Iconos de España 
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Extracto de Y cuando digo España

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Extracto de Y cuando digo España

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Información del libro

España, tierra de aluvión humano y cultural, acumula algunos de los iconos más célebres del mundo. Aquí se reúnen y explican veinticinco de ellos, desde los bisontes de Altamira hasta Antonio Machado, pasando por el Pórtico de la Gloria o la pintura de Velázquez.

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Información

Año
2020
ISBN
9788417241735
Categoría
Historia
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El testamento de Isabel la Católica, obra de Eduardo Rosales. Museo del Prado, Madrid.
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o hubo telediario que no mostrara las imágenes. Recuerdo que al ver Notre Dame envuelta en llamas, intentando mantener su compostura mientras perdía el índice de piedra con el que nos mostraba el cielo y las estrellas, resultaba imposible no pensar que toda la memoria de Francia pasaba bajo sus arcos. «Nuestra Señora de París es nuestra historia, es nuestra literatura, es nuestro imaginario, es el epicentro de nuestra vida, el patrón desde el que se mide nuestro país», dijo cerca de la medianoche, cuando el incendio aún no estaba apagado, el presidente Macron.
Yno exageraba. Notre Dame, que al final sobrevivió al fuego como antes había sobrevivido a guerras y revoluciones, es mucho más que un vetusto templo gótico de un culto en retroceso, mucho más que un monumento de piedra y madera. Testigo de siglos de historia, la catedral parisina es un icono de Francia, un símbolo de Europa. La conmoción provocada por el incendio de abril del 2019 nos recuerda que las naciones del Viejo Continente no solo han crecido sobre los mitos colectivos creados en el siglo XIX. También lo han hecho sobre edificios, poemas, pinturas, incluso personajes, reales o imaginarios, que representan su historia y en los que hoy se reconocen sus ciudadanos. Por supuesto, España, tierra de aluvión humano y cultural, no es una excepción. Antes al contrario, acumula algunos de los iconos más fotogénicos del mundo.

Los bisontes mágicos

Son las huellas emocionales del Paleolítico; los costillares de España, según Miguel de Unamuno; el ejemplo más bello del arte de las cavernas. La cueva de Altamira tiene una profundidad de doscientos sesenta metros y a la sala principal se llega después de recorrer treinta. Un temblor milenario estremece el lugar. Y, sin embargo, nada de lo que entendemos por primitivo —como equivalente de torpeza— se descubre allí, especialmente en la bóveda, que es donde se encuentran los hermosísimos bisontes. Algunos se ven fácilmente: están vigorosamente dibujados en negro, ocre y rojo, usando raspaduras de técnica asombrosa y los accidentes de la roca para representar en su plenitud la hermosa plasticidad de la vida. Y no están solos. También hay caballos, jabalíes, venados.
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Bisontes de Altamira, Cantabria.
Se habla del milagro griego porque es a partir de Grecia cuando el hombre nos parece completamente similar a nosotros. Pero, como dice George Bataille, el momento de la historia más exactamente milagroso, el momento decisivo, cuando lo que diferencia a los hombres de los animales cobra forma por primera vez, debe retrasarse a la época en que la humanidad pintaba en las paredes de las cuevas. A los tiempos ancestrales en que un cazador armado con una antorcha invocaba los espíritus de la bestia que se proponía capturar dibujándola en los techos de Altamira.

La dama elegante

Sabemos lo que exclamó la hija del erudito Marcelino Sanz de Sautuola cuando contempló los bisontes de Altamira: «¡Mira, vacas!». Nada sabemos, en cambio, nada cierto, al menos, de lo que pensaron o dijeron las personas que hallaron la Dama de Elche en el yacimiento ibérico de la Alcudia.
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Dama de Elche. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
La Dama de Baza, que fue encontrada cerca de Granada y que hoy también se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, reforzó en 1971 la idea de originalidad y autenticidad de la bellísima escultura ilicitana. Pero el misterio que la rodea sigue prácticamente intacto. ¿Quién es? ¿Qué representa? ¿Es una mujer mortal de elevada posición? ¿Una sacerdotisa? ¿Una especie de diosa de los muertos? ¿Qué mira tan serenamente?
Solo su belleza está a salvo de cualquier pregunta o controversia. Se trata de una obra de perfecta técnica y expresión, el recuerdo más hermoso que nos ha llegado de los años en que griegos, fenicios, iberos y celtíberos poblaban la Península. Y por supuesto, la muestra más inolvidable del cruce de caminos que constituyó la civilización ibera. La simetría, el realismo, el sentido de la proporción y la delicadeza del rostro nos hablan de la influencia helena. Pero si la Dama de Elche es una pieza clásica, también es una figura de una elegancia bárbara, como reflejan los ornamentos que lleva, su complejísimo tocado, sus aretes y collares.

El esplendor de Roma

Cuna de dos emperadores, Itálica, a tan solo diez kilómetros de Sevilla, en Santiponce, es el lecho seco que deja el inmenso fluir de una vida desaparecida. Como dijera el poeta Rodrigo Caro, sus ruinas representan el final petrificado de Tebas, Babilonia o Tiro que Adriano, el gran emperador andaluz, viajero incansable, filohelénico en sus gustos y su cultura, se prometió evitar para Roma cuando visitaba las ciudades antiguas, sagradas, pero ya muertas, del Mediterráneo oriental.
Y sí: «Todo desapareció». Casas, jardines. La fortuna cambió voces alegres en silencio mudo: «Este llano fue plaza; allí fue templo; de todo apenas quedan las señales»… Sin embargo, nada más evocador que visitar la parte excavada de la vieja colonia fundada por Escipión el Africano en el siglo II a. C. Pasear por sus anchas calles principales, cuidadosamente exhumadas. Contemplar la perfecta urbanización. Ver lo que queda de las robustas murallas, levantadas más para delimitar el espacio ciudadano que para defenderlo. Pisar la arena del imponente anfiteatro, hoy rodeado de un parque forestal… Los restos de Itálica tienen, sin duda, algo de ensoñación del pasado.
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Anfiteatro de Itálica, Sevilla.
Un pasado de brillo, de poder, de riqueza. Porque Itálica, cuna de Trajano y Adriano, complemento perfecto del gran centro comercial de Hispalis, albergó las magníficas mansiones de la aristocracia senatorial de la Bética y la mayor concentración de edificios públicos de toda la provincia. Cuatro templos, dos termas alimentadas por una ingeniosa red de acueductos de treinta y cinco kilómetros, el anfiteatro, un teatro excavado en la ladera oriental de la colina de San Antonio… La escultura que representa una Venus con la flor de loto en la mano izquierda que puede verse en el Museo Arqueológico de Sevilla, milagro de serenidad y elegancia, demuestra hasta qué punto el mundo romano de esta antigua urbe abandonada era exquisito y refinado, hasta qué punto España fue romana.
Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas,
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias, que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.

La corona votiva

Yregresamos al Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Allí, no muy lejos de la Dama de Elche, cerca de la sala donde posa Livia, la esposa del emperador Augusto que Robert Graves convirtió en un personaje de leyenda, encontramos la corona votiva de Recesvinto, sin la cual cualquier historia del reino visigodo de Toledo quedaría incompleta. Es una magnífica pieza de orfebrería formada por dos circunferencias realizadas en oro, con incrustaciones de granates, perlas y zafiros, a la manera bizantina. De ella cuelga una cruz, procedente de un broche entregado por el propio rey para ser incorporado al conjunto.
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Corona votiva de Recesvinto, Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Fiel recuerdo del gusto por la ostentación de la aristocracia germana, la corona votiva de Recesvinto es un magnífico ejemplo de propaganda regia y una muestra de la inmensa riqueza que llegaron a poseer los reyes de Toledo. No hay que olvidar el prestigio que tenía el tesoro real entre los visigodos ni tampoco que esta corona y sus hermanas encontradas en Guarrazar fueron ofrecidas a la Iglesia para ser expuestas en basílicas sin que jamás se ciñeran a la cabeza de los reyes que las mandaron forjar.
La hermosa corona de Recesvinto revela también la pericia y sutileza de los artesanos del taller palatino de Toledo. Pero, por encima de todo, nos habla de la conversión del conquistador a los hábitos e instituciones romanas, ya que la costumbre de ofrecer coronas a la Iglesia o a los mártires nace en el siglo IV con el gran Constantino, el primer emperador en apreciar la eficacia organizativa del cristianismo.

El bosque de columnas

Cualquier viaje a España que se precie debe pasar por Córdoba. Allí, junto al río Guadalquivir, se encuentra el testimonio más precioso del esplendor de al-Ándalus: la mezquita mayor, levantada sobre la iglesia visigótica de San Vicente. La empezó Abd al-Rahman I en el siglo VIII, los emires y califas que le sucedieron la ampliaron, embelleciéndola sin reparar en gastos, y el usurpador Almanzor la terminó en el X. Desde entonces no ha dejado de cautivar a cuantos han tenido la fortuna de contemplarla. Théophile Gautier, que la visitó en 1840, cuenta que sufrió una impresión indefinible:
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Interior de la mezquita de Córdoba.
De cualquier lado que uno se vuelva la mirada se pierde a través de las hiladas de columnas que crecen y se alargan hasta perderse de vista, como una vegetación de mármol que hubiera brotado espontáneamente del suelo…
Símbolo mayor de un imperio, emblema de una dinastía, icono de lo que los Omeya soñaron para al-Ándalus, la mezquita de Córdoba es un hermosísimo bosque de columnas custodiado por sólidos muros exteriores. Después de conquistar la ciudad, los reyes cristianos ordenaron erigir unas cuantas capillas y algo más tarde, en el siglo XVI, el cabildo mandó construir una catedral. Se derribaron entonces las naves centrales y se elevó sobre ellas el nuevo templo católico, rompiendo para siempre la simetría y armonía del conjunto, el efecto del reflejo dentro del reflejo. Nadie resumió mejor lo sucedido en esos días que el emperador Carlos V, quien reprochó a los canónigos haber destruido lo que no se veía en ninguna parte para erigir lo que se veía en muchos lugares.
Pese a los cambios, la visita a la mezquita de Córdoba despierta un mundo de emociones. Todavía están allí el delicioso Patio de los Naranjos, con sus fuentes y su olor a azahar entre sol y sombra, y el alto minarete —hoy torre campanario— que se yergue, como un aguijón al cie...

Índice

  1. Cubierta
  2. Sobre el autor y la obra
  3. Título
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Los bisontes mágicos