Remedio a la aceleración
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Remedio a la aceleración

Ensayos sobre la resonancia

  1. 128 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Remedio a la aceleración

Ensayos sobre la resonancia

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Información del libro

¡Vamos cada vez más rápido! Crecimiento y velocidad son valores cardinales para las economías capitalistas modernas. Hartmut Rosa, en la estela de la Escuela de Frankfurt, reflexiona sobre los sentimientos de vértigo y desconexión y elabora una novedosa teoría de la alienación y la temporalidad: la lógica de la aceleración social.Durante su último viaje a China, el sociólogo y filósofo alemán pudo corroborar los procesos de aceleración y los aspectos patológicos que inducen en las sociedades contemporáneas. A través de ensayos concisos y apuntes de viaje sugestivos, Rosa propone un remedio al frenesí global: entrar en resonancia con el mundo y los demás.Este original concepto filosófico remite a una forma de relación social y con el mundo basada en el reconocimiento, la afectividad y la apertura al otro.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2019
ISBN
9788416737710
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology
Hablo al mundo
y me responde
¿Qué es una vida buena? Después de haber elaborado un diagnóstico magistral del ritmo frenético en el que están sumidas las sociedades contemporáneas, el pensador alemán Hartmut Rosa entrecruza sociología y filosofía con brillantez para invitarnos a ingresar en experiencias de «resonancia», a través de las cuales nuestra relación con el mundo se revitalice. Este artículo recoge su propuesta para un posible remedio a los males de nuestro siglo. Conduce esta entrevista Alexandre Lacroix.
Para esta entrevista, nos encontramos con Hartmut Rosa en Titisee-Neustadt, una pequeña localidad turística de la Selva Negra alemana. Nuestra cita tiene lugar en una cafetería cercana a la estación de tren que ya no está en uso. Durante estas dos horas, este sociólogo alemán ya conocido en el mundo entero por su ensayo de 2005, Aceleración, nos presenta su nuevo concepto: la resonancia. Es la propuesta teórica que despliega en un ambicioso libro de más de 500 páginas y en la que el autor se propone afrontar un reto. Actualmente, Hartmut Rosa es el heredero más prominente de la Escuela de Frankfurt, representada anteriormente por Theodor Adorno, Walter Benjamin, Herbert Marcuse y también Axel Honneth. Inspirados por una lectura libre de Karl Marx, estos pensadores se dedicaron a la crítica de la civilización capitalista y de la alienación. Sólo Hartmut Rosa se ha atrevido a tomar el riesgo, nada común, de pasar de la crítica a la propuesta. En Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo6 expone su concepción de una existencia verdaderamente digna de vivirse. ¿Qué es una buena vida, hoy en día? No la vamos a encontrar, según Rosa, ni en el yoga, ni en la meditación, ni en la alimentación ecológica, ni en los paseos por el campo. Y mucho menos en una isla griega o perdidos en una cabaña en medio del bosque. ¿Qué hacer, entonces? Nos anima a tomar los caminos de la resonancia, una noción más política de lo que parece a simple vista.
Alexandre Lacroix ¿Por qué piensa que la modernidad nació con las novelas de caballerías?
Hartmut Rosa Con el ciclo de la mesa redonda, la palabra «aventura» cambia de significado. Es una palabra derivada del latín adventura, «lo que tiene que suceder», que a su vez deriva del verbo advenire. Lo que adviene, a ojos de los griegos o de los latinos, es el destino. Vivir una aventura es, por lo tanto, algo pasivo, es someterse a la fatalidad, es soportar los acontecimientos que el rumbo del mundo impone sobre nosotros. Pero en las novelas de caballerías, la aventura se transforma en algo activo: el héroe vaga por el mundo, supera obstáculos, descubre el amor, tiene un destino individual.
A. L. Los caballeros serían los primeros existencialistas.
H. R. Exactamente, están en plena búsqueda, el sentido de su existencia no les viene dado por adelantado.
A. L. Somos caballeros, pero también somos románticos alemanes, según usted.
H. R. ¡Cuidado! Es cierto que cito con frecuencia a los poetas románticos en mi libro. Heine, Eichendorff, Novalis… Pero no me gustaría quedar como un nostálgico. Y tampoco se trata de ninguna coquetería literaria. No se olvide del subtítulo de mi libro sobre la resonancia: Una sociología de la relación con el mundo. Los románticos se inventaron nuevas relaciones con el mundo. En el amor, si eres un romántico, no te contentas con un matrimonio que se justifique por la tradición o por consideraciones económicas, exiges que la pareja sea el lugar para la comunicación de las almas. Antes que los alemanes, quizás fue Rousseau quien formuló esta exigencia con más claridad en La Nouvelle Héloïse. Los románticos inventaron esta manera de amar que se tradujo a nuevas formas sociales.
A. L. También inventaron un nuevo vínculo con la naturaleza.
H. R. Según ellos la naturaleza nos comunica sentimientos. El paisaje derrama sobre nosotros su carácter sublime o melancólico. Y lo mismo para el arte: la obra romántica debe conmoverte, debe dirigirse a tu sensibilidad y no solamente a tu intelecto. En eso los románticos son a la vez caballeros —es su vertiente activa, tienen en sus manos su propio destino— y románticos —es su vertiente pasiva, quieren que su alma esté abierta ante el mundo—.
A. L. Usted califica a nuestra época como «modernidad tardía». ¿Por qué «tardía»?
H. R. ¡Porque somos viejos! Lo característico de las sociedades modernas, en contraposición con las tradicionales, es que sólo encuentran su equilibrio dinámicamente, a través del crecimiento, la aceleración o la innovación. En el momento de la primera modernidad y luego de aquello que yo llamaría la modernidad clásica, en el siglo XIX, esta tensión hacia el futuro iba de la mano de la confianza en el progreso. Los modernos creyeron durante mucho tiempo que la sociedad y la política iban siempre a mejor: que sus hijos vivirían mejor que ellos mismos. En mi opinión, todavía estamos dentro de la modernidad, en el sentido de que seguimos necesitando la aceleración, nuestro equilibrio es dinámico. Aceleramos, pero sólo para no caer. Mire si no a su presidente Macron: quiere poner los motores del crecimiento económico a toda marcha y, si fracasa, el temor es que Francia se hunda. El crecimiento ya no es un ideal sino un imperativo cada vez más difícil.
A. L. ¿Entramos en la modernidad tardía hace, aproximadamente, treinta años?
H. R. Aunque pueda resultar un poco arbitrario, la fecha que debemos retener probablemente sea 1989. Ese año quedó marcado por la caída del muro de Berlín y la invención de la Web, el principio de la digitalización del mundo. Los efectos de la desregulación de los mercados financieros se sienten aproximadamente desde ese momento.
A. L. Esta modernidad tardía se caracteriza, según usted, por una crisis generalizada de las relaciones.
H. R. Durante mucho tiempo pensé que el problema principal de la modernidad tardía era la desincronización. Por ejemplo, el ritmo de la economía no es el de la naturaleza; la explotación de recursos naturales es demasiado rápida para que éstos puedan renovarse. Y otro problema: el ritmo de la tecnología no es el de nuestro psiquismo, y de ahí la explosión del burnout y de las depresiones. Y, además, la globalización va demasiado rápido para las instituciones políticas, en particular para la democracia, puesto que la deliberación es muy cronófaga. Pero me tropezaba con una dificultad: ¿quería decir todo eso que la velocidad es mala en sí misma?
A. L. ¿No es eso lo que da a entender su crítica de la aceleración?
H. R. No, no me reconozco para nada dentro del movimiento slow, de la slow food a la Cittaslow, la «ciudad lenta»; me parece una argumentación de márquetin, como si lo que intentaran vendernos fuera autenticidad. He llegado a la conclusión de que vivimos en una profunda crisis de las relaciones. De las relaciones con la naturaleza: es evidente con la crisis ecológica. De las relaciones con nosotros mismos: el consumo de psicotrópicos ha estallado en el conjunto de los países desarrollados. Pero también es una crisis de las relaciones con los demás. Esta crisis la produce la aceleración, en la medida que ésta no nos deja tiempo para posarnos, de apropiarnos de los seres y del mundo, de entrar verdaderamente en relación con ellos. Pero la velocidad es sólo la causa indirecta de este problema.
A. L. Para imaginarnos qué podría ser una buena vida, usted nos propone el concepto de «resonancia». ¿Por qué se ha acogido a un término musical?
H. R. Es absolutamente evidente que nuestra sociedad está centrada en la percepción visual. Pero la audición me parece más vinculada de una manera más intensa con el problema de la relación, porque funciona en dos sentidos. Escuchas y hablas. Preguntas y respondes. Puedes mezclar tu voz con las voces del mundo. Hay quienes afirman que es peor ser sordo que ciego: personalmente, estoy absolutamente convencido de ello.
A. L. Cita usted una bella frase de Adorno: «Es suficiente con escuchar al viento para saber si somos felices».
H. R. Es una frase llena de verdad. Me recuerda un ejemplo de Maurice Merleau-Ponty, uno de mis filósofos preferidos. A veces, al despertar, uno atraviesa un primer estado de consciencia en el que el mundo parece desprovisto de sus significados habituales. Uno no ya sabe ni en qué habitación se encuentra, ni el propio nombre. Pero queda la presencia de ese mundo desnudo a nuestro alrededor. Esta presencia puede ser agradable o, al contrario, amenazadora. Eso es lo que significa la frase de Adorno, según creo: olvida todas tus preocupaciones corrientes, escucha al viento, entenderás realmente lo que acontece con tu presencia en el mundo.
A. L. Llegamos a este punto a la dimensión menos racional, menos cartesiana de su demostración. Cuando me encuentro en resonancia, escribe usted, me dirijo al mundo y éste me responde.
H. R. ¿Le parece raro porque, según usted, el mundo no habla?
A. L. De alguna manera.
H. R. Creo que es importante distinguir entre nuestras concepciones del mundo y nuestras relaciones con el mundo. Según nuestras concepciones del mundo, para nosotros, occidentales del siglo XXI, está claro que en realidad sólo hablan los seres humanos. El mundo físico está constituido por una materia muerta, sin voz. No voy a discutir eso, pero nues...

Índice

  1. Prefacio
  2. Diez tesis para comprender la modernidad
  3. Impresiones de un viaje a China
  4. El nacimiento del concepto de resonancia
  5. Hablo al mundo y me responde
  6. La patria en la era de la globalización