Vivir en las ciudades invisibles
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Vivir en las ciudades invisibles

  1. 164 páginas
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Vivir en las ciudades invisibles

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Índice
Citas

Información del libro

Las obras maestras, como es el caso de Las ciudades invisibles (1972) de Italo Calvino, son inagotables. Los relatos de los viajes que Marco Polo describe a Kublai Kan sirven de desencadenante para iniciar un fértil diálogo entre la arquitectura, la literatura y la filosofía. Nada puede ser más actual que hablar de aquello que habla de lo intemporal. Nada puede ser más bello que soñar a partir de un poema de amor a las ciudades, especialmente hoy, cuando cada vez es más difícil vivirlas.

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Información

Editorial
Editorial UFV
Año
2020
ISBN
9788418360695
El impacto de lo invisible. A propósito de Las ciudades invisibles de Italo Calvino
FELIPE SAMARÁN SALÓ
Universidad Francisco de Vitoria
NOTA PRELIMINAR
Italo Calvino ordenó sus pensamientos sobre Las ciudades invisibles en alrededor de once ideas con cinco ciudades cada una. Las ciudades y la memoria, y el deseo, y los signos, y los ojos, y el nombre, y los trueques, y los muertos, y el cielo, ciudades continuas, escondidas y sutiles. Este capítulo se estructura, a modo de homenaje, también en torno a once formas en las que lo invisible nos interroga e impacta. Moviéndose a caballo entre lo que somos capaces de ver y lo que querríamos descubrir como criaturas aristotélicas que tenemos, naturalmente, el deseo de saber.
El libro de Calvino se desarrolla con el hilo argumental de un diálogo entre el gran rey de los tártaros, Kublai Kan (Kublai Jan en algunas traducciones), y el viajero Marco Polo. Este texto se desarrolla en diálogo con el libro al que hace referencia a partir de algunas manifestaciones de la invisibilidad, que laten en el texto original y que se han considerado relevantes; igual que en aquel se ordenan según la capacidad de impacto, profundidad y trascendencia de cada tema. Al final del recorrido, se puede comprobar que ambos textos no hacen sino interrogarnos por nuestra propia vida y su sentido, y que la mayoría de las veces lo más impactante para nuestras vidas pertenece al mundo de lo invisible, sobre el que la ciencia nada puede decir.
LO INVISIBLE Y LA NECESIDAD DE CREER PARA VER
«Lo que ves es lo que ves», decía el pintor abstracto americano Frank Stella. Sin embargo, la artista holandesa Barbara Visser defendía que «lo que ves depende de lo que vayas buscando». Probablemente, esto segundo nos acerque más a la realidad de las cosas y nuestra percepción de ella. Interpretamos cuanto nos rodea conforme a quien somos, y tendemos a alimentarnos física y espiritualmente de aquello que nos gusta o nos proporciona placer, sea nutritivo y conveniente o no. Algunas realidades intangibles como los sueños, el amor, la esperanza o el miedo no se ven, sino que se sienten, pero son tan reales como aquellas otras tangibles que la ciencia puede medir y pesar. Y además ocurre que algunas de estas realidades solo se encuentran cuando se van buscando. Precisan de una predisposición y un bagaje personal para que el hallazgo ocurra.
Las ciudades invisibles, obra de un escritor ajeno a la arquitectura y el urbanismo, se convirtió en poco tiempo en una imprescindible, potente y estable fuente de inspiración atemporal, porque demuestra lo que decía Benjamín Prado: «Lo que importa en una obra de arte nunca es lo que diga acerca de quien la ha creado, sino lo que sea capaz de decir sobre quienes van a leerla, verla u oírla».1 El libro no habla de ciudades, habla de lo que de ti hay en cada uno de esos lugares. Eso es lo que hace traspasar el umbral de la inmortalidad a una obra literaria: su capacidad para conectar y decir algo a las gentes de distintas edades y condiciones sociales a lo largo del tiempo, independientemente de lo que su autor tuviera en la cabeza cuando la produjo. Y, para que eso ocurra, hay que apuntar el dardo de la palabra a lo más esencial y profundo del ser humano. Cualquier otra diana será banal y caduca.
Asombrosamente, aquello que resulta más esencial al ser humano suele ser imposible de tocar y medir, y la mayoría de las veces hasta imposible de ver. Pero lo invisible para los ojos, para el sistema de pesos y medidas, para la ciencia o para las disciplinas de la arquitectura y el urbanismo puede no serlo para el espíritu, que dota de sentido la vida. Parece inevitable recuperar aquí las palabras de Antoine de Saint-Exupéry en el capítulo 21 de El principito (libro inmortal como pocos en la historia de la literatura contemporánea), cuando el zorro comparte con el pequeño príncipe que «solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». Ambos libros, Las ciudades invisibles y El principito, nacen de diálogos profundos, con personajes cambiantes, pero siempre en la intimidad y confianza que el vis a vis otorga cuando el tiempo no juega papel relevante. Se respira afecto en las palabras entre dos seres que se encuentran queriendo ver más allá de lo inmediato, evidente y cercano. Porque en nuestra esencia está que somos seres de encuentro, y nos construimos en la relación con los demás.
El gran kan no vio con sus ojos las ciudades de su vasto imperio que Marco Polo le describía, pero necesitaba oírlas contar de sus labios, y la fe en sus palabras le bastaba para saber de su existencia e incluso para inventar otras nuevas:
Entre tanto Marco Polo seguía contando su viaje, pero el emperador ya no lo escuchaba, lo interrumpía: De ahora en adelante seré yo quien describa las ciudades y tú verificarás si existen y si son como yo las he pensado.2
LO INVISIBLE Y PRIMERO. ¿EL AMOR O EL DESEO?
«Lo más alto no se sostiene sin lo más bajo»,3 dice C. S. Lewis citando a Tomás de Kempis en el prólogo de su libro Los cuatro amores. Lo primero es lo primero, y no se puede construir desde el cielo sin unos cimientos previos. Si hay algo ciertamente invisible, que sin embargo es el combustible que mueve toda vida humana, es el amor a algo o a alguien. Por eso, no es casualidad que Italo Calvino declare también en el prólogo de libro Las ciudades invisibles haberlo escrito como un poema de amor a estas:
¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles.4
Explica también el autor que los temas de las ciudades están bien pensados y seleccionados, así como su orden de aparición. No es, por tanto, de extrañar que, si el libro quiere ser un poema de amor, sea este uno de los primeros temas en desplegarse. Pero sorprende no hallar grupo de ciudades en torno al amor; lo más próximo podría parecer el deseo. Del mismo modo que no todas las ciudades son iguales, tampoco los amores lo son, y dependiendo de su naturaleza así son los vínculos que se establecen entre los amantes. Lewis distingue, apoyado en su etimología griega, entre cariño (Στoργη´), amistad (Φιλíα), eros (´Ερος) y caridad (Αγα´πη). Con certeza, el deseo pertenece al ámbito del eros, el propio de los enamorados.
Uno lee el libro esperando encontrarse escenarios donde el amor entre personas o el amor a la ciudad o algún otro tipo de amor fuera el protagonista o donde este fuera acogido de un modo especial por las ciudades descritas. Sin embargo, sorprende comprobar que la palabra amor, incluyendo sus derivados o sinónimos, aparece tan solo seis veces en todo el libro, de un modo muy tangencial y nada protagonista. Y, lo que resulta más sorprendente, ni siquiera aparece vinculado a ninguna de las ciudades del deseo, sino una vez en Ipazia, ciudad de signos, dos veces en las ciudades escondidas de Raissa y Berenice y tres veces en Melania, Adelma y Laudomia, ciudades de los muertos; y casi siempre como descripción de un personaje anecdótico que vive en ellas, salvo el amor por lo justo, que se despierta en la ciudad injusta de Berenice.
Algo no acaba de encajar. Puede que este poema de amor a las ciudades, tan desprovisto de amor, tenga el mismo sustrato de frustración que Los amores difíciles, que escribió dos años antes. Aquella colección de cuentos relata la dificultad de comunicación entre personas que, llamadas a comenzar una relación amorosa, nunca llegan a consumarla. Ese desencuentro no solo se muestra como motivo de desesperación, sino que parece conformar el elemento fundamental —o la esencia misma— de la relación amorosa. Pues diera la sensación de que se establece la misma relación de amor imposible entre los habitantes y sus ciudades invisibles.
Más que un poema de amor, probablemente sea una canción desesperada por la nostalgia que produce el no encontrarse con la ciudad del modo que uno desearía. Amor, deseo, nostalgia, dolor, vacío. Todo ello invisible a los ojos y la ciencia, pero capaz de marcar una vida del mismo modo que puede hacer la ciudad con sus habitantes.
LO INVISIBLE CON NOMBRE DE MUJER
«El mundo era tan reciente que las cosas no tenían nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo», escribía Gabriel García Márquez en su libro Cien años de soledad. Pocos saben que la intención de García Márquez fue la de llamar a ese libro La casa. ¿Quién se aventura a decir si su éxito hubiera sido el mismo? Porque en el nombre de las cosas reside en gran medida parte de su esencia. Poner nombre a algo implica permitir el relacionarnos con ello. Es lo primero que hizo Dios con las cosas tras crearlas, según describe el Génesis (o al menos esa es la necesidad que sentía quien lo escribió). Es lo primero que hacemos con un hijo que nace, es lo que permite conocer una enfermedad para empezar a sanarla, es lo que posibilita que identifiquemos una idea, un sentimiento, un miedo, un anhelo para poder hablar de ellos y ordenarlos. ¿Hay algo más inquietante y difícil que lo inefable? Y cuando la palabra usada se presta a confusión y no nos ayuda a establecer el mismo vínculo con lo nombrado, se producen los malentendidos, que pueden llevar a la indiferencia, al conflicto y hasta a la guerra. Así lo insinúa el «pequeño diccionario de palabras incomprendidas» que Milán Kundera sugiere en su Insoportable levedad del ser. El tener un diccionario de significados compartidos es lo que hace especiales las relaciones más profundas.
Poner bien el nombre a las cosas es un arte delicado que muchas veces se solventa sin mucho pensar; como tantas otras cosas que merecerían más atención y profundidad. Un nombre bien puesto debería hacer referencia a su origen y destino. Puede que por eso llamara Macondo a su pueblo imaginario el Nobel de Literatura, para que allí transcurriera su historia sin que nadie pudiera relacionarlo con ningún lugar real, para que no tuviera anclajes al pasado ni lastres que cargar y, por ello, todo pudiera ser posible.
Nombrar a un hijo, una creación, algo a lo que damos vida, es el complicado arte de condensar en una palabra lo más relevante del camino recorrido hasta su llegada y los deseos de futuro que para ese nuevo ser se esperan. Los topónimos que no son sino el nombramiento de los lugares que frecuentamos, y tienen carácter y vida propios, ya nos dan pistas del paraje que nos espera. ¿Quién los fija en los mapas y en la memoria?, ¿tienen algo de quienes los habitaron?, ¿son capaces de marcar a quienes lo harán en el futuro?
Italo Calvino eligió nombres de mujer para todas sus ciudades. Aclara que fue un acto consciente, aunque no explica por qué lo hizo, y eso abre la puerta a la imaginación, como todo en su libro. En el mundo real, muy pocas son las ciudades que tienen nombre de persona, salvo que sea para honrar a un prócer que allí vivió. Podía haberlas nombrado según su carácter, su forma, su topografía, sus hitos o su singularidad. Pero Calvino eligió dotarlas de personalidad, de carácter, de misterio, de capacidad de acogida, de vida propia. La palabra ciudad es femenina en italiano, español, portugués, francés, alemán… Quizás por ello eligiera nombres de mujer. Como una madre que da vida y acoge a sus hijos en su seno. Y, aunque algunas de esas ciudades-mujer tienen nombres a los que podríamos buscar parentesco, lo cierto es que la mayoría de ellas reciben nombres oníricos de imposible filiación que invitan al sueño de lo inesperado, preparando al viajero a la sorpresa por falta de referencias previas. Una manera inteligente y seductora de estimular la imaginación al eliminar los asideros de la memoria y crear unos nuevos a los que poder amarrar las nuevas sensaciones y emociones encontradas. Un lugar escondido en nuestro imaginario q...

Índice

  1. Portada
  2. Resumen
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. La ciudad del yo. Reflexiones sobre Las ciudades invisibles de Italo Calvino
  7. ¿Qué hace que las ciudades sean habitables?
  8. La ciudad telaraña
  9. El impacto de lo invisible. A propósito de Las ciudades invisibles de Italo Calvino
  10. Los jardines invisibles
  11. Las ciudades y el tiempo
  12. Seis ciudades para el presente milenio
  13. Del vuelo. El atlas incompleto o el juego de los fragmentos
  14. El hermetismo de la forma arquitectónica y la crisis de la utilidad como principio inmanente