El gemelo de Jesús
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El gemelo de Jesús

Un alumbramiento al budismo

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El gemelo de Jesús

Un alumbramiento al budismo

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Información del libro

El Evangelio de Tomás, cuyo texto ha permanecido perdido durante dieciséis siglos, ofrece una visión de las enseñanzas de Jesús distinta de cualquier otra. Después de un repaso general a la historia del análisis erudito del texto, dicho a dicho, Heisig atrae al lector a la tesis central del libro: ser discípulo de Jesús significa despertar al reino del "no nacido" en uno mismo y, al hacerlo, uno se convierte en su gemelo. El lector contemporáneo identifica con facilidad los vínculos del texto con algunas de las enseñanzas fundamentales de la tradición budista.

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Información

Año
2011
ISBN
9788425427206
Categoría
Religión

Fanum
Dialogar con el texto

COMO HIJOS DE nuestra época, hemos de tener cuidado de no entretenernos tanto en el profanum del Evangelio de Tomás que lo sagrado del texto quede sometido al balance de la discusión académica. Entrar en el fanum es entrar en otro mundo. No reconocer esto equivale a arriesgarse a la blasfemia de inmunizarnos contra la posibilidad de ser inspirados por lo que encontremos allí.
Dados el peligro y la complejidad en la producción de una escritura como Tomás, llamarlo «sacro» exige que ampliemos la noción de lo sagrado más allá de las palabras impresas para incluir el continuo proceso de selección que formó parte de su creación. Y si vamos a consagrar ese proceso, no hay razón para suponer que la selección que implican la lectura, la interpretación y la transmisión del texto hoy en día tenga que ser una simple profanación del mismo. En el profanum buscábamos la sincronía con el texto mismo. En el recinto sagrado del fanum buscamos la sincronía con la voz que habla por él. Intentamos estar donde Jesús está y heredar una sabiduría aplicable a nuestra época y nuestras circunstancias.
Éstos son los dichos secretos que el Jesús vivo habló y que Dídimo Judas Tomás escribió.
Aquí tenemos la descripción original o «incipit» del texto, cuya identificación como conjunto de palabras secretas parece instruir al lector que lo que sigue pertenece al género de otras colecciones similares en circulación. Sin embargo, como veremos, el secretismo de los dichos en Tomás es de otro tipo. No es función ni de un gnosis esotérico reservado a gente iniciada en un círculo clandestino, ni de un sentido oculto, privilegio especial de una elite en posesión del código para descifrar los dichos. Al contrario, ya que la mayoría de los dichos eran ya ampliamente conocidos y muchos de ellos se hallarían después en otros evangelios, la razón de su secretismo ha de ser diferente. Al mismo tiempo, son las palabras que son llamadas secretas (apokrypha) y no su significación. Por lo tanto, debemos preguntarnos qué es lo que impide que estén abiertas y accesibles a todos. Hasta saber más al respecto, tendremos que resignarnos a la expectativa de que algo extraordinario está a punto de revelarse ante nosotros.
Se podría pensar que la atribución de los dichos a un Jesús vivo se refiere a las palabras pronunciadas por alguien resucitado de entre los muertos, o tal vez por un Jesús docético o «ilusorio» que supuestamente habita un dominio eterno y nunca ha nacido o muerto en la tierra. Por ahora, no podemos sino aplazar el juicio y esperar que se nos revele el significado de este misterioso título. A diferencia de los títulos conocidos que los evangelios canónicos reservaron para Jesús —Hijo del Hombre, Hijo de Dios, Salvador, Redentor, Cristo, Mesías—, éste es lo suficientemente poco convencional como para hacernos preguntar si la imagen de Jesús que encontraremos aquí será tan distinta que ninguno de los títulos anteriores habrían sido adecuados.
El nombre del escribiente de los dichos, Dídimo Judas Tomás, sólo intensifica el suspense. La persona histórica de Judas el Gemelo (Tomás en arameo, Dídimo en griego) es conocida como uno de los discípulos inmediatos de Jesús, y no es sorprendente ver su nombre asociado con un florilegio de dichos de su maestro. Pero el hecho de que fuera considerado el hermano —hermano gemelo, incluso— de su propio maestro espiritual sugiere que lo que vamos a leer nos dará un entendimiento de las palabras de Jesús bien disímil a lo que aquellos que conocieron a Jesús sólo como adulto no han dado a conocer.
1. Y él dijo: «Cualquiera que encuentre la interpretación de estos dichos no saboreará la muerte».
El hablante del primer dicho del Evangelio no está indicado, pero parece evidente que se trata de Tomás. Esto significa que el texto pretende hacernos pensar o bien que Tomás, el «escribiente», está escribiendo sobre sí mismo en tercera persona, o bien que alguien está contando la historia sobre la base de transcripciones hechas por Tomás. Si sustituimos el apodo del «autor», tenemos «Y el Gemelo de Jesús dijo», lo que nos abre aún una tercera posibilidad: el que nos cuenta los dichos no es ni siquiera una persona histórica sino un narrador creado por otro motivo que la producción de un registro preciso de cosas escuchadas. Esto tendría sentido si presumimos, como deberíamos en el caso de un texto cuyo contenido pasaba de boca en boca y fue sometido a varias recensiones, que la obra fue un producto de grupo. Entonces el motivo de la narración sería involucrar al lector en los dichos mismos y distraer su atención de cualquier significado objetivo que pudiesen tener en sí mismos.
En otras palabras, sin el compromiso del lector, el texto queda incompleto, nada más que las palabras de un Jesús muerto. En cuanto a Judas Tomás el escribiente, su papel sería el de una ficción legitimante que proporciona unidad al todo y le confiere autoridad como evangelio. Esto lo reafirma el hecho de que el nombre propio de Judas es omitido del título del Evangelio que aparece al final del texto: Evangelio de Tomás. Es más, de este punto en adelante la persona histórica de Judas Tomás desaparece del texto, siendo reemplazado simplemente por Tomás, «el gemelo». A quién —o qué— este gemelo representa, y qué relación tiene con el Jesús vivo son preguntas que habrá que dejar en el aire por ahora. Una vez entendida esa relación, no será difícil comprender el sentido en que él se refiere a Jesús y a Tomás.
Lo que el Gemelo tiene que decirnos es narrado desde el punto de vista de quien ya ha hallado la interpretación de las palabras, es decir, de alguien para quien el secreto ha salido a la luz. Si podemos estar allí donde el Gemelo está, sabremos lo que significa no saborear la muerte. No es Jesús en un primer lugar quien nos extiende esa promesa, como hubiéramos esperado, sino el Gemelo de Jesús, quien parece estar hablando desde un lugar en las profundidades detrás de las palabras que el toque de la muerte es incapaz de alcanzar. No se dice que vayamos a eludir el destino de morir que pertenece a todo ser humano, ni que de una manera u otra vayamos a resucitar al otro lado de la muerte. Simplemente se nos sugiere que lo que hay que saborear en estas palabras es diferente de otras cosas de la vida que nos satisfacen por un momento para dejarnos insatisfechos al siguiente.
En este primer dicho tenemos la piedra de toque de todo lo que sigue: la única garantía de que hemos entendido lo que el Gemelo ha entendido es que nos dejará en la boca el sabor de la muerte.
2. Jesús dijo: «Que aquel que busca continúe buscando hasta que encuentre. Cuando encuentre, se turbará. Cuando se turbe, se sorprenderá y regirá sobre todas las cosas».
Como hemos visto en el logion 1, el narrador documenta los dichos, pronunciados en el presente, en el tiempo pasado. «Jesús dice» nos habría invitado a un mundo más allá del tiempo para encontrar a un Jesús que nos dirige la palabra en un ahora eterno. No sería más que una estrategia literaria para separar una verdad sempiterna de la otra. Claro es que esto no es el fin del Evangelio. Las voces que escuchamos son voces de un tiempo pasado diciéndonos algo que hemos de entender en el presente. Quienes han dicho las palabras nos han dejado ya, han muerto, pero algo en sus palabras no ha muerto. Objetivamente hablando, es probable que Jesús dijese muy pocas de las cosas que le son atribuidas aquí, y no cabe duda que aquellos que seleccionaron, recopilaron y editaron los dichos eran conscientes de esto. El uso del tiempo pasado no tiene el fin de simular la documentación de hechos históricos. Lo que hace es otorgar una autoridad a los dichos: no la autoridad de la persona que habla sino la autoridad de uno que sabe de lo que está hablando por experiencia propia. Asimismo, compartiendo la misma experiencia, podemos estar donde el hablante estuvo y hacer nuestra su voz.
En otras palabras, nuestra tarea es buscar por nosotros mismos lo que el hablante ya ha encontrado pero que no puede comunicarse simplemente mediante palabras. Sin esa búsqueda, los dichos pertenecen a un pasado irrecuperable. Sin embargo, esta búsqueda es peculiar y diferente del sentido acostumbrado de perseguir algo hasta hallarlo. Por un lado, esperaríamos ser informados de qué es lo que hemos de perseguir concretamente, pero no lo somos. Como mucho, podemos suponer que tiene algo que ver con la interpretación de estos dichos. Por otro lado, el único indicio para saber que hemos encontrado lo que buscamos es que nos dejará más turbados de lo que estábamos antes de empezar. He aquí la sorpresa que nos espera y nos transformará de personas controladas por nuestra búsqueda en personas que reinarán sobre todas las cosas.
Si todo esto suena sumamente abstruso es porque la intención no es hacernos embarcar en una busca misteriosa sino cuestionar la preconcepción que llevamos al proceso de buscar y encontrar. Yo, un sujeto, salgo para encontrar alguna cosa, el objeto de mi busca. Estoy satisfecho cuando tengo el objeto en mano y frustrado cuando no. Poco importa que lo que busco sea algo material, una persona o un estado mental; el proceso es el mismo. En cierto sentido, saber con anterioridad lo que uno busca significa ya haberlo encontrado, al menos en parte. De no ser así, no podríamos reconocerlo cuando lo halláramos.
No es así en este Evangelio. Aquí el término de la busca no es el resultado de una conversión del buscador en hallador mientras el objeto de la busca permanece igual. El proceso termina al enterarnos de que cuando se trata de reinar sobre todas las cosas, el patrón de buscar-y-encontrar es una ilusión. En ningún momento se dice que encontraremos lo que estamos buscando. Al contrario, se insinúa que el hallazgo implica una transformación de la búsqueda, no el fin de la misma. Esto será confirmado más adelante, cuando tengamos una idea más clara de lo que este reino entraña. Una primera indicación aparece en el logion siguiente.
3. Jesús dijo: «Si aquellos que os guían os dicen: "Mirad, el reino está en el cielo", entonces los pájaros del cielo os precederán. Si os dicen: "Está en el mar', entonces los peces os precederán. El reino está dentro de vosotros y está fuera de vosotros. Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces seréis conocidos, y os daréis cuenta de que vosotros sois los hijos del padre viviente. Pero si no llegáis a conoceros a vosotros mismos, moráis en la pobreza y vosotros sois esa pobreza».
Por lo familiar que la frase «el reino está dentro de vosotros» suene, ya tiene un significado distinto en este Evangelio, y eso es porque vosotros significa nosotros que somos ya parte del texto. Las palabras no son dirigidas a un público genérico sino al lector inmediato, al que, como acabamos de oír, tiene que aprender nuevamente cómo buscar las cosas que más importancia tienen. El Evangelio no habla de un Reino de Dios o un Reino del Cielo que sugiera algún escaton futuro o al menos un más allá cuya llegada a la tierra no podamos sino esperar mientras nos preparamos para ella. No imagina, como imaginaríamos nosotros de la idea que tenemos de los reinos mundiales, una corte celestial dominada por un único monarca divino a la que pertenezcamos como sujetos. Se trata más bien de un reino en el que cada individuo es rey, en el que todos y cada uno de nosotros tenemos el poder de reinar sobre todas las cosas.
Al mismo tiempo, el logion no dice que el reino esté solamente dentro de la persona humana. Esto invitaría a un nuevo dualismo, entre un mundo exterior y un mundo interior, para reemplazar el dualismo que rechaza. Lejos de menospreciar el mundo en el que vivimos, habla de un reino que está tanto dentro de nosotros como fuera de nosotros —un reino cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna parte. La manera más fácil de perder de vista este reino es buscarlo como si estuviera lejos de este mundo, en las profundidades del mar o en lo alto de los cielos. Las palabras de Jesús pretenden desviar nuestra búsqueda de lo que queda por encima y a lo lejos hasta un punto en el que todo, mar y cielos incluidos, estén al alcance de la mano. Estar allí, en ese punto, es conocerse a sí mismo y ser conocido.
Todavía no queda claro qué tiene que ver el conocer que uno es conocido con el reino, pero dejemos el texto tal como está, sin presumir que ha habido un lapsus cálami por «conoceréis el reino». En vez de acusar al Evangelio de oscuridad de expresión y antes de pretender comprender sus insinuaciones, tenemos que aceptarlas como otra manera de implicar al lector más profundamente en el texto. Lo único que se nos dice aquí, en un lenguaje agudo y casi sarcástico, es que el contrario de un reino en el que el individuo reina sobre todas las cosas es el estado de cautiverio que aquellos que nos guían pretenden hacernos creer que es el reino verdadero; y que el colmo de tal cautiverio es no saber ni siquiera que uno está bajo su dominio. Esto es lo que el Evangelio llama la pobreza de no saber quién eres. No es sólo que uno habite en la pobreza de esta oscuridad de ignorancia; uno se vuelve esa pobreza. Sólo una conversión de la idea de quién pienso que soy puede llevarme a la riqueza de reinar sobre todas las cosas como hijos del padre viviente.
Si bien quisiéramos identificar este padre viviente con un Dios creador trascendente, el texto no lo exige. Ni nos dice qué es lo que hace a Jesús, y ahora también al padre, vivientes. Sólo declara que el enterarnos de quiénes somos nos dirá algo sobre nuestra paternidad verdadera y nos ayudará a comprender qué significa vernos nuevamente a nosotros mismos, y ser vistos, como hijos. El logion siguiente empieza desde ese punto.
4. Jesús dijo: «El anciano en días no dudará en preguntar a un niño pequeño de siete días sobre el lugar de la vida y vivirá. Porque muchos que son los primeros llegarán a ser los últimos y se convertirán en uno y el mismo».
Jesús y sus discípulos sabían que el primer contacto que un infante con los que guían tenía lugar el octavo día después de su nacimiento, cuando era presentado en el templo para el rito de circuncisión y para recibir el nombre por el cual sería conocido en la sociedad. Y es de sentido común que instruir a los jóvenes sobre las cosas que más importancia tienen en la vida es prerrogativa de los ancianos. Por lo tanto, no deja de resultar profundamente irónico que este logion nos dibuje una escena en la que un anciano consulta a un niño, que todavía no ha sido iniciado en los arcanos de la religión, sobre el lugar de la vida, y que, con eso, sea guiado a vivir de un modo en el que no había vivido hasta ahora. Así la primera cosa que se nos dice sobre este lugar de la vida es que no se encuentra en el espacio de las convenciones religiosas y del sentido común sino en un lugar más cercano al punto de origen del cual éstos nos han alejado, un lugar donde los que habitualmente consideramos ser los primeros a menudo acaban siendo los últimos.
Hasta aquí, bien. ¿Pero qué tiene un niño de siete días que enseñar a una persona anciana? Ni siquiera sabe hablar, mucho menos responder a preguntas sobre la vida. Lo que tiene que comunicar se hace sin palabras. ¿Quién de nosotros no se ha inclinado sobre un infante y admirado la lucidez de sus ojos cuando intentan absorber el entorno, o la incondicional sensualidad de su contacto con todas las personas y cosas que le rodean? ¿Quién no ha sentido en algún momento el deseo de regresar a ese punto donde la relación entre los sentidos y el mundo no era entorpecida por el hábito? Si la mente del infante representa una sensualidad pura y todavía no sometida —ni elevada— al mundo del lenguaje y las ideas, y si esto tiene algo que ver con buscar el reino, entonces uno de los signos de hallarlo ha de encontrarse en la restauración de los sentidos. Si hallar el lugar de la vida tiene algo que ver con el rejuvenecimiento, esto será lo más joven de corazón que uno puede aspirar a ser.
No hay necesidad de leer las palabras sobre la inversión del orden de quién viene primero y quién último como un simple reproche cínico contra las categorías acostumbradas por las que nos medimos el uno al otro. Abarca un sentido más positivo, que es captado en la idea de convertirse en uno y el mismo. Cuando decimos que un anciano que ha recuperado algo de la chispa de la vida ha alcanzado una «nueva unidad» en su persona, ello no significa que hasta entonces estuviese fragmentado, sino simplemente que una unidad cede el lugar a otra. Así también, cuando decimos que los primeros y los últimos se intercambiarán unos por otros, ello no quiere decir que sean simplemente uno y el mismo, sino sólo que hay un punto de vista desde el cual su distinción resulta irrelevante.
Para entender el significado de la frase con que este logion concluye tenemos que verla como comentario sobre los ejemplos anteriores. Es decir, hemos de dar un paso atrás y echar un vistazo a la conversión que requiere nuestro modo de pensar. Para entender la manera en que el conocimiento del lugar de la vida despide la distinción entre anciano e infante, primero y último, es preciso entender el sentido en que tales categorías son un obstculo a ese conocimiento. La mejor manera de exponer el hábito de pensar en esos términos es imaginar qué juicios resultarían si nos deshiciéramos de ello. Los dos ejemplos de este logion logran precisamente esto al invertir el orden usual de las cosas. Poniendo el acento en una conversión del hábito de pensar en dicotomías al hecho de volverse uno, la idea de reinar sobre todas las cosas es purificada de cualquier sentido que pudiera equipararla a una simple inversión de roles —el niño con el anciano, el último con el primero, el sujeto con el monarca—. Más bien ofrece la posibilidad de hallar un lugar de la vida donde esas distinciones cesen de regir.
Al mismo tiempo, el hecho de que los niños estén más cercanos a ese lugar, y el infante de siete días aún más así en virtud de su unidad incondicional con el mundo de su entorno que se desintegrará al contraer su identidad social, sugiere una relación especial entre la inmediatez de la experiencia del niño y el fin de reinar sobre todas las cosas. Sobre esta cuestión el Evangelio tendrá más que decir luego.
5. Jesús dijo: «Reconoced lo que tenéis a la vista y lo que está oculto de vosotros se os aclarará. Porque no hay nada oculto que no llegue a manifestarse».
La alusión a palabras secretas en el incipit se aclara aquí para disipar toda duda sobre ideas ocultas o arcanas que pudieran contener. Se nos dice, en un lenguaje poco ambiguo, que lo que se esconde es el resultado de nuestro fracaso al no ver lo que nos está saltando a la vista, y que esto vale por todo lo escondido. Leído conjuntamente con el logion previo, nos da a entender que el auto-conocimiento que posibilita el reino sobre todas las cosas no está más lejos de nosotros de lo que estamos de nosotros mismos. Todavía no hay indicación de cómo esta manifestación tendrá lugar ni cuál será nuestro papel en ella. En realidad, la impresión que tenemos hasta este punto es que la única tarea que nos toca es dejar de buscar las cosas que más importancia tienen en lugares equivocados. En ese sentido, no es solamente el reino el que se hará manifiesto sino los prejuicios en nuestro pensar que lo ocluyen de la vista. Poco a poco la naturaleza de la relación entre buscar y hallar se está enfocando: si no puedes ver lo que tienes a la vista, lo que buscas no va a poder encontrarte a ti.
Cuando el Evangelio recicla frases conocidas, como en la segunda parte de este logion, no es para reiterar su significado convencional. Las arrebata de su contexto y asociaciones originales y las reubica, exigiendo al lector que haga el trabajo de descubrir su significado. En este caso el nuevo significado incluye, además de lo ya indicado, una referencia al Evangelio en su conjunto. No es sólo que la oscuridad alrededor del reino será vencida cuando uno llegue a conocer la verdad de quién es, sino que el velo de secretismo que cubre estos dichos será llevado. No hay nada apócrifo que no se vuelva revelación.
6. Sus discípulos le preguntaron y le dijeron: «¿Quieres que ayunemos? ¿Cómo oraremos? ¿Debemos dar limosna? ¿Qué dieta observaremos?».
Jesús dijo: «No digáis mentiras y no hagáis...

Índice

  1. Prefacio
  2. Profanum. Indagar el texto
  3. Fanum. Dialogar con el texto
  4. Saeculum. Convivir con el texto
  5. Bibliografía
  6. Texto