Por la razón o la fuerza
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Por la razón o la fuerza

Historia y memoria de los golpes de Estado, dictaduras y resistencia en América Latina

  1. 384 páginas
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Por la razón o la fuerza

Historia y memoria de los golpes de Estado, dictaduras y resistencia en América Latina

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No ha habido rincón del planeta que, en las últimas cinco décadas, haya sido más castigado por los golpes de Estado que el continente Latinoamericano, golpes que han contado con la promoción y el aval de Estados Unidos. Durante estos cincuenta años los modos en que se ha depuesto a la democracia se han transformado radicalmente: hoy las técnicas son mucho más refinadas, sibilinas; los golpes se ejecutan desde los despachos de los poderes industriales y financieros, con la connivencia de jueces y Policía, con la aprobación de instituciones ajenas a las urnas.Desde el derrocamiento de Árbenz en Guatemala, pasando por la toma del Palacio de la Moneda y la muerte del presidente Allende en Chile, hasta la autoproclamación de Guaidó en Venezuela con el respaldo de Estados Unidos y sus aliados, Por la razón o la fuerza ofrece el descarnado relato de los golpes y ataques a la democracia en América Latina. En él, Marcos Roitman, uno de los más perspicaces analistas de la realidad política latinoamericana, nos invita a revisar la historia y memoria de los golpes de Estado, las dictaduras y las resistencias para arrojar luz sobre un presente marcado, hoy como ayer, por militares, políticos e intereses comerciales que siguen abriendo las venas de América Latina.

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Información

Año
2019
ISBN
9788432319686
I. MEMORIA VIVA DE LOS SIGLOS XIX-XX LATINOAMERICANOS. UNA HISTORIA DE IDA Y VUELTA
De mí sé decirle que, con ley o sin ley, a esa señora que llaman Constitución hay que violarla cuando las circunstancias son extremas.
Diego Portales. Forjador del Estado chileno.
Un ejército victorioso no tiene que dar explicaciones. Si en la última guerra mundial hubieran ganado las tropas del Reich, el juicio no se habría hecho en Núremberg, sino en Virginia.
Roberto Viola. Dictador argentino.
DEL IMPERIO AL IMPERIALISMO
¿Cómo entender la modernidad sin la invención de América? Occidente se completa con la conquista y colonización hispano-lusa del siglo XVI. Los imperios trasladan sus instituciones, religión, moral, costumbres, lengua; imponen su cultura. El capitalismo hunde sus raíces en la explotación colonial: la esclavitud, la servidumbre, la Inquisición. El pensamiento utópico se nutre de los primeros relatores de Indias. El Dorado, la fuente de la eterna juventud, el paraíso perdido. Los sueños de Occidente y su civilización se hacen realidad en América Latina, avivan el sentido de dominación imperial. La Corona, banqueros, comerciantes, la Iglesia, ven en el nuevo continente una oportunidad para saciar su sed de riquezas, poder, evangelización y reconocimiento. Se enciende la fiebre de conquista. América y Europa sellan su destino.
Guerras, revoluciones, genocidios, invasiones, golpes de Estado conviven junto a proyectos democráticos, populares, de liberación nacional y antiimperialistas. La historia de América Latina está cargada de acontecimientos cuya explicación obliga a reconocer su origen. Fueron tierras de conquista y, más tarde, colonias. Objeto deseado por las grandes potencias, sus territorios han sido explotados hasta el agotamiento o extinción de flora, fauna y riquezas naturales. Los conquistadores esquilman, destruyen, asesinan e imponen su ley. Sin embargo, a la par que la dominación imperial se despliega, la resistencia y el rechazo se generalizan. Los pueblos originarios presentaron y siguen presentando batalla. Mientras la pesadilla de la conquista se extiende, los sueños liberadores crecen.
América Latina es un continente con cicatrices a flor de piel. Conquista, colonia, independencia, tiranías, antiimperialismo. Cinco siglos marcan su devenir. Pasado vivo, emerge en cada proceso político, en su pensamiento, filosofía, arte, literatura, escultura, cine, lengua, arquitectura. Colonialismo interno, presencia africana, mestizos, mulatos, zambos, pueblos originarios. Todo fluye hasta converger en una idea: la emancipación.
El imperialismo no ceja en el empeño de maniatar a los Estados, busca su control ideológico, político, cultural. Juega sus cartas. Son las trasnacionales, el capital especulativo, el complejo militar-industrial-financiero, avalados por sus socios internos, las burguesías locales, las plutocracias. Para las potencias hegemónicas, los pueblos de América Latina son pueblos sin historia, pasado ni memoria. Países donde se aplican políticas, sin capacidad de decisión, a los cuales se les niegan los derechos soberanos. Y cuando surgen proyectos democráticos, son avasallados, condenados a muerte. Hacerse escuchar, contravenir órdenes, ejercer derechos, no está bien visto.
El siglo XIX se abre con los procesos emancipadores, potencias en declive y auge: España invadida, su rey secuestrado, Francia en pleno apogeo napoleónico; Gran Bretaña a punto de entrar en la era victoriana, madre de la revolución industrial, exhibe su poderío naval. Los Países Bajos mantienen su presencia en el Caribe y África. Mientras tanto, Prusia, Austria y Rusia conforman la Santa Alianza. La Revolución francesa estremece al Viejo Continente.
El positivismo, la idea de progreso, la lucha contra el despotismo ilustrado, el auge del nacionalismo. El Romanticismo, movimiento antirracionalista, conecta las postrimerías del siglo XVIII con los albores del siglo XIX. Pintura, literatura, arquitectura, arte, filosofía. Las revoluciones burguesas y el liberalismo político toman fuerza. Delacroix y su lienzo La Libertad guiando al pueblo, un homenaje a la Revolución de 1830, simbolizan la época. Goya y su monumental Saturno devorando a un hijo, o Los fusilamientos del 3 de mayo, la complementan. La novela se consolida como género: Mary Shelley, con Frankenstein o el moderno Prometeo, Jane Austin, con Orgullo y Prejuicio, Emily Brontë y sus Cumbres Borrascosas. Goethe, Victor Hugo. La filosofía no se queda atrás: Johann Herder escribe Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad; Friedrich Schelling, Las edades del mundo. La música no va a remolque: Ludwig van Beethoven, Félix Mendelssohn, Richard Wagner. El Romanticismo ocupa todo el espacio cultural, político, económico y social. Muestra los cambios en la estructura social y de dominación. El individualismo burgués se expande.
En América Latina, una generación de jóvenes intelectuales, educados en Francia, Inglaterra, reacios a reflejarse en el clasicismo español, asume las riendas del nacionalismo criollo. Una crítica al despotismo y los primeros dictadores. Esteban Echeverría, argentino, introductor del Romanticismo en América Latina, escribe su novela El Matadero (1840), mostrando los excesos del caudillo Rosas. José Domingo Sarmiento, en su exilio en Chile, escribe Facundo: civilización o barbarie. Era el enfrentamiento entre la América bárbara y la Europa civilizada. Andrés Bello (1781-1865), venezolano-chileno, maestro de Simón Bolívar, redacta Gramática de la lengua castellana dedicada al uso de los americanos (1847) y entabla una dura polémica con Sarmiento, reconociéndose en el humanismo. Juan Bautista Alberti (1810-1884) apunta en 1838: «La revolución nos ha sacado bruscamente de entre los brazos de la Edad Media y nos ha colocado bruscamente al lado del siglo XIX».
El romanticismo latinoamericano expresa las contradicciones de un orden que nace al amparo de las estructuras de poder colonial. Sus autores, poetas, literatos, periodistas, políticos, describen las sociedades a partir de la novela costumbrista, son los relatores de una época. La historia se cuenta en sus páginas. Es el tiempo de las luchas entre caudillos regionales, dictadores supremos, federalistas versus unitarios. Liberales y conservadores. Monárquicos enfrentados a republicanos. Sus narraciones describen la esclavitud, las luchas abolicionistas, la emergencia de las ciudades y las contradicciones de un orden rural afianzado en el caciquismo. En México, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) presenta El periquillo Sarniento. Novela costumbrista, describe el fin del orden colonial, los primeros años de la independencia y es una descarnada crítica a la esclavitud; Vicente Riva Palacio (1832-1896), ejemplo de la personalidad romántica, periodista, político, militar, incursiona en la sátira política, escribe novela, teatro, ensayo, cuento, poesía. Junto a Juan de Dios Peza, edita Tradiciones y leyendas mexicanas (1885). En Cuba, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) escribe Sab (1841); en Perú, Ricardo Palma (1833-1919), Tradiciones Peruanas (1872); el colombiano Jorge Isaacs (1837-1895) alcanza renombre internacional con la novela sentimental María (1867), mientras en Chile Francisco Bilbao (1823-1865) escribe Sociabilidad chilena (1844) y en Guatemala José Batres Montufar (1809-1844) reúne en un volumen Tradiciones de Guatemala. Sin olvidar la obra que marca las diferencias: Martín Fierro, del argentino José Hernández (1834-1886)[1].
La mayoría compaginaron sus inquietudes literarias con la acción política. Ejercieron cargos públicos, llegando a ser presidentes, ministros, gobernadores, senadores, forjadores de sociedades de igualdad, masones. Sufrieron el exilio. Ilustrados amantes del progreso y la educación laica. Algunos, anticlericales. Les movía el conocimiento, el desarrollo de las artes, las letras y las ciencias. Otros, los más positivistas, compartían un lema: orden y progreso. La bandera de Brasil lo lleva en su estandarte y el escudo chileno subraya las fuentes de legitimación del orden: por la razón o la fuerza. El Romanticismo unió a una generación, la nacida tras la independencia. Sus obras, luchas, reivindicaciones, constituyen la memoria histórica del siglo XIX latinoamericano. La descripción del historiador Paco Taibo II, refiriéndose a los liberales mexicanos, apodados liberales rojos, puede extenderse a los liberales románticos de todo el continente:
Endiabladamente inteligentes, agudos, esforzados, laboriosos, personajes terriblemente celosos de su independencia y espíritu crítico, honestos hasta la absoluta pobreza. Incorruptibles, obsesionados por la educación popular, hijos de la iluminación, las luces, el progreso, el conocimiento, la Ilustración, la ciencia. Atrapados sin quererlo en las bombas de agua, las fraguas, las máquinas de vapor, las imprentas, los elevadores, las carretas, en el amor al ferrocarril, sin llegar a entender que en sus ruedas transportaría no solo el progreso, sino también una nueva forma de barbarie. De esta falsa idea de progreso los salvaba una mentalidad que no daba por bueno lo históricamente inevitable, que veneraba las costumbres, lo popular, al pueblo llano, a los trabajadores y los artesanos, los oficios mayores, como el de impresor, o los pequeños, como el de aguador[2].
En América del norte, la independencia de las 13 colonias se presenta como antesala de la Revolución francesa. En 1776, nacen los Estados Unidos. La guerra anticolonial, de la cual emanan, trasforma en líderes a los llamados padres fundadores. Su influencia se deja sentir en Europa. John Adams, verdadero artífice de la doctrina Monroe, segundo presidente, es nombrado embajador en Gran Bretaña y Francia (1782-1788); en 1811 había escrito a su padre: «Todo el continente de Norteamérica parece destinado por la Divina providencia a ser poblado por una nación, a hablar un idioma, a profesar un sistema general de principios religiosos y políticos, acostumbrado a un tenor general de usos y costumbres sociales. Por la común felicidad de todos ellos, por la paz y prosperidad, considero indispensable que se asocien en una sola Unión Fede­ral»[3]; John Jay, presidente del Congreso Constituyente, será embajador en España y Francia en 1779-1782; Thomas Jefferson, tercer presidente, embajador en Francia en 1785-1789; Benjamín Fran­klin, en Francia y Suecia (1775-1778). Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro, junto a John Jay y Madison, escribe una de las obras más importantes en la historia política y constitucional: El Federalista. George Washington, primer presidente, inglés de nacimiento hasta la independencia, militar del ejército británico en las colonias, antes de asumir el cargo de comandante en jefe del Ejército Continental en 1775, se trasforma en su director supremo. James Madison, cuarto presidente, uno de los redactores de la carta de derechos, asesor de Jefferson en la compra de Luisiana a los franceses, abre el ciclo bélico contra Gran Bretaña, con el objetivo de ocupar territorios canadienses.
Alexis de Tocqueville une ambas revoluciones, establece diferencias. En su viaje por tierras americanas (1831), toma contacto con el proceso político y en 1835 ve la luz el primer volumen de La democracia en América. Un alegato contra las tiranías. Sus reflexiones evidencian las preferencias liberales y sus temores sobre el futuro del orden democrático. Crítico de la esclavitud, el despotismo, cronista de un cambio de siglo, señala los puntos de encuentro entre Europa y América del Norte y alienta una revolución social capaz de articular un orden democrático representativo. Bajo este marco, se pregunta:
¿Dónde nos encontramos, pues? ¡Los hombres religiosos combaten la libertad y los amigos de la libertad, a las religiones; espíritus nobles y guerreros elogian la esclavitud y almas bajas y serviles preconizan la independencia; ciudadanos honrados e instruidos son enemigos de todo progreso, al tiempo que hombres sin patriotismo ni moral se convierten en apóstoles de la civilización y de la cultura! ¿Es que todos los siglos se han parecido al nuestro? ¿Ha tenido el hombre siempre ante los ojos, como hoy, un mundo en el que nada se prosigue, donde la virtud carece de genio y el genio carece de honor; donde el mor al orden se confunde con la devoción por los tiranos y el culto santo de la libertad con el desprecio a las leyes; en que la conciencia no arroja más que una claridad dudosa para iluminar las acciones humanas; donde ya nada parece prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso? ¿He de pensar que el Creador ha hecho al hombre para dejar que se debata eternamente en medio de las miserias intelectuales que nos rodean? No puedo creerlo […]. Existe un país en el mundo donde la gran revolución social de la que hablo parece haber alcanzado sus límites naturales; la revolución se ha efectuado allí de manera sencilla y fácil, o más bien podría decirse que dicho país está viviendo los resultados de la revolución democrática que se opera entre nosotros sin haber conocido la revolución misma. Los emigrantes que fueron a establecerse a América a principios del siglo XVII desligaron en cierto modo el principio de la democracia de todos aquellos contra los que se luchaba en el seno de las viejas sociedades de Europa. Allá pudo crecer libremente y, marchando con las costumbres, desarrollándose apaciblemente en las leyes. Me parece que tarde o temprano llegaremos, como los americanos, a la igualdad casi completa de las condiciones…[4].
Igualmente, sienta la distancia entre el norte y el sur del continente a la hora de buscar una explicación a las dos conquistas:
[…] Encontramos en algunas partes de América del Sur vastas comarcas habitadas por pueblos menos ilustrados que ellos, pero que ya se habían apropiado del suelo, cultivándolo. Para fundar los nuevos Estados debieron destruir o somete...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Introducción
  6. I. Memoria viva de los siglos XIX-XX latinoamericanos. Una historia de ida y vuelta
  7. II. Guerra, fuerzas armadas y golpes de Estado
  8. III. Golpes de Estado, subversión y anticomunismo
  9. IV. El nuevo golpismo
  10. V. Golpes de Estado, luchas democráticas y movimientos sociales
  11. VI. A modo de epílogo
  12. Breve cronología de golpes de Estado en América Latina
  13. Bibliografía básica