SUEÑOS, A PESAR DE TODO: FENÓMENOS ONÍRICOS EN LA CURA DE LAS PSICOSIS
DE LA POROSIDAD ENTRE LOS SUEÑOS Y LAS ALUCINACIONES
SONIA CHIRIACO
Muchos niños psicóticos a menudo no diferencian entre sueños y alucinaciones, por lo menos al inicio de nuestros encuentros. Nos cuentan que tienen pesadillas, a veces terribles; nos lo dicen y a veces nos alertan sobre ciertos detalles sonoros que nos incitan a pedirles que precisen si han tenido esas pesadillas de noche, durmiendo. No es infrecuente que nos respondan que esas pesadillas sobrevienen tanto en sus sueños como cuando están despiertos y que, en ambos casos, eso habla. No sólo es que esos niños llaman pesadillas a lo que resultarán ser alucinaciones verbales, sino que también, para algunos, todo se mezcla, todo es borroso, poroso.
He partido de esta simple observación para preparar este trabajo, planteándome varias preguntas: ¿qué podemos aprender sobre la psicosis a partir de la presencia de esta porosidad entre pesadillas y alucinaciones? ¿Esta distinción que podemos lograr hablando con los niños, puede ayudarles a orientarse, y si es que sí, cómo? ¿Esta porosidad sirve para algo? ¿Hay que servirse de ella o combatirla? ¿De qué manera?
Se tratará también de hacer, de este pequeño fenómeno, un punto de vista desde el cual podamos examinar el lazo del sujeto con el Otro.
«Tengo pesadillas de lobos» — dice Aurélie. «Incluso cuando no duermo, tengo pesadillas de lobos. Me dicen mentiras, me dicen que se van a comer a Aurélie. Escucho en mis oídos ‘vamos a atacar a Aurélie’. Entonces me duele la tripa, hay hormigas que comen en mi vientre, tengo miedo de comer. Fuimos a pasear al bosque con mi madre y un ojo me miró». Los objetos, voz, mirada y objeto oral no están amarrados: todos los fenómenos se producen en una continuidad metonímica. Las pesadillas de noche y de día no están diferenciadas.
Louis oye gritos que lo despiertan; los ubica en su sueño, pero una vez despierto, siguen ahí. Los gritos han atravesado el sueño. Oye esos gritos desde que era muy pequeño, a veces ve una sombra en su habitación y en la escuela siente que lo tocan, aunque no hay nadie a su lado. La presencia del Otro invisible es terriblemente angustiante. A veces siente la Cosa bajo su cama; enciende la luz para hacer desaparecer tanto la Cosa como sus gritos. No hay impermeabilidad entre el sueño y la vigilia ni, como mostrarán las sesiones, impermeabilidad entre él y el Otro. Su propio cuerpo es poroso.
En la ducha, esa presencia está allí en cuanto cierra los ojos y los abre de inmediato para hacerla desaparecer. Es complicado lavarse el pelo con los ojos abiertos. «El problema es que tengo pesadillas en cuanto cierro los ojos, aunque no duerma» — dice.
Quentin oye voces que lo previenen de un peligro, o bien una voz amenazante: «Quentin, estoy aquí, te espero». Se despierta de un sobresalto. La voz no se calla: «Si no estás frente a tu espejo a medianoche, iré junto a tu puerta». También, cuando se mira al espejo, tiene la impresión de que hay alguien detrás de él; se vuelve y no hay nadie. La angustia lo oprime. Debe hacer mil y un rituales para calmarse. Está además ese gran vacío angustiante que lo hace sentirse perdido: «La cabeza me da vueltas, me veo solo en medio de un planeta blanco, no hago nada, no tengo ganas de nada. Si alguien me habla, vuelvo a la vida». Quentin tiene que saber constantemente qué hora es, por lo que no para de mirar su reloj: «Si no, estoy perdido» — dice. «Los sueños y la vida de verdad son lo mismo», comenta.
Samira escuchó primero los pasos de su padre muerto en sus pesadillas, luego empezó a percibir su sonido amenazador estando despierta. De pesadilla en pesadilla, su padre la persigue todas las noches, sin cesar. Dondequiera que vaya, él la encuentra. Durante el día también le sucede, pero con menos frecuencia. Por eso es más difícil dormir que permanecer despierta; sin embargo, todavía es más angustiante oír los ruidos amenazadores durante el día, porque no es normal y significa que todo se mezcla. «No sé si duermo o no» — dice Samira — «eso me vuelve loca».
Al inicio, como les sucede a estos niños, no sabemos si lo que nos cuentan es sueño o vigilia, sueño o realidad, sueño o alucinaciones. Estamos de su mismo lado, tanteando para orientarnos con ellos en ese mundo poco ordenado, poco escandido, en el que nos proponemos seguirlos. Buscamos una dirección que pueda orientarnos para guiarlos mejor. Este tanteo nos lleva a pedirles precisiones sobre el momento en el que se producen las pesadillas. A veces, algunos niños se sorprenden al oírse responder que tienen pesadillas tanto por la noche, durmiendo en sus camas, como en la escuela o en otra situación en la que están despiertos. Como todo eso les parece loco, han deducido que se trata de pesadillas. La pesadilla es, en el fondo, un significante que sirve para clasificar los fenómenos extraños y angustiantes cuya procedencia no conocen, pero que atribuyen a un Otro malintencionado. Las alucinaciones serían, por tanto, las pesadillas que estos niños tienen durante el día. Lo cual demuestra que, para algunos, el día y la noche son lo mismo.
Prosiguiendo el trabajo con ellos, nos damos cuenta de que esa misma confusión se presenta enseguida entre las pesadillas nocturnas y las diurnas, es decir, delirio o esbozo de delirio. Es, para estos niños, una manera de decir que su vida es una pesadilla de la que no logran salir. Esta es una primera pregunta que se les plantea: ¿cómo salir de una pesadilla que no cesa? Pues bien, abordarla pidiéndole al niño que establezca una diferencia entre lo que pasa en el sueño y lo que pasa en estado de vigilia ya esboza una primera dirección, es una primera localización, una primera escansión que lo orientará.
Pero, en el fondo, ¿qué es el sueño?
«Todo sueño es una pesadilla, aunque sea una pesadilla moderada», dice Lacan en el Seminario El Sinthome.
El sueño ha fascinado a los hombres desde la noche de los tiempos, los ha intrigado como un componente Otro de ellos mismos. Han surgido toda clase de teorías, según las épocas y las culturas; se ha buscado la clave de los sueños, se ha dicho del sueño que era un misterio que descifrar, o bien un oráculo; que podía ser premonitorio, portador de un mensaje divino; se lo ha intentado reducir a algunos símbolos; en definitiva, el sueño ha sido siempre interpretado. Pues bien, todas estas interpretaciones, todas estas teorías destacan la presencia del Otro en el sueño; y en las pesadillas, lo que se manifiesta son sus artimañas.
Sin romper con esta dimensión de alteridad, la invención freudiana cambió definitivamente el estatuto del sueño para todo el mundo, ¡incluidos los detractores del psicoanálisis! Descubrir que el sueño es una realización de un deseo fue una de las primeras hazañas de la invención del inconsciente. Freud hizo de él una vía real. Cuando tropezó con las pesadillas repetitivas de los traumatizados, el obstáculo se convertirá en franqueamiento: es el tope de real del trauma lo que reaparece en la repetición, llevando a Freud a descubrir la pulsión de muerte. En cada ocasión, Freud nos dice: «El Otro del sueño eres tú mismo, porque eres tú el soñante». Freud otorgó al soñante la responsabilidad de sus sueños y, al mismo tiempo, le indicó que él es Otro para sí mismo. El sueño es la Otra escena. El inconsciente es un lugar Otro y el lugar del Otro. Lacan esclareció esto distinguiendo el otro con minúscula del Otro con mayúscula, e introduciendo en la segunda parte de su enseñanza al Otro barrado, la incompletud estructural del Otro.
Sueño, pesadilla y realidad
Al igual que el adulto neurótico que se despierta tras una pesadilla, el niño edípico que tiene miedo del tigre, del lobo, del ladrón que se lo llevará lejos de sus padres, se dice en el sueño: «Bueno, esto no es la realidad, sólo ha sido un mal sueño».
Los niños analizantes dibujan a veces una representación de su sueño y después, como los adultos, asocian, inventado una historia que les sirve para orientarse hacia la cuestión crucial que está en juego. Entonces no sabemos establecer bien la diferencia entre lo que ha tenido lugar verdaderamente en el sueño y lo que proviene del relato, pero no importa. Todo ello sirve para tratar el real que ha surgido en el sueño, para velarlo al desvelarlo. Lo que cuenta es que, a través de este tejido hecho de sueños y pesadillas, de dibujos, de historias, discernimos poco a poco una problemática central, que se estrechará al hilo de las sesiones. Lo que permanece es el ombligo del sueño, que no es sino lo ininterpretable del goce, como nos lo enseñó Lacan.
Cuando un niño nos cuenta que ha oído ruidos o voces en una pesadilla, se trata en primer lugar de saber si lo que cuenta corresponde únicamente al sueño o si esos ruidos surgen también durante el día, cuando está despierto. Los sujetos neuróticos no se confunden, distinguen entre sueño y vigilia, entre sueños de noche y relatos imaginarios. «Un sujeto normal se caracteriza precisamente por no tomarse nunca del todo en serio cierto número de realidades cuya existencia reconoce». Eso mismo vale para los sueños. El real que ha atravesado el sueño o la pesadilla vuelve a quedar cubierto en el despertar, no subsiste de él más que un trazo que a veces se articulará en una historia, para velarlo mejor. Es la famosa frase de Lacan en Aún, según la cual sólo nos despertamos para volver a dormirnos mejor: «Cuando en sus sueños les sucede algo que amenaza con pasar a lo real, se perturban tanto que de inmediato se despiertan, es decir, que siguen soñando».
En la psicosis, en el fondo, uno no vuelve a dormirse, no se logra escapar de lo real.
Ciertamente, no hacemos diagnósticos partiendo de los sueños. Sin embargo, la manera que tiene el sujeto de tratar sus sueños y de resolverlos nos da indicios. Así, en la psicosis, a menudo es imposible para el sujeto poner nombre al horror con el que se ha encontrado en su pesadilla. Hay, por ejemplo, aquellos sueños estructurados en distintas capas donde el horror vuelve siempre a pesar de una huida desesperada, como vimos en el ejemplo de Samira. Pese a todo, el sujeto se despierta, pero luego se vuelve a dormir para volver a caer en la misma pesadilla, que siempre vuelve a empezar. Nada logra nunca hacer de punto de capitón. Es algo muy diferente a las pesadillas de los traumatizados, que ciertamente se repiten, pero en las que el despertar es una salida. Aquí, en el fondo, como dicen algunos, la realidad o la pesadilla son lo mismo, aunque ellos sepan que han soñado. De la misma manera, el sujeto no cree en la realidad de sus alucinaciones, pero, como dice Lacan, «ello no afecta a su certeza, que es que eso le concierne [...] significa para él algo inquebrantable».
No es lo mismo que la extrañeza que puede perturbarnos al despertar y que nos hace dudar, como se ve en el caso de Chu...