Diario del dolor
eBook - ePub

Diario del dolor

  1. 200 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Diario del dolor

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Los cien fragmentos de los que se compone este breve y poderoso diario, son aproximaciones o lo experiencia del dolor que María Luisa Puga narra a partir de su lucha personal contra lo artritis reumatoide. Aquí, el cuerpo vulnerable recurre a la escritura y convierte al propio Dolor en personaje y destinatario, o fin de restablecer el vínculo con el yo, que el sufrimiento tiende o desgarrar. Lo autora se desnuda de todo artificio literario para confrontar o su dolor desde la experiencia corporal más íntima, en todo su aterradora cotidianidad, y lo hace con el arrojo de quien confío por completo en el lenguaje. Sin embargo, como refiere en su prólogo Brenda Navarro, este Diario del dolor "no es solo un diario sobre cuerpo y escritura, sino un testimonio de un curso de vida que probablemente pudo ser distinto si lo salud pública no diera por hecho que puede decidir el destino de los enfermos, [...] y escuchara y tuviera lo voluntad de entender el proceso vital por el que todos pasaremos".

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Diario del dolor de María Luisa Puga en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

l. La forma
Es desazón, incomodidad, posturas imposibles. Produce que el cuerpo no se esté quieto. Es una compañía ineludible e inasible, concreta, que me cubre como coraza... no, parecería que es insoportablemente fuerte y no. Más bien es como aureola. Y tiene una manera de manifestarse siempre sorpresiva, casi juguetona: jamás sé por dónde. El cuello, las rodillas, los antebrazos, la cintura. Desde que llegó no he vuelto a estar sola.
2. El espacio
Tiende a querer ocupar todo el espacio. Desplazarlo a uno por completo. Y muestra su cara agresiva cuando uno no lo deja. Uno no lo deja que invada por completo por miedo. Ya no es tanto el dolor lo que intimida, sino su agresividad. Llega a ser tan extrema que uno despliega una nueva actitud: la rabia. Una rabia inmensa. Pareciera entonces que uno lo saca a patadas de la conciencia. Pero el dolor ha conseguido su objetivo: todo nuestro ser está consciente de él. No cabe nada más. Y por eso lo comenzamos a experimentar otra vez, como quien no quiere la cosa. Pequeñito, insidioso, casi burlón. Entendemos, mi cuerpo y yo, que el espacio ya no es nuestro; tampoco es del dolor, es de los dos. Y hay que aprender a compartirlo.
3. La presencia
Ya que sabe que no puede ocupar todo el espacio, acepta quedarse buena parte del tiempo solo como presencia. Y eso es lo que produce el verdadero sobresalto. Es como adquirir una suegra, un niño pariente huérfano, un vecino ruidoso. Ya no se irán. Tienen que ver con uno y es responsabilidad de uno adaptarse. Ahí estás, Dolor, no sé por dónde te vas a aparecer nunca, pero me estarás dando jalones más o menos apremiantes todo el día, todos los días. Antes yo no era así y a veces me extraño.
4. La aceptación
Por más que me esfuerzo no puedo ver por encima de él. En cualquier dirección que mire, ahí está, aunque solo lo capte oblicuamente. Está estacionado en mi mirada y es cuando despierto por las mañanas cuando más extrañeza me causa. Llegó, llegó para quedarse, pero no me puedo acostumbrar a él. Con nostalgia recuerdo cuando no estaba, o no de esta manera tan definida. Y como me cuesta acostumbrarme, la que cambia soy yo. Soy desconocida. No es desagradable, es inquietante. Como estar ausente. Quisiera tomarlo por los hombros, con fuerza y sentarlo a mi lado. Está bien, pero quédate quieto. No me estorbes, no me tapes. Quieto ahí.
Parece que acepta, que es sumiso y que con tal de quedarse hará lo que yo le diga, pero va agarrando confianza. Se siente cada vez más libre.
5. La insidia
Ya ha sido aceptado, ya ha asentado su presencia en la costumbre. Casi podría decirse que es parte de mi persona, pero descubro su insidia, su inagotable insidia y no me repongo. No puedo sino mirarlo y ver cómo hace de los objetos (que yo creía amigos míos), sus secuaces. Puede uno ver cómo se vuelven mustios. Cómo de manera solapada ruedan lentamente hasta caer al suelo. Con una terquedad dura se convierten en obstáculos insalvables. El bastón, que comienza a convertirse en una extensión del brazo, puede ser inamovible cuando yace en el piso. No se deja levantar, mete un extremo bajo el refrigerador. No se deja rotar. Cosas que en otras situaciones hace casi por sí solo. La silla del escritorio también se vuelve indómita.
6. En la vida diaria
A veces nos quedamos solos mi dolor y yo. Nos contemplamos con desgano. Haz lo que tengas que hacer, parece que nos decimos y se me ocurre entonces: ¿A dónde se podrá ir si lo ignoro? Nos quedamos solos y nos miramos de reojo. Hay una como amargura en ambos. Sí, henos aquí conviviendo, pero no pasa nada. Me hace cambiar mi vida, pero no es insoportable. En cambio él, estoy segura, necesita movimiento y lo estoy decepcionando. El desánimo, la depresión, las molestias, incluso, no duran demasiado. No tienen un desenlace. Cuando nos quedamos solos nos aburrimos.
7. Los respingos de Dolor
A veces se asusta, es muy contradictorio, porque por un lado se aburre de prolongar su estancia en un solo cuerpo, pero si oye cosas como “curación”, me encara ofendido, con un rictus enfermizo en la boca. Me hace pensar en un psicópata gringo. Si no la estamos pasando tan mal, ¿o sí? Quisiera describir su aspecto: es delgado, untuoso, oscuro. Está al acecho siempre, aunque no esté cerca. Lo siento en distintos puntos de mi cuerpo y cuando me veo accidentalmente en el espejo, me parezco a él. No es nada agradable. En mi imaginación me veo contenta y ligera. Clara y atenta. Cuando me acuerdo, erguida. Si me voy encogiendo es porque lo traigo encima y por más que le echo hombrazos no se quita. En eso se parece a Gato (que es mi gato): encimoso. Solo moviéndome se aleja un poco.
8. Cero uno a su favor
Hoy me venció. No sabía que se trataba de eso hasta que tuve que reconocer su victoria total. La cosa es que yo no lucho en contra de él. Yo lucho en contra de mi estado de ánimo, para que no se caiga. Por eso me agarró desprevenida, además de que lo hizo cuando estaba dormida, no se vale. Con una mueca burlona se jactó: No hay reglas. Sé que está enojado porque nuestra vida no es tan apasionante, a veces se quisiera ir y no puede. A diferencia de mí, él no quiere aprender a vivir conmigo. Por mí, que no aprenda, pero no es así la cosa. No es simplemente encogerse de hombros. Yo me tengo que apuntar tantos también, pero no como en un partido de tenis. Tengo que ganarle terreno. Tengo que irlo desalojando, a medida que recupero mi cuerpo. Quizá mi convivencia con él no ha sido la acertada. A lo mejor entendí mal. Creí que con dejarlo estar era suficiente. No, no es así. Hay que reconocerlo, entender su tamaño, su volumen para poder cercarlo.
9. ¿Una iguales?
Porque pareciera que ayer se ausentó. Me dio vacaciones, o un respiro. A lo mejor se puso a reflexionar sobre mis palabras de antier. No estamos compitiendo. Estamos aprendiendo a convivir. Estas dos naturalezas están aprendiendo: doler/aguantar. Cuando tuve que convivir con el miedo, hace ya mucho, aprendí que no es venciéndolo, sino poniéndolo a mi lado. ¿Será así con Dolor? A ratos, como ayer, ceja. En otras ocasiones me agarra desprevenida porque yo me descuido.
10. Cuando se mete en el sueño
No lo veo, nunca lo veo como cuando estoy despierta. En el sueño es un ruido que aparece en mis rodillas u hombros. Un ruidito crujiente, huidizo, pero pertinaz. Me atormenta, que no es lo mismo que decir: me duele. Me abruma, sí, su presencia. Me afea. No quiero ser mirada. No quiero que lo descubran, es algo muy privado. No es algo mío, es algo que alguien me aplica. Solo puedo pensar en torturadores helados. Varios, aunque invisibles. Despierto y me reviso: no están, se quedaron allá, en el sueño.
11. ¿En dónde quedé yo?
Porque tengo bien definida su presencia, su territorio, sus recovecos, pero ¿y yo? Perdí mi imagen. Esa que tanto tiempo he pasado en construir, que es tan frágil porque cualquier cosa la distorsiona. De repente capto una imagen en el espejo y no la identifico conmigo. ¿Cómo explicar lo que veo? Huesos. Huesos sin volumen. Y por más que persiga a las personas sentadas en sillas de ruedas, en la televisión o en la realidad, no me sé ver así. Soy algo huidizo, indefinible, algo que se está evaporando. Y es cuando lo siento a él, a Dolor, engordar a mi costa.
12. Cuando los demás hablan de él
Los escucho asombrada, casi como si estuvieran hablando de otra cosa. ¿Te dolió?, me preguntan si pasamos un bache en la carretera. ¿Ahorita te está doliendo? Siento que Dolor se duele cuando hablan así de él. Siento que me mira entristecido. Yo quisiera explicarles que no es así. Está ahí siempre, pero no es así. No emite vibraciones ni echa mal de ojo. Se deja ver apenas. Roza. A veces pellizca. Está ahí, simplemente. A veces se acurruca junto a mí y yo de tanto en tanto le rasco la cabeza. Está bien, me hace llorar a veces; me mata de la rabia otras, pero la mayor parte del tiempo está. Solo está. ¡Qué buen ánimo!, me dice la gente, ¡Qué fortaleza! Me vuelvo a asombrar. Me resultan más desconocidos ellos que Dolor.
13. Como no se mueve, platico con él
Siempre creo que te vas a quedar en el estudio cuando me voy a México, igual que Gato, pero te vienes de polizón. ¿Qué tienes que andar haciendo en la camioneta, echado a mis pies, estorbándome? ¿Para qué me tienes que venir a doler en medio de esta ciudad, como si con ella no fuera suficiente? ¿Acaso tienes obligaciones? ¿Eres como la otra cara del enfermero? ¿Cumples con un horario? ¿Haces reportes? Punzada a las doce treinta. Pellizcos a la una, en medio del tráfico, con esa cantidad de gente que va y viene como si todo fuera normal, hasta su hambre. Y tú ahí, como burócrata, cumpliendo tu aburrido deber. Porque te aburres ¿no es cierto? Sospecho que te gustan los ramalazos que te llevan a emergencias en los hospitales; que te hacen caminar con paso rápido y con la adrenalina en alto. Te gusta el movimiento y el cambio de escenarios, no esta quietud casi cobijadora de un dolor opaco, aguantable y siempre presente, como bulto que uno llevara encima. Y te aburres. No puedes hacer nada. No te puedes ir, pedir un cambio de plaza, algo. Y ni modo que te eche yo, ya no se puede. Ya te acepté, igual que al miedo, que por ahí anda y está tan hecho a mi vida que resulta invisible. Miedo ya es igual que Gato. Anda por mi estudio, que es el suyo. Lo recorre, lo olisquea, se retuerce en el suelo de placer cuando enciendo el calentón, se queja enojado cuando se le acaba la comida. Vivimos solos, pero juntos. Solo protesta cuando se me olvida.
14. El tiempo y Dolor
Perdí el pasado y el futuro. Ambos son irreales. Que si la prótesis, la operación. Que si cuando no me dolía. Ya no soy así y no seré de otra manera. No lo puedo imaginar. Soy este presente raro y largo que no me permite ver hacia dónde se dirige y en el cual estamos contenidos Dolor y yo como incómodos pasajeros de un solitario vagón de tren. Hay mundo en torno nuestro, podemos escucharlo y sentirnos contenidos por él, pero yo, al menos, no me siento parte de él. No me siento parte de nada más que de mi cuerpo tan raro, tan desconocido y al mismo tiempo tan mi casa. Con todo y ese intruso. Ambos miramos por la ventana. ¿Cuál ventana? Sepa. Yo siento que miro por la ventana todo lo que me rodea y que voy dejando atrás. No estoy yendo en línea recta, para nada, es ondulante, caprichosa, como esos garabatos que hacemos mientras hablamos por teléfono. Tiene un no sé qué de satisfactorio. Y tiene también sus momentos buenos y malos.
15. Los amaneceres
Hay tres tipos: el diabólico, el adolorido, el normal con dolorcitos. Es en el transcurso de la noche cuando me va diciendo (murmurando) Dolor cómo será el día siguiente. Cuando abro los ojos no lo sé, se me ha olvidado o a lo mejor no me lo ha dicho, pero basta el menor movimiento para saber cuál será. Una sensación total del cuerpo. No cabe nada más. Los sueños se evaporan, igual que los planes para el día. No es que queden cancelados. Simplemente desaparecen en esos momentos. Comienza el lento recorrido del cuerpo por cada uno de sus sectores para saber por dónde no hay que pasar. Me siento observada con atención a medida que elimino movimientos. ¿Con qué podría comparar esto? Tal vez podría ser con la ropa que uno se pone. Cada prenda dicta la manera en que se va uno a mover. Ah, me puse los pantalones estrechos. Este suéter es el de las mangas demasiado largas. Nunca en mi vida he logrado que la ropa se experimente igual. Cuando es cómoda es de chiripada. Y uno se aferra...

Índice

  1. El dolor es igual que un gato
  2. Diario del dolor
  3. Aviso legal