Capítulo 1
Fundamentos básicos de la controversia constructiva
Dos pintores con un mismo objetivo
–¡No! ¡No! ¡No! ¡No! –le gritó un artista a otro al ver lo que había estado pintando a lo largo del día–. ¡No lo entiendes! ¡No es esto lo que buscamos!
–¡Eres tú quien no lo entiende! –replicó el otro–. ¡Es de esto de lo que estuvimos hablando esta mañana! ¡Esto es exactamente lo que queremos lograr!
Acaloradas discusiones como esta eran habituales entre dos de los pintores más importantes de principios del siglo XX. Mantenían una intensa colaboración de lo más conflictiva. Se vestían de forma parecida, con ropa de mecánico, y les gustaba bromear con que eran como los hermanos Wright (Orville y Wilbur).
Entre los años 1908 y 1912 se vieron casi a diario, hablaban constantemente del revolucionario estilo que estaban desarrollando y pintaban de la forma más similar posible. Cuesta diferenciar muchos de los trabajos de cada cual realizados durante aquellos años. En muchos casos, tan solo los expertos en arte eran o son capaces de distinguir la autoría real de dichas obras.
Estaban profundamente comprometidos con su objetivo de crear un estilo nuevo. Normalmente decidían lo que iban a pintar durante el día mientras desayunaban. Después, pasaban el día pintando cada uno por su lado, y por la noche iban al estudio del otro para ver lo que este había hecho y se lanzaban a criticarlo vivamente.
El lienzo de uno no estaba terminado hasta que el otro así lo determinaba. Se enzarzaban en apasionadas peleas sobre la naturaleza de ese estilo novedoso que estaban intentando conseguir y sobre la forma en que lo expresaban en sus pinturas. Uno de los pintores lo describió como escalar una montaña juntos, encordados, conscientes de que dependían mutuamente uno del otro para sobrevivir.
Los desacuerdos y los conflictos sobre la naturaleza y la dirección de su obra eran intensos, vivos, instructivos y del todo singulares. Uno de los dos pintores afirmaba que nadie volvería a decir jamás las cosas que se decían ellos, y de ocurrir, nadie le vería el sentido.
Los dos artistas eran Georges Braque y Pablo Picasso. El estilo que estaban creando era el cubismo. El compromiso con un objetivo mutuo y sus intensos conflictos y discusiones intelectuales les proporcionaron la inspiración creativa necesaria para hacerlo. Fueron estos dos elementos –el compromiso con un objetivo común y el conflicto intelectual– los que encendieron el motor que puso en marcha su creatividad, innovación y productividad.
Marcos básicos: cooperación y conflicto
Este libro se centra en la teoría, los trabajos de investigación y las aplicaciones de la controversia constructiva. Se trata de uno de los métodos más eficaces que existen para potenciar la creatividad y la innovación, tomar decisiones de calidad, la enseñanza eficaz y el discurso político constructivo. Sin embargo, y con el fin de presentar la teoría y las investigaciones realizadas sobre la controversia constructiva, es necesario presentar en primer lugar los marcos básicos de cooperación y conflicto.
La controversia constructiva es una combinación de cooperación y conflicto, y, si bien ambos fenómenos poseen una entidad propia, resulta esencial comprender su naturaleza básica. En este capítulo veremos, por tanto, estos dos fenómenos básicos, que son la cooperación y el conflicto. El trabajo sobre la controversia constructiva supone, además, un ejemplo clásico de la interrelación existente entre la teoría, el trabajo de investigación y la práctica, que también veremos en este capítulo.
La cooperación
Históricamente, ha habido científicos y no científicos que creen que la conducta humana se sustenta en la competencia (Johnson y Johnson, 1989). Desde el punto de vista evolutivo de Darwin y otros, sobre la Tierra se libra una constante lucha por la existencia en la que la competitividad, el afán de dominación y de ganar constituyen el centro mismo de la naturaleza y la existencia humana. En la lucha por la supervivencia gana el mejor dotado y el débil perece.
Los habitantes del mundo de hoy son los ganadores; los perdedores se extinguieron. Esta es la ley biológica básica: aquello que vemos en el mundo actual son las formas de vida que han ganado en la lucha por la supervivencia. Las que perdieron no las podemos ver, o lo que es lo mismo, se han extinguido.
Todo comenzó hace por lo menos cuatro mil millones de años con las primeras células primitivas. Si una de esas diminutas células primitivas sacaba ventaja a las demás, quería decir que se reproduciría más deprisa y prosperaría, mientras que sus rivales perecerían. Esta visión de la vida rige la forma de pensar de muchas personas. Las especies compiten por el hábitat y las fuentes de alimento. Los que pierden desaparecen. De los diversos tipos de seres humanos, el Homo erectus y los neandertales (que poseían un cerebro mayor que el nuestro y mucha mayor fuerza física que nosotros) perdieron la batalla (puede que debido a su incapacidad de cooperación) y desaparecieron, mientras que nosotros sobrevivimos.
La competencia se considera un mecanismo básico para la vida, e incluso hoy día, países y grupos culturales y religiosos parecen competir entre sí por ver quién sobrevivirá y quién perecerá. La pregunta es: ¿alberga esta competición por la supervivencia las semillas de su propia destrucción? No cabe duda de que la competencia engendra competencia, lo que normalmente desemboca en la destrucción mutua (Johnson y Johnson, 1989).
Existe la opinión opuesta a este darwinismo social (Johnson y F. Johnson, 2013). Esta opinión, que apoya la lucha competitiva por la supervivencia, no toma en cuenta que seres de cualquier nivel de complejidad cooperan entre sí para vivir. Por ejemplo, algunas de las bacterias primigenias formaban ya cadenas en las que células de cada uno de los filamentos vivos morían, pasando a servir de nutrientes de nitrógeno para sus vecinos. Algunas bacterias cazan en grupo, de forma parecida a una manada de leones o de lobos. Las hormigas forman sociedades compuestas por millones de individuos capaces de resolver problemas complejos, desde la forma de llevar una granja hasta la navegación, pasando por la arquitectura. Las abejas extraen polen incansablemente por el bien de la colmena. Los cuervos hacen guardia para proteger a los demás miembros de su bandada. La cooperación es evidente en todos los niveles de la existencia.
La sociedad humana prospera especialmente gracias a la cooperación. Incluso actos sencillos, como hacer la compra, requieren del trabajo de un montón de personas (agricultores y ganaderos, compañías de transporte, plantas de procesado, tiendas de ultramarinos, inspectores y un largo etcétera) procedentes de diversos países. El proceso de cooperar y coordinarse ha ido pasando de generación en generación. Las grandes ideas se generan, se comunican a otros, se utilizan, se adornan y se transforman desde su origen con el fin de trasladarlas a las generaciones futuras a través de la socialización. Lo que ha hecho que nuestra especie humana tenga tanto éxito es que se nos da bien la cooperación, somos los mejores de la Tierra. Intenta meter a diez chimpancés en un coche y hacer un viaje de cuatro horas, a ver qué pasa.
Nuestra asombrosa capacidad para cooperar es la razón principal por la que hemos sobrevivido en todos los ecosistemas de la Tierra (desde el desierto hasta las llanuras heladas) y puede que no tardemos mucho en hacerlo en ecosistemas de otros planetas. La cooperación va más allá de un grupo de personas que trabajan con un objetivo común; incluye también perspectivas globales, a largo plazo, de lo que es el bien común de nuestra sociedad y de las especies en su conjunto. Esto carece de sentido si se observa desde un punto de vista darwiniano tradicional. Al ayudar a los demás, una persona reduce sus posibilidades de “ganar, florecer, reproducirse y sobrevivir”.
Nuestro coche se avería y un desconocido nos lleva a la gasolinera más cercana para que una grúa vaya a por él, aunque al desconocido esto le cueste dinero en concepto de gasolina y le haga llegar tarde al trabajo. Donamos cien dólares a la iglesia para recoger alimentos para los desfavorecidos de otro país en vez de gastárnoslo en nosotros. La cooperación parece darse de forma espontánea, sin pensar en obtener algo a cambio. La respuesta inicial de la mayoría de la gente es cooperar, pero cuando se paran a pensar, las personas se vuelven más egoístas. Incluso las células de nuestro cuerpo, en vez de reproducirse todo lo que pueden, se multiplican de forma ordenada para dar lugar a los pulmones, el corazón y otros órganos vitales que permiten que el cuerpo funcione con eficacia.
Muchas de las situaciones que se dan todos los días pueden considerarse elecciones de cooperación o de no cooperación. Supongamos que queremos comprar un frigorífico nuevo. Vamos al establecimiento y le preguntamos al dependiente cuál es la mejor compra. El dependiente puede interpretarlo como la “mejor compra” para él y el establecimiento en general, maximizando así su beneficio, o puede interpretarlo como el mejor frigorífico al menor precio. Si el dependiente nos recomienda el frigorífico que es la mejor compra para nosotros, no para el establecimiento, estaremos ante un ejemplo de cooperación. Parece algo asombroso. ¿Por qué habría de renunciar el dependiente de la tienda a su propia ganancia en beneficio nuestro? Eso es cooperación en contra del propio interés inmediato. No tiene sentido a corto plazo. Y, sin embargo, hasta la criatura más diminuta, como una bacteria, se comporta de este modo.
Puede que sea un terrible defecto para...