Urbicidio
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Urbicidio

Filosofía de la ciudad herida

  1. 80 páginas
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Urbicidio

Filosofía de la ciudad herida

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Índice
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Vivimos, desde hace más de un siglo, la época de las grandes ciudades y, coincidentemente, el tiempo de las grandes guerras, una época caracterizada por la destrucción monumental. Ante este panorama, Urbicidio: filosofía de la ciudad herida despliega reflexiones filosóficas a través de interrogantes como ¿qué consecuencias trae consigo la destrucción de las ciudades?, ¿qué tipo de ciudades nos esperan?, ¿qué es un edificio y qué implica su destrucción? Las ciudades son víctimas de procesos de devastación armada y los autores de este libro se encargan de esclarecer que no son daños colaterales como la visión clásica de los conflictos pretendía sostener.Este libro es resultado de una investigación y escritura conjuntas de tres intelectuales agrupados por el Urbicide Project. Un libro evidentemente testimonial y denunciante frente a la hostilidad histórica que no cesa; pero, simultáneamente, un libro crítico que nos invita a pensar sobre qué se pierde frente a la experiencia violenta de la destrucción de nuestros espacios. Así, se trata también de un referente intelectual en constante diálogo con la arquitectura, la antropología, el urbanismo y las ciencias forenses, que da como resultado un estudio integral y crítico con enfoque filosófico forense.

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Información

Año
2021
ISBN
9789876919241

1. La hostilidad y beligerancia contemporáneas

La época de la destrucción de las ciudades que abre la Primera Guerra Mundial y se extiende en el despliegue de su eficacia letal,1 amplitud de geografías de terror,2 desarrollo tecnológico de armamento3 y estrategias de administración del miedo colectivo4 dinamiza sus causas, finalidades y mediaciones criminógenas bajo la acción de una hostilidad creciente. El odio expresado antaño de manera intersubjetiva se canaliza a través de políticas de Estado sobre grupos étnicos, colectivos vulnerables, disidentes ideológicos, credos, regiones, naciones y otros Estados. Guerras preventivas, guerrillas, intervenciones estatales, genocidios, ecocidios, terrorismo, campos de exterminio, torturas y un amplio espectro de violencias en masa son generados por hostilidades recurrentes, promovidas por los diversos medios de información digital, electrónica e impresa.5
Las magnitudes de ese odio colectivo son hoy globales y sus implicaciones en la violencia material innegables entre los grupos de víctimas: hostilidad y violencia fluyen y se expanden por todo el orbe, en la maquinación de sufrimientos sociales sin precedentes. Fin de la historia por un inagotable más de lo mismo, violencia reiterada hacia el porvenir que no ve fin:
Podemos aventurarnos a esbozar aquí una previsión: en el siglo XXI, la guerra no será tan sangrienta como lo fue en el siglo XX, pero la violencia armada, que dará lugar a un grado de sufrimiento y a unas pérdidas desproporcionadas, continuará presente y será un mal endémico y epidémico, por momentos, en gran parte del mundo. Queda lejos la idea de un mundo en paz.6
Como lo enuncia Eric Hobsbawm a principios de siglo, hoy los márgenes de la hostilidad, en sus discursividades y motivaciones de aniquilación (que fluyen entre el suicida solitario, las agrupaciones terroristas, los grupos delictivos y los ejércitos regulares de los Estados), se amplían en múltiples intensidades de conflicto gestadas por los intereses de capitalización de recursos naturales, capitales humanos y geoestrategias globales de posicionamiento bélico, político y mercantil.
El odio bajo las tecnologías del poder en conjunción con las tecnologías de destrucción, materializadas en armamento, ponen en marcha la transformación epocal de los mecanismos beligerantes7 y exhiben las asimetrías generadas por el acceso a determinados recursos y pertrechos. Se trata del odio como sistema;8 en ese sentido, la velocidad de devastación y la amplia distancia aérea de los ofensores respecto de los objetivos (humanos y no humanos) es privilegio de los países con economías (o alianzas) que pueden permitirse el desarrollo tecnológico o la adquisición de insumos sofisticados para la destrucción masiva.
La transmutación de la guerra en el último siglo, entonces, en las intrínsecas relaciones que entablan la hostilidad, pánico, tecnología, velocidad, el espacio aéreo, armamento y la violencia en masa, nos permiten llamar la atención sobre los espacios bélicos privilegiados en esta aeroguerra (aviones, misiles, satélites, drones): las ciudades como objetivos bélicos.
La guerra como acontecimiento deviene también como motor de cambio y de transformaciones sociales. Como ejercicio específico, es considerada “la institución más decisiva de la historia, que a pesar de los esfuerzos de los culturalistas, sigue siendo una cronología bélica”.9 En ese sentido, es también distinta en sus modos de acontecer, pues históricamente ha representado cierta inestabilidad en la vida cotidiana. La guerra es conflicto, genera inestabilidad y, por lo tanto, trae cambios en el orden social en el que acontece. Particularmente, las guerras tienen la característica de dañar el entorno en el que se desarrollan. “Es evidente que la guerra cumple una función de destrucción. Destruye hombres, cosas, y sobre todo relaciones sociales, dejando el campo libre para otras”.10 Como forma de práctica espacial, es plausible que su acontecer traiga como resultado la generación de ciertos espacios que, podríamos adelantar, son marcados por su violencia. En otras palabras, la guerra aparece como un ejercicio espacial de violencia vinculado a procesos de destrucción de sus víctimas colectivas: ciudades y habitantes.
En esta última centuria, las ciudades se destacan por su pluralidad, rápido crecimiento, economías materiales y virtuales, por los múltiples espacios que se crean a propósito y aquellos que son resultado de la aglomeración y conjunción de poblaciones. De tal manera, la mayoría de las ciudades que conocemos han sufrido una metamorfosis acelerada debido a la migración rural o transnacional a los principales centros urbanos del mundo, además de que el desarrollo de las nuevas tecnologías incentiva una alteración no solo en la infraestructura material, sino, a la par, en las relaciones sociopolíticas que promueve.11 Entre todo ello y no menos importante: la destrucción y reconstrucción reiterada de las ciudades a causa de la elitización urbana (gentrification) o bien a causa de conflictos bélicos de alta intensidad que se desarrollan en los propios espacios urbanos. Puesto que es un hecho que en décadas recientes los conflictos bélicos se han transformado radicalmente dando lugar a la “guerra urbana” y a tácticas conocidas como “geometría inversa” que implican una reinterpretación espacial de la ciudad. El arquitecto israelí Eyal Weizman demostró recientemente, en su estudio sobre el conflicto israelí-palestino, cómo las instituciones militares se apropian del lenguaje y el pensamiento que la filosofía propone sobre el espacio para generar estrategias de guerra. Esta nueva interpretación militar del espacio comprende a la ciudad como un espacio instrumental, es decir, como el vehículo o el médium para practicar la guerra, dando lugar a la guerra urbana como paradigma moderno de la guerra.12
De esta manera, llama la atención la metamorfosis que sucede a la ciudad en contextos de guerra, en donde las calles se interpretan como fronteras, sitios prohibidos, así como las ventanas de edificios aparecen como puntos de tiro y vigilancia, las plazas o parques aparecen como espacios posibles para las contiendas violentas. Este nuevo escenario exige nuevas interpretaciones que permitan diseñar estrategias más eficaces. Aquí las planeaciones militares requieren “confrontar el espacio estriado de la práctica militar tradicional (la forma en que aún hoy operan muchas unidades militares)”.13
La interpretación del espacio como escenario de guerra da una connotación violenta a las ciudades, que son, entonces, escenarios que sufren una fragmentación constante. Abstracta en la planeación de un ataque o estrategia; hostil y destructiva cuando se lleva a cabo. Esta geometrización del espacio con fines bélicos tiene como objetivo hacer del espacio vivido una concepción abstracta de coordenadas, campos, puntos, rectas o vectores; conceptos geométricos que se utilizan para una guerra más eficaz.
En la década de 1990, después de la guerra de los Balcanes,14 conflicto antiurbano destinado a debilitar o destruir el registro que daba soporte memorístico, cultural e identitario en las ciudades,15 las ciencias humanas hicieron propio y extensivo el término para describir la violencia aplicada a una ciudad en su conjunto: urbicidio. Este concepto reveló, en su nomenclatura, lo que había sucedido en el marco de la Segunda Guerra Mundial, con bombardeos a ciudades como Varsovia, Berlín, Dresden, Londres y los casos dramáticos de Hiroshima y Nagasaki; así como los casos contemporáneos de Trípoli en Libia o Damasco y Alepo en Siria, sin olvidar por supuesto el conflicto de Palestina. La relación letal entre el poder, la geopolítica, la tecnología armamentística y la generación a escalas masivas de sufrimiento se hace evidente en estos conflictos.

2. Filosofía forense

Filosofía forense es la exploración conceptual cercana a los desarrollos teóricos, técnicos y prácticos sobre la violencia material. Sus resultados persiguen la visibilización y desnormalización de la violencia, así como impulsar una resistencia discursiva que embiste contra el amurallamiento académico, la opinión pública y la discursividad política de la enemistad que domestica a la violencia en hechos circunstanciales, criminales o acotados en una localización espacial de territorios y agentes.
Esta propuesta enfoca sus esfuerzos teóricos desde el interaccionismo de la violencia, resaltando los sufrimientos sociales, la denigración ontológica de los cuerpos en la brutalidad administrada, la politización del llanto y la relevancia pública de la muerte en un proceso extremo de hostilidad global. Aspira a aportar elementos críticos para la reconfiguración jurídica, espacio-vital y política.

3. Tras las huellas de la destrucción

La ciudad ha sido eje de atención por la violencia que arremete contra sus formas de vida: la devastación de las ciudades tiene su intrahistoria en el despliegue espaciotemporal de la humanidad. Protagonista, entonces, la ciudad sitiada y destruida (saqueada, demolida, incinerada, salada) da razón de sí en su desrealización. Justamente, el estudio de la ciudad que aquí se propone va más allá de las vías de acceso teóricas de la genealogía o del construccionismo teórico (ensayadas ya desde Platón en la República16 o Aristóteles en la Política17), no es el de su origen sino el que señala su fin: ¿qué se acaba?, ¿qué se pierde cuando se destruye una ciudad? Esto es lo que la categoría de urbicidio admite comprender desde marcos conceptuales como son el espacio, el cuerpo y el habitar; e irradia hacia temas de comprensión ontológica, cultural, política, social y ética. Es decir, la ciudad puede enfocarse no solo desde la construcción espacial debatible (de la contratación común por intereses mercantiles o alianzas militares, o bien el supuesto origen que va de la familia a lo estatal, o de morfología del paisaje hasta la edificación vertical), sino también desde su destrucción: esta manera de diezmar deliberadamente las realizaciones citadinas en sus magnitudes, funciones, relaciones y discursos.
En contexto, con los últimos dos siglos la ciudad, en cuanto concepto y realidad, cambió de modo impredecible. Una combinación inédita de factores, actores y elementos dieron lugar a la alteración de “umbrales de mutación”18 en las formas de habitar humanas. La Revolución Industrial –como amplio proceso de alteración en las formas de relación, producción, obtención y desecho–, el desarrollo de la metalurgia en el fortalecimiento de materiales u obtención de otras aleaciones, la aceleración de la comunicación y transportes, así como la agencia del saber que impulsó el trazado urbano y la edificación monumental, dieron pie a la construcción de grandes bloques habitacionales, rascacielos, urbanizaciones y reestructuración citadina.19 De tal manera que, en dos siglos, las pequeñas ciudades fueron modificadas bajo intensas dinámicas sociales de conflicto, exclusión y reterritorialización que tuvieron lugar en ellas:20 aquellas pequeñas ciudades de antaño son actualmente metrópolis,21 megalópolis22 o posmetrópolis;23 cuando no son reductos folclóricos de consumo turístico, en centros históricos o ciudades viejas.
Particularmente, en las últimas tres décadas se ha usado críticamente el concepto de urbicidio para describir los procesos de destrucción y aplicación de la violencia excesiva contra las ciudades. Este concepto aporta claves de análisis ante una forma paradigmática de la violencia devastadora, por sus alcances armamentísticos y el protagonismo de la metropolítica, que hacia el siglo XXI vive la ciudad como estructura compleja y heterogénea de vida, en un horizonte global. Se trata, así, de reflexionar sobre ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. Apertura
  6. 1. La hostilidad y beligerancia contemporáneas
  7. Bibliografía
  8. Créditos