Con ellos aprendí a caminar
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Con ellos aprendí a caminar

  1. 166 páginas
  2. Spanish
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Con ellos aprendí a caminar

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Índice
Citas

Información del libro

El doctor Ramón Sierra, con una finalidad divulgativa, quiere exponer sus vivencias, hechos a veces profundos que muestran su evolución entre pacientes con dolor. Son historias que serán útiles a otras personas, que podrán ayudar a las familias a encontrar el camino como el autor fue encontrando el suyo.El libro llega avalado por la Asociación Andaluza del Dolor y Asistencia Continuada y por el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Córdoba. Es toda una confesión, con capítulos duros tal y como sucedieron. Así lo vivió y así lo cuenta.

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Información

Editorial
Exlibric
Año
2018
ISBN
9788417334208

¿CREE UD. QUE UN MEDIESITO ME SENTARÍA BIEN?

(Catavinos cordobés).
El vocablo mediesito no es fácil de conocer, ni tan siquiera de identificar fuera de nuestra tierra, Córdoba, por lo que considero adecuado explicar este término.
Si buscamos en cualquier diccionario, es posible que nos diga que se trata de una moneda de plata o bien de una moneda de veinticinco céntimos que circuló por Venezuela en torno al año 1954. Incluso podrían explicar que un medio es la mitad de algo en términos matemáticos. Para los cordobeses es otro concepto. Debería decirse mediecito, pero en la campiña, donde la “c” se pronuncia “s” sibilante, se transforma en mediesito. Ahora, es necesario explicar por qué lo de mediesito. Es una apelación cariñosa y forma de utilizar del diminutivo, aunque es necesario decir, que en este caso el medio es el doble de algo. Parece un galimatías ¿verdad? Pero no es así.
En Córdoba el mediesito es una medida de capacidad de aproximadamente 125 milílitros, contiene habitualmente vino de la tierra y se sirve en vaso de cristal, pero como la modernidad nos ha pervertido, ahora se sirve en copa y con una capacidad a “ojo de buen cubero”. En cualquier rincón de nuestra piel de toro, las tertulias entre amigos siempre se han mantenido en bares, antiguas tabernas, o lugares similares, ante una copita de vino. En nuestra provincia, según el número de participantes en la tertulia, se solicitaba una jarra de vino de un litro fresco, alegre y con las características terapéuticas suficientes como para elevar el espíritu del que lo bebe en esta tierra de carácter alegre, zumbón y senequista, donde las palabras son como suenan y no como se escriben. Pues bien, este litro tiene dos medios litros lo cual parece una obviedad y cada uno de ellos tiene dos cuartos. Cada cuarto tiene dos medios y cada medio dos copas. Ya queda claro qué es un mediecito, algo así como una belleza que otros llaman medio a secas, sin tener sentimiento de culpa y necesidad de acudir al confesionario. Así es, y este es el por qué nosotros lo denominamos de manera cariñosa un mediecito o mediesito, según la zona de la provincia. Como se puede intuir escribo en términos de chanza, que es la manera de decir en broma cosas serias. Es algo así como emitir una sonrisa al mismo tiempo que se derrama una lágrima. Mi compadre, personaje excepcional por lo buena gente que era —ahora no me pararé a explicar también lo que significa buena gente— y el salero que tenía —murió de cáncer— cuando nos reuníamos a charlar y a intentar arreglar el mundo, yo le solía decir:
—¿Compadre quiere Ud. una copita? — y él me respondía.
—¡A tomarme un mediecito venía!
Los compadres, como manda la tradición, se hablan de Ud. por consideración y respeto y también, por tradición. Espero que ahora haya terminado de explicar el significado “ad integrum” de una pequeña parte de nuestro peculiar vocabulario.
Pues bien, en homenaje a Rafael, solo puedo escribir este capítulo en términos jocosos, ya que su carácter abierto, simpático y divertido no me permitiría hacerlo de otra forma. Era lo que en términos de amistad podría denominarse “un tío salao” y no se escribe así, que podría interpretarse como falta de ortografía, sino por lo dicho con anterioridad, como homenaje. ¡Va por ti Rafael!
Antes de conocer a Rafael conocí a su esposa. Estaba en la consulta cuando una enfermera se acercó para decirme que una señora quería verme antes de visitar a su marido. Ambos, junto a un hijo, esperaban ser recibidos, pero deseaba decirme algo muy importante de forma privada. Acostumbrado a estas solicitudes, no dudé ni un momento en decir que podían pasar y hablaríamos. Sabía cuál iba a ser la pregunta y la petición de la señora.
—Dile que pase.
Una vez hubo pasado la señora, se sentó en la silla que tenía frente a mi mesa de despacho y sin dar demasiadas opciones, se conoce que por el nerviosismo que la atenazaba, rompió a expresar su deseo.
—Verá Dr., mi marido tiene una cosa muy mala según nos ha explicado el médico que lo ha intervenido, ¡ya sabe Ud.!, muy mala, y el pobre se va a morir según nos han dicho, así que no queremos que le diga lo que le pasa; pero lo más importante, es que le gusta beber, no mucho, ¿sabe Ud.? pero sí bebe con frecuencia y como es fácil que le pregunte si puede tomar alguna copita, queríamos decirle que Ud. le diga que no puede beber.
—Me parece bien, pero debe saber que no puedo comprometer mi actuación sin hablar antes con el enfermo y tomar libremente una decisión. Puedo garantizarle que haré lo posible por atender su petición, pero no le puedo asegurar que la siga. Si está de acuerdo no hay más que decir, de no ser así, debería pensar la posibilidad de que su marido sea visitado por otro compañero.
—No, deseamos que sea Ud. quien lo vea, pero le pedimos que tenga en cuenta nuestra opinión, porque lo hacemos solo por su bien.
—De acuerdo, vayan a por su marido y pasen.
Cinco minutos después pasaba a la consulta Rafael junto a su esposa e hijo y comenzaron una serie de preguntas junto al estudio de su historia clínica que portaba bajo el brazo. La cara era simpática y en todo momento expresaba alegría —nadie podría sospechar que aquel paciente tenía una enfermedad tan avanzada, y que su dolor fuese tan considerable. De vez en cuando soltaba una anécdota o chirigota que convertía la consulta en algo agradable, muy al margen del drama que presenciaba.
—Verá, yo no sé lo que tengo, pero lo que sí sé es que hay en la espalda un roe-roe que no me deja vivir. Se lo digo a mi mujer y ella me dice que soy un quejita y que esto no es , pero el roe-roe sigue ahí. Vera Ud., es como si tuviera un perro mordiéndome en la espalda y digo yo que será por algo.
—Es natural, —le comenté yo con un poco de sorna, para quitar dramatismo y poniendo en práctica comentarios de mi buen amigo y maestro Antonio Espejo— es que clases de dolor hay dos: el de los demás que siempre es exagerado y el propio que suele ser insoportable.
—Ud. es de los míos, de los que entendemos las cosas. Y es que yo se lo digo. Chiquilla, que este dolor no es normal. Por cierto. ¿Ud. cree que este dolor puede ser por tomar un mediesito de vez en cuando?
—En principio no me lo parece, pero cuando sepamos alguna cosita más de su enfermedad, podríamos apuntar más fino.
—¡Tú ves! —dijo dirigiéndose a su esposa— y después a mí. Mi mujer se ha empeñado en que estos dolores son por el mediesito que tomo al mediodía. ¡Total, !
—Uno —comenta la esposa—, dos y algunas veces tres, y por la noche otros dos.
—Dr. ¿con los tratamientos que me tendrá que poner cree que podría tomar un mediesito, aunque solo fuera por el mediodía? ¡Me da la vida!
—Un mediesito no creo que le siente mal y si además le da vida, dado que mi intención no es matarlo sino ayudarle, podríamos contemplar esa circunstancia y una vez hayamos terminado, ver si es posible. ¿Le parece?
—Dr., va Ud. a hacer que piense que es como mi padre.
—Bueno, no es para tanto. ¿Podemos continuar?
La esposa y el hijo me lanzaron una mirada algo aviesa, de pocos amigos, pues al parecer había descompuesto su estrategia, pero estaban avisados y lo único que hice fue establecer el orden de prioridades que siempre me he marcado. El enfermo es un todo que va mucho más allá de su propia enfermedad, aunque esta afecta también a su familia; por tanto, al ser el elemento principal de todo este círculo y la familia ocupe un segundo lugar, el enfermo siempre debe centrar toda nuestra atención. Continué con la exploración y cuando reuní todos los datos para poder establecer no solo el diagnóstico, sino también un pronóstico, me dirigí a todos ellos en conjunto para comentar.
—Bien. Parece que está claro lo que tiene y que puedo ayudarle para calmar esos dolorcillos.
—¿Dolorcillos…? Me dijo y dejó la palabra en el aire.
—Bueno, algo más que dolorcillos, pero de entrada tampoco voy a asustarlo, porque entonces me temo que no vuelve más y los directores me cierran el chiringuito —le comenté en tono guasón para tratar de quitar hierro a esta primera consulta—. Verá, existen varios medios para ayudarle con este dolor. Se pueden hacer unas infiltraciones en la espalda e introducir anestésicos que le quitarán el dolor.
—¿Qué riesgo tiene eso? —volvió a interrogar.
—Es una intervención quirúrgica y como tal, está sometida a ciertos riesgos. No son muy altos y además puedo garantizarle que tengo bastante experiencia en este tipo de intervenciones, por lo que sería un riesgo bastante asumible; como respuesta es casi seguro que el dolor desaparecería en su totalidad.
—A mí me da mucho miedo el quirófano y si hay otra cosa lo preferiría. ¿Es posible otro tratamiento que tenga el mismo resultado sin entrar en quirófano?
—Verá, Rafael. Por supuesto que existen otros tratamientos, pero como son de tipo farmacológico, es posible que le produzcan efectos secundarios que pueden ser desagradables, como estreñimiento y otros por el estilo.
—Aun así lo prefiero. De ninguna manera quiero entrar en el quirófano, porque de solo pensar, me puede dar un yuyu. Verá, yo no soy supersticioso pero es que me da un yuyu. De verdad que me da un yuyu. ¡Qué no quiero quirófano!
—De acuerdo. Podríamos recurrir a pequeñas dosis de morfina. Poca cosa y además aquí sería interesante retomar la conversación anterior sobre el mediesito.
—¿Qué no puedo tomarlo? No se preocupe que yo haré lo que Ud. diga.
—Todo lo contrario. Si ponemos una dosis muy bajita de morfina, para que los efectos secundarios sean menores, podríamos potenciar el efecto de la morfina con un mediesito al mediodía y otro por la noche.
—¿No me engaña?
Ahora miró con aire triunfante a su esposa e hijo y de pronto lanzó un grito. ¡Oooolé! Se puso de pie y rodeando la mesa vino a darme un abrazo. Solo pude sonreír, porque contempla...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Copyrigh
  4. PRÓLOGO
  5. INTRODUCCIÓN
  6. DOS PESETAS PARA EL TRANVÍA
  7. UN MANTECADO EN MAYO
  8. UN TIRO CON MALA PATA
  9. NO LE DIGA LO QUE TENGO
  10. ¿CREE UD. QUE PODRÍAMOS TUTEARNOS?
  11. CHANTAJE
  12. ¿CREE UD. QUE UN MEDIESITO ME SENTARÍA BIEN?
  13. UN OBSEQUIO MUY DULCE
  14. ENTRE EL DOLOR Y EL DESALIENTO
  15. ¡QUE NO ME QUIERO MORIR!
  16. ¿QUÉ PASARÁ CON MIS HIJOS?
  17. CIERRA LA PUERTA QUE ME QUIERO CONFESAR
  18. ERES MI AMIGO Y ME TIENES QUE AYUDAR
  19. QUIERO DOS ANESTESISTAS
  20. ¿QUÉ HAGO CON MI ENFERMO?
  21. LO QUE NO PUÉ SÉ, NO PUÉ SÉ Y ADEMÁS ES IMPOSIBLE
  22. EPÍLOGO
  23. Índice