Juventud y cine
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Juventud y cine

De los jóvenes rebeldes a los jóvenes virtuales

  1. 352 páginas
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Juventud y cine

De los jóvenes rebeldes a los jóvenes virtuales

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Información del libro

En los últimos sesenta años, los cambios en las actitudes de los jóvenes han sido muy marcados. En todos los casos, siempre es el hecho de "ser joven" el hilo conductor que singulariza esos cambios.Este libro se propone reconstruir este fenómeno complejo a través del análisis de diversas películas, algunas de ellas emblemáticas: Rebel Without a Cause (Rebelde sin causa) para la irrupción juvenil en los años cincuenta; Easy Rider (Busco mi destino) para dar cuenta de la rebeldía contracultural de los sesenta; A Clockwork Orange (La naranja mecánica) como propuesta distópica que sepulta esta rebeldía en los setenta; My Own Private Idaho (Mi mundo privado) para la representación de la apatía juvenil de los ochenta; Trainspotting para el cinismo de los noventa y finalmente Matrix para referirnos a la opacidad y la incertidumbre virtual del nuevo milenio.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2019
ISBN
9788416737673
1. Un nuevo marco categorial
sobre la juventud
Las interpretaciones clásicas sobre el fenómeno juvenil se pueden agrupar en tres grandes bloques, en función de qué variable de estructuración sistémica (sociedad, cultura o personalidad) se haya utilizado en su elaboración. Así tendremos: la juventud como «problema social» y etapa de moratoria socioeconómica, la juventud como «campo de disputa generacional» en la lucha por la hegemonía cultural, y la juventud como «sujeto de normalización» y etapa de búsqueda de una identidad personal.
Estos tres grandes marcos teóricos son útiles y necesarios en la medida que, con mayor o menor rigurosidad, describen el fenómeno juvenil. Estos enfoques, parcialmente aplicados a contextos sociales y momentos históricos acotados, ofrecen descripciones más o menos representativas (cuantitativamente) y penetrantes (en términos cualitativos) de la juventud. Sin embargo, dichos enfoques no permiten comprender la cuestión juvenil (su sustrato de conflictividad) en toda su amplitud y profundidad.6
Si como sostuvieron Adorno y Horkheimer, la fecundidad de una teoría sociológica se evalúa por la capacidad que tiene para asimilar las relaciones entre individuo y sociedad,7 una nueva teoría de la juventud no escapará a ese desafío.
Nosotros vamos a definir la juventud como una formación intersubjetiva en la cual se extrema la tensión del conflicto inherente al doble proceso de socialización e individuación. Asumimos que la sociedad y el individuo se constituyen de forma recíproca sobre el trasfondo de una historia que se materializa como sistema en la época moderna.
El proceso de individuación cuenta con una base biológica (o somática). De todos modos, al referirnos al conflicto del individuo, asumiremos que éste no es anterior a las relaciones sociales, desde las cuales se socializa su personalidad. También acordamos que esas relaciones sociales, entre las que se preconfigura la individualidad, surgen en un proceso históricamente determinado.
En síntesis, las categorías que utilizaremos a lo largo de este trabajo para intentar comprender la variabilidad actitudinal del fenómeno juvenil, junto a su dinámica conflictiva, intentan captar y concretar esta articulación de individuo y sociedad en su realidad esencial y en su movimiento aparente. Por su orden, estas categorías son las siguientes: potencial creativo, sistema internalizado, bloqueo externo, mecanismos de proyección y adaptación, y aparatos de adaptación.
1.1. El potencial creativo
Respecto del potencial creativo, en principio diremos que todos y cada uno de los individuos poseen la potencialidad de crear. Así reconocemos, explícitamente, una cualidad humana universal. Esto aleja toda perspectiva de identificar la creatividad con la genialidad o la mera originalidad. Nuestra perspectiva sobre la creatividad habrá de des-sublimar el virtuosismo del «genio», llevándolo al plano terrenal y fáctico de la existencia cotidiana: allí, lo quimérico de la creatividad se conjuga día a día en la autenticidad radical del «querer ser uno mismo», con plenitud, y en la continuidad de toda una biografía. A su vez, cuando otorgamos a la creatividad humana un carácter potencial, estamos planteando su posibilidad y no una realización plenamente garantizada.
Existe una dificultad cierta en lo que refiere a la visualización del potencial creativo, a las posibilidades de su captación empírica. Debido al carácter inconsciente del conflicto profundo, las fuerzas básicas que lo configuran permanecen ocultas detrás de comportamientos, acciones, discursos, expresiones simbólicas y relaciones intersubjetivas. Es entonces cuando su aprehensión más se dificulta. El potencial creativo del individuo se encuentra bloqueado y ejerce su fuerza a un nivel profundo de la vida psíquica. Su reconocimiento no puede ser inmediato ni empíricamente contrastable y, en lo que respecta a la subjetividad interior, a su aprehensión por parte del propio individuo, resulta ser engañosa.
Sin olvidar que la creatividad es una cualidad potencial, distintiva de la actividad humana, diremos ahora que toda actividad creativa se sustentará en el propio cuerpo del individuo, en su específica capacidad somática de abrirse, interior y exteriormente, hacia el medio ambiente natural y social, dando impulso a un conjunto dinámico de capacidades subjetivas: sensibilidad, inteligencia, imaginación, expresividad y voluntad son las dimensiones en que habitualmente se reconocen esas capacidades. En términos estrictamente psíquicos, esta conformación biológica del organismo humano sería la base material del potencial creativo.8
Entonces, la actividad asumiría su forma creativa en múltiples dimensiones. De manera simultánea y holística, el individuo participaría en la transformación del ambiente físico-natural y de las relaciones sociales en que sus competencias se movilizan (intersubjetividad cotidiana, cultura y sociedad). Consecuentemente, también habría de transformar sus competencias subjetivas (sensibles, cognitivas, motivacionales). De esta manera, la actividad creativa fundamenta un desarrollo pleno de la subjetividad, el cual se presenta como un proyecto abierto que pretende tener validez para autorrealizarse. Vale decir, la intención del sujeto puede ser argumentada, comprendida y criticada en la cogestión de un nuevo contexto de relaciones sociales: su sentido es determinado por el individuo en un redireccionamiento social del conjunto de sus competencias subjetivas. Así, en la actividad creativa del sujeto tenemos presente un movimiento continuo entre individuo y sociedad: la intención subjetiva del individuo se valida a través de una acción que modifica la realidad objetiva, a la vez que se integra en un proceso de interacción social.
1.1.1. De modelo de acción a potencial intrapsíquico
Esa capacidad universal de la actividad humana, la creatividad, al no poder realizarse en una instancia histórica particular, queda reducida a una potencialidad intrapsíquica. La apertura, el despliegue y el desarrollo de esta forma de actividad quedan históricamente mediatizados desde el momento en que los seres humanos vivimos de un modo limitado nuestras relaciones con la naturaleza, con la sociedad y con nuestra propia individualidad. No podemos aprehender y desplegar nuestra capacidad creativa y, prácticamente, ni siquiera somos conscientes de la misma. Cuando pretendemos estar desarrollándonos (en referencia al medio social o natural inmediato), no lo hacemos sobre la base de esa capacidad superadora de la mera autoconservación; por eso, tarde o temprano terminamos por percatarnos del carácter ilusorio de nuestro pretendido desarrollo. En estos casos, las angustias más desgarradoras (o el nerviosismo con que solemos reírnos de nosotros mismos) se hacen cargo de la desilusión.
Siendo esto así, el uso del término «potencial» en nuestra categoría básica adquiere su plena justificación, pues hace referencia a lo efectivamente bloqueado en el conflicto actual del individuo. El concepto de potencial creativo asume lo potencial como una fuerza real, como una fuerza preformativa del carácter humano. No se complace con el mero posibilismo de la creatividad, sino que la asume en su fuerza determinante del conflicto individual y, a través de éste, la descubre en las formas de una conflictividad que se expresa socialmente. Este potencial creativo, que por sus bases y por lo que abarca resulta diferente para cada persona, sólo se realizaría en un determinado marco de relaciones sociales: un marco social que tendría como finalidad fundamental el desarrollo universal de esa potencialidad individual del ser humano. Así, queda establecido un vínculo entre el potencial creativo y el contexto social en que el individuo actúa conflictivamente. No se trata sólo de un vínculo negativo, de una limitación para su desarrollo. Existe también otro tipo de influencia.
Una investigación antropológica de largo aliento podría dar cuenta de un «crecimiento absoluto del potencial creativo» del ser humano, relacionando con ese crecimiento ciertas modificaciones evolutivas e incluso fisiológicas de la especie.
En esta dirección, el ser humano, en su carácter genérico, aparece dotado de una «fuerza especial» (una fuerza propia de la especie) que lo habilita a actuar de un modo particular, un modo en el que nunca ha actuado ser alguno. O sea, el ser humano puede relacionarse con el mundo (percibir, representar, operar) como ningún otro ser se ha relacionado. A esa «fuerza especial», que engloba el conjunto de las capacidades vitales de la especie, la distinguimos como una potencialidad creativa que evoluciona absolutamente en términos antropológicos.
De todas formas, sin necesidad de remontarnos tan atrás en el tiempo, es posible considerar un «crecimiento relativo del potencial creativo». Este crecimiento ya no tendrá características antropológicas, sino que se referirá a un incremento de los estímulos sociales sobre el potencial creativo individual. En esta dirección se ubicará el crecimiento de las fuerzas productivas (con sus correspondientes avances tecnológicos), así como las modificaciones de las relaciones sociales tendientes a una profundización y un desarrollo de los procesos de individuación.
En este plano, la evolución humana se vuelve algo histórico y social, una eventualidad cultural. Esa dinámica de crecimiento y cambio social, que va socavando permanentemente la validez normativa de un orden primitivo de integración social, opera como una variación en las circunstancias de los conflictos humanos. De hecho, tendencialmente, produce un desplazamiento de aquella «fuerza especial», de aquella potencialidad antropológica, hacia la interioridad subjetiva del individuo.
Lo que venimos diciendo podemos ilustrarlo con la emergencia de la juventud como categoría social. En virtud de la complejidad que ha adquirido la división social del trabajo —constituyéndose como un sector poblacional para el cual queda disponible un tiempo de reflexión crítica, de individuación altamente conflictiva, de interacción social flexibilizada, de resistencia y de autonomía virtual frente al sistema—, la emergencia de la juventud podría considerarse una condensación de múltiples estímulos al potencial creativo.
Pero este crecimiento relativo y estos estímulos no han de confundirse con un desarrollo real del potencial creativo del ser humano: sólo ilustran su paradójica existencia. Ya vimos que, en lo que se refiere a una auténtica creatividad, este desarrollo sólo puede satisfacerse en una multiplicidad de dimensiones, en las que, de momento, predominan las distintas formas del bloqueo sistémico.
1.2. Las dos dimensiones del bloqueo: interno y externo
Cuando intenta desarrollarse, el potencial creativo inherente a todo individuo es asediado y dominado por una fuerza superior que lo bloquea. Esa fuerza tiene un origen social e histórico: la densidad del sistema social se multiplica con su movimiento en el devenir de la historia, aplicándose sobre el individuo con toda su intensidad. Las tradiciones, las ideologías, las instituciones políticas y económicas, y la vida cotidiana con sus instancias sistémicas de interacción determinan las formas de ese bloqueo.
Que las competencias subjetivas del individuo no se desarrollen creativamente no significa que dejen de desarrollarse en cualquier sentido. Por cierto, la socialización (y los aprendizajes evolutivos que implica) impone un proceso de desarrollo para las mismas, el cual no se encuentra libre de conflictos. Este desarrollo, basado en formas de interacción social, incluye una dirección intencional: los aprendizajes se hacen efectivos sobre la base de unos presupuestos normativos que apuntan a la reproducción del orden social: «Nuestras actividades desembocarían en un caos si no nos atuviésemos a reglas que definen ciertos tipos de ...

Índice

  1. Índice
  2. Prólogo Juventud en marcha
  3. Introducción
  4. 1. Un nuevo marco categorial sobre la juventud
  5. 2. Los años cincuenta: la irrupción del sujeto juvenil
  6. 3. La rebeldía contracultural de los sesenta
  7. 4. Los años setenta
  8. 5. La apatía y el desencanto posmodernos de los ochenta
  9. 6. El conformismo cínico de los noventa
  10. 7. La opacidad juvenil en el nuevo milenio
  11. Epílogo
  12. Bibliografía
  13. Filmografía
  14. Índice ampliado