GuíaBurros El porqué de las frases hechas I
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GuíaBurros El porqué de las frases hechas I

Significado, origen y uso, para hablar y escribir mejor

  1. 144 páginas
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GuíaBurros El porqué de las frases hechas I

Significado, origen y uso, para hablar y escribir mejor

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Sinopsis: Guía de la fraseología tópica de la lengua castellana, como: A mayor abundamiento.Rasgarse las vestiduras.Acoso y derribo.Por activa y por pasiva.Brillar por su ausencia.Levantar ampollas.Asignatura pendiente.Andar en boca de todos.Poner el broche de oro.Caiga quien caiga.Baúl de los recuerdos.Sobre GuíaBurrosLos GuíaBurros son manuales básicos para aprender a utilizar una herramienta, realizar una actividad o adquirir un conocimiento determinado de manera sencilla y fácil.Ocho coleccionesEmpresa y NegocioDesarrollo PersonalCiencia y TecnologíaHogar y FamiliaConocimiento y SaberSalud y BellezaOcio y Tiempo libreDeporte y Actividad físicaClub GuíaBurrosParticipa en el club GuíaBurros para estar informado de las últimas novedades editoriales y disfrutar de las promociones y condiciones especiales de los socios.guiaburros.es

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Información

Editorial
Editatum
Año
2020
ISBN
9788418121753

Prólogo

Evolución y fraseología

En 1859 Charles Darwin escribió que el mundo, la vida, no son estáticos sino cambiantes; que todo está sujeto a las leyes de la evolución, incluso la manera que empleamos para comunicarnos. Las palabras y las frases nacen, desaparecen o mueren y tienen mutaciones en el tiempo, su devenir propio, su historia, su vida íntima, oculta y secreta; secreta por desconocida pero que se puede rastrear y descubrir. ¿Quién fue posiblemente el primero en emplear una frase feliz por escrito? ¿Cuándo entró una locución en los diccionarios? ¿Por qué se convierten las metáforas geniales en manidos clichés, en lugares comunes, en frases zombis? ¿Qué misterios ocultan? ¿Por qué la principal fraseología tópica aparece principalmente en los siglos XIX y XX? ¿Por qué los diccionarios cambian sus propias definiciones? Los misterios de las palabras unidas: las frases zombi, los clichés y el enigma de cómo los vocablos hacen amistad los unos con los otros y van siempre juntos a todas partes, como si estuviesen casados. Sorprendente visión de una importante faceta del idioma. Y como conviven con el hombre, veremos quién los ha utilizado y cuándo, ya que en muchos casos tenemos partida de nacimiento oficial. Que empleemos el cliché o no ya es otra cuestión y asunto de cada cual, aunque posiblemente fuese buena idea consultar esta obra y pensárselo bien antes de escribir pongo por caso, ni que decir tiene, broche de oro, a bote pronto, ser de juzgado de guardia, nube de fotógrafos, por enésima vez, a ciencia cierta, acto seguido, a renglón seguido, de alguna manera, a estas alturas, salvo honrosas excepciones y más. Los muertos vivientes no existen, pero la fraseología zombi sí, las frases inertes y muertas que todavía deambulan por la mala literatura, por los diarios, y los medios de comunicación.

Los lugares comunes y el lugar de uno mismo

Quien habla o escribe lo hace ineluctablemente de dos maneras, echando mano de una lengua meramente comunicativa, o instrumental para hacerse entender, que es la lengua “ahí-a-la- mano” que dice Heidegger, o utiliza una lengua que nombra la realidad y, además, posee una resonancia en la inteligencia y el ánima de quien lo habla o lo escribe, y de quien escucha o lee. Y tal sería, por ejemplo, el lenguaje del yo que ama, sufre, siente alegría o hace confidencias, el de la inteligencia que nombra el mundo para desvelar lo real, o el lenguaje poético o literario.
En el caso de aquel lenguaje meramente comunicativo, lo que nos importa es la eficacia de manera que va de suyo entonces que echemos mano de los instrumentos lingüísticos ya estereotipados que están en el lenguaje comunicativo común, con sus formulaciones ya hechas y continuamente repetidas, que son exactamente los lugares comunes o clichés del habla. Pero ese lenguaje instrumental y sus lugares comunes no nos sirven para comunicar nuestro propio lugar singular en el mundo, ni nuestro mundo interior, ni lo que vemos y experimentamos desde él, como decía.
En el plano literario, cabría añadir, además, que el uso del lugar común no sólo se revela, enseguida, como lenguaje impostado y no significativo, sino que, de hecho, torna así todo el texto, a poco que esos lugares comunes se prodiguen. Y esto es lo que ocurriría, igualmente, con el lenguaje propio de la confidencia y de la expresión en el plano más profundo, si en este orden de cosas se empleasen esos lugares comunes; es decir, que esos clichés rebajarían la totalidad del lenguaje a la condición de una comunicación retorica hueca y no significativa o llena de tópicos y palabras convenidas que no significan sino lo que se desee en cada caso.
Ésta es “la lengua de madera”, que dicen los franceses y que podemos emplear en la simple comunicación o en la vida comercial o política, pero no podemos utilizar esta lengua para nombrar lo real o cuando queda afectado nuestro yo.
Teresa de Jesús escribe con cierta frecuencia, cuando parece que no acierta a nombrar o describir exactamente lo que quería decir: “A esto llamo yo”, y también seguimos diciéndolo nosotros, hoy mismo, o acudimos, en su caso, al lenguaje gestual o al silencio. Como nos ocurre, pongamos por caso en una situación en la quedamos heridos por el dolor de alguien, y enseguida nos percatamos de que los lugares comunes del lenguaje, que se utilizan normalmente para estas situaciones, no nos sirven para declarar nuestro pesar.
Otras veces, ciertas fórmulas lingüisticas que se han tornado lugares comunes serán incluso inevitables para expresar o comunicar la interioridad más profunda y nombrarla; y pensemos, por ejemplo, en fórmulas como “estar en un pozo” o “atravesar una noche”, que se utilizan en las más diversas culturas y en todos los idiomas, porque el imaginario de la especie es universal y con sus nombres se expresan unas mismas profundas experiencias anímicas espirituales. Y no son estas fórmulas verbales lugares comunes ni clichés, porque no son fórmulas meramente instrumentales, sino significativas y nos afectan; son símbolos universales.
Se echa mano también de la expresión hecha o cliché lingüístico para que dore nuestro lenguaje porque, a los ojos de quien habla o escribe, posee incluso una vitola de distinción retórica y su uso parece afirmar un cierto status culturalmente diferenciado que ha sido objeto de graciosas burlas por parte de Molière y de Quevedo.
Otras veces, y parece que cada vez con mayor amplitud al irse recortando por diversas razones la disponibilidad del lenguaje propio, esos lugares comunes lingüísticos se han instalado en nuestra habla y en nuestra escritura, porque constituyen nuestro lenguaje impostado y aceptado con funciones de relleno de conceptos y de tautologías o redundancias muy o efectistas, que difícilmente se renuncian. Y tanto es así, que lo verdaderamente aterrador de todo este asunto es que los clichés o lugares comunes, que este libro muestra que han llenado y siguen llenando el lenguaje hablado o escrito, nos hacen la tremenda pregunta sobre si una inmensa parte de nuestra expresión no sería una pura impostación de lugares y referencias conceptuales ajenas, y se usa tranquilamente en la vida privada y pública
De este modo, este libro de Delfín Carbonell Basset resultará un necesario y leal avisador de que estamos ante un cliché o lugar común del lenguaje con todo su peligro de no significatividad, de pereza o impotencia del decir, e incluso de mendacidad, como decía; y que entonces debemos detener ahí nuestra lengua, o nuestra pluma, o nuestra escucha y nuestra lectura, para rechazarlo, porque es ruido y apariencia solamente, “flatus vocis”, puro nominalismo.
Y el asunto importa, e incluso de manera decisiva, a nuestra convivencia. Mandelstam pedía que la gramática se considerase un asunto moral, pensando en la política y la vida pública precisamente, porque éstas, como nuestro vivir verdadero, se hacen igualmente con palabras verdaderas de cada uno de nosotros o de otro modo, el debate de la cosa pública tampoco será significativo, y se torna perverso, si está hecho de verborrea, o palabreo de palabras huecas, clichés verbales, etiquetados y muertos, o como soñados, y en estado “zombi”.
Y, a este respecto, en fin, no puede dejar de evocarse el peor lenguaje, entre las lenguas de madera, que a sí mismo se denomina “políticamente correcto”, y es pura y simple imposición de una ortodoxia que pretende conseguir que “moviendo los labios del mismo modo” también el pensamiento se conforme a esa ortodoxia, exactamente como en la Torre de Babel bíblica del rey Nimrod, que es figura de todo totalitarismo, y que allí se frustró solamente porque cada quien y cada cual fue liberado y pudo pensar sus pensares y hablar sus decires, palabra propia de cada persona. Es decir, estas palabras que los hacedores de diccionarios y léxicos aman tanto y fijan para la expresión exacta de nuestro yo y la pureza de la lengua española, que todavía reluce admirablemente en el mundo y, a veces - como entre los sefardíes europeos y norteafricanos, y los inditos iberoamericanos - hasta con la antigua y maravillosa cantilenación castellana.
José Jiménez Lozano
Premio Cervantes

Ll

A lo largo y ancho.

En, por, por todo.
Medidas geométricas, largo y ancho, que han trascendido al habla popular. Me avisa de este cliché Alejandro Gándara, sagaz columnista español que escribía mucho en Blanco y Negro Cultural (luego ABCD las Artes y las Letras), cuando confiesa con desparpajo “La verdad es que yo he fumado a lo largo y ancho de mi vida...” Mucho fumar debe haber sido eso. La Academia Española no se ha percatado de la existencia y uso de esta frase boba pero sí, menos mal, el Diccionario fraseológico documentado del español actual, (2004), de Manuel Seco. Esto es importante porque demuestra que no siempre andan despistados todos los lexicógrafos. Quien no se despista nunca es Internet y el buscador Google, que nos da 679.000 resultados (febrero, 2020) con “a lo largo y ancho”, aunque tengamos en cuenta que estos resultados varían en el tiempo. Pero lo verdaderamente importante es que somos capaces de emplear cinco palabras en una secuencia sintáctica para expresar una idea simple como “en”, “por”, lo cual me hace pensar que simplemente repetimos una frase que sabemos de memoria, sin considerar qué es lo que realmente expresa. Eso es el cliché, el lugar común. Casi siempre se refiere a una cuestión física, como cuando Mariano José de Larra describía en 1834 a su personaje que “... paseaba a lo largo y a lo ancho en una habitación de que ciertamente no era él el dueño.” Pero Sánchez Dragó nos habla de “... a lo largo y a lo ancho de un tercio de siglo.” Ya se percató Amando de Miguel de que esta frase era un tópico en 1994: “... se han ido convirtiendo en tópicos sin mucho sentido: a lo largo y a lo ancho de la geografía española.” Es curioso que la lengua inglesa tiene un cliché similar: length and breadth.

Largo y tendido.

Mucho.
Corominas nos dice en su Breve diccionario etimológico..., que “largo” viene del latín “largus”, abundante, considerable. Pero, ¿por qué no comparamos diccionarios para ver qué sorpresas nos regalan? Vamos a seguir la pista a este cliché tal y como queda reflejado en diferentes definiciones:
  • Aunque aparece ya en la segunda parte del Quijote (1615), en 1884 el Diccionario de la Real Academia Española lo reseña por primera vez y dice “Con profusión.” Nada más.
  • El Diccionario ideológico de Julio Casares, de 1942, nos dice lo mismo “Con profusión.” Posiblemente copió la definición.
  • María Moliner, en 1965, nos informa: “Con hablar o verbo equivalente, mucho.”
  • Pero el Diccion...

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