Lutero y la vida cristiana
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Cruz y libertad

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La importancia histórica de Martín Lutero difícilmente puede ser exagerada. Conocido como el padre de la Reforma protestante, Lutero ha tenido un enorme impacto en el cristianismo y la cultura occidentales. En Lutero y la vida cristiana, el historiador Carl Trueman presenta a los lectores al enérgico reformador, llevándolos en un recorrido por su contexto histórico, sistema teológico y enfoque a la vida cristiana. Ya sea que esté explorando la teología de la protesta de Lutero, el siempre presente sentido del humor, o su visión incomprendida de la santificación, este libro ayudará a los lectores modernos a profundizar su camino espiritual al aprender de uno de los grandes maestros de la fe."Este libro ilustra una vez más por qué Martín Lutero sigue siendo un recurso casi inagotable. Trueman explica por qué Lutero puede ser un guía tan perspicaz, alentador, humano e incluso humorístico para la vida cristiana." MARK A. NOLL, Profesor de Historia Francis A. McAnaney, Universidad de Notre Dame"Carl Trueman ha logrado una hazaña tremenda: no solo nos ha dado un volumen que es académico e históricamente matizado a la vez que accesible y refrescantemente contemporáneo; también logró capturar la brillantez y audacia de Martín Lutero en un espacio relativamente corto." KEVIN DEYOUNG, Pastor Principal, Iglesia Reformada de la Universidad, East Lansing, Michigan"Si crees que conoces a Lutero, lee este libro. Es una obra sumamente edificante e iluminadora. Mostrando los intereses de un pastor y el rigor de un historiador, Trueman nos proporciona un análisis de Lutero y la vida cristiana que es tan "humano" como el mismo reformador alemán." MICHAEL HORTON, Profesor de Teología Sistemática Gresham Machen y Apologética, Westminster Seminary California; autor, Calvin on the Christian life [Calvino y la vida cristiana]

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Información

CAPÍTULO 1
LA VIDA CRISTIANA DE MARTÍN LUTERO

El pasado es un país lejano; allí las cosas se hacen diferente.
L. P. HARTLEY, THE GO-BETWEEN
Martín Lutero, el hombre que quizás debe asumir mayor responsabilidad por la ruptura de la iglesia occidental en la Reforma, provenía de un entorno relativamente humilde, sin indicios del controversial prestigio que alcanzaría más adelante. Nació el 10 de noviembre de 1483, hijo de Hans y Margaret Lutero, en la ciudad de Eisleben. Irónicamente, aunque este pueblo no fue muy relevante en la vida de Lutero, moriría allí en 1546, poco después de predicar su último sermón en la iglesia local.
Hans Lutero fue un hijo de la tierra, pero de acuerdo con las leyes de herencia medievales, no heredó la granja familiar. En cambio, como el hijo mayor, se esperaba que se abriera su propio camino en el mundo. Esto lo hizo primero como minero y luego como gerente de mina. Debido a la necesidad de trabajo, la familia Lutero tuvo que dejar Eisleben para ir a Mansfeld apenas unas semanas después del nacimiento de Martín, pero a Hans le fue bien finalmente y ascendió al nivel de su posición gerencial.
Como muchos padres que han trabajado duro y disfrutado de la movilidad social, Hans Lutero tenía expectativas más altas para su hijo. Por tanto, decidió que el joven Martín no tendría que trabajar en la ardua labor física que había marcado su propia juventud, sino que iría a la universidad para estudiar una carrera en derecho. Y así fue como en 1501 Martín dejó su hogar y se matriculó en la Universidad de Erfurt.
Los estudios en la universidad eran característicos de las instituciones de fines de la Edad Media. La facultad de leyes era una de las tres facultades superiores, junto con la de medicina y la de teología, y para entrar, el estudiante tenía que pasar primero por el plan general de estudios en artes, lo cual hizo Lutero. Por tanto, él era alguien normal para su época al buscar una educación dentro de lo común. Este comienzo ordinario, sin embargo, habría de ser dramáticamente interrumpido.
Fue en 1505, mientras regresaba a la universidad después de visitar a sus padres, que Lutero se encontró en una situación que cambió su vida para siempre. Atrapado en una tormenta eléctrica, casi muere cuando un rayo cayó a su lado. Hoy, consideramos este tipo de cosas como fenómenos naturales, el resultado de desequilibrios iónicos masivos en la atmósfera creados por la colisión de cristales de hielo a gran altura; sin embargo, en los tiempos de Lutero, tales cosas eran actos sobrenaturales de Dios, indicaciones de juicio divino. En consecuencia, cuando el rayo cayó a tierra junto a él, Lutero se arrojó al suelo y gritó, “¡Sálvame!, Santa Ana, ¡y me convertiré en monje!”. Ya que Santa Ana era la santa patrona de los mineros, muy probablemente fue algo instintivo para Lutero llamar al santo que era presumiblemente central para la devoción de la casa en la cual creció.
Toda la evidencia sugiere que Lutero era un joven bastante serio y profundo. Tal voto a Dios, incluso hecho en el pánico de lo que debió parecerle el momento de su muerte, era para él un asunto muy serio, y a los pocos días se presentó a la puerta del claustro Agustiniano en Erfurt.
La elección de la orden Agustiniana podría parecer significativa en un principio. Dado que lleva el nombre del gran obispo Agustín de Hipona, el gran oponente de Pelagio, ¿es posible que Lutero haya elegido esta orden debido a su perspectiva de la gracia de Dios? Es poco probable. El nombre ciertamente fue tomado de Agustín, pero la orden en sí no estaba particularmente comprometida con un agustinismo puro. De hecho, ya que toda teología medieval era en cierta medida un diálogo con Agustín, uno podría decir que toda la teología medieval podría clasificarse como Agustiniana en el sentido más amplio.
La decisión de Lutero de abandonar una carrera en derecho potencialmente lucrativa y perseguir una vocación monástica resultó extremadamente molesta para Hans, y la relación padre e hijo se vio seriamente deteriorada por algunos años. En estudios modernos sobre Lutero, esta situación ha llevado al psicoanalista y escritor Erik Erikson a argumentar que las luchas teológicas de Lutero fueron realmente una proyección sobre Dios de su disputa con su padre terrenal.4 De este modo, Lutero presuntamente buscaba estar bien con Dios cuando, en realidad, estaba tratando de estar bien con su padre. Los cristianos evangélicos han tendido a descartar la tesis de Erikson como especulativa y reduccionista. En efecto, aunque es indudablemente reduccionista hacer de la teología de Lutero un simple reflejo de sus ansiedades personales sobre su familia, también es cierto que la relación entre un padre y un hijo es a la vez compleja e importante. Por lo tanto, es lógico que la desaprobación de Hans respecto al traslado de su hijo al claustro impactara la vida de Lutero de manera significativa.
Quizá, el momento más crítico en el drama padre-hijo, vino como resultado de otra decisión que tomó Lutero: convertirse en sacerdote. Los monjes eran miembros de órdenes religiosas, pero no necesariamente estaban ordenados para el sacerdocio y, por lo tanto, no tenían los deberes sacramentales y las responsabilidades pastorales del párroco. Lutero, sin embargo, fue ordenado sacerdote en 1507 y ofició su primera misa. El momento fue muy dramático para él: no solo estaba presente su padre, sino que Lutero también sabía que, como sacerdote, estaba de hecho preparando, tocando y sosteniendo el cuerpo y la sangre reales de Cristo en el pan y en la copa. La pregunta que consumió el alma de Lutero durante muchos años se agudizó en este punto: ¿cómo era posible para él, sabiendo lo pecaminoso que era, estar tan cerca de un Dios santo y justo?
Los protestantes que vinieron más tarde a menudo olvidaron que las luchas existenciales de Lutero con la justicia de Dios no pueden separarse de su teología sacramental. La misa dejó una impresión duradera en su alma, no solo por el hecho de que estaba preparando a Dios, sino también porque más tarde llegó a ver la concepción medieval de esta como la pieza central de una justicia por obras, que solo servía para engañar a los individuos llevándolos a creer que estaban haciendo buenas obras. Nunca fue la transubstanciación lo que encontró tan detestable en el sacramento medieval; era la implicación del sacrificio, de ofrecerle algo a Dios, lo que le resultaba tan perturbador.
En 1508, Lutero fue trasladado de Erfurt a la relativamente nueva Universidad de Wittenberg. Fundada en 1502 por Federico el Sabio, el elector de Sajonia, este sería el hogar de Lutero, con breves excepciones, por el resto de sus días. Más tarde en la historia de Lutero, esta universidad fue importante por dos factores particulares. En primer lugar, era una institución nueva y, como tal, su fundador estaba ansioso por que se hiciera famosa. Por eso, no es muy sorprendente que Federico ejerciera su influencia para proteger a su polémico profesor cuando Lutero adquirió una mala reputación en 1517 y en adelante. En ese entonces, igual que ahora, había una sensación de que toda la publicidad podía al menos transformarse en buena publicidad, si era el momento adecuado.
El otro factor significativo fue la ubicación de la institución en el Electorado de Sajonia. Si bien el Sacro Imperio Romano había sido fundado por Carlomagno en el año 800, este había experimentado un desarrollo político considerable durante la Edad Media. Bajo la Bula de Oro de 1356, se estableció que el emperador debería ser nombrado por el voto de un colegio de siete electores, entre los que se contaba el príncipe de Sajonia. Así, cuando Lutero se trasladó a Wittenberg en 1508, quedó bajo la autoridad —y, fundamentalmente, bajo la protección— de un elector imperial. Esta posición efectivamente le dio a Federico el Sabio poder político e influencia más allá de lo que la fuerza económica y militar de su territorio podría haber indicado. Con el transcurso de la historia, también significó que Lutero estaba mucho más seguro allí de lo que podría haber estado en otro lugar.
Por el resto de su vida, Lutero tendría el doble papel de profesor de teología y pastor. Como profesor, siguió la carrera profesional estándar de un teólogo a finales del Medioevo, dando conferencias sobre los Cuatro Libros de Sentencias de Pedro Lombardo y luego sobre grandes secciones de las Escrituras. La ignorancia y el esnobismo del protestantismo moderno se burlan de la Edad Media por no haber interactuado con el texto de la Escritura. Si bien es cierto que el texto preferido —de hecho, para la mayoría, el único texto accesible— era la Vulgata Latina, se esperaba que el profesor medieval promedio hubiera realizado más exégesis de las Escrituras—antes de ser considerado remotamente competente como teólogo—que cualquier profesor de seminario en Norteamérica actualmente.
Entre 1510 y 1511, Lutero viajó a Roma por cuestiones de negocios para la Orden de los Agustinos. Como le ha pasado muchos, antes y después, su visita a la Ciudad Eterna5 fue una experiencia profundamente conmovedora y conflictiva. Además de su evidente importancia histórica y teológica, quedó impresionado por las oportunidades de devoción que la ciudad representaba, con su multitud de reliquias y artefactos religiosos. Sin embargo, también fue testigo de primera mano de la corrupción que coexistía en medio de la piedad. Las imágenes de exceso que le presentó la corte papal moldearían sus opiniones posteriores sobre el papado y, de hecho, alimentarían el tipo de retórica que felizmente desplegó contra el mismo.
De vuelta en el aula, Lutero continuó trabajando en la exégesis de los libros de las Escrituras, particularmente los Salmos y la Epístola a los Romanos. Este trabajo rutinario tendría un gran impacto en su teología, ya que condujo a dos cambios importantes en su pensamiento entre 1512 y 1517. Primero, cambió de opinión sobre la naturaleza del pecado y el bautismo. Le habían enseñado que el pecado era un hongo, similar a un pedazo de yesca. La implicación era que el pecado era una debilidad que debía ser tratada a través de los sacramentos. En cierto sentido, tal comprensión del pecado significaba que el bautismo se entendía como una especie de atenuación del problema o una solución temporal. Una vez que el pecado mostraba su fea cara en la vida del sujeto después de haber sido bautizado, entonces era necesario un tratamiento moral adicional en la forma de los otros sacramentos. Lutero, sin embargo, se convenció de que el pecado significaba que los seres humanos estaban moralmente muertos. Exploraremos esto con más detalle en los capítulos posteriores, pero el punto clave para tener en cuenta aquí es que este cambio de pensamiento surgió a través de su lucha con la enseñanza de los Salmos y con el apóstol Pablo. Estas labores de exégesis intensificaron su comprensión de la gravedad del pecado: los pecadores ya no eran altamente defectuosos; estaban muertos. El pecado es un problema de raíz. Define a los seres humanos ante Dios de una manera profunda y radical. Y eso tiene todo tipo de implicaciones sobre cómo deben entenderse la humanidad caída y la salvación.
Una implicación inmediata es que la comprensión del bautismo necesita ser cambiada: el bautismo ya no puede ser simplemente una atenuación de la debilidad y las tendencias pecaminosas. Si el pecador está muerto, entonces necesita más que limpieza o incluso sanación; él necesita ser resucitado. Por lo tanto, Lutero pasó de ver el bautismo como algo que indicaba principalmente un lavado o una limpieza, a algo que representaba la muerte y la resurrección.
Esto apunta al segundo cambio que esta alteración en el bautismo y el pecado requería: una reevaluación crítica del camino de la salvación que Lutero había aprendido de la mano de sus maestros medievales. Lutero fue educado en lo que los eruditos posteriores han llegado a denominar la vía moderna, o “camino moderno”. Esta tradición de teología está estrechamente relacionada con teólogos de fines del Medioevo como Guillermo de Occam (1288-1347) y Gabriel Biel (hacia 1420-1495). Este último fue particularmente importante para Lutero ya que tendría que estudiar y dar conferencias sobre el texto fundamental de Biel: El Canon de la Misa (1488). Básicamente, Biel entendió a Dios como completamente trascendente y soberano, capaz de hacer cualquier cosa que eligiera, con la excepción de contradecirse lógicamente a Sí mismo. Entonces, por ejemplo, Él podría hacer un mundo donde los seres humanos tengan cuatro piernas, pero no podría hacer un mundo donde los triángulos tengan cuatro lados. Esto es lo que los teólogos medievales generalmente llaman el poder absoluto de Dios.
Sin embargo, el mundo es estable, contiene una cantidad finita de objetos y, por lo tanto, es testigo del hecho de que el poder absoluto de Dios no se ejecuta completamente. Por consiguiente, los teólogos medievales postularon que Dios también tiene un poder ordenado, un conjunto finito de posibilidades que Dios realmente ha decidido realizar. Biel aplicó esto al campo de la salvación: Dios puede exigir la perfección a los seres humanos antes de darles gracia, pero, de hecho, ha condescendido por medio de un pactum (o pacto) para dar gracia a “aquel que hace lo que está en sí mismo”, una traducción literal de la primera parte de la frase latina, facienti quod in se est, Deus gratiam non denegat.
Este concepto parece en principio ser muy útil. En respuesta a la pregunta de Lutero, ¿cómo puedo ser recto ante un Dios justo?, uno podría responder: “Haz lo que esté en ti”, es decir, haz tu mejor esfuerzo. También debemos notar que la comprensión subyacente de lo que hace que un ser humano sea justo ante Dios se desplaza en este sistema de ser una cualidad intrínseca en el cristiano (justicia real e intrínseca) a la declaración externa de Dios: estoy bien con Dios no porque mis obras son, en sí mismas, dignas de su favor, sino porque ha decidido considerarlas así. Ese concepto tendría una profunda influencia en Lutero y proporcionaría la base para su posterior comprensión protestante de la justificación.6
El problema pastoral generado por esta idea del pactum, por supuesto, es que saber cómo y cuándo uno ha hecho su mejor esfuerzo se convierte entonces en un asunto altamente subjetivo y, en la experiencia de Lutero en el claustro, uno cada vez más aterrador: cuanto más Lutero se ejercitaba en las buenas obras, más se convencía de que había fallado catastróficamente en cumplir la condición mínima del pactum. Esta situación empeoró mucho, naturalmente, cuando Lutero llegó a identificar el pecado como la muerte. ¿Cómo puede una persona muerta hacer su mejor esfuerzo? Esto llevó al que sería tal vez el paso más importante en el pensamiento de Lutero, que es detectable en sus conferencias sobre Romanos durante 1515-1516: Lutero llegó a identificar la condición del pactum como la humildad, la desesperanza absoluta en uno mismo como una condición para arrojarse por completo y sin reserva a la misericordia de Dios. Esta idea crucial preparó el camino para su posterior comprensión de la condición necesaria como la fe, la confianza en Dios, un concepto muy relacionado con esta comprensión anterior de la humildad.
La controversia de las indulgencias
Mientras Lutero estaba experimentando esta transformación teológica, los eventos en el contexto general europeo conspiraban para llevarlo a un público mucho más grande del que cabía en la sala de conferencias de la Universidad de Wittenberg o la iglesia parroquial. El papa León X (1475-1521) presidía una iglesia romana que había agotado sus finanzas en guerras y luego en el proyecto masivo de construcción de San Pedro y el Vaticano. Después, en las tierras alemanas al norte, un clérigo ambicioso, Alberto de Brandeburgo (1490-1545), buscaba agregar un tercer obispado a su cuenta. Los obispados generaban ingresos y, por lo tanto, eran deseables; pero la ley canónica de la iglesia impedía que alguien sostuviera tres simultáneamente sin una licencia del papa. Por lo tanto, hubo una feliz confluencia de intereses en este punto entre las necesidades financieras del papado y las aspiraciones eclesiásticas de Alberto. En resumen, el papa le concedió permiso a Alberto para tomar el tercer obispado, y Alberto le pagó al papa una buena suma por el privilegio. Para financiar el acuerdo, Alberto tomó prestada una importante cantidad de dinero del banco Fuggers, y el papa permitió a Alberto establecer una indulgencia, la mitad de cuyas ganancias podrían utilizarse para pagar el préstamo, y la otra mitad iría directamente a las arcas papales.
Las indulgencias eran certificados vendidos por la iglesia que garantizaban al comprador, o al beneficiario designado, el alivio de un determinado período de tiempo en el purgatorio. En la escatología católica medieval, cuando las personas morían, se iban al infierno, al cielo, o más probablemente, al purgatorio, un lugar donde los piadosos podían ser purgados de las impurezas que les quedaban antes de ser trasladados al paraíso. El concepto del purgatorio tuvo origen en los libros apócrifos y estuvo presente en la obra de numerosos padres de la iglesia primitiva, incluido Agustín. En la iglesia primitiva, esa doctrina había funcionado simplemente como parte de la escatología individual; sin embargo, para finales de la Edad Media se había conectado al sistema penitencial de la iglesia. Hay dos bulas papales en particular que son relevantes en este punto: Unigenitus (1343) y Salvator Noster (1476). La primera estableció el dogma del tesoro de los méritos, que consiste en los méritos de Cristo, la Virgen María y todos los grandes santos de la iglesia, que podían ser distribuidos por el papa. La última conectó el tesoro de los méritos con las donaciones financieras a la iglesia, de modo que los que daban cierta cantidad de dinero podrían disfrutar de beneficios escatológicos en forma de tiempo reducido en el purgatorio. De ese modo se estableció la base dogmática para las indulgencias.
La venta de la indulgencia de Alberto fue confiada a un fraile dominico, Johann Tetzel (1465-1519). Era un hombre profano pero un vendedor brillante, que usaba estribillos (según las Noventa y Cinco Tesis de Lutero) como la joya: “Tan pronto como una moneda en el cofre cae, una turbada alma del purgatorio sale”, y afirmaba que incluso si uno hubiera violado a la mismísima Virgen María, una de sus indulgencias sería suficiente para cubrir tal pecado.
Si bien a Tetzel no se le permitió vender sus indulgencias en el Electorado de Sajonia (el elector tenía su propia colección de reliquias sagradas, que no quería ver eclipsadas por algún objeto rival de piedad), el tema era de cierta urgencia pastoral para Lutero. Habiendo concluido que la gracia de Dios era tan costosa que solo la muerte y resurrección del Hijo de Dios podía lidiar con el dilema humano de la muerte en pecado, y solo la desesperanza total en uno mismo y la consiguiente humildad ante Dios eran suficientes para cumplir con las condiciones del pactum, Lutero inevitablemente vio las transacciones en efectivo de Tetzel como una gracia devaluada. Más que eso, Tetzel estaba vendiendo seguridad falsa a la gente; y mientras los feligreses de Lutero cruzaban el río hacia el territorio vecino del Ducado de Sajonia, donde el vendedor dominicano ejercía su oficio, Lutero inevitablemente tendría que tomar una postura al respecto.
Lutero predicó sobre las indulgencias en la pascua de 1517 y luego guardó un extraño silencio al respecto. En septiembre de 1517, pronunció su Disputa contra la Teología Escolástica, que, de todos los escritos del año, fue el más radical en su ataque total contra el método teológico de fines del Medioevo; pero no estaba directamente dirigido a la cuestión de la indulgencia, y no suscitó una controversia significativa. Luego, el 31 de octubre de 1517, de conformidad con el protocolo académico estándar para anunciar un debate, clavó en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittenberg noventa y cinco tesis contra la práctica de la venta de indulgencias.
En la historia de la Reforma, este documento ha adquirido un estatus casi mítico como la obra que desencadenó toda la crisis. En efecto, mientras algunas de las tesis brillan con la retórica que se convertiría en el sello distintivo del Lutero posterior, algunas son más oscuras. De hecho, a menos que el lector moderno del escrito tenga un buen conocimiento práctico de la teología y piedad medievales, varias de sus tesis serán incomprensibles. Además, el propio enfoque de Lu...

Índice

  1. PREFACIO DE LA SERIE
  2. PRÓLOGO
  3. PREFACIO
  4. ABREVIATURAS
  5. INTRODUCCIÓN ¿QUÉ TIENE QUE VER GINEBRA CON WITTEMBERG?
  6. CAPÍTULO 1 LA VIDA CRISTIANA DE MARTÍN LUTERO
  7. CAPÍTULO 2 TEÓLOGOS, SACERDOTES, Y REYES
  8. CAPÍTULO 3 LA TEOLOGÍA DE LA PALABRA PREDICADA
  9. CAPÍTULO 4 LA LITURGIA DE LA VIDA CRISTIANA
  10. CAPÍTULO 5 VIVIENDO POR LA PALABRA
  11. CAPÍTULO 6 LIBERADOS DE BABILONIA EL BAUTISMO Y LA MISA
  12. CAPÍTULO 7 LUTERO Y LA JUSTICIA CRISTIANA
  13. CAPÍTULO 8 VIDA Y MUERTE EN ESTE REINO TERRENAL GOBIERNO, VOCACIÓN Y FAMILIA
  14. CONCLUSIÓN LA VIDA COMO TRAGEDIA, LA VIDA COMO COMEDIA GOBIERNO, VOCACIÓN Y FAMILIA
  15. EPÍLOGO