Soplos renacentistas
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Soplos renacentistas

  1. 200 páginas
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Soplos renacentistas

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Este volumen compila, bajo el título Soplos renacentistas, para facilitar su lectura se ha aligerado la ortografía y puntuación, esperando con ello que el lector aproveche la novedad y soltura de un humanista y científico que mucho bien le hubiera hecho a España, y por ende a sus dominios, si su prematuro fallecimiento no hubiese cancelado la formación de Felipe II desde su mirada abierta y crítica, pues poco antes de morir habia sido nombrado su preceptor.

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HISTORIA DE LA INVENCIÓN DE LAS INDIAS*

Narración primera
Cristóbal Colón, genovés natural de Saona, fue hombre de alto ánimo, escogido de Dios para que diese pasada a su santa ley por el mar Océano a otras gentes que nunca la conocieron o la tenían ya olvidada. Éste, con espíritu de Dios, que ya lo regía, poco ejercitado en letras y mucho en el arte de navegar, vino a Portugal, do un su hermano pintaba las imágenes del mundo que los marineros usan, y aprendió de él lo que por la pintura se puede enseñar. Fue después de allí a las islas de las Azores, por ver otras que en tiempos claros cercanas parecen y desaparecen acometidas, con esperanza de poder navegar en ellas, si primero de lejos les considerase el sitio. Esto probó muchas veces en vano, como otros antes y después han hecho, porque, según bien después se ha conjeturado, es algún vapor que en forma de isla se ayunta, cual es otro que cerca de Osuna en un valle muchas veces se muestra a manera de ciudad. Pero en esta consideración, puesto en el fin del mundo que entonces era, cobró deseo de ver qué había en el occidente y esperanza de descubrir cosas nuevas si fuese allá. Para esto no tentó la voluntad del rey de Portugal, que todas sus naves entonces ocupaba en la navegación de Guinea, que poco antes por su mandado se había descubierto, sino requirió con esta su demanda a los reyes de Castilla, don Fernando sexto y doña Isabel, los cuales, ocupados en la guerra de Granada, para la cual todo su poderío habían menester, no querían tomar otra empresa, principalmente incierta. Pero, porque los grandes propósitos para alcanzar su fin menester han perseverancia, según que han de pasar por muchas dificultades, Colón, que esto miraba, no desamparaba su recuesta, antes tanto más ahincaba cuanto tenía más estorbos, menospreciando las cobardías de viles hombres, que lo amenazaban con peligro, y las opiniones de rudos, que le ponían impedimentos, y el escarnio de muchos, que lo tenían por vano. Y, habidos para su demanda favores del arzobispo de Sevilla, don Diego de Deza, y de Hernando de Zafra, secretario del rey, y de otros algunos grandes, como por grados subiendo, alcanzó la voluntad de los reyes. Y con esto, prometiéndoles crecimiento de la fe y verdad cristiana, de cuya prosperidad los conocía muy deseosos, y juntamente grandes señoríos y ornamentos de sus reinos, mandaron los reyes, teniendo real sobre Baza, que en Cádiz se armasen dos carabelas y una nao, y en ellas cuatrocientos hombres, todos so el gobierno y mandado de Colón.
Partieron éstos de Cádiz mil y cuatrocientos y noventa y dos años después del nacimiento de Cristo, en el mes de septiembre, con mayor confianza que tuvo Hércules y, dejando atrás los fines que él puso, navegaron treinta días al occidente, inclinando un poco el camino al mediodía. Al fin de los cuales, ya con menos provisión para tomar que la que yendo habían gastado, los compañeros de Colón comenzaron a temer de hallarse en tan gran piélago pobres de mantenimientos y apartados de socorro, y así con todo rigor y rencilla estorbaban el camino y demandaban tornada, porque tan grande empresa no la cumpliese sino quien por grande ánimo la mereciese, cual era el de Colón, que, injuriado de sus compañeros, fue templado y, entre sus amenazas que de muerte le hacían, les osó prometer que el día siguiente verían tierra. El cual venido, les descubrió montes de lejos en la nueva tierra que deseaban.
Entonces los compañeros de Colón mudaron la tristeza en alegría, y el miedo en esperanza, y las injurias en alabanzas de Colón maravillosas, que osó pasar los mares que nunca ojos de hombres habían antes visto y había dado principio a tan gran conversación de gentes como de ahí adelante esperaban que sería. Así reformados los ánimos de todos, antes que a tierra descendiesen, descubrieron seis islas y miraron sus costas: dos de ellas, las mayores, nombraron Española y Juana. Son todas debajo el camino que el Sol hace cuando es a nosotros más cercano. Y siguiendo la costa de Juana, no hallando fin después de ochenta leguas que andadas tenían, pensaron que fuese aquél el fin de Asia. De ahí vientos contrarios que los fatigaban hicieron que tornasen a la Española, y, siguiendo su lado, que es al norte, la nave hirió una peña cubierta, do pereció, mas con socorro de las carabelas se salvó la gente.
Entonces vieron en la ribera mucha gente lora y desnuda, que se había allí ayuntado para ver nuestras naves, que de las suyas en forma y grandeza son muy diferentes. Los nuestros bajaron por haber de ellos entendimiento de sus cosas y reparo para las naves, pero ellos, amedrentados de los caribes –otras gentes comarcanas que los matan y los comen–, pensando que los nuestros fuesen tales, juntos en una huida se fueron a los bosques más cercanos, y los nuestros en seguimiento de ellos. Sola una mujer alcanzaron, la cual según nuestro uso vistieron y trataron según pudieron más humanamente, y enviáronla a los suyos, que les llevase esperanza de buena conversación y les quitase el temor con que habían huido. Poco después, por estas señales de mansedumbre, vinieron todos a contratar con los nuestros y les hacer parte de sus bienes y ayudarlos a salvar lo que pudiesen de la nave perdida, en que andaban ocupados. Mas los nuestros, mostrando pobres mercadurías de bien parecer, descubrían el oro que en la isla había, las cuales viendo aquellas gentes, que por falta de artes que en ellas hay mucho estimaban, trocaban todo el oro que haber podían por aquellas cosas que para el mirar eran más deleitables o para el uso más provechosas. De esta manera aquellas simples gentes mostraron abundancia de oro tanta, que la sed de la avaricia tornaron en rabia, que después los destruyó.
En este trato ocupados los compañeros, Colón consideraba diligentemente la manera de aquellas gentes lo mejor que podía, según el tiempo y la falta de intérpretes lo sufrían, y conoció por señales que había en aquella isla reyes que la gobernaban, uno de los cuales era presente. La lengua de todos, según su manera, era clara y bien proferida. En sus costumbres, poca corrección y disciplina y mucha mansedumbre. Todos a ocio acostumbrados y a deleites de la vida, cuya religión entonces Colón no pudo conocer. Letras ningunas tenían, y por leyes guardaban sola la costumbre. Por falta de hierro y poca necesidad, en que la abundancia y templanza de la tierra los ponía, usaban pocas artes. Las que eran menester trataban con piedras agudas, con que hacían cosas de madera admirables y barcas de una pieza, cavadas en troncos de árboles tan grandes que cabían en algunas ochenta hombres. Labraban también asientos y otras cosas. Usaban en guerra arcos con que tiraban cañas agudas emponzoñadas, y para el cuerpo ninguna defensa. El oro entre ellos era de poca estima: usábanlo principalmente en zarcillos y argollas que ponían en las narices, y sortijas y manillas algunas, y semejantes cosas de ornamento vano. Preguntados dónde lo cogían, dijeron que fuera de aquella provincia, entre las arenas de los ríos, como después los nuestros hallaron verdad.
En la isla no había animales otros de tierra sino conejos de tres maneras y serpientes sin ponzoña, pero aves muy diversas, y entre ellas gran multitud de papagayos y maneras muchas de ellos. Había ánsares y tórtolas, ánades, palomas y otras muchas. Había árboles muchos, pero ninguno semejante a los nuestros, sino pinos y palmas altísimas. Era el mantenimiento de aquellas gentes raíces en forma de nuestros nabos, que dicen ages, por pan y panizo alguno, pescado en abundancia y carne poca, la cual falta hizo caer a mucha de aquella gente en vicio de comer hombres.
Pues estas cosas así consideradas, preguntando Colón qué gentes les eran comarcanas, dieron en sus señas a entender que al mediodía había hombres muy malos, valientes, robadores y matadores, que se mantenían de carne humana y perseguían a aquellas islas, do ellos vivían en mucha paz y contentamiento no siendo de ellos perturbados. Éstos nombraban caribes, que, aunque eran codiciosos de la carne humana, no comían las mujeres: tanto es poderosa la ley de natura que encomienda las mujeres en el amparo de los varones, que aun aquellas fieras gentes, que otra ley ninguna guardan, ésta no quisieron quebrar.
Pues, habida información de estas cosas, Colón trató amistad en todas las maneras que mejor la pudo afirmar con Guacanarillo, rey de aquellas gentes, y en una fuerza que mandó hacer de madera cercada de cava le dejó encomendados treinta y ocho hombres españoles, los cuales quiso que allá quedasen, para que mejor manera hubiese cuando él tomase de ayuntar conversación. Por la cual misma causa trajo consigo diez hombres de los de allá, que, aprendiendo nuestra lengua, pudiesen después ser intérpretes. Y habidas muestras de todas las cosas preciosas que en la isla conoció, tomando con próspero viento, la una carabela por error del piloto aportó a la Rochela en Bretaña, como acontece a aquellos que las muestras del aguja no enmiendan con el altura del Polo. Mas Colón, que de estos usos era bien sabido, aportó a España, donde fue recibido por los reyes con mucho honor y con grande admiración de todos.

Narración segunda

Los reyes, agradeciendo el gran servicio que de Colón habían recibido, quisieron que fuese almirante de toda su navegación y mandaron adornarle tres naves y quince carabelas, y en ellas mil y doscientos peones armados y algunos a caballo, y con ellos todos los artífices que para el edificio y uso de una ciudad es menester. En aquellas naves iban todas las simientes de yerbas, plantas y animales que nosotros más usamos, para que en aquella tierra extraña se multiplicasen y fuese codiciosa a nuestros navegantes, si en ella el oro algún tiempo hubiese fin. Colón entonces, con otros muchos hombres de autoridad –que le siguieron movidos de ver las novedades grandes que él en España había contado–, partió de España año siguiente de la primera navegación, a mezclar el mundo y a dar a aquellas tierras extrañas forma de la nuestra.
Y llegado a la isla del Hierro, partiendo de ahí al occidente, más inclinado al mediodía que primero por descubrir las islas de los caribes, después de veinte y dos días con próspero viento que siempre tenían, vieron una isla poblada de árboles y desierta de gente, y tan poblada estaba de árboles, que muy poco suelo era descubierto. Pusiéronle Dominica por nombre y, siguiendo su navegación, poco después vieron lejos un monte alto, do guiando su camino hallaron una isla, la cual por relación de los intérpretes que el Almirante tenía supieron que era morada de los caribes. Y en ella vieron muchos pueblos pequeños, entonces desiertos de sus moradores, que por miedo habían huido de los pueblos, sino treinta muchachos y mujeres que huyeron a los nuestros por ampararse, según decían, de aquellas gentes que los habían preso en otras islas, a los muchachos para comerlos y las mujeres para perpetua servidumbre. Por información de los cuales supieron que los caribes, con esta sed de la sangre humana, en sus barcas de un leño navegaban más de trescientas leguas.
Después que más los nuestros se acercaron a aquellos pueblos, vieron puestas las casas en cerco y el espacio de en medio vacío, do era su ayuntamiento y conversación, como en la plaza. En medio de la comarca de todos había una casa más grande que las otras y más adornada, do solían ellos celebrar sus fiestas. Son todos sus edificios de madera, cubiertos de hojas de palma y de otros árboles que para esto son buenas. A una punta de arriba fenece el edificio. En las casas había poco ornamento. Las camas eran tejidas a manera de red y colgadas con cuerdas de algodón, de que tienen abundancia. En el lugar de acostarse había cosas blandas. Vasos de tierra cocidos tenían para todos usos. Las viandas que para comer en el fuego habían dejado eran ánsares y papagayos y carne humana en asadores. En los lugares donde guardaban sus cosas de más precio hallaron huesos de hombres muchos, cuyas pequeñas piezas aguzaban e insertaban por hierros en sus saetas. Así que en los cuerpos de los hombres han mantenimiento y armas aquellas gentes, que se apacientan en la representación de su muerte, diferentes de las bestias solamente en ser a los de su naturaleza más crueles.
Estas cosas ya vistas, anduvieron parte de la isla, muchos ríos y hermosos campos y cosas otras de deleite. De do tomando, dio el Almirante muchos dones a las mujeres que del cautiverio de los caribes habían habido y mandóles ir a donde pensasen hallarlos, para que a ellos fuesen muestra de la humanidad de los nuestros y su magnificencia, en cuya confianza osasen los caribes venir. Cumplieron ellas el mandado con diligencia, y el día siguiente muchos de ellos vinieron a vista de las naos, do, ayuntados un poco en reposo, huyeron todos a unos valles de boscajes que cerca había, conociendo bien que a todo el género humano tienen merecido odio y deseo de venganza, aunque, si abundancia tenían de oro, todas sus culpas pudieran redimir.
Pues partiendo el Almirante de esta isla, que antes se decía Caracueria, le puso por nombre Guadalupe, por semejanza que con el monte nuestro de Guadalupe tiene. Y pasando por otras muchas islas, donde no descendió por no alongar el deseo que sus compañeros pensaba que tenían de él en la isla Española, vieron una de ellas (...) en grandeza que las otras, donde los intérpretes les dijeron que moraban solas mujeres, a las cuales iban los caribes cierto tiempo del año que constituido tenían. Y si antes o después de hombres son acometidas, métense en cavernas que para esto hacen en tierra y defiéndense con saetas, que muy ciertas saben tirar. Los hijos crían hasta que convalecen, y después los envían a sus padres, y las hijas retienen consigo. A esta isla dicen Matininó.
Cerca de ella vieron otra, cercada de altos montes. Supieron de los intérpretes que era rica y muy poblada. Ésta nombraron Monserrat. De ahí pasando por otras muchas islas, puso nombre a la Redonda y a Sanmartín y el Antigua. Descendió después para haber agua en Ayay, isla que él nombró Santa Cruz, do en la costa vieron cuatro mancebos y cuatro mujeres que por lágrimas y señas demandaban socorro a los nuestros, y, después entendidos de los intérpretes, supieron de ellos que aquella isla era de los caribes, cuyos eran prisioneros, los cuales con miedo de los nuestros habían huido. Pero después vieron de las gavias una barca venir por la mar, que, siendo más cercana, conocieron ser de caribes, do venían ocho varones y mujeres otras tantas. Una de ellas era señora a quien todos acataban, y uno de los mancebos su hijo. Todos mostraban bien en el gesto las costumbres que usaban, según eran feos y fieros. Los nuestros les acometieron en un esquife, y ellos todos se defendieron con saetas emponzoñadas de tal manera, que una mujer mató a uno de los nuestros e hirió otro. Viendo este peligro en su tardanza, fueron los nuestros con tal ímpetu a la barca de los enemigos, que del encuentro la anegaron. Mas no por eso ellos perdieron la voluntad y confianza que tenían de defenderse, antes nadando tiraban con sus arcos como si en firme estuviesen, y así todos se ayuntaron en una peña que las aguas cubrían, donde, combatidos de los nuestros con mucha fuerza y diligencia que para ello pusieron, murió uno de ellos y fueron los otros presos, y entre ellos el hijo de la señora, herido en dos lugares. Y después que fueron puestos en la nave del Almirante, estaban con más ferocidad en la prisión que en libertad tenían.
Luego los nuestros desampararon esta tierra, y después de poco camino vieron tan gran multitud de islas, que con dificultad se podía poner discrimen entre ellas. Algunas parecían estériles, y otras hermosas y de otras muchas maneras variadas, en las cuales ni consideraron número, ni descendieron los nuestros, por el peligro que había de navegar entre ellas, principalmente conmovido el mar como entonces estaba. A esta causa ninguna nombraron, mas al sitio de ellas llamaron Archipiélago. Y de ahí navegando llegaron a Burinechia, isla que llamaron de San Juan, fértil y muy poblada, do era un rey que toda la gobernaba, muy obedecido de su gente. Son éstos grandes enemigos de los caribes, de quien son muy perseguidos, mas si son alguna vez vencedores, toman de ellos conforme venganza a la injuria que reciben: mátanlos uno a uno y cómenlos, siendo los otros presentes, porque en vida vean lo que de ellos ha de ser después de muertos. Y así todas aquellas gentes de occidente, o por hambre o por venganza, no aborrecen la carne humana. De esta isla decían que eran muchos de los que los nuestros libraron del poder de los caribes. Y siendo de noche, dos mujeres y un mancebo huyeron de las naves y se fueron a su tierra, con amor de la cual quisieron más otra vez entrar en el peligro de ser presos y comidos que con los nuestros tener seguridad.
El día siguiente descendieron los nuestros por agua a la isla, y no hallaron sino una casa principal y doce menores que la cercaban, desiertas todas de muchos días antes. Creyeron que por miedo de los caribes, a cuyo primer acometimiento estaban éstos. De ahí navegando al occidente llegaron a la Española, con gran deseo de recrear los compañeros en comunicación de sus amistades y nuevas de España, y con reparo de sus faltas y galardón de sus trabajos.

Narración tercera

Habiendo ya llegado el Almirante a Xamaná, región donde reinaba Guacanarilo, mandó que soltasen uno de los intérpretes que consigo de aquella tierra había traído, para que de su llegada y nuestras costumbres y cosas de España hiciese relación entre aquellas gentes, por lo cual esperaba ser más acatado y temido, después que conociesen el poderío de nuestros príncipes y la muchedumbre de nuestras industrias por testimonio de sus naturales, y consigo retuvo dos para declaración de sus contratos con aquellas gentes. Los otros eran ya muertos por la mudanza de aire y viandas. Mas éstos que consigo tuvo, habiendo tiempo oportuno, huyeron de las naves, los cuales pensaba el Almirante que no harían mucha falta, habiendo tantos días que los compañeros que él dejó se ejercitaban en la lengua de aquella tierra.
En esa confianza puesto el Almirante, vieron venir una barca de muchos remadores, do venía un hermano de Guacanarilo con dos imágenes de oro que traía a presentar al Almirante para que, ganando gracia con ellas, recibiese mansamente la embajada que quería hacer. El Almirante lo recibió con alegre cara y muchas muestras de amor. Y él, ofrecido su don, con triste semblante dice más palabras que para saludar eran menester, y de todo no entendieron los nuestros nada, por falta de intérpretes, sino señales de muerte que hablando hacía.
De aquí, tomado el hermano de Guacanarilo, descendió el Almirante de las naves a hartar su deseo que de ver a los compañeros tenía, mas llegado al lugar do los dejó, no halló sino ceniza de la madera do los había hecho fuertes. Y, pensando que algunos había escondidos por los bosques, mandó entonces que las naves alumbrasen la artillería toda a un tiempo, para que, oída en toda aquella comarca, fuese señal que los nuestros eran llegados. Mas, como quiera que los muertos no han oídos, esta piadosa diligencia aprovechó poco. Lo cual visto, envió el Almirante mensajeros a Guacanarilo que le mandasen razón de los compañeros que en su amparo habían quedado encomendados.
Guacanarilo respondió a éstos que en aquella isla había muchos reyes más poderosos que él, dos de los cuales, ayuntado su poder, vinieron a probar sus fuerzas con aquellas gentes extrañas, de quien muchas cosas habían oído en sus tierras, y, así acometidos los que dejó el Almirante con más poder que los enemigos tuvieron, fueron todos muertos y sus estancias quemadas. Y decía que en defensa de ellos había puesto su persona, do recibió una herida en la pierna, que mostraba atada, por la cual no había podido ir a ver al Almirante, como mucho deseaba.
Entendido esto, el día siguiente envió el Almirante a Melchor de [...] que de estas cosas hubiese más entera información, el cual halló a Guacanarilo en una cama, cerca de la cual siete otras estaban de mujeres que tenía, fingiendo mala disposición, y la pierna descubierta, sin herida alguna. Lo cual viendo el embajador, todas las excusas que le dio recibió como por buenas y mostró como ya sentido y pasado el dolor por los compañeros, y concertó con Guacanarilo que el día siguiente en las naves se viese con el Almirante. Lo cual él cumplió a la manera que dejó concertado, donde Melchor y otros de su parecer quisieran que Guacanarilo fuera preso y castigado, si por consejo suyo los nuestros habían perecido, porque los de aquella tierra no pensasen que otras cosas semejantes podrían hacer sin pagarlas. Mas el Almirante, por cuyos ruego y ofrecimientos Guacanarilo había venido a las naves, no quiso quitar la fe a sus buenas palabras, porque a las otras gentes con quien de ahí adelante las había de usar no pareciese que era cebo para tragar algún anzuelo. Y así, satisfaciendo a la confianza que a Guacanarilo había traído, le mostró todas las cosas nue...

Índice

  1. PRESENTACIÓN
  2. DIÁLOGO DE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE
  3. HISTORIA DE LA INVENCIÓN DE LAS INDIAS
  4. HISTORIA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA
  5. CRONOLOGÍA DE FERNÁN PÉREZ DE OLIVA
  6. BIBLIOGRAFÍA
  7. INFORMACIÓN SOBRE LA PUBLICACIÓN