Pasados recientes, violencias actuales
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Pasados recientes, violencias actuales

Antropología forense, cuerpos y memorias

  1. 267 páginas
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Pasados recientes, violencias actuales

Antropología forense, cuerpos y memorias

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Escenas de muerte se repiten en miles de fosas individuales y colectivas al exhumar cuerpos. En tanto, se rastrean otras muchas fosas o lugares casi inimaginables con los que se procuró ocultar las evidencias del horror producido por violencias muy diversas.Son escenas de los desaparecidos que hoy "vuelven por sus fueros". Sus imágenes y sus nombres se han implantado con los espacios públicos recobrando identidades, imponiendo su humanidad. La presencia de "lo forense" en las diferentes geografías políticas de América Latina y España ha posibilitado recobrar sus identidades. También otra presencia cobra fuerza, ante una violencia creciente y diversificada frente a un Estado debilitado como el mexicano. Se trata de la que se articula desde "lo ciudadano", donde familiares afectados y activistas solidarios son los que emprenden las búsquedas. En todo caso, el rastreo de los cuerpos desde el quehacer técnico de lo forense o el ciudadano, es lo que enaltece e identifica a las circunstancias actuales.Este libro ofrece un recorrido colectivo a la vez que pausado, con paradas que posibilitan acercamientos desde diferentes disciplinas a singulares experiencias nacionales. En su conjunto, estas páginas contienen diversos y sustantivos análisis sobre "paisajes forenses". Durante el recorrido pueden observarse aspectos de la búsqueda e identificación de cuerpos, su entrega a los familiares y las ceremonias, pasando por la intervención de la Corte IDH y las sentencias que derivan hasta revisar los problemas en la formación de los profesionales forenses y la repercusión de su trabajo en la propia subjetividad. La senda que se camina permite reafirmar que se está ante el amanecer de una nueva era, la de los desaparecidos que emergen de la tierra. En ella se interactúa procurando respeto a los cuerpos y tradiciones, mejorando el desempeño científico, ético y comprometido con los derechos humanos.

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Información

Año
2020
ISBN
9786078793051
Categoría
Antropología
Parte 1
La Antropología Forense en el campo: desafíos epistémicos, perspectivas culturales, dudas y desencantos

Los (des)bordes de la justicia: agencias y procesos forenses a partir de las fosas del presente (mexicano)

Anne Huffschmid

Entrando al escenario: cuerpos, espacios y paisajes forenses

El lugar parece locación de rodaje de alguna ficción postapocaliptica: un campo arenoso, al que se llega sólo por un camino de terracería y que se despliega en forma de gota. Está enmarcado por una loma cubierta de maleza y vegetación silvestre, alguno que otro árbol seco y unos buitres en él. El aire pesa, parece vibrar de un sol implacable y polvoriento, y todos advierten, este día de abril, que “el calor fuerte” no habría llegado aún. Cuando pueden, los hombres y mujeres que trabajan ahí se refugian bajo una carpa improvisada, armada con una lona de una famosa cervecera y otra de una publicidad electoral fuera de coyuntura. Una cinta amarilla se extiende por algunas de las orillas del terreno, delimita el campo transitable y lo indica, expresamente, como “escena del crimen”. Ya afinando la mirada, detrás de la cinta policiaca uno empieza a descubrir, poco a poco, los cuadrángulos marcados por cordón fino, apenas perceptibles: primero uno, luego varios, y finalmente el terreno entero aparece repleto de los cuadrángulos acordonados. Son las marcas que recuerdan la ubicación exacta de cada fosa que se ha excavado, recuperando a uno o varios cuerpos que fueron enterrados aquí, clandestinamente, a lo largo de los últimos años. Al momento de la visita,1 el Colectivo de Madres de Desaparecidos que hizo posible esta recuperación (y del cual hablaremos más adelante) ya llevaba en su bitácora a más de 250 cadáveres, casi todos envueltos en bolsas de plástico. Celia García, una de las integrantes del Colectivo, que va diariamente ahí, se percata de nuestro asombro: “Es increíble que esté pasando eso. Pero no es un cuento, es real” (véanse imágenes 1 y 2).
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Imagen 1. Megafosa clandestina cerca de Colinas de Santa Fe, Veracruz, abril de 2017. Fotografía de Anne Huffschmid.
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Imagen 2. Buscador con mapa de la megafosa de Colinas de Santa Fe, Veracruz, México, octubre de 2017. Fotografía de Anne Huffschmid.
Esta realidad se resume en un brevísimo recuento de los hechos: el predio en cuestión, abandonado y de propiedad privada, se sitúa a pocos kilómetros de un fraccionamiento urbano que dio nombre al sitio, Colinas de Santa Fe, y a apenas 20 minutos de la zona portuaria de Veracruz. Es posiblemente una de las mayores fosas clandestinas operadas por el crimen organizado en América Latina, probablemente el más grande de México.
Se llegó al predio gracias a un croquis casero que les fue entregado a las activistas de manera anónima, en mayo de 2016, en la ciudad de Veracruz. A partir de agosto del mismo año, las integrantes del grupo empezaron a buscar y encontrar aquí a los cuerpos, acompañadas por uniformadas de distintas unidades, y de diversas asignaturas, todos reunidos –en una insólita convivencia y división de trabajo– en la macabra misión de localizar y rescatar a los cuerpos masacrados e inhumados clandestinamente.
Fue a partir del caso “Ayotzinapa” –la desaparición forzada de 43 estudiantes rurales en septiembre de 2014–, que en México se inauguró una novedosa praxis forense que fue bautizada como búsqueda ciudadana. En estas brigadas los propios familiares de desaparecidos, madres en primer lugar, empezaron a buscar, localizar e inclusive levantar cuerpos, restos y fragmentos humanos en todo tipo de fosas clandestinas.
Me interesa indagar, en este capítulo, cómo se relaciona esta práctica con la experiencia forense comprometida con los derechos humanos, tal y como fue reconceptualizada a partir de los años ochenta por los equipos independientes de América Latina, y con los procesos de justicia. ¿Qué sentidos produce esta apropiación de saberes y prácticas forenses por los propios familiares?, ¿de qué manera podemos entender los nuevos sitios de exhumación como lugares de elaboración de memoria, no del pasado, sino de un presente de terror? Y si entendemos los procesos forenses más allá de la identificación y restitución, e incluso más allá de los procesos penales: ¿cómo pueden contribuir para comprender –y así enfrentar– mejor estas nuevas violencias?
Propongo leer el sitio específico de Veracruz (al que vamos a regresar más adelante) como un lugar emblemático para lo que yo llamo nuevos procesos y paisajes forenses en escenarios como México, caracterizados por violencias menos nítidas y más difusas que la violencia política del pasado reciente, pero no por ello menos sistemáticas y devastadoras. Concibo este tipo de lugares como un borde, con miras a una praxis forense comprometida con la restitución de derechos a vivos y muertos, y como desafío para pensar nuevas agencias forenses del siglo xxi.2
Fue la experiencia latinoamericana del último cuarto del siglo xx, y sobre todo la argentina a partir de mediados de los años ochenta, que nos enseñó a reconocer y valorar el ejercicio de lo forense en tanto “ciencia situada” en contextos de violencia política. Se perfiló como agencia crucial en las luchas por la restitución de derechos, por la dignidad humana, por la posibilidad del duelo y de justicia,3 así como un dispositivo para materializar y visibilizar a cuerpos y a patrones invisibilizados. Dentro de estos aprendizajes conceptuales me parece primordial pensar al muerto como persona y, por lo tanto, como sujeto –o al menos portador– de derecho, tal y como lo ha planteado Celeste Perosino (2012) en su elaboración en torno a una “ética del cuerpo muerto”: pensar y tratar el cuerpo muerto como si pudiera ejercer o defender sus derechos, los mismos derechos que lo habían constituido como ser humano y ciudadano en vida. Se trata entonces de restituir, en la reconstrucción forense, el “ser persona” ( personhood ) de un cuerpo muerto o un resto humano. Para ello se requiere reconocer su pertenencia al grupo social, enfatizada por Perosino (2012), ya que la persona será siempre un ser constituido por su entorno social. Es ahí donde radica su paradójica agencia: el poder actuar, sin conciencia o intenciones, sobre los vivos, en el sentido de movilizar sus núcleos familiares u otras secciones sociales.
En la actualidad del siglo xxi, y fuera de los enfrentamientos bélicos en curso, México figura como uno de los escenarios destacados de violencia y deshumanización extrema. La militarizada disputa entre operadores de las economías criminales, la brutalización de franjas enteras del territorio nacional, la inoperancia de un estado desbordado y las instituciones colapsadas, no sólo le costaron la vida a mucho más que 100 000 hombres y mujeres, sino también hicieron desaparecer alrededor de 40 000 personas, según registros oficiales.4 No es este el espacio para profundizar sobre la naturaleza de esta nueva violencia diversificada, donde el Estado –a diferencia de los regímenes terroristas de los setenta– ha dejado de ser el principal operador. Ello, sin dejar de estar entretejido con el actuar de las economías criminales de diferentes escalas, que recurren a estrategias de terror en su competencia por mercados, rutas, controles y territorios. Sólo destacaría aquí su carácter necropolítico, en el sentido planteado por Mbembe (2003) –de una soberanía ejercida por medio del gobernar y administrar los cuerpos (muertos) que ya no pasan necesariamente por instituciones del Estado nacional– y adaptado a las nuevas violencias excesivas y supuestamente “apolíticas” en América Latina (véase Fuentes Díaz, 2012). Más que hablar de exceso o descontrol me parece útil recurrir a la noción de “políticas de la crueldad” (Mbembe, 2003, p. 22) que se empeñan por manifestar su poder de apropiar y deshumanizar, privando a los seres-cuerpos apropiados/despojados de su condición humana y de su socialidad, y extrayéndoles algún valor. Pienso que lo que Mbembe postulaba para el esclavo de las plantaciones coloniales, de ser mantenido como “muerto en vida” (Mbembe, 2003, p. 21), podría transferirse a las necroeconomías del presente: disponer de las personas y los cuerpos disponibles, sea vivos o masacrados, expuestos o desaparecidos, en todo caso convertidos en no-personas. Este nuevo “materialismo del cuerpo” (Gigena, 2012, p. 29), en cuyo centro está la vulnerabilidad del ser y cuerpo humano (Fuentes Díaz, 2012, p. 50), no se concibe sin su función pedagógica y disciplinadora: se desaparece al o lo humano para enseñar el terror.
Claramente, las circunstancias para lo forense comprometido y situado han cambiado en diversos niveles. Los perfiles, tanto de desaparecidos como de desaparecedores, ya no son tan identificables en términos políticos, como opositor o enemigo, por un lado, o como empleado colaborador de un régimen dictatorial, por el otro. Asimismo, ya no hay un abismo de décadas que separa el acto desaparecedor (el entierro clandestino de un cuerpo) del esfuerzo por reaparecer a estos cuerpos. En vez de ello, enfrentamos una aterradora simultaneidad: mientras que en un lugar se desentierra a los cuerpos desaparecidos, en otro lado siguen desapareciendo y enterrando a las personas masacradas. Finalmente, ante una institucionalidad a todas luces inoperante y desacreditada, los familiares afectados emprenden prácticas cuasi-forenses que les permiten salir de la parálisis. Estas nuevas modalidades de búsqueda implican –para el gremio forense en general, pero sobre todo para los equipos independientes– una serie de retos y dilemas: entre ellos la pregunta de cómo relacionar la urgencia de los familiares buscadores con las necesidades de un encuadre legal, como vía hacia un procesamiento jurídico y penal del crimen y el quiebre con la tan instalada impunidad.
Para poder abarcar estas dimensiones, propongo extender la comprensión del proceso forense más allá de lo que se suele asociar a él: búsqueda, exhumación, identificación y peritajes. Quisiera enfocar el ejercicio forense como producción de saberes que nos ayuda para descifrar el entramado de las violencias actuales, y también como aportación a una elaboración de una memoria presente, de enfrentar el trauma, la parálisis social y normalización del terror. Creo que las fosas emergentes en territorio mexicano pueden ser consideradas sitios de memoria, en la medida que son espacializaciones de la violencia, que se debaten entre el olvido (inaugurado por el entierro clandestino, pero también por la negación y la indiferencia) y un trabajo forense de memoria que aspira a “poner de relieve” lo enterrado, en sentido literal y figurado.
De acuerdo con Arturo Aguirre (2016) el necropoder despliega un doble efecto espacial: por un lado, genera un desarraigo, o una desterritorialización, arrancando a las personas de su anclaje en el tiempo (su historia) y su espacio (el entorno de vida), produciendo una suerte de no-espacio (Aguirre, 2016, p. 61). Por el otro, y más allá de este efecto “aterrador” para los individuos, a nivel social la vulneración extrema genera lo que Aguirre denomina como “nuestro espacio doliente” o también “una intemperie compartida” (p. 68): La vulnerabilidad como un saber social compartido, que produce una “comunidad interrumpida” (p. 75), y donde el espacio de lo común, la convivencia, se ve vulnerada: se instituyen cotidianidades de excepción. El paradigma crucial de este “espacio doliente” es la fosa común,5 donde las personas y su singularidad son disueltos y se genera una masa difusa. La fosa, en este sentido, equivale a la suspensión de toda referencialidad individual y por lo tanto humana: se genera una colectividad atroz, desintegrada y “desarticulada” (Aguirre, 2016, p. 87), el “crimen ontológico”, según el concepto de Adriana Cavarero referido por Aguirre (cit. en p. 81) de extinguir la condición humana de una vida. Me interesa justamente pensar la antropología forense como práctica reconstructora, no sólo de un individuo sino de esta humanidad extinguida, y también como reterritorialización de lo aterrado.

Lo forense ante las violencias del Estado (latinoamericano) del siglo XX

La antropología forense es una disciplina joven que apenas se perfiló y consolidó como tal en los años setenta en Estados Unidos, con la fundación de la sección de antropología física en la American Academy of Forensic Sciences (aafs) en 1972 y luego el establecimiento del American Board of Forensic Anthropology en 1977. Casi al mismo tiempo se empezó a cristalizar la figura de una ciencia comprometida, el acercamiento explícito de la academia a las causas sociales de la época, mediante la creación del Science and Human Rights Program por parte de la American Association for the Advancement of Science (aaas).6
Fue hasta su “bajada” al Sur del continente –a partir de la primera incursión del ya legendario Clyde Snow en la Argentina posdictadura en 1984, justamente como delegado de la aaas– cuando esta nueva disciplina se transformó en dispositivo para enfrentar crímenes de Estado, eso es, las campañas de represión y contrainsurgencia organizadas por los regímenes dictatoriales de la región. Con miras a esta delincuencia sistemática, que incluía la detención irregular y la posterior “desaparición” de las personas, el desafío ya no consistía en determinar la identidad del perpetrador (se sabía que habían sido crímenes organizados desde las entrañas de un “Estado criminal”, Somigliana [2012a, p. 28]), sino la de sus víctimas, desaparecidos o masacrados. En este giro, impulsado por el experimentado forense estadunidense, se cristalizó una reconceptualización profunda del ejercicio de lo forense: de corte interdisciplinario, integrando búsqueda y análisis, combinando disciplinas como la arqueología, biología, antropología física y social y, acaso la renovación más esencial, revalorando a víctimas y familias como primeros interlocutores del trabajo forense. Con este espíritu se formó como organismo independiente el Equipo Argentino de Antropología Forense (eaaf) para inaugurar una suerte de “escuela latinoamericana” de una antropología forense en defensa de los derechos humanos. En los años siguientes, esta impulsó la formación de nuevos equipos forenses independientes en los países vecinos, en diversos escenarios posdictadura de Sudamérica o posconflicto armado, como los países centroamericanos, Guatemala en primer lugar.7
Cabe destacar que, en este nuevo dispositivo, tanto en su eficacia operativa como su percepción social, la genética desempeñó un papel crucial. Ya a partir de finales de los años noventa se había logrado aislar el adn de materiales óseos, y pocos años más tarde se empezó a utilizar en el proceso de identificación, aún de manera más bien puntual. La mera posibilidad de reconstruir un perfil genético, sin disponer de amplias bases de perfiles para contrastar, aún no implicaba un gran avance a nivel cuantitativo. Un giro decisivo se dio con la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas, inau...

Índice

  1. Portadilla
  2. Legal
  3. Índice
  4. Agradecimientos
  5. Prefacio. Desenterrar cuerpos, hacer preguntas*
  6. Caleidoscopio de lo forense Modos de pensar y actuar en la diversidad
  7. Parte 1. La Antropología Forense en el campo: desafíos epistémicos, perspectivas culturales, dudas y desencantos
  8. Los (des)bordes de la justicia: agencias y procesos forenses a partir de las fosas del presente (mexicano)
  9. ¿Dignificar a los muertos o legalizar la muerte? ambigüedades de las exhumaciones en el perú
  10. ¿Silenciar o despertar a la muerte? exhumaciones en los cementerios de Colombia*
  11. Parte 2. La Antropología Forense, la responsabilidad del Estado y la ética profesional: cuerpos ausentes, controversias institucionales y caminos hacia la verdad
  12. Uruguay, alejar el pasado de la muerte: la ausencia de los cuerpos
  13. La antropología forense en México y su difícil camino por contribuir a la verdad*
  14. La ética ante la ausencia: trayectorias profesionales e intersubjetividad en la antropología forense en casos de desaparición forzada en el conflicto armado colombiano*
  15. Parte 3. Los Derechos y la praxis forense:agencias sociales y jurídicas
  16. ¿Cómo se “hace” una víctima?: Regímenes de verdad en la Querella Argentina contra los crímenes del franquismo
  17. La Antropología Forense ante la Corte IDH: controversias y estudios de casos
  18. Índice onomástico
  19. Sobre los autores
  20. Colofón
  21. Contraportada