¡Haz bailar a tu cerebro!
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¡Haz bailar a tu cerebro!

Los beneficios físicos, emocionales y cognitivos del baile

  1. 192 páginas
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¡Haz bailar a tu cerebro!

Los beneficios físicos, emocionales y cognitivos del baile

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Información del libro

Bailar es una actividad que estimula nuestro cuerpo, pero también nuestro cerebro. A partir de los avances de la neurobiología en los últimos veinte años, la científica y divulgadora Lucy Vincent explica aquí cómo la coordinación de movimientos complejos al ritmo de la música estimula nuestras conexiones cerebrales, a la vez que preserva nuestra salud y fortalece nuestra autoestima –con anécdotas, curiosidades y pasos de baile incluidos.Estrés, agotamiento mental, trastornos del estado de ánimo, dificultades en las relaciones, sobrepeso... ¡Es difícil encontrar un problema que permanezca insensible a la práctica regular de la danza!

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Información

Año
2021
ISBN
9788418193125
CAPÍTULO 1
¡Bailar le sienta bien
al cerebro!
«Quien no baila está fuera de la realidad».
Friedrich Nietzsche
(1844-1900) Filósofo y filólogo
«No hay nada que sea tan necesario para los hombres como el baile. Sin el baile, el hombre no sabría hacer nada. Todas las desgracias de los hombres, sus peculiaridades funestas que llenan nuestra historia, los errores de los políticos y las deficiencias de los grandes capitanes, todo esto, nos ha ocurrido por no saber bailar».
Molière
(1622-1673) Dramaturgo y actor
«Ve con cuidado con lo que bailas, porque lo que bailas es aquello en lo que te transformas».
Susan Buirge
(1940-) Coreógrafa
Con frecuencia hablamos de las actividades deportivas como si éstas fueran intercambiables, pero éste no es el caso, ni mucho menos. Para hacer jogging o salir a correr, por ejemplo, se necesita un buen entrenamiento cardiovascular, pero a nadie se le ocurre preguntarse si va a olvidarse de los pasos necesarios. Lo mismo ocurre con el ciclista o el nadador, que pueden preocuparse por la estrategia de la carrera pero no por su expresión emocional. ¿Y el baile? Pues bien, el baile se distingue de los demás ejercicios porque convoca todo tipo de aptitudes, de hecho, hay pocos deportes que reúnan tantas: equilibrio, esfuerzo muscular de todo el cuerpo, coordinación, expresividad, interacciones con el compañero, respeto del ritmo... Cuando pensamos sobre ello, no hay ni una sola de las funciones corporales o cerebrales que el baile no convoque. Y para rematar con una guinda esta pirueta... a diferencia de muchas otras actividades, bailamos siempre por placer y no porque nos digamos que «vamos a sufrir pero que es por nuestro bien». Sin llegar hasta aseverar que el baile sea el único deporte que valga la pena, digamos que conlleva muchas ventajas específicas, empezando por el esfuerzo cognitivo que exige. En este primer capítulo, vamos a ver con más detalle cómo el esfuerzo corporal actúa directamente sobre nuestras neuronas cuando bailamos.
El baile como función superior del cerebro
¿Resulta tan sorprendente? Si pensamos en ello, vemos que todo lo que conocemos del mundo ha llegado a nuestro cerebro por medio de nuestros sentidos: hemos escuchado explicaciones, observado patrones, hemos percibido diferencias de temperatura o de presión, hemos respirado olores, probado diferentes platos... Y luego —y sólo luego— nuestro cerebro ha puesto en orden todas estas informaciones clasificándolas y asociándolas de manera que pudiese aprender estrategias para asegurar nuestra supervivencia y nuestra reproducción. A lo largo de la vida nos llegan informaciones nuevas de esta manera y vamos ajustando la organización de nuestra red neuronal para que podamos incorporar los nuevos datos. En nuestros aprendizajes el cuerpo juega un papel primordial. Es él quien hace frente al mundo exterior, quien lo experimenta, y es de una sensibilidad y una agudeza extraordinaria en el procesamiento de todas estas informaciones.
Quizás estéis convencidos, como mucho, de que la inteligencia vinculada a nuestro cuerpo sigue siendo irrisoria si la comparamos con aquella que nos suministra la lectura de un libro o al atender a un curso de filosofía. No es así. En realidad, ninguna lectura ni ninguna lección pueden aprovecharse si no es gracias a un cerebro que haya sido preparado para ello. De esta preparación se encarga el cuerpo gracias a su sistema sensorial y se enriquece a medida que vivimos nuevas experiencias, haciendo a nuestro cerebro cada vez más apto para manejar conceptos complejos e imaginarios. Así que, ¿mens sana in corpore sano? Digamos mejor: ¡mens intelligens in corpore movens!
El movimiento crea el cerebro
Primer asunto que merece nuestra reflexión: sólo los seres vivos que se mueven están dotados de un sistema nervioso central. Si la evolución ha «inventado» el cerebro es, en primer lugar, para gestionar los movimientos del cuerpo y la coordinación de los órganos. Hay animales relativamente evolucionados como las medusas o el erizo de mar que ni siquiera tienen cerebro, puesto que su supervivencia se puede garantizar con una serie de simples reflejos. Fue, precisamente, al evolucionar hacia un cuerpo complejo cuando se impuso la existencia de un cerebro. Visto así, se entiende que saber utilizar mejor nuestro cuerpo permita optimizar el funcionamiento de nuestro cerebro.
En el ser humano, sabemos que el establecimiento del cerebro se realiza bajo la influencia de contracciones musculares espontáneas en el feto. Estos micromovimientos estimulan la implantación de las redes nerviosas que empiezan a activarse, enviando a su vez estímulos hacia los múscu­los, para ir perfeccionando progresivamente el control motor.
Las conexiones dentro del cerebro o entre el cerebro y el cuerpo están relacionadas con la actividad de los múscu­los que, desde su aparición, empiezan a realizar movimientos sin utilidad aparente pero que, en realidad, proporcionan los estímulos eléctricos que permiten organizar los sistemas sensoriomotores cerebrales. Las neuronas, desarrolladas de esta manera, estimulan a su vez los múscu­los que las han creado. Este ir y volver de estímulos y respuestas afianzan los circuitos que producen los movimientos característicos que se pueden ver en los fetos y en el recién nacido. El movimiento y el cerebro están tan estrechamente relacionados que hasta se pueden diagnosticar lesiones cerebrales observando simplemente los movimientos del recién nacido o su postura en reposo. En los niños que presentan una parálisis cerebral se han podido identificar de esta manera anomalías posturales, la ausencia absoluta de ciertos movimientos característicos del repertorio de los recién nacidos y la coordinación de movimientos insólitos (Ferrari, Prechtl et al., 1997).
El desarrollo de nuestro cerebro depende, por lo tanto, de numerosas experimentaciones que los niños llevan a cabo de la manera más natural si se les deja libres para moverse como quieran: lo prueban todo, se lo llevan todo a la boca, todo lo tocan... ¡Todas sus tonterías aparentes no son más que inteligencia en potencia! Son comportamientos que les permiten incorporar a su cerebro las características del mundo para orientarse, nutrirse, calentarse, protegerse y, más tarde, para reproducirse mejor. Por suerte no hay fecha límite para este proceso, y aunque nos encontramos menos abocados a metérnoslo todo en la boca a los 25 años, seguimos integrando nuevas experiencias que renuevan nuestras redes cerebrales a lo largo de toda nuestra vida... A condición de que sigamos experimentando físicamente nuestro entorno.
Ahora bien, ¿los efectos del movimiento en el cerebro se limitan a la construcción de los circuitos que se encargan de la motricidad? Esta cuestión está en el epicentro de un área de investigación que llamamos embodiement (in-corporación o encarnación) y que intenta comprender cómo las partes del cuerpo de fuera del cerebro contribuyen a los procesos cognitivos y a las emociones. Históricamente hablando, se empezó a reflexionar sobre el funcionamiento de los efectos del movimiento sobre el cerebro cuando nos dimos cuenta de que el ejercicio físico era un antidepresivo «natural». Como en esa época (los años setenta) se acababan de descubrir las endorfinas y su efecto euforizante, fue fácil demostrar que, efectivamente, el ejercicio libera muchas endorfinas. Entonces se encontró una explicación bien simple: el ejercicio se encarga de la liberación de endorfinas, que tienen un efecto euforizante y, por lo tanto, antidepresivo. Salvo que las endorfinas no nos proporcionaban la explicación concreta de este estado de mayor bienestar dado que estos neurotransmisores también se incrementan en el caso de dolor (para que sea soportable)... El hecho es que el descubrimiento de este efecto antidepresivo abrió el camino a numerosas investigaciones que profundizaban sobre los otros efectos del ejercicio físico.
La noción de ejercicio se entendió durante mucho tiempo, también por parte de los investigadores, como una actividad intensa que conllevaba un consumo importante de energía y cuya eficiencia se medía cuantitativamente (frecuencia cardíaca o volumen respiratorio), contabilizándose el esfuerzo en calorías quemadas. Vamos a ver que el interés de la actividad física para el cerebro no tiene sentido únicamente por los atracones de endorfinas que nos procura o por la mejor oxigenación que conlleva... ¡la verdad es que mover el cuerpo también nos vuelve más inteligentes!
El cerebelo o cómo el movimiento crea la inteligencia
Sabemos desde hace mucho tiempo que el cerebelo juega un papel esencial en la coordinación de movimientos. Sin duda alguna, juzgamos a priori como menos «noble» y menos digno de nuestro interés al cerebelo, que se ocupa de los movimientos, porque estamos obnubilados por el poderío de la corteza cerebral humana, reina del pensamiento. Pero en realidad la expansión del cerebelo humano en comparación con la de los demás primates ejercicio fsu existencia superv el cuerpo nos hace tambi/ofrece o por la mejor oxigenacifue fel ejercicio fsu existencia superves todavía más importante que la de la corteza cerebral. El número de células que contiene —¡69.000 millones!— supera de lejos la cantidad que encontramos en el resto del cerebro y, a fortiori, solamente en la corteza —16.000 millones— (Lent, Azevedo et al., 2002). En pocas palabras, se trata de un órgano un poco misterioso con funciones aún inexploradas, pero no por mucho tiempo...
Antes de adentrarnos en la exploración del papel del cerebelo en la inteligencia, volvamos a su función bien conocida en la programación de los movimientos. Todos los que alguna vez han aprendido a conducir se acuerdan de la primera vez que tomaron el volante entre sus manos: pánico total por controlarlo todo al mismo tiempo. ¿Cómo girar el volante cambiando de marcha + siguiendo la carretera + sin perder de vista a los peatones? Nos pitan por todos lados porque es imposible que avancemos tan rápido como los conductores con experiencia. Y sin embargo, en el plazo de unos pocos meses, todos esos gestos necesarios para llevar tranquilamente el coche de un punto A a otro punto B se vuelven automáticos (en realidad ni siquiera pensamos en nuestra ruta, si la hacemos con regularidad). Lo mismo sucede cuando nos familiarizamos con un deporte o un instrumento de música: pasamos por ese estadio de gestos muy conscientes y luego, progresivamente, se produce una automatización de la coordinación y obtenemos el resultado que buscábamos (un buen saque en el tenis, un sonido harmonioso al violín). Desde hace mucho tiempo sabemos que esta automatización es el resultado de la fabricación de nuevos circuitos en el cerebelo en colaboración con otras partes de nuestro cerebro... se producen nuevas neuronas que asocian, por ejemplo, el gesto de girar el volante con echar una mirada hacia el retrovisor, para que se hagan simultáneamente y de manera sistemática sin requerir un control voluntario independiente. En resumen, después de unas pocas semanas de entrenamiento y, precisamente, gracias al cerebelo, podemos conducir, hacer cantar a nuestro instrumento o llevar a cabo el saque ganador de un partido de tenis, ¡sin siquiera pensarlo!
La existencia del síndrome afectivo y cognitivo del cerebelo, también llamado síndrome de Schmahmann, ha levantado muchísimos interrogantes. No nos esperábamos —ingenuos de nosotros— que las carencias en nuestros sistemas cognitivos y emocionales provinieran de anomalías dentro de nuestro querido y viejo cerebelo, simple programador de movimientos situado allí, abajo del todo del cerebro. Ya desde hacía tiempo, por lo tanto, insistía Jeremy Schmahmann (quien bautizó con su nombre al síndrome) sobre el hecho de que la existencia misma de este síndrome implicaba que teníamos que modificar nuestra concepción del funcionamiento del cerebro humano. En 1996 este investigador avanzaba ya argumentos lógicos y anatómicos que permitían afirmar que la coordinación del movimiento y la del pensamiento estaban relacionadas la una con la otra, puesto que la gestión del pensamiento conceptual descansaba sobre los mismos mecanismos que la gestión del movimiento (Schmahmann, 1996). A juzgar por su estructura misma, parecería que el cerebelo pone en contacto distintas zonas del cerebro dedicadas a las funciones asociativas y paralímbicas (es decir, cognitivas y emocionales), del mismo modo que lo hace para los sistemas sensoriomotores. Dicho de otra manera, automatizamos el manejo de un concepto de la misma manera que automatizamos el manejo de una pelota de tenis. Todas estas reglas y estas hipótesis, dice Jeremy, son verificables a través de técnicas de neuroimagen funcional: los escépticos sólo tienen que valerse de sus propios ojos... Además, si nos fijamos bien, podemos ver, específicamente, cómo la parte ventral del núcleo serrado del cerebelo envía señales hacia las regiones frontal y parietal de la corteza cerebral que se ocupan de la memoria de trabajo y de las funciones ejecutivas como la planificación y el aprendizaje de normas.
El pensamiento virtual anclado en lo concreto
Detengámonos un instante a meditar sobre las implicaciones de este descubrimiento en nuestras vidas de cada día. Sin recurrir a los aparatos de imagen funcional, podemos tomar nuestras experiencias personales como testimonio de este proceso. Mucho antes de haber aprendido a conducir hemos tenido que aprender las tablas de multiplicar y nuestro alfabeto. Han formado el zócalo para la integración de todos los conceptos que aprenderemos con posterioridad gracias a la lectura o al manejo de los números... desde las historias del gato con botas y el número de bombones que hay sobre la mesa, hasta la reestructuración del orden natural de los seres vivos por Darwin y el cálculo de integrales.
Personalmente, me acuerdo muy bien del aprendizaje laborioso de las cifras y las letras. Hoy por hoy la programación ya está hecha y cuando oigo «nueve por cuatro» no puedo evitar pensar «cuarenta y cinco»: ¡es automático! De la misma manera que cuando veo los titulares de la prensa tengo una comprensión inmediata de aquello de lo que tratan, hasta este punto tengo automatizada la interpretación de las palabras y de las frases a través de los programas que tengo instalados en mi cerebro. Sin embargo, al principio, es evidente que tuve que asociar las letras a los sonidos para construir palabras y las palabras a los objetos reales o virtuales. También tuve que «construir» la idea de masas y de volúmenes asociando las cifras a dimensiones físicas. En resumen, todo lo yo que sé ha entrado en primer lugar a mi cerebro a través de mis sentidos, que ha asociado estas sensaciones a valores conceptuales. Y este gran trabajo que nos ha otorgado a todos la posibilidad de pensar de manera abstracta, pues bien, ¡es obra del cerebelo!
Hay muchos artículos especializados (Ito, 1993; Schmahmann, 1996; Ito, 2008) que exploran la manera en la que esta programación mental se lleva a cabo gracias a la integración de propiedades del mundo físico en nuestro cerebro mediante el tacto, la mirada, el oído, el gusto y el olfato. La manipulación conceptual (en matemáticas, filosofía, en ciencia, historia, literatura...) se vuelve automática de la misma manera que lo hace el manejo de un monopatín o el saque de nuestra famosa pelota de tenis, gracias a la programación del cerebelo (Vandervert, 2017). Las repercusiones de tener una capacidad como ésta son enormes: aparte de que pone patas arriba nuestra manera de comprender el cerebro, ha conllevado aplicaciones prácticas notables, particularmente dentro del mundo de la educación y en el campo de la salud, y ha permitido que disciplinas que exigen movimientos tan complejos como el baile levanten el vuelo considerablemente.
Actividad de mi cerebro con mis acciones físicas
Si la contribución física del cuerpo es necesaria para que el cerebro lleve a cabo la integración de nuevos conceptos abstractos, se deduce fácilmente que debemos revisar a toda velocidad nuestra manera de educar. Algunos pioneros en este campo han empezado a experimentar con los efectos de la actividad física en el aprendizaje escolar, sugiriendo a los alumnos que reproduzcan el movimiento de las moléculas químicas o de los planetas para poder visualizar así mejor sus interacciones. Los niños tienen tantas ganas de correr que, a la que se les ofrece la posibilidad de moverse, los resultados sobre su rendimiento «académico» siempre son positivos (Donnelly y Lambourne, 2011; Chaddock-Heyman, Hillman et al., 2014). En aquellos pequeñines que todavía no han empezado a aprender a leer, a escribir o a contar, se ha podido demostrar igualmente los efectos beneficiosos del movimiento sobre la gestión de sí mismos —sobre el dominio de las emociones, para focalizar la atención, etc.—, lo que corrobora las relaciones establecidas por los investigadores entre el cerebelo y las partes de nuestro cerebro que controlan esas funciones (Robinson, Palmer et al., 2016).
De hecho, el cerebelo parece comportarse como un director de orquesta encargado de conectar, gracias a la simple arquitectura celular de su estructura, las sensaciones físicas a las emociones y a los procesos cognitivos. En el del ser humano, en comparación con los demás primates, existe una región llamada «vermis» cuya fracción ventral muestra un aumento considerable de tamaño y número de células. Y hoy en día sabemos que todas estas células permiten conectar la planificación motriz con los procesos cognitivos y afectivos, de manera que los impulsos sensoriales crean señales en bucle, de ida y vuelta, entre el cerebelo y el sistema límbico, el sistema motor y la corteza cerebral (Schmachmann, 1996).
En pocas palabras, aunque se haya utilizado desde siempre para automatizar los movimientos complejos, también en otras especies animales, desde hace muy poco tiempo el cerebelo se ha situado en el centro de todo tipo de investigaciones que aspiran a diferenciar las capacidades del cerebro humano: la fabricación de herramientas muy sofisticadas, el lenguaje, la planificación de los acontecimientos. Sabiendo que en los seres humanos estos movimientos complejos se ponen automáticamente en relación con las redes cognitivo-afectivas, se entiende mucho mejor que su aprendizaje renovado se pueda considerar como el medio seleccionado para desarrollar las actividades de nuestro cerebro en general. Quod erat demonstrandum. El baile es indudablemente mucho más eficaz que cualquier actividad física repetitiva para quien quiera recuperar o proteger sus funciones cognitivas, por ejemplo, a medida que envejece (Marini, Monaci et al., 2015)
Dicho de otro modo, ¡si permanecemos inmóviles, ahogamos nuestro potencial cerebral! Nuestra lengua se ofrece con gusto a revelar las relaciones entre los procesos mentales y los movimientos físicos. Expresiones como «avanzar paso a paso», «andar en círculos», «moverse para conseguir algo», «cambiar de ritmo», «salirse por peteneras», «andar pisando huevos» o «eso no es como un paseo por el parque» (aunque ésta última expresión sea de origen inglés, es cierto) señalan con precisión las analogías entre el pensamiento o la inspiración intelectual con la actividad física.
Hay otro elemento que acerca el dominio de la coordinación física con el entendimiento de un concepto intelectual: el placer. Y así es, ya se trate de la correcta ejecución de una coreografía de zumba o de la comprensión de una regla trigonométrica, experimentamos el mismo arrebato de satisfacción cuando «lo hemos conseguido». Las investigaciones del futuro lograrán elucidar si las relaciones entre el cerebelo y el sistema límbico pueden explicar por qué las personas inteligentes siempre intentan comprender las cosas. En cualquier caso, el placer de haber comprendido que como una especie de adicción nos da el gusto por la dificultad quizás sea una de nuestras grandes virtudes como seres humanos. Si esto es realmente así, entonces, qué duda cabe: pongámonos en movimiento para poder aprovechar al máximo nuestro cerebro buscando cada vez una mayor complejidad de movimientos y aumentar así nuestro dominio sobre todas las regiones de nuestro propio cuerpo.
Un baile para la creatividad:
el pasodoble
La creatividad aparece cuando provocamos que se entrecrucen redes cerebrales que habitualmente no se invocan juntas o cuando forzamos el ascenso de pensamientos inconscientes al nivel de la consciencia, de manera inesperada. Podemos provocar parecidas «rupturas» del pensamiento a través de mecanismos físicos, puesto que el cerebelo pone directamente en relación nuestras influencias sensorio-motrices con el entramado cognitivo y emocional. Escoger bien las posturas y los movimientos que haremos es muy importante, ya que cuanto más nos alejemos de nuestras posiciones y gestos habituales, más provocaremos nuevos entrecruzamientos de influencias.
A continuación, os propongo aprender algunas de las figuras del pasodoble para estimular un despertar emocional eficaz. Para empezar, poneros en posición casi militar, con la espalda bien recta y los ojos hacia abajo, como si mirarais el suelo a cinco metros delante vuestro, entrando ligeramente el mentón.
Debéis tensionar las manos, con los dedos extendidos y pegados, y el pulgar a un ángulo de 90º con respecto a la palma de la mano. Manteniendo esta posición con las manos, formad un arco con cada brazo, los codos para atrás y las manos al nivel de las caderas, y echad los brazos y los hombros para atrás mientras abombáis el torso y las caderas hacia delante dibujando un arco también (y sin olvidaros de mantener los ojos bajos todo este tiempo).
Empezando por el pie derecho, haced pasos de marcha sobre el sitio, apoyando firmemente sobre el suelo en los tiempos 1-8 y acentuando sobre el 1. Siempre caminando en marcha sobre el mismo sitio, llevaros hacia atrás los arcos que formáis con los brazos mientras proyectáis el pecho hacia delante, luego volvéis a empezar en los 8 tiempos siguientes. Después de hacer algunas prácticas, intentad levantar los talones progresivamente en los tiempos 1-8. ¡Acordaos del porte de los toreros que da origen y fue la inspiración para este baile! Debéis practicar estos pasos de marcha varias decenas de veces para que empiece la programación en el cerebelo de todos los detalles de estilo y posición. En la siguiente etapa, cuando la postura os parezca menos extraña, podéis intentar hacer chassés:1 empezad dando un paso al lado con el pie derecho en el tiempo 1, llevad el pie izquierdo con el derecho...

Índice

  1. Índice
  2. Introducción
  3. CAPÍTULO 1
  4. ¡Bailar le sienta bien al cerebro!
  5. CAPÍTULO 2
  6. Bailar para seducir... pero también para trabajar mejor
  7. CAPÍTULO 3
  8. ¡Bailar es bueno para la salud!
  9. CAPÍTULO 4
  10. Conocerse a uno mismo mediante el baile
  11. Conclusión
  12. Bibliografía
  13. Agradecimientos