Psicopatología del poder
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Psicopatología del poder

Un ensayo sobre la perversión y la corrupción

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Psicopatología del poder

Un ensayo sobre la perversión y la corrupción

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¿Cómo explicarnos que en la situación actual de sufrimiento personal, familiar y social tan amplios la población no se haya opuesto más radical y activamente? ¿Qué papel han jugado la psicología, la psiquiatría y los «medios de comunicación» en todo ello, cuando parecen haberse convertido a menudo en medios de persuasión y manipulación? En este libro, el autor reflexiona sobre la crisis y las perversiones y corrupciones estructurales de la sociedad actual desde una perspectiva no habitual, que tiene en cuenta los conocimientos y los puntos de vista psicológicos, psicosociales y antropológicos.

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Información

Año
2015
ISBN
9788425434358
1. La política de las emociones
en la tardomodernidad
Las emociones tienen muy mala prensa y, en especial, durante los últimos dos o tres siglos. Pero esa perspectiva negativa de la emocionalidad es mucho más antigua: en nuestra cultura comenzó al menos desde que Platón y el estoicismo propusieran como antitéticas la razón y las pasiones. En ese sentido, el ideal estoico sería una vida guiada por los principios de la razón y la virtud, dominada por la ataraxia. El bien y la virtud consistirían en vivir de acuerdo con la razón, evitando las pasiones, entendiendo que la pasión es lo contrario a la razón: algo que ocurre, que nos mueve, que no se puede controlar. Las reacciones emocionales, e incluso el dolor y el placer, pueden y deben dominarse a través del autocontrol ejercitado por la razón, la impasibilidad (apátheia) y la serenidad (ataraxia).
Además, al menos desde entonces, se desarrolló en nuestra cultura una doble disociación: la disociación entre mal y bien pasaba a radicarse en la disociación entre alma (entendida sin pasiones) y cuerpo (entendido como asiento de las pasiones). El bien proviene del alma y el mal, del cuerpo. El dominio de las pasiones, de las emociones, no entendidas como método de conocimiento (Nussbaum, 2007), ni, por supuesto, orígenes de la ética (Nussbaum, 2006; Solomon, 2007), pasó a ser requisito indispensable de la moralidad, algo en lo cual el cristianismo, a pesar de su invocación del amor, colaboró ampliamente durante siglos: ante la requisitoria ética de qué hacer con las pasiones, una moral occidental reinante durante milenios ha prescrito reiteradamente su control y dominio.
Más tarde, en los últimos tres siglos, el racionalismo, el empirismo y varias formas de materialismo y monismos mecanicistas colaboraron en convertirlas en las bestias negras de la humanidad, a las que había que alejar, controlar, exorcizar. Durante esos siglos se las contrapuso otra vez con «la razón», el pensamiento, lo intelectual, lo cognitivo, la ciencia, el progreso, el desarrollo humano… Como si «la razón», el pensamiento racional, pudiera crecer sin asentarse sobre la modulación de las emociones durante el desarrollo del ser humano en relación, durante un desarrollo que siempre es radicalmente interpersonal, intersubjetivo… y pasional. Hoy, sin embargo, la perspectiva monista del desarrollo de la mente y el cerebro (basada en las emociones, vividas en la relación y dando lugar al pensamiento, incluso el más abstracto) es ya un axioma básico en la psicología del desarrollo, la psicología experimental, el psicoanálisis relacional, la neurofisiología, la genómica… Empero, esta concepción aún no domina en la cultura y la política de masas, en muchas formas de psicoanálisis y psicología y, desde luego, no ha impregnado suficientemente disciplinas como la psiquiatría, la medicina y otras profesiones asistenciales.
Desde mi punto de vista, la respuesta insuficiente, la falta de contestación masiva ante las estafas generalizadas en las que han consistido tanto la crisis económica como las supuestas medidas contra ella puestas en marcha por los grupos políticos y económicos dominantes, tiene mucho que ver con las emociones de cada uno de nosotros y de los grupos sociales y políticos más representativos de cada sociedad y Estado.1 Solo incluyendo ese ámbito explicativo podremos entender la (relativa) ausencia de respuestas indignadas y airadas ante las pérdidas de posiciones y poder adquisitivo por parte de los asalariados y las clases medias de nuestras sociedades; o ante las políticas de «recortes» y privatizaciones corruptas de bienes públicos, es decir, ante nuevas estafas a los bienes sociales conseguidos con el esfuerzo político, social y económico de generaciones de ciudadanos. Es evidente que los grupos dirigentes en nuestras sociedades están administrando certeramente el miedo y otras emociones, según la doctrina del shock (Klein, 2007) y según los conocimientos adquiridos durante decenios en prestigiosas universidades, think tanks, fundaciones ideológicas privadas y demás medios de captación de conocimientos y expertos para la formación y la consolidación de grupos dominantes. Hace más de un siglo que vienen creándose (o apadrinándose) prestigiosos centros de conocimiento, universitarios y extrauniversitarios, con el claro propósito de usar su producción para la consolidación del Poder realmente existente. Por ejemplo, utilizando conocimientos y datos procedentes de la psicología social, la neurofisiología, la psicofarmacología… Para ello, desde luego, ya en un segundo momento, es indispensable la colaboración, no solo de los medios de comunicación, sino de determinados «servicios» y «agencias», más o menos secretas, grupos militares y de espionaje, contraespionaje y contrainsurgencia y, además, de las propias poblaciones.
Por ejemplo, el componente emocional de la percepción de la existencia de amplias variaciones interhumanas, unido certeramente con la desinformación, ha sido utilizado para crear políticas de anticomunismo, antiterrorismo, antiarabismo, racismo y demás antis disociadores (Varvin y Volkan, 2003; Klein, 2007; Tizón, 2011). Hasta el extremo de que, a menudo, el chovinismo y la proyección han llegado a servir en nuestras democracias como argamasa fundamental de una identidad profundamente agrietada por las deficiencias y la irracionalidad crecientes en nuestro sistema social. Con más de cien desahucios al día en varios países europeos; con millones y millones de parados (en algunos momentos de este siglo, con más de seis millones de parados oficiales en nuestro país,2 más de la cuarta parte de la gente en edad de trabajar); con cerca de dos millones de hogares españoles sin ningún ingreso conocido o reconocido; con los recortes arbitrarios de los derechos sociales y políticos adquiridos durante siglos por las clases trabajadoras y oprimidas; con el desmantelamiento acelerado de sistemas asistenciales públicos de larga tradición y cierta eficiencia demostrada, tales como la sanidad y la educación públicas, es decir, organizadas y financiadas solidariamente, ¿cómo es que con todos esos procesos en marcha la población no se haya rebelado contra el miedo ni levantado contra el sistema?
A nivel estructural, posiblemente es cierto que una causa de la aparente parálisis de la población ante las estafas de que es objeto tiene que ver con la esencia psicosocial del neoliberalismo, que ha progresado espectacularmente en la consecución de sujetos introdeterminados, liberados de la ortopedia externa del poder biopolítico amenazante de su supervivencia (Han, 2014). Sin embargo, tal introdeterminación, más que ir dirigida al placer y al amor (la solidaridad), ha acabado regida por la autoexigencia, la culpa, la extenuación, el consumismo… La libertad corre el riesgo de dejar de ser un placer relacional, interpersonal, para convertirse en un nuevo imperativo que se persigue desde la propia introdeterminación. Liberación no es lo mismo que liberalización, ni que neoliberalismo. El refinado manejo emocional que conlleva el pensamiento neoliberal, el Big Brother amable, en lugar de hacer a los individuos sumisos intenta hacerlos dependientes. Emocionalmente dependientes. De ahí la presión por conseguir y difundir «emociones positivas», repetida cotidianamente como otro mantra: el objetivo es seducir más que prohibir; lograr dependencias emocionales introdeterminadas más que forzar. El ciudadano del tardocapialistmo neocon3 (neoconservador y neoliberal), más que consumir cosas, consume «emociones líquidas», y así queda mucho más personalmente comprometido en el proceso de la propia dominación. Por eso el buen manager del neoliberalismo se parece cada vez más a un entrenador emocional, en lugar de asemejarse a un ejecutivo, un adoctrinador, un argumentador o un directivo al uso tradicional.
Para entender el abrumador avance y casi triunfo por goleada del pensamiento neoliberal es cierto que el primer elemento que hemos de tener en cuenta es la mencionada falta de democracia real de los medios de comunicación de masas en cualquiera de los países avanzados: su concentración en manos de los poderes económicos dominantes, unida a las capacidades de influencia y control que les proporcionan el uso científico de las emociones individuales y colectivas, le confieren un poder nunca antes soñado por esas élites y castas dominantes. Por eso, la lucha por hacerse con el control de esos poderes mediáticos es la primera escaramuza que se abre ante cada cambio en la política de los partidos y los grupos de poder económico tradicionales.
El segundo elemento que explica parcialmente esa baja capacidad de oposición a las estafas generalizadas a las cuales se está sometiendo a la mayoría de la población europea tiene que ver con la pérdida de la capacidad de movilización por parte de la izquierda política y la izquierda del sistema, que eran quienes se suponía que deberían responder activamente ante tamaños desafueros (Rancière, 2011; Bodei, 2014). Ciertamente: hoy es una descripción y una constatación. Pero esa realidad, a mi entender, posiblemente se asienta en problemas y escotomas muy anteriores: entre ellos, su torpe y persistente visión de las emociones y la política de las emociones, estrechamente racionalista y difícilmente diferenciable, en la práctica, de la política emocional de la derecha más conservadora… pero sin el uso oportunista que esta realiza de las emociones. Es decir, una política de las emociones esencialmente capitalista primitiva que no tiene en cuenta la capacidad de manejo emocional del neoliberalismo. ¿O conocen ustedes aportaciones suficientemente conocidas de la psicología de las emociones a las políticas de la izquierda o, en general, a la marcha de la sociedad y sus instituciones?
El desprecio por estos temas o, más allá, la ignorancia, casi estulticia, es tal, que normalmente, nuestros médicos hacen largos estudios de más de diez años de duración sin que nadie les haya enseñado o ayudado a pensar sobre las emociones básicas, su número, su tipo, su función… Sin embargo, la mayoría trabajará toda su vida en entrevistas interhumanas, como todos los profesionales de la asistencia y los servicios sociales y personales, es decir, en situaciones en las cuales, por definición, las emociones juegan un papel crucial. Lo harán, pues, sin casi conocimiento de la vida emocional e incluso despreciando su valor para la organización de la sociedad y la asistencia. Y no digamos nada de la ausencia de formación de todo el aparato de justicia, servicios sociales, servicios comunitarios y de «bienestar social» sobre estos temas. Las emociones siguen siendo algo molesto hasta ese extremo. Se margina así de nuestros conocimientos, por ejemplo, la profunda y primitiva radicación de la moral en el asco y la vergüenza, ya señalada por Freud (1905), lo cual nos desarma notablemente ante las perversiones de la moral (Mèlich, 2014) y, en el ámbito clínico y social, nos impide utilizar tales emociones como indicadores o elementos de conocimiento en la relación.
En sentido contrario, hoy podemos observar directamente desde nuestros sofás, sin tapujos, sistemas de control político y social cada vez más difundidos (y, al parecer, aceptados) en nuestras sociedades y cada vez más basados en una utilización manipuladora de esas emociones individuales y colectivas. Así, podemos observar cómo el miedo, el asco y la ira se infunden para favorecer la incorporación del desprecio, las deformaciones o el desconocimiento respecto a clases, grupos y personas oprimidas, sumergidas, emigradas, reprimidas, secundarias, «antisistema», nominadas o expulsadas de la casa, expropiadas, desahuciadas, ahogadas en los mares o en los desiertos que llevan hacia el norte exuberante de consumo desde un sur exuberante de hambre y pobreza… Observemos la fruición, el placer, probablemente un placer sadomasoquista disociado, con el cual grupos sociales oprimidos colaboran y atienden voyeuristamente a las nominaciones, las expulsiones, los juicios públicos previos, los escarnios de todo tipo… Observemos cómo los propietarios y detentadores del poder de los medios de comunicación controlan, organizan y difunden productos basados en un uso masivo, aunque zafio, de las emociones: tertulias vocingleras sobre temas nimios o sobre intimidades personales, reality shows impresentables, directamente voyeuristas-escopofílicos en sus formas y en sus delicuescentes objetivos, compra-venta de informaciones y personas cuya máxima aspiración es tener unos minutos de tele, informativos transmutados en diarios de sucesos y casos con el fin de difundir el miedo, el asco, la ira, los estereotipos emocionales más empobrecidos y empobrecedores…
Todo hace patente que los que deberían oponerse a esas zafias manipulaciones, la izquierda ideológica y política, o no las atienden, no valoran su importancia, o no saben por dónde entrarle al tema. Entre otras cosas porque hace decenios que quedaron perdidas en el conflicto entre logos y mitos, entre racionalidad y afectividad, tan consustancial en nuestro momento cultural, en el ser humano logomítico de nuestros días. O, porque más atrasadamente incluso, han quedado prendadas y prendidas del racionalismo. A pesar de que sabemos que tanto el discurso mítico, sin el correctivo de la conciencia crítica, como el discurso lógico, racionalista, sin la matización obligada por lo mítico y la afectividad, han arrastrado a la cultura occidental a los «totalitarismos de un solo discurso» (Duch, 2002), media...

Índice

  1. Cuberta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. La política de las emociones en la tardomodernidad
  7. 2. Provocando el shock:de-simbolización del miedo y de-sublimación de la agresión intraespecífica
  8. 3. «Burbuja» sanitaria y «burbuja» psicosocial
  9. 4. La relación intrusiva y la organización relacional perversa
  10. 5. ¿Banalidad del mal o venalidad del mal?
  11. 6. ¿Podemos hablar de un contexto psicosocial de perversión?
  12. 7. Eros, Ares, Poder, porno
  13. 8. La falta de conciencia de la globalización de la especie
  14. 9. El envejecimiento de los sistemas políticos y la democracia
  15. 10. Duelos no elaborados y negación-disociación de la memoria de la propia historia
  16. 11. El eterno retorno de la política: diez tesis sobre la coyuntura psicosocial actual
  17. 12. A modo de coda esperanzadora. Hay alternativas, pero ¿son posibles sin reparación o sin sufrimiento?
  18. Referencias bibliográficas
  19. Información adicional