Europa. Jerarquía y revuelta
eBook - ePub

Europa. Jerarquía y revuelta

(1320 - 1450)

  1. 352 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Europa. Jerarquía y revuelta

(1320 - 1450)

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Pocos periodos condensan más cambios que el otoño de la Edad Media. Lo que eran certezas y convicciones en las postrimerías del siglo xiv apenas si eran reseñables como tales a mediados del xv. Tan es así que entre 1320 y 1450 no hubo institución –política o religiosa–, creencia o espacio social que no estuviera sujeto a transformaciones. Entre medias, Europa vivió un cisma en el seno del catolicismo y la irrupción de herejías de amplio arraigo social, una catástrofe demográfica en forma de Peste Negra, un sinfín de revueltas sociales, una guerra dinástica de cien años y la paulatina pero inexorable desaparición del último vestigio del mundo antiguo, el Imperio bizantino. Pero, de igual forma, en su declinar medieval Europa también prosperó, con sus ciudades dinámicas, con el florecimiento de las universidades como centros de formación y disputa intelectual, con la expansión de sus horizontes geográficos y con la aparición de un arte nuevo, con centros activos en Italia y los Países Bajos. En el horizonte, se asomaba el Renacimiento, anunciando un mundo diferente para un hombre nuevo.En este magnífico ensayo, el profesor G. Holmes relata de un modo magistral en qué consistió el periodo que identificamos con la transición de la Edad Media a la Moderna. Cada cambio social, político y religioso provocó la interacción no solo de los poderes, sino también de diferentes comunidades y formas de vida y pensamiento divergentes generando una realidad porosa. Su narrativa política única nos muestra los movimientos sociales e ideológicos de la época y la influencia de estos en los siglos que siguieron.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Europa. Jerarquía y revuelta de Georges Holmes en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia europea medieval. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9788432319419
I. LA POLÍTICA DE LA EUROPA OCCIDENTAL DURANTE EL SIGLO XIV
LOS PAÍSES BAJOS
En ningún lugar se manifiesta más claramente la fragmentación social y política de Europa que en los Países Bajos. La mayor parte de la Europa noroccidental era, por supuesto, predominantemente agrícola: un mundo de campos de labor y pastos, en el que la riqueza y el poder dependían de los productos de la tierra. Sin embargo, fue en el sur de los Países Bajos donde se dieron los primeros pasos hacia una civilización urbana e industrial. La primera revolución industrial de la historia europea tuvo lugar mucho antes del momento en que este libro empieza. A comienzos del siglo XIV el cinturón de tierra que corresponde a la parte occidental de la Bélgica moderna (Flandes y Brabante) y la esquina del noroeste de Francia (Artois) comprendía un número de ciudades cuyos habitantes vivían de una industria de la lana muy desarrollada. Brujas, Gante e Ypres, en Flandes, Bruselas y Malinas, en Brabante, Douai y Arrás, en Francia, eran algunas de las más importantes. Se calcula que había unos 4.000 tejedores, cuando menos, y sin contar otros gremios relacionados con la industria, en la ciudad de Gante hacia mediados del siglo XIV. La industria a esta escala había conducido a la existencia de importantes capitalistas. Un ejemplo famoso fue Jean Boine Broke, un pañero de Douai, en el sur de Flandes, que vivió a finales del siglo XIII. La documentación recoge que importaba lana, empleaba trabajadores para todas las etapas de la fabricación de paños, poseía una tintorería y vendía los productos acabados. Las ciudades fabricantes de paños, casi todas centros puramente industriales que no habían crecido como tantas ciudades europeas a la sombra de una sede episcopal, desarrollaron a gran escala la fisionomía de la ciudad moderna; la riqueza de los comerciantes contrastaba con la relativa pobreza de los numerosos artesanos y jornaleros, para los cuales la campana de la ciudad sonaba al comienzo y al fin de cada jornada. El gobernador de Artois dio permiso en 1355 para que fuera erigido un campanario en Aire-sur-la-Lys en estos términos, que reflejan a la vez la estratificación social y el desarrollo de un sentido del tiempo industrial: «Dado que dicha ciudad está gobernada por el arte de los paños y otras artes que requieren que muchos trabajadores vayan y vengan a trabajar durante el día a ciertas horas, y también que el alcalde y los magistrados y algunos de sus burgueses vayan y vengan al ayuntamiento para imponer justicia de acuerdo con la costumbre varios días por semana, es necesario tener campanas en el campanario que toquen las horas».
Los productos de la industria de las ciudades neerlandesas, en particular paños finos, se difundían por toda Europa. Su riqueza dependía de un comercio de exportación intensivo y también de la importación a gran escala de lana en bruto, principalmente de Inglaterra. A pesar de eso, y contra lo que se pudiera esperar, no dieron lugar a una clase nativa de mercaderes internacionales. En violento contraste con las comunidades comerciales de las ciudades italianas, la industria de los Países Bajos era comercialmente pasiva. Los paños eran llevados a los mercados más lejanos por extranjeros: italianos, franceses y hanseáticos alemanes. Los flamencos no desarrollaron las técnicas de administración y cambio internacionales en que tanto destacaron las ciudades italianas, y, por lo tanto, no causaron un impacto como el de los italianos en la totalidad de Europa. Brujas, que se convirtió en la principal ciudad comercial del norte de Europa porque combinaba una amplia industria de paños con el acceso a un puerto, era un centro comercial para mercaderes extranjeros más que para los autóctonos: la fama de los diques que mantienen el mar «entre Wissant y Brujas» había llegado a oídos de Dante en Florencia, proporcionándole un símil para uno de los círculos de su Inferno (XV, 4-6), sin duda porque los había escuchado describir a los mercaderes florentinos que habían estado allí. Sin embargo, en su propio territorio los flamencos crearon un comienzo de civilización industrial comparable por sus implicaciones sociales a la Italia del Renacimiento, aunque diferente en varios aspectos importantes.
El gobierno de estas ciudades estaba en manos de regidores (échevins), que se elegían entre los burgueses más ricos y que generalmente compartían sus poderes con un alguacil representante del conde o duque. A diferencia de las ciudades del norte de Italia, las ciudades flamencas no habían escapado del mundo señorial ni conseguido total independencia. El sur de los Países Bajos era un área de fragmentación política, de pequeños Estados comparables en tamaño a los de Alemania occidental, pero todavía Estados principescos y no ciudades-Estado: los condados de Flandes y Hainault, el ducado de Brabante y el obispado de Lieja, caso notable, como Colonia y Maguncia, en Alemania, de obispado convertido en principado y no únicamente en un distrito eclesiástico. Flandes estaba dentro de la órbita feudal y, hasta cierto punto, política del rey de Francia, de quien el conde era vasallo, y los otros Estados teóricamente dentro de la del rey de Alemania, menos efectiva. Como los otros príncipes de Europa durante el siglo XIII, los de los Países Bajos habían consolidado su jurisdicción sobre la nobleza y las ciudades de su territorio: tenían tribunales, impuestos, administradores. Pero el tamaño y la riqueza desproporcionados de las ciudades de esta región significaban que la política de cada Estado, Flandes en particular, se caracterizaba por una difícil tensión entre autoridad principesca e independencia urbana.
Como en otras partes de la Europa occidental, el siglo XIV fue un periodo crucial para el desarrollo de las instituciones parlamentarias. Con esto queremos decir sistemas de limitación y consulta impuestos a un príncipe no solo por los grandes señores feudales, como en la sociedad de la alta Edad Media, sino por sectores de la población más amplios, como los caballeros de los condados y los burgueses del Parlamento inglés. El poder de estos parlamentos derivaba principalmente de la necesidad de impuestos de los príncipes, para cuya recaudación necesitaban el consentimiento de representantes elegidos por los contribuyentes, pero se extendía a otros aspectos de la vida política.
Uno de los más famosos documentos producidos por estas instituciones, una especie de Carta Magna de la edad parlamentaria posfeudal, fue la Joyeuse Entrée (Alegre Entrada) de Brabante. Este documento le fue impuesto a Juana de Brabante, heredera del ducado, cuando se casó con un príncipe extranjero, Venceslao de Luxemburgo, en 1356. Es muy representativo de la preocupación de las clases políticamente importantes de Brabante por mantener la integridad de sus libertades en las peligrosas circunstancias del acceso al trono de un príncipe extranjero. En este documento se estipulaba que el ducado no podría ser dividido, que solo ciudadanos de Brabante podrían ser nombrados para puestos en el gobierno y que el príncipe no podría emprender una guerra o acuñar moneda sin el consentimiento de «la tierra en común», por lo cual se designaba en la práctica a los prelados, la nobleza y las ciudades; los «tres estados», que vendría a decirse en el siglo XV. La Joyeuse Entrée fue una expresión característica de la conciencia política de un Estado con una identidad tradicional, el «nacionalismo» político del siglo XIV. La situación de Brabante era bastante típica del noroeste de Europa. En Flandes el equilibrio de clases más ordinario se veía alterado por la preponderancia de las tres grandes ciudades de Brujas, Gante e Ypres, que, como las Drie Steden (Tres Ciudades), o los «Tres Miembros de Flandes», se convirtieron en el esencial contrapeso y rival del poder del conde.
En las ciudades flamencas se daban, a gran escala y en una forma muy desarrollada, fenómenos que se podían encontrar a una escala más reducida en otras ciudades medievales: en primer lugar, el conflicto social en el interior de la sociedad urbana entre los patricios, poseedores de la propiedad, y los trabajadores, empleados y artesanos, y en segundo lugar, el conflicto entre la ciudad y el príncipe. En otras regiones estos conflictos eran pequeños, locales o intermitentes. En Flandes, las ciudades eran tan grandes y sobre ellas recaía tal proporción del peso de la estructura del condado, que dominaban la vida política del Estado. Más aún, Flandes y su industria estaban situados de manera tan estratégica que sus conflictos sociales y urbanos repercutían en la política general de la Europa noroccidental. En realidad, eran ciudades demasiado grandes para el país señorial que las contenía. De 1280 a 1302 hubo una serie de conflictos causados en parte por las divisiones sociales existentes en el interior de las ciudades y en parte por la ambición del rey de Francia de establecer su soberanía feudal de manera más efectiva sobre su débil vecino, el conde de Flandes. Las clases bajas de las ciudades permanecieron leales al conde; los patricios, los Leliaerts, como vino a llamárselos por su devoción a la fleur de lys, apelaron en su ayuda al rey Felipe IV de Francia (1285-1314), esperando sin duda conseguir, dentro de una estructura monárquica más amplia, mayor independencia republicana para sus ciudades. Este periodo terminó en 1302 con la sorprendente derrota del ejército francés a manos de los trabajadores textiles de Brujas, Gante e Ypres en la batalla de Courtrai. Esta batalla tuvo el efecto de reforzar el poder condal frente al rey de Francia y preservar la independencia de Flandes. Por lo tanto, a principios del siglo XIV Flandes era un país en el que una sociedad industrial y urbana, con estructuras sociales y políticas apropiadas, estaba adquiriendo predominio.
La política interna del Flandes del siglo XIV afectó en momentos críticos, como en los acontecimientos que condujeron a la batalla de Courtrai, a la política general de la Europa occidental y será mencionada como parte de la historia de esta, momento oportuno para hacer notar su significación en la estructura interna del condado. La revuelta general de Flandes en 1322-1328 (véase infra) llevó a la deposición temporal del conde Luis de Nevers y al establecimiento efectivo del control del condado por Brujas, Gante e Ypres. Los levantamientos fueron provocados por la acción del conde de conceder derechos judiciales sobre la zona del río Zwin a un pariente suyo. El Zwin era la salida crucial de Brujas hacia el mar y una amenaza de tal calibre resultaba intolerable. Los intereses económicos generales de las grandes ciudades estimulaban en realidad su ambición por extender su autoridad al campo que las rodeaba tanto para asegurar las vías de comunicación como para controlar la competencia de las industrias de paños de las zonas campesinas y pequeñas ciudades que amenazaba a los productores de las ciudades grandes. En los años comprendidos entre 1322 y 1328, en que no hubo un poder condal efectivo, algunas ciudades, especialmente Gante, consolidaron esta autoridad. Aunque los franceses restauraron al conde en 1328, Flandes estaba girando hacia una situación que dividía al condado entre sus tres ciudades principales. El mismo proceso se desarrolló aún más entre los años 1338 y 1347, cuando la intervención inglesa al comienzo de la Guerra de los Cien Años volvió a debilitar la autoridad del conde (véase infra). El régimen que estableció el tejedor Jacques van Artevelde en Gante en enero de 1338 llevó una vez más al dominio del condado por las tres ciudades. Estas se dividieron entre ellas el territorio del condado en julio de 1343 y, durante varios años, Flandes fue, de hecho, un Estado gobernado por ciudades republicanas.
Resulta tentador especular acerca de cuán diferente podría haber sido la historia de Europa si este precursor remoto del republicanismo moderno hubiera sobrevivido. No sobrevivió porque la tradición de poder condal –que pasó después de la muerte de Luis de Nevers a un conde mucho más capaz, Luis de Male (1346-1384)– y la influencia de la Corona francesa eran demasiado fuertes. Pero también las condiciones que lo habían causado variaron con el tiempo por cambios más profundos que tuvieron lugar en Flandes. Durante la segunda mitad del siglo la posición política de las oligarquías urbanas mermó por la decadencia de la industria de paños, de modo que la política flamenca se vio más influida por las rivalidades entre las ciudades competidoras y entre los intereses dentro de la industria en decadencia, como, por ejemplo, entre tejedores y bataneros. Jacques van Artevelde, de Gante, el más famoso exponente de las libertades urbanas, era un patricio de pies a cabeza, pero su posición se vio debilitada y, por último, eclipsada, por el conflicto entre los grupos económicos de las ciudades. En general, el siglo XIV fue un periodo de democratización de las constituciones ciudadanas, en las que las clases patricias perdieron poder. Externamente, también la industria urbana de paños perdió su estatuto exclusivo. Otras muchas industrias de paños en otras partes de Europa, como Inglaterra y el Languedoc, florecieron y le quitaron mercado. Las ciudades textiles de Flandes constituyen el primer ejemplo en la Europa moderna de las dificultades de un área industrial que envejece perdiendo el fácil predominio basado en la explotación de un único producto de éxito arrollador y que tiene que pasar por la agonía de la decadencia y la diversificación. A finales del siglo XIV la industria de paños de lana estaba en decadencia, sobre todo en Ypres. El proceso por el cual Arrás, por ejemplo, se hizo famosa por sus tapices más que por sus paños fue, a largo plazo, el único camino que tuvieron las otras ciudades del mismo territorio para preservar su prosperidad. El poder de los capitanes de la industria se debilitó también, pues en los Países Bajos cada vez se fueron produciendo más paños en las zonas rurales que en las ciudades. Estas tendencias serán relacionadas más tarde con la historia económica general de Europa (véase infra). Es suficiente que aquí digamos que en los últimos años del siglo, y especialmente después de la última gran revuelta de las ciudades contra el conde en 1379-1382 (véase infra), la riqueza y el poder estuvieron repartidos de manera más equilibrada entre el campo y la ciudad. Pero, aunque se hizo cada vez más difícil imaginar que Flandes pudiera ser regido por las ciudades, los Países Bajos, en general, durante el periodo borgoñón y después, continuaron siendo una zona en la que la sociedad urbana era excepcionalmente importante.
EL REINO DE FRANCIA
En contraste con los Países Bajos, Francia era el ejemplo más sobresaliente de un gran reino centralizado. Hablando en términos generales, la monarquía francesa fue, durante la Baja Edad Media, la más rica y poderosa institución europea. Esta afirmación debe ser matizada, puesto que hubo periodos muy largos, sobre todo alrededor de 1350 y 1420, en que la división política y la invasión inglesa hicieron impotente a la monarquía. Tales periodos de decadencia y confusión política eran inevitables en un país gobernado por un sistema monárquico presidiendo una alta nobleza, enormemente poderosa aún. Los accidentes de nacimiento podían deparar reyes eficaces o ineficaces y duques cooperantes o rebeldes. Mucho dependía de ellos. Pero el papel de la fortuna política no debe desviar demasiado nuestra atención de la estructura subyacente que proporcionó tan inmensa riqueza y poder a los reyes franceses. Aparte de los periodos mencionados, los territorios de los reyes franceses en el Languedoil (la Francia al norte del Loira, de Normandía a Champaña) y en el Languedoc (la Francia entre Gascuña y el Ródano) contenían zonas rurales más ricas y productivas que las de ningún otro príncipe de Europa y eran, por lo tanto, los más poderosos.
Al sur de los Países Bajos la soberanía feudal del rey de Francia se aceptaba casi en todas partes al oeste del Mosa y del Ródano, además del Delfinado y la Provenza, al este. Pero era una soberanía que variaba grandemente en efectividad de una parte a otra del país. Bretaña era, a efectos prácticos, un ducado independiente, como Flandes era un condado independiente, y continuó siéndolo a lo largo de este periodo. Sus gobernantes reconocían el señorío supremo del rey de Francia, pero regían sus Estados contando muy poco con él. Gascuña, controlada por el rey de Inglaterra, estaba en posición muy similar. Aparte de estas dos regiones, en la mayor parte de Francia había un dominio real, pero la uniformidad del control del rey quedaba rota por grandes sectores en manos de feudatarios. Las zonas bajo el control de estos variaban de vez en cuando, como resultado de las concesiones de tierras y privilegios hechas por los reyes y de la extinción de familias nobles que devolvían al rey sus territorios, pero eran siempre muy considerables. Incluían, por ejemplo, el ducado de Borgoña y el de Borbón, en la Francia oriental, y los dominios de los condes de Armañac y Foix, en el sudoeste. Los reyes tenían la costumbre de conceder grandes feudos a sus hijos, que a veces establecían familias que los heredaban durante generaciones. A mediados del siglo XIV, Juan II creó grandes patrimonios para sus hijos, los duques de Berry y Anjou, que duraron largo tiempo. Los grandes feudatarios franceses poseían importantes extensiones territoriales con poderes mucho más sustanciosos que sus equivalentes en Inglaterra, que casi siempre tenían sus dispersos Estados claramente subordinados a la poderosa administración real. Sus poderes para recaudar impuestos y administrar justicia les daban una autoridad casi real. Además, los dominios reales habían sido construidos durante los siglos XII y XIII poco a poco, por absorción, de modo que provincias tales como el Languedoc o Normandía tenían un fuerte sentido de su propia identidad, aparte de su lealtad al rey de París. Por lo tanto, Francia debe imaginarse como un país con una complicada geografía política y no como una única e indiferenciada unidad.
El poder práctico del rey sobre el país dependía de dos cosas: su autoridad judicial, administrada en sus tribunales, y su poder para recaudar impuestos con que pagar su Corte y su ejército. La cima del poder judicial era el parlement de París, tribunal central que tenía facultad para atender las apelaciones de las provincias y tratar los casos relacionados con el rey. El dominio real estaba dividido en distritos gobernados por baillis (bailíos) o sénéchaux (mayordomos) que eran los representantes locales del rey, responsables de sus tierras y de la justicia local. Formaban una administración semiprofesional, a menudo con cierta formación legal, y daban a los reyes un poder administrativo real en zonas muy remotas del país.
Aparte del producto de la justicia y de las rentas que recaudaba en su dominio y que constituían su antiguo ingreso «ordinario», el rey había ido exigiendo diversas clases de impuestos «extraordinarios», por medio de los cuales podía recortar la riqueza de sus súbditos más prósperos. El rey tenía derecho a llamar a sus vasallos para prestar servicio militar e hizo uso de ese derecho con frecuencia hasta principios del siglo XV, pero, como todos los otros príncipes europeos, era incapaz de hacer la guerra sin gastar grandes sumas de dinero en soldadas, fin principal de sus peticiones de dinero. Los reyes del siglo XIV cobraban tres clases principales de impuestos: los impuestos directos, recaudados por casas o fuegos (fouages), el impuesto sobre la sal (gabelle) y los impuestos indirectos sobre las transacciones comerciales (aides). También había periodos en que las nuevas acuñaciones producían sumas considerables, que equivalían a un impuesto comercial. La cumbre de la administración financiera real la constituía la Chambre des Compres (Cámara de Cuentas) de París, pero abundaban, además, las instituciones y funcionarios que trataban diversos aspectos de las finanzas: el Trésor (Tesoro), para los ingresos ordinarios del dominio real, la Cour des Aides, los Généraux des Finances y los Élus locales (hombres elegidos), que colectaban y distribuían los impuestos periódicos.
Entre las constantes de gobierno durante la primera mitad del siglo XIV en Francia y en otras partes de Europa destacaban las situaciones militares críticas, que impulsaban periódicamente a realizar esfuerzos extraordinarios para conseguir hombres y dinero mediante la obligación general de prestar servicio militar (arrière-ban), conmutado por diversas formas de impuestos, requerimientos a la nobleza, tasas directas e indirectas, para pagar cuerpos mercenarios. Gran ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Introducción
  7. Mapas
  8. Cuadros
  9. I. La política de la Europa occidental durante el siglo XIV
  10. II. Italia, el papado y Europa
  11. III. Fuerzas económicas y sociales
  12. IV. El mundo de las ideas en el siglo XIV
  13. V. La crisis del papado y de la Iglesia
  14. VI. Europa y el mundo exterior
  15. VII. La crisis de las monarquías en el siglo XV
  16. VIII. Príncipes y ciudades en los Países Bajos y en Italia
  17. Bibliografía