Somos nuestra memoria
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Somos nuestra memoria

  1. 128 páginas
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Somos nuestra memoria

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La memoria tiene sus matices, sus vaivenes, sus luces y sombras. En esa intermitencia –entre olvidos y recuerdos– conformamos nuestra identidad individual, social e histórica, porque después de todo, somos nuestra memoria. Esa idea subyace a la constelación de textos presentes en este libro, uniendo diferentes temas como un hilo conductor, sin prescindir de cierta renovación permanente que instala al lector en un lugar activo: el lugar de quien piensa y establece relaciones. Con un lenguaje sencillo y agradable, y al mismo tiempo con lucidez y agudeza, Iván Izquierdo nos acerca sus reflexiones con una idea clara: "No espero, y en verdad no deseo, desencadenar el mimetismo de que alguien decida pensar igual que yo", pero "habrá sin duda numerosos puntos de contacto entre lo que yo digo aquí y lo que piensa cada uno de los lectores. A esos puntos me dirijo, y a cada uno de ellos lo celebro".Se celebra, entonces, la diversidad y la comunión de pensamiento. Un pensamiento que incluye cuestiones cotidianas, aspectos propios de la ciencia, temas existenciales, y material relativo a la política, la historia o la actividad literaria. Un pensamiento sensible, en definitiva, acerca de lo que recordamos, lo que olvidamos, lo que somos y lo que pretendemos ser.

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Información

Año
2021
ISBN
9789875992634
Lo imaginario, la noticia
y la pavada
Hace unos meses, antes de la crisis, estaba viendo en la televisión brasileña uno de esos programas en que una tira de palabras corre en la parte baja de la imagen, mostrando sin interrupción sucesivas informaciones que pasan por ser noticias. Digo “que pasan por ser noticias” por lo siguiente. Primero, la tira de palabras dijo que el Brasil cerraba el primer semestre del 2008 con un déficit en cuenta corriente de más de 30.000 millones de reales (casi 20.000 millones de dólares en ese entonces), pero que el Banco Central esperaba revertirlo mediante el ingreso de una cantidad equivalente, en concepto de radicación de capitales, en el segundo semestre. Inmediatamente después, nos distrajo a todos una noticia sobre fútbol. A renglón seguido, apareció una declaración del presidente del Banco Central, diciendo que no esperaba un ingreso de capitales significativo al país en lo restante del año. Pocos minutos más tarde, vino, en la misma “tira de noticias”, la “información” de que el asustador déficit no era tal, sino que había ocurrido, en verdad, un enorme superávit, ya no me acuerdo de cuántos millones.
¿Cuál sería, entonces, la verdad? ¿En qué quedamos? ¿Un déficit tremendo? ¿Un superávit sustancial? ¿Un ingreso neto de capitales? ¿Ningún ingreso de capitales? Si yo fuera un inversor o un simple ahorrista, habría sentido varios sobresaltos consecutivos, y en una de esas habría llamado a mi banco o –si lo tuviera– a mi agente financiero pidiendo la inmediata retirada o aplicación de todos mis fondos. O primero una cosa y después la otra. No por nada en los países ricos hay dudas acerca de la salud y el porvenir financiero de países como los nuestros.
Tendría decenas de ejemplos semejantes referentes a la televisión argentina o a la de otros países; o en relación con la prensa escrita. Por cierto, no me refiero a toda la televisión ni a toda la prensa escrita; una parte sustancial de ella informa correctamente e interpreta lo mejor que puede, con honestidad y precisión. Pero la otra parte… Recuerdo, por ejemplo, un diario argentino en el que, en la página 1, leí un amplio comentario acerca de cómo había caído el PBI entre enero y diciembre de 2001, de más de 300.000 a menos de 100.000 millones de dólares; o sea, un 300%. Ahora era menor que el del Paraguay. En la página 11 decía que la caída había sido tan sólo del 20%. Habría que preguntarle a alguien que haya estado en la calle golpeando cacerolas a fines del 2001 de cuánto fue. O al INDEC.
¿A quién creerle, entonces? Si yo hubiera tenido entonces 10.000, o 10.000 millones de dólares, de reales o –ya que pronto serán usados junto con estos para el comercio exterior– de pesos argentinos, ¿los habría invertido en el Brasil? ¿Los depositaría en un banco brasileño o los aplicaría en una industria de ese país? ¿O los dejaría en la próspera Argentina, cuyas cifras suelen verse beneficiadas por el INDEC? Lo cierto es que yo, nacido en la Argentina de los números que no cierran y residente desde hace más de 30 años en un Brasil en el que tampoco, sólo sé una cosa: no hay que confiar, en términos de noticias, en lo que nos dicen en la televisión o en los diarios. Y festejo la suerte de no haber tenido en aquel momento diez mil dólares ni un agente financiero. Porque lo cierto es que meses después vino la crisis financiera y arrasó con todo, inclusive con muchos agentes financieros. No sobró ni lo que dijo el noticiario al principio, ni lo que dijo después, ni la opinión del ministro, ni nada.
La verdad es que si el calibre de las noticias económico-financieras en los países desarrollados es parecido al que hay por aquí –y la evidencia indica que lo es– nada debería entonces extrañarnos esta crisis. Ha habido millares de personas mal informadas, que vivieron en el engaño, y que fueron embaucadas por unos pocos, aquellos que sí sabían lo que realmente pasaba. Como este buen señor de la Nasdaq, Bernard Madoff, que prometió aplicar y luego saqueó los fondos nada menos que de Spielberg y de la dueña de L’Oréal de París; no menos de 50.000 millones de dólares se llevó, de ellos y de muchos otros.
Las noticias sobre la pavada suelen ser más fidedignas: la foto de un desfile de modelos muestra efectivamente el desfile; la de un actor sonriendo muestra al actor sonriendo. Claro que, a veces, ni en la pavada aciertan. Hace un par de años, mostraban por la Internet, y llegó a la televisión, la filmación de una serie de tentativas exitosas de Ronaldinho de acertar desde lejos el travesaño de algún arco español con una pelota impulsada por un puntapié casi mágico. Después se supo que era un truco fotográfico, y más tarde hasta el propio Ronaldinho, uno de los hombres más hábiles para manejar una pelota de fútbol que hayan existido, fue abandonado por los medios, como si tuviera lepra o, peor aún, como si nunca hubiera jugado al fútbol. Pasó meses sin sentarse siquiera en el banco de suplentes de su club, el Barcelona. Nos embelesó a todos durante años, y ahora resultaba que no existía más, o que nunca había existido. ¿Qué vientos lo habrán llevado? ¿Y adónde? Medio misteriosamente, resurgió como si nada hubiera pasado meses después, nada menos que en el Milan. De su prolongada ausencia, los medios de comunicación omitieron decir cosa alguna. Creo que está jugando bien otra vez, aunque parece que ya no es el mismo de antes. No lo llaman más para integrar la selección de su país.
La infidelidad de algunos medios de comunicación en relación con las informaciones que dicen transmitir no debería por cierto extrañarme. Pienso en las pocas veces que la prensa relató los hallazgos científicos de mi grupo. Una vez acabábamos de descubrir el mecanismo por el cual las memorias se vuelven persistentes, en colaboración con un grupo de Buenos Aires dirigido por mi amigo Jorge H. Medina. Lo publicamos en una revista científica importante de Estados Unidos. Apenas apareció ese trabajo, un gran diario de San Pablo escribió al respecto, en un gran título: “Descubierta la base química de la droga del olvido”. O sea, casi exactamente lo contrario de lo que habíamos hecho y publicado. Resulta que el periodista, autor de semejante desatino, había visto pocos días antes una película de ficción sobre una droga que producía olvido selectivo, y el recuerdo de esa película se le hizo tan persistente que no conseguía olvidarla. Eso prevaleció sobre el reportaje que nos hizo a nosotros, los autores del trabajo original. Días después, alguien de otro diario que tampoco leyó nuestro artículo resolvió guiarse para describirlo por el título del periodista anterior, y nos acusó de promover el olvido selectivo en seres humanos. Ese otro periodista prefirió creer en lo que había inventado su colega de San Pablo más que en lo que efectivamente habíamos demostrado nosotros. Nos costó trabajo desmentirlo, pero por suerte lo conseguimos.
Si así trata la prensa la información que uno conoce y produce personalmente, ¡qué puedo esperar que hagan con aquella que ignoro!
Sueños, entresueños, la
locura y las mujeres
Estudios recientes demuestran que pasamos dos o tres horas cada noche, mientras creemos que estamos durmiendo, en un estado de entresueño en el que ideas e imágenes vuelan por nuestro cerebro de un modo medio crepuscular e imprevisto, y por cuenta propia, como si fueran sueños. No lo son, realmente; corresponden más bien a imágenes e ideas sueltas y fluctuantes, en las que los deseos y las inquietudes del día o de los días anteriores se transforman en mayor o menor grado adquiriendo una apariencia onírica. Al contrario de los sueños, que ocurren en la fase más profunda del dormir, los entresueños ocurren en su fase más leve, en los minutos que preceden al verdadero sueño o en los que siguen al despertar. Apenas nuestra nuca siente la almohada, a la ida o a la vuelta del sueño, nuestra mente divaga, en general dulcemente.
Los entresueños carecen de la sistematización y de los “argumentos” propios de los sueños. Pero nuestro cerebro los analiza como reales, y no se olvida de ellos tan fácilmente como de los sueños. Por eso pueden tener una influencia mayor sobre nuestra vida posterior que estos; principalmente sobre la mañana siguiente. Si cuando estamos a punto de dormir nos aparece la respuesta que pensamos darle a nuestro jefe o a nuestra mujer mañana por la mañana, es más probable que al día siguiente la recordemos y la digamos que si la hubiéramos soñado. Todos soñamos varias veces cada noche; pero la mayoría de nosotros no recuerda los sueños, salvo a veces el último, el de la madrugada, que a veces nos despierta y se desvanece rápidamente, de tal manera que despertamos sin saber por qué. Tal vez por eso, si los recordamos, solemos descartar los sueños a la mañana siguiente como si hubieran sido algo que no combinara mucho con la realidad. ¿Cómo iremos a decirle al jefe, o a nuestra mujer, aquella barbaridad que soñamos? Sabemos que los sueños, sueños son, y no los repetimos fácilmente en la vigilia. En cambio, los entresueños pueden dejarnos ideas o proyectos con una mayor apariencia de realidad, más verosímiles. Les hacemos más caso, como si se tratara de cosas que hubiéramos realmente pensado y no meramente soñado (imaginado).
Los sueños se parecen a las alucinaciones, y a veces la reiteración de determinado tipo de sueño se parece a los delirios, porque se hace sistemática como estos. Los entresueños no. Tenemos plena o semiplena conciencia de ellos. Es posible que algunas veces confundamos los unos con los otros, principalmente en la infancia o la vejez; pero la mayoría de las veces, no. El contenido dramático o asustador de los sueños que caracteriza a lo que denominamos “pesadillas” suele ser muchísimo mayor que el de los entresueños. Difícilmente nos levantamos asustados por un entresueño. Con desagrado o incomodidad –porque su curso no nos lleva por buen camino– puede ser; pero asustados, nunca.
Los entresueños son mas frecuentes en la adolescencia, y más en las mujeres que en los hombres, a cualquier edad. En la vejez pueden volver a tener una incidencia tan alta como en la juventud, porque los viejos tienen cierta preferencia por el reposo con los ojos cerrados, sobre todo en la cama, que lleva espontáneamente a los entresueños. Ayuda el hecho de que con la edad disminuyen en general las pesadillas, y con ello el temor de que echarse a dormir pueda causar momentos aterrorizantes o desagradables. Los viejos se acuestan y dejan rodar lo que les pase por la cabeza, sin oponerse. Los más jóvenes suelen resistirse a dormir, porque creen que aún deben hacer algo; si esto ocurre cuando están manejando, pueden estrellarse contra un poste. La vejez es, como sabemos, un gran remedio para mantenerse vivo: por algo los viejos tienen más años que los jóvenes.
No cabe duda de que tanto los sueños como los entresueños deben su contenido exclusivamente a las memorias. En ellos no “vemos” ni imaginamos nada que no hayamos “visto” o imaginado antes. Cuando entresoñamos o soñamos con personas caminando lo hacemos recordando que las personas caminan, y las imágenes que nos vienen son de personas determinadas. No vemos ni imaginamos rostros, situaciones o lugares en nuestros sueños o entresueños sin recurrir a los registros que de ellos conservamos en nuestra memoria; no entresoñamos perros sin saber qué es un perro y sin pensar en determinado perro, no en cualquiera. No “pensamos” en actos y sus consecuencias sin recordar actos y consecuencias similares o iguales. Aun los endriagos o dragones que entresoñaba Don Quijote se parecían a cosas, animales, personas o antiguas imágenes o alucinaciones que había “visto” o que había imaginado cuando leía sobre ellas.
Todas las ideas e imágenes que genera nuestro cerebro lo son a partir de lo que de ellas sabe y recuerda. Ya lo dijo Norberto Bobbio: “Somos aquello que recordamos”, pura y exclusivamente. No somos lo que nunca vimos ni pensamos a partir de la nada; tampoco somos lo que hemos olvidado, lo que ya no está. No puedo comprar pan con el dinero que tuve, sino con el que tengo. Si algo que percibimos nos cambia la vida es porque lo grabamos para que lo haga. La memoria de la tercera palabra de la frase anterior se grabó unos milisegundos, lo suficiente para entender esa frase y la siguiente. No fue tan sólo percibida; fue memorizada en un archivo de breve duración, que es un componente de lo que denominamos “memoria de trabajo”.
Sumando las dos o tres horas que pasamos entresoñando con otra hora más que, en promedio, la pasamos soñando, resulta que los humanos, en general, dedicamos un quinto o un sexto de nuestra vida a la ficción. O, mejor dicho, al análisis o racconto de la vida en términos de ficción. Y a muchas de esas ficciones, principalmente aquellas de los entresueños, después las recordamos como reales, y a veces muy bien.
Cabe entonces la pregunta: ¿en qué nos diferenciamos, básica y realmente, de los delirantes, aquellos que la gente llama con frecuencia “los locos”? ¿En el número de horas o en la proporción del tiempo en que confundimos, conscientemente o no, realidad con ficción? Seguramente no, ya que un esquizofrénico bien tratado con medicamentos puede pasar mucho menos que cuatro horas por día delirando o alucinando. Y sus alucinaciones son de otra índole, ya que suelen mezclarlas con la realidad.
Y está también el tema de que las mujeres se dedican mucho más al entresueño que los hombres, a cualquier edad. Todos los que las conocemos sospechábamos eso. Desde niñas, cuando cultivan amigas imaginarias en una proporción mucho mayor que los niños, hasta cuando adultas, en que cultivan amores imaginarios en grado mucho mayor que los hombres, a menos que estos sean miembros de alguna letra de tango o de bolero. Por eso las queremos tanto. Por eso, y por ese espíritu de show que siempre tienen. Casi ningún hombre considera que aparecer de repente desnudo o vestido de rojo o haciendo una pirueta en un escenario es interesante: nuestra timidez intrínseca y nuestra tosquedad nos lo impiden. La mayoría de las mujeres sueña con un momento...

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