Adiós al capitalismo
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Adiós al capitalismo

Autonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos

  1. 192 páginas
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Adiós al capitalismo

Autonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos

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¿Qué implica replantearse la posibilidad de un mundo liberado del capitalismo? En el marco de una crisis que marca los límites del pensamiento neoliberal, los nuevos movimientos sociales -excluidos, sin papeles, sin empleo, sin vivienda, migrantes, pueblos indígenas- proponen iniciativas desde abajo. Jérôme Baschet analiza en este libro las experimentaciones sociales y políticas de las comunidades zapatistas, en las que participa desde hace años, para reabrir el horizonte de los posibles. Pero no establece como modelo universal estas experiencias de autogestión que se llevan a cabo en esa región de México, ni construye un gran relato de futuro, sino más bien al contrario, las condena a disolverse en un nuevo Estado, incluso proletario.La crisis mundial no afecta a todos de la misma manera. Las mutaciones del mundo del trabajo y subjetividades dispuestas a participar de nuevas formas de producción y consumo rediseñan nuestro presente. Sin embargo, no han madurado aún los proyectos de emancipación. Gracias a un esfuerzo poco habitual, que conjuga proyección teórica y conocimiento directo de una de las experiencias de autonomía más reflexivas de las últimas décadas, Jérôme Baschet propone un balance crítico del zapatismo y analiza la organización política de esas comunidades autónomas federadas que se hicieron cargo de los servicios de salud, educación, policía y justicia.Más allá de las recetas revolucionarias del siglo XX, Baschet explicita las características más complejas del capitalismo financiarizado y explora vías alternativas para la elaboración práctica de nuevas formas de vida.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2015
ISBN
9788494277498
Categoría
Philosophy
1
El capitalismo, sistema humanicida
“Entramos en terreno desconocido”
(Informe del FMI, enero de 2009)
Una crisis, sí, pero ¿de qué?
¿Qué significado atribuirle a la crisis abierta en el 2007 y vuelta explosiva un año más tarde?13 ¿Diremos que hizo vacilar la legitimidad del capitalismo y su capacidad para presentarse como un sistema estable y duradero? ¿O que, en lo esencial, no trajo nada nuevo, pues el neoliberalismo nos ha acostumbrado a vivir en un ambiente de crisis permanente? Bien sabemos que ha sido, desde hace tiempo, la herramienta privilegiada de una “estrategia del shock” que justifica todas las contra-reformas en nombre del esfuerzo necesario para superar una situación presentada como dramática.14 En pocas palabras, el neoliberalismo aparece como un estado de crisis, alimentado por la vuelta al mundo de los derrumbes financieros e instrumentalizado para los fines de un modo de control basado en el miedo. Sin embargo, la crisis iniciada en 2007-2008 no puede considerarse como un simple artificio de las técnicas de gobernabilidad neoliberal, ni tratarse igual que los desórdenes bursátiles anteriores. Su amplitud es inédita (desde 1929-1933) y con razón ha sido caracterizada como la primera crisis global del mundo globalizado. A diferencia de las crisis regionales anteriores y las “burbujas” que estallan periódicamente, tuvo como epicentro la principal economía mundial y el corazón de los mercados financieros planetarios.
En 2010, el regreso del crecimiento y la recuperación de las bolsas de valores parecieron dejar atrás “el gran Miedo de octubre de 2008” y abrir un retorno a la normalidad.15 Es cierto que la reacción rápida y masiva de los Estados permitió frenar, a golpe de miles de millones de dólares y euros, la cadena de quiebras que se anunciaba en las finanzas y la industria.16 Pero estas intervenciones, al provocar una acentuación de los déficits públicos, no hicieron más que abrir un nuevo ciclo de dificultades económicas y de tensiones sociales, de las cuales la terrible situación que se vive en Grecia ha sido, hasta el momento, la expresión más aguda.17 Al mismo tiempo que acentuó la sumisión de los Estados, arrodillados frente a los grandes inversionistas financieros y suspendidos a los oráculos de las agencias de notación, la salida (del primer momento) de la crisis no hizo sino profundizar un poco más las contradicciones relacionadas con la expansión del crédito, que en buena medida originaron la crisis misma. A esto se añade ahora el círculo vicioso que pretende enfrentar al sobreendeudamiento con políticas de austeridad, las cuales a su vez debilitan el consumo y acentúan las tendencias recesivas (y también el endeudamiento). No sorprende que las perspectivas económicas sean de un crecimiento muy frágil o hasta de recesión en algunas partes centrales del sistema-mundo,18 por no hablar de los riesgos de estallido de nuevas burbujas (la inmobiliaria en China podría resultar más peligrosa que la que provocó la crisis de las subprimes en 2007).
Los desequilibrios sobre los cuales descansaba el auge anterior de la economía mundial han empezado a hacerse visibles. La crisis reveló las prácticas financieras ocultas y demostró la fragilidad del andamiaje del crédito, que había permitido mantener el consumo de las familias europeas y norteamericanas, para poder sostener el crecimiento mundial. Más profundamente, parece indicar el límite de un régimen de crecimiento neoliberal basado en una reducción de los salarios y un fuerte endeudamiento público y privado, sin que estén a la vista opciones para sustituirlo y salir de una situación crónica de sobreacumulación.19 Aun cuando una relativa recuperación, respecto a 2008-2009, llevó a olvidar rápidamente las más severas advertencias de la crisis, ésta hizo tambalear la confianza absoluta en los efectos positivos de la desregulación financiera y marcó un primer hundimiento del optimismo que, hasta ese entonces, imperaba en los mercados. Los acontecimientos actuales tienen los rasgos de una “crisis muy grande”20 sin por eso implicar que lleve necesariamente al derrumbe del capitalismo.
De hecho, esta secuencia en sí no significa que hayamos entrado en la crisis final del capitalismo. Desde hace veinte años, Immanuel Wallerstein defiende la tesis de una fase terminal del capitalismo, es decir, de un momento de bifurcación sistémica que provoca caos e incertidumbre y en el cual la acción humana recobra una capacidad de influir en el devenir histórico que no posee en los periodos de mayor estabilidad.21 Sus tesis a veces favorecen, en algunos seguidores, una interpretación que hace de los sobresaltos actuales las manifestaciones de esta crisis final. Sin embargo, acostumbrado a pensar en la larga duración, Wallerstein indica con prudencia que esta fase terminal podría prolongarse hasta los años 2030/2050. Esto dejaría tiempo para un nuevo ciclo de expansión capitalista, de tal suerte que el significado que, para él, asume la noción de periodo final del capitalismo difiere bastante de la comprensión espontánea a la que puede prestarse. Asumiendo la imprevisibilidad de los procesos históricos, Wallerstein combina la posibilidad de trastornos casi inmediatos y la de su aplazamiento en la indeterminación del mediano plazo.
Descartando la certeza de estar ya en el tiempo del fin, se asumirá aquí que la crisis pone sobre la mesa la cuestión del destino del capitalismo, pero sin ninguna garantía en cuanto a las respuestas, las cuales resultarán de la confrontación entre las dinámicas sistémicas y las formas de compromiso y lucha de unos y otros. Es preciso insistir en la plasticidad del capitalismo que, desde 1848, desbarató todos los pronósticos relativos a su fin ineluctable, de tal suerte que no debe subestimarse su capacidad para transformarse, contrarrestar los efectos de sus propias disfunciones y reorganizarse permanentemente. Al mismo tiempo, se enfrenta ahora con contradicciones y límites cada vez más arduos de superar, en especial por la dificultad de reinvertir capitales cuyo volumen crece de manera exponencial y de expandir la esfera del valor lo suficiente como para realizar ganancias correspondientes a la cantidad de capitales disponibles.22 Quizás sea aún posible relanzar la maquinaria de la producción-para-la-ganancia, pero no sin asumir tensiones y problemas cuya escala no deja de aumentar. Sería demasiado arriesgado afirmar que el capitalismo ha encontrado un límite absoluto, pero la crisis iniciada en 2007-2008 pone en evidencia obstáculos cada vez más considerables que debe superar o rodear para seguir reproduciéndose. El conjunto de las contradicciones (espiral del crédito, crecimiento exponencial de los capitales en busca de ganancias, restricción de trabajo vivo necesario, agotamiento de los recursos fósiles, efectos de la degradación ambiental y el cambio climático) parece condenar la reproducción del capitalismo a adquirir un carácter cada vez más tenso, en medio de un dispositivo general dotado de un alto grado de complejidad y por lo tanto de fragilidad. Aquí, en el corazón de estas tensiones, es donde la insubordinación provocada por los costos humanos y ecológicos de la reproducción de este sistema empieza a interferir.
Desde las primeras etapas de la crisis, pudieron observarse ciertos reacomodos, lo que deja pensar que son parte de procesos iniciados hace tiempo. El rasgo más nítido es el declive de la hegemonía absoluta de Estados Unidos, que el fracaso del intento bushiano de restaurar un imperialismo unilateral aceleró. Si bien no hay que vender demasiado pronto la piel del tigre de papel –el cual sigue teniendo fuertes músculos de acero–, la posición del billete verde parece fuertemente quebrantada.23 Y si las potencias del G8 han integrado los grandes países emergentes a la (in)gobernabilidad económica mundial, no es por un mea culpa postcolonial, sino porque necesitan de su cooperación. De la misma manera, si los fanáticos del libre mercado han tenido que moderar su ideología anti-estatal, no es por una repentina conversión “socialista”, sino porque saben perfectamente que, como en 1929, sólo el Estado puede salvar al capitalismo y abrir nuevos frentes a la sed de ganancia. No hay en eso nada para sorprenderse: desde los orígenes del liberalismo, el Estado actúa como garante en última instancia de un mercado supuestamente libre. Ni para ofenderse: salvar los bancos con miles de millones de dólares (tomados de los presupuestos nacionales) no es más que la estricta y necesaria aplicación de la lógica de un sistema cuya amoralidad es una característica intrínseca. Sin embargo, estos episodios podrían cambiar algo: al revelar, con toda claridad, el papel central del Estado en la reproducción capitalista, ponen en dificultad al discurso neoliberal que pretende deslegitimarlo y hacen más delicado justificar la penuria presupuestaria que constantemente se opone a las necesidades sociales. Hasta en la desangrada democracia de mercado, el cinismo no puede expandirse (pero ¿quién sabe?) sin conceder al Gran Arrendador un mínimo de credibilidad. Por eso, durante el otoño de 2008, el discurso neoliberal pasó, en pocas semanas, de la posición de pensamiento único arrogante a la más completa desbandada (por cierto, sin una verdadera modificación de las prácticas).24 A decir verdad, el agotamiento de un primer ciclo neoliberal ya se había evidenciado desde antes, con el descrédito del Consenso de Washington, a partir de la crisis argentina de 2001, y luego con los fracasos sucesivos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en especial en Cancún en 2003.
¿Es pertinente suponer una transición hacia una fase distinta, más allá de las tres décadas de neoliberalismo triunfante, y también más allá de medio siglo de absoluta hegemonía de los Estados Unidos? De hecho, una nueva configuración no dejaría de tener ventajas desde el punto de vista de la dominación sistémica. Para los movimientos antisistémicos, al contrario, una relegitimación del Estado, por parcial que pudiera ser, podría permitir esquivar las críticas que el neoliberalismo había empezado a suscitar y deshacer las convergencias transnacionales surgidas del ciclo altermundialista. El peligro es que la multipolaridad global y la nueva estatura de las potencias emergentes desmovilicen una crítica anti-imperialista o postcolonial que terminaría identificándose con los intereses nacional-capitalistas de los nuevos gigantes del Sur.
Pero, ¿se trata realmente del fin del neoliberalismo? Quizás en parte, si con eso se entiende el tipo de política económica dominante desde los años 1980: completa desregulación financiera, liberalización de los flujos de capitales, privatizaciones, contracción de los gastos públicos (fuera del servicio de la deuda), redefinición restrictiva del papel del Estado. Lo probable es que la muerte del Consenso de Washington, proclamada por el mismo Banco Mundial en su informe de 2007 y la derrota ideológica del neolibera...

Índice

  1. Introducción
  2. 1 El capitalismo, sistema humanicida
  3. 2 Construir la autonomía: lo político sin el Estado
  4. 3 La sociedad liberada de la economía
  5. 4 Un mundo hecho de muchos mundos
  6. 5 Ya estamos en camino
  7. Observaciones finales
  8. Anexo Medir para dejar de medir. Sobre el tiempo de actividad en una sociedad poscapitalista
  9. Agradecimientos
  10. Bibliografía