El grupo interno
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El grupo interno

Psiquis y cultura

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El grupo interno

Psiquis y cultura

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"Los que hemos seguido a lo largo de los años el inteligente esfuerzo de Samuel Arbiser para entender el psicoanálisis como teoría y práctica, hace ya mucho tiempo que esperábamos este libro. Es un conjunto armonioso de escritos que muestra una trayectoria infatigable apuntando a un psicoanálisis actual, moderno y profundo. El lector se entusiasmará por la coherencia de Arbiser y su logrado intento de presentar una visión del psicoanálisis de nuestra época con la inspiración del gran maestro de todos nosotros, Enrique Pichon Rivière. El lector percibirá, como yo, el empeño de Arbiser para mostrarnos una manera de entender nuestra disciplina como se fue desarrollando en los últimos cuarenta años en el Río de la Plata. Cautiva la prosa de Arbiser, ágil, sencilla y rigurosa." Ricardo Horacio Etchegoyen"El concepto de grupo interno, desarrollado en forma fragmentaria y en diversos lugares por Pichon Rivière, es retomado por Samuel Arbiser para mostrar que constituye un instrumento útil para comprendernos a nosotros mismos y a nuestro trabajo analítico. […] Estas nociones que Samuel Arbiser rescata de nuestra tradición y a las que aporta nuevos desarrollos van más allá de falsas oposiciones tan extendidas en el mundo psicoanalítico actual como lo son las nociones de intrapsíquico/relacional, representación/objeto, interno/externo y apuntan a comprender al ser humano desde una perspectiva vincular, que toma en cuenta tanto la organización del self como grupo o mundo interno como mundo intersubjetivo o social. Por eso señala que no se trata de ir del psicoanálisis a la psicología social o de hacer el recorrido inverso, sino de mantener abierta una doble vía que permita la circulación en ambos sentidos." Ricardo Bernardi

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Información

Año
2021
ISBN
9789871678624
Categoría
Psychology
GRUPO INTERNO

1

Enrique Pichon Rivière
Ginebra 1907 - Buenos Aires 1977
A principios de siglo XX la Argentina aparecía –a los ojos del mundo– como uno de los países más prometedores en cuanto a prosperidad, libertades y oportunidades de ascenso social. Atraídos por dichas promesas, ingentes cantidades de europeos se lanzaron a jugar su suerte en estas tierras. Entre estos, la familia Pichon Rivière. Cuando Enrique tenía 3 años llegaron a este país y se instalaron en el agreste Chaco, todavía amenazado en aquel tiempo por los malones de los indios guaraníes. A sus 8 años se trasladaron a la provincia de Corrientes, e instalados finalmente en la ciudad de Goya donde su madre funda el Colegio Nacional. El deporte, la poesía y la pintura conforman la pasión de la niñez, adolescencia y juventud de Enrique. Confiesa, en sus conversaciones con Vicente Zito Lema (1976), que la lectura del Conde Lautréamont, Rimbaud y Artaud fueron una influencia constante en su pensamiento; en 1946 publica “Lo siniestro en la vida y en la obra del Conde de Lautréamont”. En Buenos Aires frecuenta la bohemia literaria, periodística y artística de la exuberante intelectualidad porteña. Una vez obtenido su título de médico en 1936, ingresa en el Hospicio de las Mercedes donde pone en práctica su inagotable inventiva innovadora en la atención psiquiátrica; inventiva innovadora que no armonizaba con las anquilosadas estructuras siquiátricas de la época, que terminan expulsándolo. Es justamente en este ámbito donde se gesta el germen de lo que sería, en 1958, “la experiencia Rosario”1 en que nacen los grupos operativos con las correspondientes nociones de emergente y portavoz. Hasta aquí se perfilan su singular faceta de innovador de la psiquiatría y su interés por la articulación de la psicología individual y grupal.
Su pasaje por el psicoanálisis en los inicios de los años 40 tampoco fue inocua y deja también su impronta revulsiva e innovadora. A tal punto que se lo podría considerar como el iniciador e inspirador de una corriente, a mi juicio original, que denominaría la vertiente psicosocial del psicoanálisis argentino (Leone, María Ernestina, 2003). Figuras como David Liberman, José Bleger, Willy y Madeleine Baranger, Horacio Etchegoyen, entre muchos otros, plasmaron gran parte de las ideas pioneras de este inquieto creador. Sin embargo, tampoco su relación con el psicoanálisis y con la institución que lo albergaba fue del todo armoniosa. En contraste con la mayoría de los consagrados psicoanalistas de su época, y por qué no, también actuales, que velaban y velan por una identidad psicoanalítica netamente definida y una pureza conceptual no contaminada, Enrique Pichon Rivière, en cambio, no ponía esos límites tajantes o excluyentes, tanto en la clínica como en la teoría. No se centraba en la diferencia entre la atención psicoanalítica y la psiquiátrica, tampoco entre el grupo y el individuo, ni en la exclusividad de las fuentes conceptuales del psicoanálisis. Como ilustrativo de estas afirmaciones se puede citar su trabajo “Empleo de Tofranil en psicoterapia individual y grupal” (1960). Tampoco su patrimonio conceptual se nutría exclusivamente de fuentes psicoanalíticas, sino además de la noción de praxis que partía del marxismo y de la filosofía sartreana, de la Teoría del Campo de Kurt Lewin, de la Teoría de la Comunicación de G. Bateson y del Interaccionismo Simbólico de George H. Mead, entre muchos más. En cuanto a sus fuentes psicoanalíticas también puede destacarse la amplia base de autores de la época; pero no puede ocultarse su mayor adhesión a una psicología de las relaciones de objeto, en ese entonces lideradas por Melanie Klein y Ronald Fairbairn. Esta peculiaridad del pensamiento pichoneano que he intentado subrayar, nutrido de una riquísima y variada experiencia vivencial y una no menos variada formación intelectual, debería compadecerse con un imprescindible esfuerzo de integración para dotar de coherencia lo aparentemente heterogéneo de dicho pensamiento. “Aparentemente” en tanto su cosmovisión científica tomaba como punto de partida una concepción que podría calificarse de totalizadora o copernicana versus la habitual cosmovisión ptolomeica, centrada en el individuo. La siguiente cita de J. Bleger (1963, p. 47-48) debería ser esclarecedora de este punto: “todos los fenómenos humanos son, indefectiblemente, también sociales [...] porque el ser humano es un ser social. Más aún, la psicología es siempre social, y con ella se puede estudiar también a un individuo tomado como unidad”. A mi juicio la noción pichoneana de grupo interno como configuración del psiquismo, así como el ECRO como el bagaje conceptual con el que abordamos todo objeto de indagación, constituyen la claves decisivas y necesarias que dotan de sentido el antes mencionado esfuerzo de integración. El primero como instrumento articulador de lo individual y colectivo, y el segundo como disposición conceptual amplia, abierta y dinámica para operar en la realidad.

El grupo interno2

No es posible encontrar entre los artículos conocidos de nuestro autor ninguna exposición sistemática y completa de esta esencial pieza de su pensamiento, sino jirones repartidos en diferentes escritos; por elegir alguno, solo transcribiré un párrafo su trabajo Freud: punto de partida de la psicología social (1971): “Podemos observar, de acuerdo con los aportes de la escuela de Melanie Klein, que se trata de relaciones sociales externas que han sido internalizadas, relaciones que denominamos vínculos internos, y que reproducen en el ámbito del yo relaciones grupales o ecológicas. Estas estructuras vinculares que incluyen al sujeto, el objeto y sus mutuas interrelaciones, se configuran sobre la base de experiencias precocísimas, por eso excluimos de nuestros sistemas el concepto de instinto, sustituyéndolo por el de experiencia. Asimismo, toda la vida mental inconsciente, es decir, el dominio de la fantasía inconsciente debe ser considerado como la interacción entre objetos internos (grupo interno) en permanente interrelación dialéctica con los objetos del mundo exterior”.
De este condensado párrafo se podrían subrayar los siguientes puntos: a) una teoría del desarrollo evolutivo que se diferencia de las clásicas freudiana y kleiniana. Ya no se trata de que el psiquismo se construya con la internalización de representaciones (Freud de la primera tópica) o con objetos (Freud de la segunda tópica y Klein) sino con la internalización de vínculos; b) una definición de vínculo como organización compleja que pone en juego no solo al sujeto y al objeto, sino el contenido de esas mutuas interrelaciones que se incorporan como experiencia en las etapas más tempranas de la vida humana; c) consecuentemente con un diseño grupal o ecológico (espacial) del aparato psíquico a fin de dar cuenta la permanente interacción entre el psiquismo, así configurado, y los diversos grupos humanos de la realidad fáctica. El grupo interno consistiría, entonces, en concebir la subjetividad como un repertorio unificado (en el mejor de los casos) de vínculos internalizados a lo largo del desarrollo evolutivo que servirían para nuestro mejor o peor desempeño en los vínculos de la realidad.

ECRO (Esquema Conceptual, Referencial y Operativo)

Tratando de desglosar la sigla, cuando Pichon Rivière se refiere al término ‘esquema’ alude a un conjunto articulado de conocimientos; lo de ‘conceptual’ es porque ese conocimiento está expresado en forma de enunciados con un cierto nivel de abstracción y generalización propios del discurso científico; el aspecto ‘referencial’ atiende a trazar los límites jurisdiccionales del objeto de indagación; y finalmente la noción de ‘operativo’ pretende no limitar sólo al criterio epistemológico tradicional de verdad nuestros esfuerzos sino que conlleva la producción de cambios; de ahí la noción de praxis. En síntesis: se puede decir que su ECRO se define no sólo como instrumento de indagación de un sector de la realidad, sino que conlleva la idea de que la tarea misma opera como un proceso dinámico y constante de transformación, tanto del objeto de la indagación como del sujeto que indaga. A mi entender la noción de ECRO aboga a favor de una revisión crítica permanente de nuestro conocimiento de la realidad interna y externa, previniendo contra la fosilización de las cosmovisiones que conducen al dogmatismo. También aboga, a mi entender, por superar la oposición entre el aprendizaje por los libros versus el aprendizaje por la experiencia vital; si se me permite un término coloquial, “la calle”: en condiciones ideales ambos aprendizajes deberían retroalimentarse mutuamente.
1 Ver “Técnica de los grupos operativos” en colaboración con José Bleger, David Liberman y Edgardo Rolla, Acta neuropsiquiátrica (1960) y Del psicoanálisis a la psicología social (1971).
2 He dedicado a este tema gran parte de mis escritos a los largo de los últimos cuarenta años. Para un mayor esclarecimiento de este tópico remito a Arbiser, Samuel (2001 y 2003).

2

Esquemas de psicoterapia con grupos1
En este trabajo me propongo exponer en forma esquemática y representar gráficamente, tratando de subrayar las diferencias, tres modelos teóricos en los que se basa la práctica psicoterapéutica grupal. Estos modelos son resultado de una labor de discriminación y crítica científica de las corrientes más en boga en nuestro medio.
Se trata de un aporte que intenta contribuir al esclarecimiento de un campo donde se entrecruzan distintos, abundantes y a veces contradictorios esquemas referenciales, que obstaculizan la práctica y la comprensión teórica de este tipo de tarea correctora.
Un punto de cierta relevancia en la configuración de este problema lo constituye la no totalmente agotada discusión acerca de la relación entre la psicoterapia grupal y e1 psicoanálisis. El empuje arrollador con que esta última disciplina impregno la psicología contemporánea, desbordando en ocasiones, en e1 campo de la ciencia social (Roger Bastide, 1961, Enrique Pichon Rivière, 1971) por una parte, y por la otra, el hecho de que gran número de terapeutas tienen formación psicoanalítica individual, explicaría el hecho de que se intentara “adaptar” el grupo a su corpus conceptual. Acuerdo, entonces, con Carlos Sluzki en (Watzlawick, 1971) cuando afirma “pero en razón de su óptica fundamentalmente intrapsíquica, las posteriores tentativas de aplicación del modelo psicoanalítico a otros campos (los fenómenos grupales, las conductas sociales, etc.) padecieron de inconvenientes inherentes a toda transpolación. El psicoanálisis, usado como lenguaje e instrumento interdisciplinario, mostraba algunas deficiencias insalvables”.
Aceptando esta premisa, la posibilidad que cabe explorar es contribuir a formar un corpus teórico propio a partir del objeto concreto de estudio, a saber, el grupo. Esta última posibilidad no impediría que se integren en ese nuevo corpus también los conocimientos provenientes del psicoanálisis. Otro aspecto también relevante en toda actividad psicoterapéutica pero especialmente importante en psicoterapia grupal lo constituye la dotación de presupuestos ideológicos con que se la encara, es decir, la visión comprometida que se tiene de la realidad; por ejemplo: cómo se visualizan las relaciones interpersonales o la relación individuo-sociedad o relaciones de producción y distribución del producto. En fin, decidirse por el ejercicio de este tipo de psicoterapia implica tomar una posición definida; significa optar por sus valores intrínsecos de cooperación y de una conciencia de nuestra interdependencia con los demás y con el conjunto en la tarea común.
Consecuente con el propósito exploratorio antes mencionado, y siguiendo sugestiones de otros autores (Espiro, N., 1972), se describen tres modelos:
a) Modelo de Psicoterapia Analítica en Grupo. (Fig. 1)
Es decir, el paciente en regresión establece una relación histórico-genética con otro miembro.
Sus exponentes más reconocidos son una parte de 1a Escuela Americana, entre quienes importa mencionar a Paul Schilder por la valiosa influencia que ejerció en amplios medios dedicados a este tipo de terapia. Como trabajo representativo de este modelo para ser discutido se tomó el de S. R. Slavson (1959) de New York: “¿Es verdad que hay dinámica de grupo en los grupos terapéuticos?”. La lectura de este trabajo –en apretada síntesis– permite apreciar que el autor parte del supuesto del “hombre aislado”, como lo definiría críticamente J. Bleger (1971), supuesto incluido en la conocida oposición individuo-sociedad. Partiendo entonces de la premisa de la preeminencia genética del individuo frente a la sociedad argumenta que el individuo para socializarse debe resignar parte de su yo y su superyó en el grupo, representado por su líder; según sus palabras “se desegotiza”. Esta aseveración que explica el conjunto desde el individuo y el individuo desde la teoría psicoanalítica ubica a este autor con aquellos que postulan dicha teoría como ciencia central de la ciencia social (Bastide, R. 1961). Por lo tanto, en este modelo se diferencia tajantemente los grupos sociales habituales de los grupos terapéuticos. Reconoce en los primeros la existencia de dinámicas (sinergia-interacción-interestimulación-inducción mutua, etc.) en razón de la existencia de un objetivo común. En cambio en los segundos –existirían por parte de los pacientes del grupo iguales objetivos (curarse), aunque no objetivo común; cada cual se “cura” como puede–, estas dinámicas deben ser coartadas en status nascendi a los fines de la terapia. De este modo pretende aislar y así poner en evidencia las motivaciones intrapsíquicas incluidas en la esfera histórico-genética individual de cada miembro del grupo, descartando taxativamente la acción determinante del campo social circundante. Dado que, como se ha dicho, deben evitarse las dinámicas que puedan aparecer (sinergia), se entiende que la cohesión entre los miembros forzosamente debe estar a cargo del terapeuta a través de su liderazgo. Se podría concluir sintéticamente afirmando que en este modelo el psicoanálisis es el esquema referencial nuclear y que la operativa sería psicoanalizar individualmente a los miembros del grupo; de ahí que se manejen conceptos como la transferencia, la resistencia y la regresión.
Fig. 1a. Los pacientes se arraciman en derredor del terapeuta que asume un liderazgo no directivo y sobre el que confluye una gama de sentimientos resultantes de los fenómenos transferenciales y contratransferenciales.
Fig. 1b. Cuando aparece un vínculo con otro miembro del grupo, esto se interpreta como una transferencia horizontal.
b) Modelo de psicoterapia del grupo. (Fig. 2)
Sus exponentes son, en gran parte, psicoanalistas de la escuela inglesa y latinoamericanos: Foulkes-Anthony (1964), Bion (1963), Grimberg-Langer-Rodrigué (1961) Zimmermann (1969). El esquema referencial básico de este modelo es el psicoanálisis en su vertiente kleiniana. Al igual que en el modelo anterior, opera con los conceptos psicoanalíticos clásicos como regresión, resistencia y transferencias. R...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Dedicatoria
  4. Agradecimientos
  5. Prólogo
  6. Introducción. Una conjetural continuidad con el pensamiento de Enrique Pichon Rivière
  7. Grupo interno
  8. Temas clínicos
  9. Opinión
  10. Bibliografía general
  11. Sobre este libro
  12. Sobre el autor
  13. Créditos