I. TÉCNICAS Y TÁCTICAS
1. Metodologías del medioambiente hostil
Los progresos de la medicina no son los únicos medios para realizar una guerra sin muertos.
Robert L. Forward, Maritian Rainbow
¿Cómo intervenir sin peligro tanto en lugares inhóspitos como en zonas irradiadas, en grandes fondos marinos o en planetas lejanos? En 1964, el ingeniero John W. Clark elaboró un estado de la cuestión de las «metodologías del medioambiente hostil»:
Cuando se prevén operaciones en estos medioambientes se consideran habitualmente dos posibilidades, y solamente dos: o situar una maquina o enviar un hombre protegido. Existe, sin embargo, una tercera vía: [...] utilizar un vehículo operativo en el medioambiente hostil con control a distancia de un hombre situado en un medioambiente seguro».
Antes que buzos con escafandras o máquinas autónomas, utilizar artefactos telecomandados, o eso que Clark llamaba, forjando un neologismo desgraciado a partir de sus raíces griegas, maquinas téléchiriques, para «tecnología de manipulación a distancia».
El artefacto téléchirique, escribía el autor, «puede ser considerado como un alter ego del hombre que lo dirige. Su conciencia se encuentra efectivamente transferida a un organismo mecánico invulnerable, gracias al cual puede manipular las herramientas o los equipos prácticamente como si los tuviese entre sus propias manos». La única cosa que le falta a ese segundo cuerpo es la carne viviente del primero. Pero precisamente allí radica la ventaja: retirar el cuerpo vulnerable del medioambiente hostil.
Este dispositivo supone una topografía específica, cierta manera de pensar y organizar el espacio. Clark pergeñaba su esquema fundamental a partir del ejemplo del batiscafo:
Imagen 1. La topografía del téléchirique. El ejemplo del batiscafo según J. Clark (1964).
El espacio se divide en dos: zona hostil y zona segura. Es la imagen de un poder protegido, que interviene en una exterioridad riesgosa desde un espacio santuarizado. Ese poder, al que podemos llamar téléarchique, implica una frontera que, sin embargo, es asimétrica: la frontera debe a la vez bloquear las intromisiones exteriores y poderlas entreabrir para dejar el campo libre a los seudópodos mecánicos encargados de intervenir en el medioambiente hostil.
La zona hostil queda como un espacio desamparado que, ciertamente, se trata de controlar en tanto fuente de amenazas potenciales, se intenta explotar en tanto proveedor de recursos, pero estrictamente hablando, no ocupar. Se interviene, se patrulla, pero de ninguna manera se irá allí para habitar el territorio —excepto para recortar nuevas zonas, bases o plataformas securitizadas, construidas según el mismo esquema topográfico—.
Para los apóstoles del telecomando, esta invención aparecía como el remedio al fin encontrado para el calvario de los trabajadores de riesgo. Es como si se previera, en la edad del átomo y de la conquista espacial, «una necesidad creciente de efectuar tareas en medios hostiles»; por otra parte, se anunciaba con alegría la buena nueva: «Con los progresos actuales de la tecnología, ya no es necesario que los humanos expongan su persona al peligro físico para ganarse la vida [...] no hay ninguna tarea peligrosa realizada hoy en día por los hombres que no pueda ser, en principio, realizada por maquinas controladas a distancia».
El telecomando, instrumento filantrópico, podría liberar al ser humano de todas las ocupaciones peligrosas. Mineros de extracción, bomberos, trabajadores del átomo, del espacio o de los océanos, todos podrían reconvertirse en teleoperadores. El sacrificio de los cuerpos viles ya no es necesario. El cuerpo vital y el cuerpo operatorio fueron disociados, sólo el segundo, integralmente mecanizado y sacrificable, sería de ahora en adelante dejado en contacto con el peligro: «Ya no hay nadie para ser herido. Un hundimiento o una explosión serían meramente acogidos por esta reacción: «Y bien, es muy triste. Hemos perdido seis robots».
En su lista entusiasta de aplicaciones posibles para el téléchirique, Clark olvidó una, sin embargo evidente, que un lector no dejará de señalarle:
Los téléchiristes se desloman para poner a punto las maquinas telecomandadas capaces de cumplir las tareas pacificas de los hombres expuestos a los peligros del calor, de las radiaciones y de los grandes fondos oceánicos. ¿Es correcto el sentido de las prioridades? En primer lugar, ¿no deberían preocuparse, en materia de seguridad, del oficio más peligroso del mundo?, me refiero a la industria de guerra. [...] ¿Por qué los hombres del siglo XX deberían continuar siendo arrasados por las balas y por los estallidos de los obuses, cuando un soldado téléchirique podría ocupar su lugar? [...] Todas las guerras convencionales podrían ser conducidas, con el modo téléchirique, por armas de robots militares que se enfrentan en batallas telecomandadas. Las victorias y las derrotas serían calculadas y definidas por una computadora claramente neutra, mientras los humanos permanecerían tranquilamente en sus casas mirando por televisión cómo es el aceite el que salpica y riega el polvo en lugar de su propia sangre.
Era la utopía de un...