Ilíada
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Ilíada

Cantos I y II

Homero, John Flaxman, Luis Alberto de Cuenca y Prado, Luis Alberto de Cuenca y Prado

  1. 120 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
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Ilíada

Cantos I y II

Homero, John Flaxman, Luis Alberto de Cuenca y Prado, Luis Alberto de Cuenca y Prado

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Información del libro

En su traducción de los dos primeros cantos de la Ilíada, originalmente aparecida en la páginas de la mítica revista Poesía, Luis Alberto de Cuenca procura ser fiel tanto al original homérico -cuya dicción formular se respeta de forma especialmente escrupulosa- como a la lengua castellana. Basada en la edición canónica de David B. Monro y Thomas W. Allen (Oxford, 1920) y en la mucho más reciente de Martin L. West (Bibliotheca Teubneriana, 1998-2000), la versión de De Cuenca ha sido corregida y retocada para esta edición, que incorpora, además, las preciosas ilustraciones de John Flaxman ad hoc.

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Información

Año
2011
ISBN
9788493921255
Categoría
Literature
Categoría
Poetry

Ilíada
Canto II

OS DEMÁS DIOSES y los hombres que combaten en carros duermen toda la noche. Sólo en Zeus no hace presa el dulce sueño, pues debatía en su mente la manera de honrar a Aquiles y destruir a muchos de los aqueos junto a las naves. Al cabo, éste fue el plan que a su alma le pareció mejor: enviar al Atrida Agamenón el funesto Sueño; de modo que, llamándolo, le dijo estas aladas palabras:
“Parte, Sueño funesto, a las veloces naves de los aqueos y entra en la tienda de Agamenón Atrida, para hacerle saber exactamente todo lo que voy a decirte. Ordénale que arme a los aqueos de larga cabellera a toda prisa, porque le ha llegado la hora de conquistar la ciudad de anchas calles de los troyanos. Los pareceres de los inmortales que habitan olímpicos palacios ya no están divididos, pues surtió efecto en todos la plegaria de Hera, y el desastre se cierne sobre los troyanos.”
Así dijo, y el Sueño partió nada más oír el mandato. Pronto llegó a las veloces naves de los aqueos y se dirigió en busca del Atrida Agamenón, al que encontró durmiendo en su tienda, con el celestial sueño esparcido en su torno. Entonces se posó encima de su cabeza, tomando la apariencia del hijo de Neleo, de Néstor, aquel de los ancianos a quien Agamenón respetaba más. Y era Néstor quien parecía hablar cuando el divinal Sueño dijo:
“¿Duermes, hijo del valeroso Atreo, domador de caballos? No está bien que duerma toda la noche un caudillo a quien pueblos enteros se han confiado y a cuyo cargo están tantas cosas. Ahora debes prestarme atención, pues soy mensajero de Zeus, que, aunque lejos de ti, mucho se cuida de tu suerte y te compadece. Te ordena que armes a los aqueos de larga cabellera a toda prisa, porque te ha llegado la hora de conquistar la ciudad de anchas calles de los troyanos. Los pareceres de los inmortales que habitan olímpicos palacios ya no están divididos, pues surtió efecto en todos la plegaria de Hera, y el desastre se cierne sobre los troyanos por voluntad de Zeus. Guarda bien mis palabras en tu memoria, y que el olvido no se apodere de ti cuando el melifluo sueño te abandone.”
“Parte, Sueño funesto, a las veloces naves de los aqueos y entra en la tienda de Agamenón Atrida…”
Dicho esto, se fue y allí lo dejó, dándole vueltas en el ánimo a lo que nunca llegaría a cumplirse. Se figuraba que aquel mismo día iba a tomar la ciudad de Príamo. ¡Infeliz! No sabía lo que tramaba Zeus, ni los nuevos dolores y gemidos que había de causar a dánaos y troyanos en violentos combates. Se despertó del sueño, y la divinal voz aún resonaba en torno suyo. Se incorporó y, una vez sentado, se puso una túnica suave, hermosa, reciente; se echó por encima un gran manto; calzó sus relucientes pies con bellas sandalias; se colgó del hombro la espada tachonada con clavos de plata; tomó el ancestral cetro indestructible, y, con él en la mano, se dirigió a las naves de los aqueos de corazas de bronce.
Subía ya la divina Aurora al alto Olimpo para anunciar el día a Zeus y a los demás inmortales, cuando Agamenón ordenó a los heraldos de voz sonora que convocaran a asamblea a los aqueos de larga cabellera, y aquéllos los convocaron, y éstos se reunieron sin tardanza.
Pero primero celebró consejo con los magnánimos ancianos junto a la nave de Néstor, el rey nacido en Pilo. Agamenón tomó discretamente la palabra y dijo:
“¡Oíd, amigos! En sueños vino a mí el divinal Sueño, a través de la noche inmortal, muy parecido al divino Néstor en el rostro, la talla y la prestancia. Se posó encima de mi cabeza y me dijo: «¿Duermes, hijo del valeroso Atreo, el domador de caballos? No está bien que duerma toda la noche un caudillo a quien pueblos enteros se han confiado y a cuyo cargo están tantas cosas. Ahora debes prestarme atención, pues soy mensajero de Zeus, que, aunque lejos de ti, mucho se cuida de tu suerte y te compadece. Te ordena que armes a los aqueos de larga cabellera a toda prisa, porque te ha llegado la hora de conquistar la ciudad de anchas calles de los troyanos. Los pareceres de los inmortales que habitan olímpicos palacios ya no están divididos, pues surtió efecto en todos la plegaria de Hera, y el desastre se cierne sobre los troyanos por voluntad de Zeus. Guarda bien mis palabras en tu memoria.» Así dijo, y se fue volando, y el dulce sueño me abandonó. Ea, veamos cómo armar a los hijos de los aqueos. Pero antes los probaré, como es costumbre, mediante palabras, y les ordenaré que huyan a bordo de las naves de muchos remos; y vosotros, cada uno por vuestro lado, buscad palabras que los detengan.”
Después de haber hablado así, se sentó. Se levantó entonces Néstor, que era rey en la arenosa Pilo; se dirigió discretamente al grupo y dijo:
“¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si cualquier otro de los aqueos nos hubiera contado ese sueño, lo tildaríamos de embustero y mucho nos guardaríamos de hacerle caso; pero el que lo ha soñado se precia de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo armar a los hijos de los aqueos.”
Dicho esto, salió el primero del consejo, y los reyes portadores de cetro se levantaron y obedecieron al pastor de pueblos. Y la gente acudió presurosa. Como prietos enjambres de abejas que surgen de una roca hueca en oleadas siempre nuevas y vuelan en racimos sobre las flores primaverales, y unas revolotean en tropel por aquí y otras por aquel lado, así, desde las naves y las tiendas, marchaban los guerreros a la asamblea en bandadas innumerables, a lo largo de la ribera. En medio de la multitud flameaba la Voz, mensajera de Zeus, instigándolos a que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Se agitó la asamblea; gimió la tierra al sentarse los hombres; cundió el tumulto. Nueve heraldos, a gritos, tratan de contenerlos, para que cesen en su clamor y escuchen a los reyes, alumnos de Zeus. A duras penas se sentó la hueste, y cada uno ocupó su sitio, y cedió el alboroto. Se levantó entonces el caudillo Agamenón, empuñando el cetro que Hefesto había labrado —Hefesto se lo dio al soberano Zeus Cronión; Zeus lo donó al mensajero Argicida; el soberano Hermes lo regaló a Pélope, fustigador de caballos; Pélope lo entregó, a su vez, a Atreo, pastor de pueblos; Atreo lo legó al morir a Tiestes, rico en rebaños, y Tiestes lo dejó a Agamenón para que lo llevara y ejerciese su señorío sobre innúmeras islas y el país entero de Argos—, y, apoyándose en él, habló así a los argivos:
“¡Amigos, héroes dánaos, servidores de Ares! ¡Qué trampa tan pesada me ha tendido Zeus Crónida! ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no regresaría a la patria sin haber destruido antes la bien amurallada Ilión, y ahora veo que me hizo víctima de un vil engaño, pues me ordena volver sin gloria a Argos, después de haber perdido tantos hombres. Así le place al prepotente Zeus, que ha abatido ya tantas ciudadelas y que abatirá tantas otras, pues es supremo su poder. ¡Qué vergüenza que lleguen a saberlo las generaciones futuras! ¡Un ejército aqueo tal y tan grande combatiendo en vano contra un enemigo inferior en número, sin que se atisbe el fin de la contienda! Suponed que quisiéramos aqueos y troyanos, jurando la paz, hacer recuento de ambos bandos; reunidos, por una parte, los troyanos que aquí tienen su hogar y, por otra, nosotros, agrupados en décadas, si cada una de éstas eligiera un troyano para escanciar vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador: hasta ese punto digo que los hijos de los aqueos aventajan en número a los troyanos que residen en la ciudad. Pero hay guerreros hábiles con la lanza que han venido en su ayuda desde numerosas ciudades, y son ellos quienes me apartan de mi propósito y no me permiten destruir, como quisiera, la bien poblada ciudad de Ilión. Nueve años del gran Zeus han transcurrido, y está podrido ya el maderaje de las naves, y las maromas están deshechas; nuestras esposas y nuestros tiernos hijos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima a la empresa que hasta aquí nos condujo. Ea, actuemos todos como voy a decir: huyamos en las naves a nuestra patria, pues ya no tomaremos Troya, la de anchas calles.”
Así dijo, y a todos los de la multitud, cuantos no habían asistido al consejo, se les conmovió el corazón dentro del pecho. Se agitó la asamblea como las grandes olas que en el mar Icario levantan Euro y Noto, precipitándose desde las nubes del padre Zeus. Como el Céfiro llega a sacudir las altas mieses y con violento soplo hace que se cimbreen las espigas, así se agitó toda la asamblea. Y con gran griterío corrieron a las naves, levantando una nube de polvo bajo sus pies. Unos a otros se exhortan a tirar de las naves y a remolcarlas hasta el mar divino, y limpian los canales de botadura; toca el cielo el clamor de los que anhelan regresar a la patria; sacan ya las escoras de debajo las naves.
Realizárase entonces, antes de tiempo, el regreso de los argivos, si Hera no hubiese dicho a Atenea:
“¡Ah, hija de Zeus, portador de la égida, la Infatigable! ¿De manera que los argivos se disponen a huir a sus hogares y a su patria por el ancho dorso del mar, y abandonan como trofeo para Príamo y los troyanos a la argiva Helena, por quien tantos aqueos han perecido en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos de corazas de bronce y, con suaves palabras, detén a los guerreros, uno por uno, y no permitas que remolquen al mar las naves de doble curvatura.”
Así dijo, y Atenea, la diosa de ojos de lechuza, no desobedeció. Se apresuró a bajar desde las cimas del Olimpo y llegó con presteza a las veloces naves de los aqueos. Encontró allí a Odiseo, émulo de Zeus en prudencia. Permanecía inmóvil, sin tocar la negra nave de sólida armazón, pues la tristeza le paralizaba el corazón y el alma. Acercándose a él, la de ojos de lechuza, Atenea, le dijo:
“¡Laertíada del linaje de Zeus! ¡Odiseo fecundo en ardides! ¿De manera que os disponéis a huir a vuestra patria, embarcando en las naves de muchos remos, y abandonáis como trofeo para Príamo y los troyanos a la argiva Helena, por quien tantos aqueos han perecido en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos, no te tardes, y, con suaves palabras, detén a los guerreros, uno por uno, y no permitas que remolquen al mar las naves de doble curvatura.”
Así dijo, y él supo que aquella voz era la de la diosa. Echó a correr y tiró la capa, que recogió Euríbates, el heraldo itacense que lo acompañaba. Y encontrando al Atrida Agamenón, recibió de sus manos el ancestral cetro indestructible, y con él iba por las naves de los aqueos de broncíneas corazas.
Cuando se cruza con un rey o varón eminente, se para y lo retiene con suaves palabras:
“¡Infeliz! No te cuadra temblar como un cobarde. Vuelve a tu puesto y haz que los demás se detengan también. No sabes con certeza la intención del Atrida: ahora nos prueba, pero pronto castigará a los hijos de los aqueos. ¿Acaso no escuchamos todos lo que dijo en el consejo? Cuida de que se irrite y cause daño a los hijos de los aqueos. Grande es la cólera de los reyes, alumnos de Zeus; porque de Zeus procede la honra de un rey, y el prudente Zeus lo ama.”
Si es a un hombre del pueblo a quien ve y encuentra gritando, lo golpea co...

Índice

  1. Introducción
  2. Ilíada. Canto I
  3. Ilíada. Canto II
Estilos de citas para Ilíada

APA 6 Citation

Homero, & Flaxman, J. (2011). Ilíada ([edition unavailable]). Reino de Cordelia. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2082128/ilada-cantos-i-y-ii-pdf (Original work published 2011)

Chicago Citation

Homero, and John Flaxman. (2011) 2011. Ilíada. [Edition unavailable]. Reino de Cordelia. https://www.perlego.com/book/2082128/ilada-cantos-i-y-ii-pdf.

Harvard Citation

Homero and Flaxman, J. (2011) Ilíada. [edition unavailable]. Reino de Cordelia. Available at: https://www.perlego.com/book/2082128/ilada-cantos-i-y-ii-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Homero, and John Flaxman. Ilíada. [edition unavailable]. Reino de Cordelia, 2011. Web. 15 Oct. 2022.