La inapropiabilidad de la Tierra
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La inapropiabilidad de la Tierra

Principio de una refundación filosófica frente a los desafíos de nuestro tiempo

  1. 96 páginas
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La inapropiabilidad de la Tierra

Principio de una refundación filosófica frente a los desafíos de nuestro tiempo

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La Tierra está en estado crítico. La propiedad domina nuestro tiempo y también aumenta la desigualdad entre las sociedades del mundo. La Tierra no es solo la tierra, sino que también y fundamentalmente es el mundo habitable; pero está siendo continuamente destruida, el hombre la destruye. Es urgente pensar en ello y si la humanidad desea permanecer libre pensar en qué va a transmitir a las generaciones futuras. Mucho se ha dicho y escrito sobre otros desarrollos posibles, pero carecía de un principio que pudiera explicar el sentido filosófico de la vuelta que debemos tomar.Este es el tema de este libro, que tiene la intención de repensar el concepto de inapropiabilidad, nuestro ser en su relación con los demás, para la humanidad y el mundo de los vivos. Esta reforma tiene tres pilares (cosmopolitas, políticos y éticos) y viene a revisitar nuestra forma de vivir y actuar, individual y colectivamente. En última estancia, debemos superar el nihilismo contemporáneo y restaurar la esperanza en el futuro que no esté obsesionado con el fantasma del desastre.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2016
ISBN
9788494442490
Edición
1
1
EN BUSCA DEL PRINCIPIO
La inapropiabilidad de la Tierra
La tragedia de nuestro tiempo es la apropiación.4 Por supuesto, la apropiación bajo diferentes formas no es nada nuevo. Posiblemente sea tan antigua como la humanidad misma. Pero lo que caracteriza a nuestro tiempo es su radicalización, y al mismo tiempo su universalización. Ya nada puede escapar a ella: ya no se limita únicamente a los bienes materiales, productos de la actividad humana, esto es, del trabajo, se extiende mucho más allá, a los bienes inmateriales, a los diversos bienes culturales y también a la imagen, al nombre, a la vida privada, a la intimidad, sin olvidar la naturaleza en todos aspectos, incluso los que tradicionalmente se consideraban inapropiables al ser esenciales para la vida de las personas, y más allá de esto, a los seres vivos en general. Hoy en día, una de sus formas más exacerbadas es la apropiación de lo vivo mediante patentes nuevas y la inflación de las ya existentes. Por ejemplo, en cuanto se aísla una secuencia de ADN de su entorno se convierte en patentable y, en consecuencia, apropiable, pensando en los beneficios que podrían obtenerse en el campo de la biotecnología o de la industria.
Esto es una tragedia por dos razones: 1) Al ser la apropiación por definición exclusiva, implica la exclusión, incluso el expolio. Aquello de lo que me apropio excluye al resto de usarlo o de compartirlo. 2) Implica una competición o una lucha sin fin. Hay una dinámica inflacionista o acumulativa de la apropiación. Esto también concierne a los territorios, a los bienes, cualesquiera que sean, y a la investigación científica. Tan sólo es posible oponerse a una apropiación mediante una apropiación opuesta, hasta la catástrofe. En resumen, la apropiación es la forma legalizada de la depredación. Ya nadie puede escapar a ella. Todos los días vemos las consecuencias de esta dinámica de la apropiación en un mundo finito en bienes y recursos de toda clase. Sus consecuencias son la degradación, la destrucción e incluso la catástrofe. Una catástrofe sin catastrofismo, una catástrofe silenciosa, una catástrofe que no tiene el cariz de un acontecimiento puntual y que provenga del exterior, sino que es un proceso lento y acumulativo que corre el riesgo de ser irreversible. La catástrofe es el punto de no retorno.
Cuando hablo de apropiación, no me refiero sólo a la apropiación individual, sino también a la apropiación colectiva, no solamente a la apropiación privada, sino también a la pública. Los Estados son, a su vez, depredadores, o están inexorablemente destinados a serlo.
Hace algunos años, en 1968 exactamente, un ecólogo norteamericano, Garret Hardin, publicaba en la revista Science un artículo titulado «The Tragedy of the Commons», la tragedia de los comunes o de los bienes comunes. Este artículo tuvo una repercusión mundial e impulsó, en respuesta al llamamiento que hacía, investigaciones tan importantes como las de Elinor Ostrom, en particular Governing the Commons. The Evolution of Institutions for Collective Action,5 y en cierto modo, también las de Amatya Sen y muchos otros. Apoyándose en el ejemplo de los pastos colectivos (comunales), Hardin intentó mostrar la inevitable degradación de la que son objeto los bienes comunes. La degradación era concebida como vinculada al hecho de que la ventaja que un individuo obtiene de un bien común es siempre mayor que los inconvenientes que sufre, porque la ventaja es siempre individual mientras que la degradación es compartida. Para Hardin ahí hay una tragedia, porque la degradación llega hasta la destrucción, y ésta es inevitable. De hecho, me parece que hoy en día la tragedia no es en absoluto la de los comunes, sino la de la apropiación, es decir, lo que Hardin planteaba como una de las modalidades de solución. Hardin se equivocó en cuanto al lugar y al sentido de nuestra tragedia común, en la que nos hallamos todos enzarzados y de la que deberíamos, si es posible, encontrar una salida.
Ahora bien, el fundamento y la finalidad de la apropiación es la Tierra, o más exactamente la Tierra-suelo que Kant definía como el mundo habitable. La apropiación empieza con la Tierra-suelo y en ella termina. Salir de la tragedia de la apropiación es, ante todo, salir de la dinámica de la apropiación acumulativa y sin límites de la Tierra. No se trata aquí de una cuestión concreta entre muchas otras, sino del corazón de la tragedia en la que el mundo humano se halla sumido y en la que, además de sumirse él mismo, sume al mundo vivo en general.
Mi interrogación y la tentativa de elucidación que voy a esbozar también tendrán por objeto responder a la pregunta de qué puede hacer la filosofía ante la tragedia de nuestro tiempo.
Abordaré tres puntos: en primer lugar, las figuras de la apropiación: la propiedad, la conquista y la sobreexplotación; en segundo lugar, la desapropiación mediante la reconsideración del vínculo del ser humano con la Tierra-suelo; y finalmente, la inapropiabilidad de la Tierra como principio de un cosmopolitismo repensando a partir de los desafíos de nuestro tiempo.
1.1. La apropiación
Empecemos pues por las figuras de la apropiación: la propiedad, la conquista y la sobreexplotación.
De los tres modos de apropiación de la Tierra-suelo, hay que considerar en primer lugar la propiedad, porque la conquista es una forma derivada o secundaria de la apropiación y porque la sobreexplotación la supone.
Si la adquisición primitiva de una cosa es por fuerza la del suelo, esto es porque, como dice Kant en la Doctrina del derecho,
el suelo (con eso nos referimos a toda tierra habitable) debe ser considerado, en relación a todo aquello que se encuentra móvil en él, como sustancia, y la existencia de todo ello que encontramos en él como simple inherencia. Y, así como en sentido teórico los accidentes no pueden existir fuera de la sustancia, de igual modo, en sentido práctico, aquello que es móvil sobre el suelo no puede ser el bien de alguien si no admitimos también que, a su vez, ese suelo era ya antes posesión jurídica suya (como siendo suyo).6
El vínculo del suelo con las cosas que hay en él es, en lo jurídico, paralelo al vínculo entre la sustancia y el accidente en el plano teórico. En este sentido, y sólo en éste, un árbol o una casa son muebles y no inmuebles. La adquisición primitiva sólo puede ser la de la Tierra-suelo a partir de la cual es pensable la propiedad de las otras cosas. Se puede decir que en ausencia de una propiedad de la tierra o de una parcela de tierra, no habría propiedad posible, tan sólo una posesión precaria y provisional. Antes de Kant, Rousseau ya sostenía algo parecido.
¿Cómo se lleva a cabo la apropiación individual de la Tierra-suelo o, más bien, de una porción de la misma? Es conveniente, para dar buena cuenta de ello, remontarse a un estadio anterior. Grocio ya interpretaba así el nacimiento de la propiedad. Antes de la propiedad individual hay, según él, un derecho indiviso de la humanidad sobre todas las cosas, como si sólo existiera un patrimonio único: «En virtud de esto cada cual podía tomar lo que quería para servirse de ello, e incluso para consumir aquello que podía ser consumido. El uso que se hacía del derecho común de todos los hombres tenía el carácter de propiedad. Puesto que, en cuanto alguien había tomado algo de este modo, nadie más se lo podía quitar sin incurrir en una injusticia».7
Esta descripción del derecho indiviso de la humanidad y del uso individual exclusivo se ilustra con una comparación sacada de Cicerón: la de un teatro común en el que cada asiento pertenece a quien lo ocupa. El hecho de que la Tierra deje de ser la propiedad indivisa de todos los hombres, Grocio lo explica mediante un relato de las modificaciones antropológicas y sociales que afectaron a los grupos humanos. Este relato tiene bastantes coincidencias con el relato conjetural llevado a cabo en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres por Rousseau, quien probablemente se inspiró en Grocio, sean cuales fueren, por otra parte, las muy severas críticas que hizo de las posiciones políticas de su predecesor.
Kant transpone este relato histórico-empírico de la génesis de la apropiación individual y exclusiva al plano trascendental con el objetivo de definir las condiciones a priori de la propiedad. En efecto, aquí encontramos el concepto de una posesión colectiva originaria (communio possiessionis originaria), por lo tanto a priori y no primitiva o histórico-empírica. Este concepto supone la idea de una posesión legítima originaria del suelo, anterior a todo acto jurídico, que consiste en el derecho de cada ser humano a estar donde la naturaleza o el azar lo han llevado (se trata del lugar de nacimiento). De este modo, la propiedad colectiva originaria es «un concepto de la razón práctica que contiene a priori el único principio que permite a los hombres hacer uso de los lugares de la tierra siguiendo las leyes jurídicas».8 A partir de esta posesión originaria, la primera apropiación particular debe ser concebida como el resultado de un acto de voluntad que tiene como objetivo retirar de la posesión común una cosa y que ésta pase a ser mía. No obstante, esto no puede producirse sin la ocupación de un lugar circunscrito y determinado de la tierra: «La apropiación (appropriatio) tan sól...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. 1 EN BUSCA DEL PRINCIPIO
  3. 2 LOS DESAFÍOS DE NUESTRO TIEMPO Y DE LA FILOSOFÍA
  4. CONCLUSIÓN
  5. SOBRE EL AUTOR