu vida puede llevarte a una existencia insulsa, insípida y alejada de tu verdadera esencia como ser humano. No aportas todo tu potencial al mundo simplemente haciendo lo que otros esperan de ti.Aportas de verdad cuando de corazón disfrutas lo que haces al tiempo que le encuentras sentido a eso que llevas a cabo, contribuyendo a que alguna situación de ahí fuera mejore. Es mucho más importante encontrar tu lugar en el mundo que resignarte a vivir la vida que otros han decidido por ti.

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Información

Editorial
Kolima Books
Año
2020
ISBN
9788418263422
Música para la tolerancia
La felicidad está en ayudar a que otras personas hagan cosas maravillosas por sí mismas.
Manuel Paz
Este libro se ha escrito a lo largo de dos años, sin pausa, sin prisa. Mi planteamiento se basó en evitar la búsqueda activa de personas candidatas y esperar a que apareciesen por sí mismas. Esa era parte de la gracia: estamos rodeados de estos seres maravillosos, así que no hay que devanarse los sesos para encontrarlos, solo hay que estar alerta, vigilante. Así, un día estaba cenando con Patricia, mi pareja, cuando me dijo: «¿Por qué no hablas con Manuel Paz? No sé muy bien su historia, pero sé que está siempre metido en un montón de proyectos».
Empecé a investigar a Manuel y… ¡qué maravilloso descubrimiento! Tras leer varios artículos de su blog La historia de un dedo, ya casi me había convencido para contactarle. Aún así traté de escucharle de viva voz y tras investigar un poco conseguí verle en una entrevista de un canal de televisión local8; en un momento dado, escuché de su boca la siguiente frase: «Por ejemplo, cuando hago las giras internacionales con la OCAS –Orquesta de Cámara de Siero– dentro del proyecto 'Vínculos', mi trabajo no es dirigir una orquesta; mi cometido es, aunque solo sea durante unos minutos, aportar dignidad a las personas en aquellas zonas donde es difícil que llegue este tipo de música. Tengo el pleno convencimiento de que la música, allá donde va, dignifica». Desde ese instante lo tuve claro: tenía otro candidato a la vista. Como comentábamos en la historia de María Caso, las personas que aman y disfrutan su profesión son aquellas que cuando explican aquello a lo que se dedican normalmente no te dicen cómo lo hacen, sino para qué lo hacen. Como veremos, Manuel no es guitarrista, profesor o director de orquesta: su función es aportar dignidad y humanidad a los rincones más perdidos del mundo, democratizar la música para que llegue a las nuevas generaciones –en especial la música clásica–, así como al corazón de las personas y animarlas a que sigan su propio camino a través de la educación. En cualquier caso, pronto descubriremos que la función de Manuel abarca esto y mucho más, siempre guiado por su particular filosofía de vida: el poder del optimismo, la importancia de iniciar muchos proyectos en la vida, así como la inutilidad de la preocupación en cuestiones sobre las que no se tiene poder de acción.
Antes de contactar personalmente con él, descubrí que en realidad conocía a su hermana Luisa María Paz. Cuando le comenté el proyecto a Paz –así llamamos a Luisa–, se le iluminó la cara: me empezó a hablar de la generosidad de Manuel, de la multitud de proyectos en los que está metido y de su capacidad para recuperarse ante las adversidades; me habló de su compromiso, de su determinación con todo lo que hace y también de su empeño en tratar de aportar su particular visión al mundo de la enseñanza. En fin, noté a Paz orgullosa de su hermano, lo cual añadió todavía más fuerza a mi decisión de entrevistarlo. Conseguí su teléfono y tras explicarle un poquito el proyecto, accedió a que nos viésemos para una charla diciéndome: «Podemos quedar cerca de mi casa; conozco un sitio donde ponen un vino verde portugués muy rico». «¡Vaya! –me dije a mí mismo–, creo que esto va a ir muy bien».
Manuel nació en Ujo, un pueblecito del interior de Asturias en el año 1960. «Nací en un bar –me dice–, pero vamos, literal». Sus padres regentaban uno de los bares del pueblo y esta condición marcaría enormemente su infancia y juventud. «Trabajar en un bar fue una escuela alucinante: representó un curso acelerado y permanente para entender a las personas. Al minuto de llegar un cliente ya era capaz de entrever la actitud y el carácter de esa persona: si se encontraba de buen humor, de mal humor o de si tenía que estar más o menos precavido». Qué duda cabe de que Manuel ya tenía de serie cierta habilidad empática, habilidad que desarrolló de manera natural en el bar y que más adelante utilizaría como herramienta para conectar con sus alumnos en el conservatorio y también para expresar sus ideas y proyectos a colegas de profesión. «Además –continúa–, vivir en un bar hace que en realidad no tengas casa propia: tu casa y todo lo que hay dentro te pertenece a ti y a todo el que entra. No hay intimidad. Eso te obliga a hacer análisis psicológicos de urgencia a las personas, porque, claro, ¡están entrando en tu casa!».
Atendiendo exclusivamente a su trayectoria académica y a vista de pájaro, podríamos decir que Manuel no sobresalía, más bien al contrario: tuvo que repetir el quinto grado de la educación formal a los quince años, y además suspendió la prueba de acceso a la universidad a los diecisiete. Pero, como iremos viendo, Manuel tenía –y sigue teniendo– una mente lúcida y brillante.
Siempre sintió interés por la música: a la edad de ocho años construyó una especie de xilófono con botellas del bar que había rellenado con agua a su manera, logrando que sonasen afinadas. Su padre –una figura que Manuel respeta, aprecia y admira– enseguida supo ver sus aptitudes para la música y quiso que tocase algún instrumento. «¿Quieres ir a clases de piano?» le preguntó al entonces niño de ocho años. Manuel me cuenta animado que daba saltos de alegría y entonces le preguntó a su padre: «¿Con quién?», a lo que él respondió: «Con Mari Luz, la monja». Entonces la respuesta del pequeño Manuel fue tajante: «¡Una monja! ¡Ni hablar!». Los dos reímos y entonces me explica: «Dar clase con una monja dañaba irreversiblemente mi dignidad de hombre, así que no consiguieron llevarme a aquellas clases». Es tremendamente curioso cómo posteriormente sí que iría a clases –esta vez de guitarra– con Mari Luz, y que en lo sucesivo tendría a esta monja dominica –ya fallecida– por una persona fascinante, un ser sabio al que siempre recordará con profunda ternura ya que ella fue la primera en percatarse de su habilidad para impartir clases y empatizar con los demás, amén de destapar sus virtudes como músico y guitarrista.
Lo interesante de este momento vital de Manuel es la capacidad de pensar y de introspección que ya presentaba: no solo construyó un instrumento musical por pura intuición cuando solo contaba con ocho años sin ninguna formación musical, sino que cuando le plantearon la opción de estudiar piano, él llegó a sus propias conclusiones declinando la oferta. «Quién sabe, de haber aceptado la oferta de mi padre tal vez ahora sería un feliz concertista de piano –me dijo–; de todos modos no me arrepiento; en aquel momento, incluso siendo muy pequeño, sentí que aquella decisión tenía todo el sentido del mundo».
Esto es algo que se repite en la historia de Manuel y de nuestros protagonistas: ausencia de arrepentimiento. Y lo consiguen tomando a cada instante la decisión que consideran más sensata, aunque el resultado obtenido no sea el esperado. Otro rasgo también muy importante que comparten es la aceptación: aceptar el devenir de las decisiones y de los hechos que nos suceden y que no podemos cambiar. Nos lo explica mejor Manuel: «En cierto modo soy un conformista. Cuando me llegan cosas que no deseo y no tengo la capacidad de cambiar, las acepto y me adapto –aunque también añade–: Al mismo tiempo sé que para que lleguen a mi vida cosas deseables tengo que construir castillos en el aire; algunos castillos saldrán, otros no, y otros, en lugar de castillos, se transformarán en imperios, en algo que ni había imaginado en una primera instancia». Esto es una lección muy valiosa: Manuel no se apega al resultado de los proyectos que inicia; claro que quiere y desea que todos salgan, pero sabe que no todo depende de él y que lo único que puede hacer es crear las condiciones para que las cosas sucedan…, el resto es simplemente confiar. Hacer y soltar. Comprometerse con la acción y desapegarse del resultado, esto es lo que hace que cada proyecto tenga su propio recorrido y que le lleve a lugares insospechados. Lo importante en realidad es empezar muchas cosas, ser muy activos, pacientes y perseverar con esas ideas; esto provoca que un objetivo inicial se transforme en un imperio inimaginable. Me recuerda a la frase de otro de nuestros protagonistas que pronto descubriremos, Lama Dondrub: «Mis objetivos son limitados; por eso lo importante es ponerse en el camino y tomar muchas decisiones para que cosas imprevisibles y maravillosas sucedan».
De pronto, Manuel me dice: «Mi arma favorita es la intuición. Y es básica. A veces te equivocas, pero a base de engrasarla acabas teniendo una potente arma a tu disposición». Es curioso cómo la intuición suele ser algo de lo que se aprovechan Manuel y otros protagonistas de este libro. Pero, ¿cómo puede uno mejorar su intuición? Te dejo el secreto: con muchísimo ensayo y error en aquellos contextos en los que uno tiene talento. Así, con el paso del tiempo la destreza se convierte en maestría y te vuelves capaz de averiguar de antemano qué cosa puede o no funcionar; eso sí, reconociendo que la posibilidad de equivocarte siempre está presente.
Como decíamos, Manuel repitió quinto grado. En el año 1975 en España y a la edad de quince años solo se podían suspender dos asignaturas para pasar al curso siguiente. Así, me cuenta: «Recuerdo perfectamente la razón por la que repetí aquel curso: repetí por no hacerle una pregunta al profesor durante un examen de Dibujo. ¡Y quién sabe! Probablemente si hubiese aprobado Dibujo también habría pasado de curso y probablemente habría aprobado el examen de acceso a la universidad… ¡Y habría estudiado Geología!». En cualquier caso, aquello nunca sucedería; el año siguiente lo pasó en el denominado curso residual, un aula donde metían a todos los que habían suspendido más de dos asignaturas en el quinto curso de aquel bachillerato. «Curso residual, ¿no es vergonzoso?» me decía. Y es que Manuel muestra su profunda frustración con el sistema educativo de entonces: «Aquel año respondía correctamente a casi todo en clase, así que los profesores de este curso residual me decían: ‘¿Tú que haces aquí?’. Yo les respondía: ‘Pregunta en la sala de profesores’».
En este punto de la historia sale a relucir su capacidad para quedarse siempre con lo positivo de cada situación: «De los cuatro o cinco cursos que hubo aquel año de quinto, repetimos curso unas veinte personas; así, en la clase había gente de todas las ramas: ciencias, letras… Fue maravilloso. El crisol de personas fue alucinante; el hecho de estar descolgados del resto provocó que hiciésemos mucha piña y nos apoyásemos unos a otros para superar el estigma de ser los repetidores con un curso propio y residual». Ese año pasó algo revelador, y es que tuvo por primera vez en su vida la asignatura de Ética. «Aquella profesora, Maribel, era absolutamente brillante –me cuenta–; empezamos a razonar por primera vez en nuestra vida sobre el machismo y la situación de la mujer, sobre la pena de muerte o el terrorismo de ETA. Creo que en ese momento entendí el verdadero poder y la capacidad que tiene un...

Índice

  1. Prólogo
  2. Nota inicial del autor
  3. El futuro en buenas manos
  4. La vida es un viaje, no un destino
  5. El arte de vivir varias vidas en una
  6. Música para la tolerancia
  7. La Xana de Muniellos
  8. Devolviendo la dignidad a la naturaleza
  9. Arquitecto de la felicidad
  10. Escribiendo las páginas de su vida
  11. Forjando la sociedad del futuro
  12. Transformando sueños en realidades
  13. Conclusiones: Un mismo patrón
  14. Epílogo: tú también eres una persona extraordinaria
  15. Agradecimientos